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Música

La lenta agonía del metal mainstream

Los Grammy demostraron que a la industria de la música le importa un carajo el metal.

Ilustración por Curzi.

El domingo 12 de febrero probablemente fue uno de los días con más indignación, quejas, rabietas, berrinches en redes sociales y llantos en la historia reciente del metal. Fue el fatídico día en el que Metallica tocó junto a Lady Gaga en los premios Grammy. Cosa curiosa, empezando porque durante todo diciembre vimos el nombre de la banda hasta en nuestro subconsciente. No bastó que el grupo lanzara un nuevo disco con una campaña de expectativa que nos tuvo en vilo por días; que hiciera una gira mundial; que recibiera de regalo una Doris gigante en Bogotá; y que saliera en el programa de Jimmy Fallon ¡No! Eso no bastó. A parte les dio por sacar videos para cada una de las canciones de Hardwired… to Self-Destruct  y sus camisetas marcaron la tendencia de la moda otoño-verano.

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Fue una invasión mediática disparada, desde todos lo frentes posibles, que parecía no tener fin.

Parecía, sin embargo, que la legendaria banda nos estaban dando tregua este 2017. Una pausa que llenamos con la  melancolía de la muerte de Elkin Ramírez y con la noticia del último concierto de Black Sabbath. Pero parece que Metallica es como un niño hiperactivo que tiene que llamar la atención en todo momento, y la logró al anunciar su curiosa presentación en los Grammy. Por lo general, la comunidad metalera no se interesa por estos premios, ya que allí se galardona un mainstream que no tienen ningún valor para la mayoría de los amantes del boleo de mecha.  El hecho de que una sola persona se gane cinco de esos premios en una noche y que el último lo rompa, muestra que esas estatuitas se entregan dependiendo de las tendencias comerciales y los likes en redes sociales.

Aún así, cuando los ejércitos de Mordor se enteraron que Lady Gaga, la misma que montó un show de diez millones de dólares para el Súper Tazón, iba a cantar "Moth Into Flame" junto a uno de los grupos más influyentes de la historia de la música pesada, se volcaron a las redes sociales para expresar su indignación. Y la cosa empeoró porque la presentación resultó ser un desastre. No solo por el paupérrimo baile de la cantante que se retorcía como una lombriz en el sol; ni por los "metaleros" que brincaban en la parte de atrás como niños en castillo inefable; ni porque Gaga, con sus calzones rockeros, casi se va de jeta al tropezarse con un amplificador; en realidad fue por la nefasta falla técnica en el micrófono de James Hetfield que obligó a ambos artistas a olerse el vaho de la boca durante gran parte de la presentación.

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Una foto para la historia.

Pero más allá ventilar una vez más el gastado debate de si Metallica se vendió, y lo que sea que esto signifique, esto muestra que de alguna forma el metal está viviendo una especie de agonía. Un hecho que se reforzó esa misma noche cuando Megadeth subió a recibir su primer Grammy al ritmo de "Master of Puppets", lo que muestra que a las personas encargadas de estos premios les importa un carajo el metal, las bandas o lo que esta cultura representa para millones de personas.

No sé qué es más triste, el hecho de que dos de las bandas más grandes de todos los tiempos sean irrespetadas de esa forma ante los ojos del mundo, o que Metallica tenga que chupar de la teta de Lady Gaga para volver a dar de qué hablar. Hace 20 años el metal daba miedo. Era algo que para la industria musical significaba un dolor de cabeza, no solo por el "ruido" de la música, sino porque muchos grupos pretendían destruir a dicha industria, y por un buen tiempo Metallica representó lo más extremo que había. Fue el grupo que le cambió la mente a miles de personas con su agresivo sonido y que le mostró al mundo cómo era está negra cultura que se movía en las cloacas y que hacía temblar a los temerosos de Dios.

En 1989 Metallica se presentó por primera vez en los Grammy con un show genial. Esa noche, la primera que sonó música pesada en esos premios, tocaron "One" y empezaron ocultos entre el humo mientras sonaban tiros, bombas, gritos y el arpegio que da inicio a la canción. Muy distinto a esa caricatura llena de fuego y una princesa del pop disfrazada de metalera del domingo pasado. En el 89, el grupo se paró con todo y fue presentado por el comediante Billy Crystal como el abanderado de un movimiento que tocó meter entre las categorías porque era algo tan grande que la gran industria no podía ignorar. Así haya querido.

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De alguna forma, esa presentación le dijo al mundo: el glam y sus representantes como Mötley Crüe, Poison, Def leppard y todos esos tipos de peinados voluminosos perdieron la guerra. El rock pesado es esto y Metallica es solo la punta del iceberg. La historia lo demostró.

Pero ver a una banda que llena estadios en todo el mundo tocando sin buen sonido junto a una de las cantantes pop que más tendencia a creado en los últimos años, solo dice que el rock está muriendo. Ni siquiera que está entrando al mainstream y al mercado como pasó en los 90 gracias a bandas como Linkin Park, Korn y Limp Bizkit que crearon el nu-metal, generaron furor, salían cada quince minutos en MTV y que de alguna forma encaminaron a buena parte toda una generación hacia sonidos más pesados. Procesos normales.

No, ahora es un reciclaje de los clásicos adaptados a la fuerza a la industria actual. El mejor ejemplo, el siguiente video viral de Metallica que será su participación en Carpool Karaoke. Pero dejemos de darle palo a Metallica, hay más ejemplos, y el mejor sin duda es Babymetal, un grupo encabezado por tres niñitas que cantan una especie de pop japonés pero con distorsión. A pesar de que es lo menos metalero que existe, han logrado tocar junto leyendas como Rob Halford, llenan venues y están planeando hacer una serie animada. Por lo menos Bullet For My Valentine gritaba y sacaba algo de sangre en los videos. Pero este metal inofensivo e infantilizado es como una broma pesada que no termina. Incluso bandas que se encuentran entre lo under y lo comercial como Suicide Silence cayeron en desgracia por su abuso de las voces melódicas y la falta de gritos.

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Pareciera que ahora el metal se encuentra en la industria musical no como una cultura en constante renovación de donde puede salir algo bueno, sino como una caricatura bufonesca llena de reencauches a los que se le puede seguir exprimiendo dinero. Una pose.

Pero la pregunta que vale la pena hacerse es ¿esto es una desgracia o una oportunidad para el metal? A la par que mucha gente se aleja del rock pesado y se queda en el aburrido hip hop comercial y el pop o que considera a Avenged Sevenfold como lo más pesado que hay, muchos otros están volviendo al metal underground. El que se hace con las uñas y suena en bares de mala muerte y patios de casas. Ese en el que los grandes clásicos siguen brillando como Kreator con su nuevo disco Gods of violence, o como Sodom con Decision Day, o Brujería con Pocho Aztlan, o Inquisition con Bloodshed Across The Empyrean Altar Beyond The Celestial Zenith Rar.

El metal que cada vez se vuelve más pesado y más oscuro. Todavía hay muchas bandas brutales que hacen conciertos, discos y mercancía a la brava y les da la misma si recorren el mundo para tocar frente a un puñado de personas o para miles. Grupos como Grave Miasma, Destroyer 666, Wormrot, Amon Amarth, Rotten Sound, Gorguts, Internal Suffering entre cientos otros que la rompen sin necesidad de ser reconocidos con un Grammy.

Sí, Metallica llegó a su último aliento, Sabath se retiró, los padres del metal están viejos, la industria aprovecha y de paso caricaturiza esta cultura. Pero abajo, en la cloacas, llenos de cerveza y mugre se están gestando cientos de sonidos brutales que se niegan a morir. Es común escuchar a una banda como Linkin Park decir que ellos salvaron al metal, pero es todo lo contrario, el verdadero metal sigue más vivo que nunca. Es un zombie que nadie puede aniquilar y es cuestión de darse una vueltica por las calles de Bogotá y fijarse en los afiches de conciertos que están pegados en los posters y las paredes para notar que es lo que hay.

Está donde sabe rugir.

Gracias Lady Gaga por recordarnos el valor de lo que tenemos. Una verdadera escena underground llena de furia.