“Las trompetas del cielo anuncian guerreros”, el adiós a Elkin Ramírez

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Música

“Las trompetas del cielo anuncian guerreros”, el adiós a Elkin Ramírez

Ahora no queda más que acostumbrarse a que en este mundo ya no canta el último titán.

Fotos por Julián Gallo.

A la una de la tarde del 30 de enero, el Teatro Lido de Medellín estaba cubierto por un lúgubre silencio. Unas cuarenta personas sentadas en las percudidas sillas azules miraban al vació con los ojos perdidos y las manos sobre las sienes sin musitar una sola palabra. Solo estaban ahí, sumergidos en una profunda y melancólica introspección, como condenados que perdieron todo el brillo de los ojos. La soledad del viejo y deteriorado teatro contrastaba con la imagen del día anterior cuando miles llegaron al recinto para velar el cuerpo de Elkin Ramírez, que yacía en un féretro café postrado en la mitad de la tarima y rodeado por cuatro velas.

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Esa noche de 29 de enero, día en el que Andrés Ramírez anunció la muerte de su padre, desde las siete hasta pasadas las doce, miles de fanáticos, amigos, colegas y familiares del mítico líder de Kraken fueron a darle el último adiós al Titán. Esa noche llegó al Lido todo tipo de personas, desde los blackeros más extremos hasta los punkeros más callejeros. Gran parte de la vieja y la nueva escuela del rock de Medellín acompañó al cuerpo de este hombre amado y odiado, que fue despedido como lo que era: un dios del rock colombiano. Y como dios, un ser incomprendido al que muchos le pusieron el pie, criticaron, humillaron, insultaron, despreciaron y minimizaron. Pero a pesar de todo, varios de los mismos que le dieron la espalda estuvieron allí, ya sea para mojar prensa, para reconciliarse con él o simplemente para reconocer el legado de más de 30 años de trabajo que dejó.

Dicen los que estuvieron esa noche que la fila para rendirle tributo al cuerpo del Titán se extendía por varias cuadras. Pero a la una de la tarde del lunes 30 de enero, apenas unas 20 personas marchaban lentamente hacia el féretro. La penumbra de ese abandonado teatro de muros pintados de beige y recubiertos de madera, hacía mucho más triste el hecho de que a los 54 años, Elkin finalmente perdió la ardua batalla que lidió contra un edema fibroso en el parietal izquierdo que sufrió en 2015, año en que Kraken celebró sus 30 años con una gira sinfónica.

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Finalmente el silencio se rompió desde la parte derecha del teatro, cuando un hombre prendió un pequeño parlante rojo del que sonó "Vestido de Cristal". Inmediatamente todos los presentes empezaron a corear con tristeza: "Olvidarle me da igual: no estoy mintiendo, ignoro su juego. Si su vestido de cristal se quiebra en silencio ¡Que débil es su disfraz". Mientras tanto, un tipo de unos 24 años, pelo largo y chaqueta de cuero parado recto frente al ataúd y con la mirada en el suelo, empuñaba en su mano derecha una bandera blanca con el logo de la banda.

La fila avanzaba lentamente y desde el parlante volvía a sonar "Vestido de Cristal". En el borde del escenario habían una camiseta con un logo hechizo de Kraken, una bandera que decía "Kraken Bogotá" y por alguna razón una pancarta con el logo de Sayco, que  desentonaba bruscamente la escena, como si el funeral del Titán fuera una especie de evento al cual ponerle publicidad. Pero bueno, ahí estaba junto a los pliegos de papel en los que la gente escribía sus mensajes.

Con el pasar de los minutos llegaba cada vez más gente al teatro. Rockeros viejos con sus camisetas de Kraken que subían serios a la tarima y bajaban llorando sentidamente, gente en trajes de oficina, señoras con camisas de seda y pelo corto mayores de 60 años. Todo tipo de personas se acercaron para despedirse. Muchos se iban cabizbajos, otros se quedaron esperando la hora de la misa. Afuera se paseaban personajes como el gestor cultural Román Gonzáles, David Rivera de Tenebrarum (quien tocó su violín la noche anterior durante la velación), Felipe Muñoz de Tres de Corazón, el escritor de música Daniel Meléndez, Alex Oquendo de Masacre y otros amigos que crecieron junto a Elkin y compartieron la vida y la música con él.

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Pasadas las dos de la tarde entraron vestidos de un horrible verde oliva oscuro e insípido los empleados de la funeraria que cargarían el ataúd hacía la Iglesia Metropolitana, ubicada a unas cuadras del teatro. En ese momento este estaba medio lleno y la policía fríamente arriaba a la gente hacía afuera, indiferentes de la tristeza colectiva que se respirada. En la calle un pabellón de honor rockero esperaba el ataúd.

La gente lloraba, algunos tomaban aguardiente con los ojos hinchados por las lágrimas, otros simplemente miraban hacia la nada con cara de desconcierto y la mayoría cantaba temas como: "Todo hombre es una historia", "Huella y Camino", "Escudo y espada", "Muere Libre", "Lenguaje de mi piel" y "Al otro lado del silencio" de Ángeles del Infierno.

Cuando llegó el cajón, los presentes entonaron con fuerza: "No vivas para ser, por temor, la presa de otros sueños. Se vive una vez para ser eternamente ¡libre!, ¡libre!". A penas subieron el ataúd al carro y cerraron la puerta, Juaco, un viejo artesano de La Playa, sacó su rondador y tocó una versión andina de "Wish You Were Here" de Pink Floyd. Cuando acabó se arrodilló frente al carro y dijo unas palabras. Al finalizar el ritual de Juaco, empezó la marcha fúnebre por la calle Ecuador rumbo la iglesia. En la marcha la gente siguió cantando los temas de Kraken, solo que ahora La Cigarrería J y Bolívar se unía a la procesión con sus parlantes y Juaco de vez en cuando tocaba de nuevo "Wish You Were Here".

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Así fue la procesión hasta cuando el féretro llegó a las puertas de la iglesia. Cantos, lágrimas y un rondador que entonaba la misma canción una y otra vez. Una vez que el cajón toco el piso del edificio de ladrillo, una especie de aura solemne se tomó el lugar. El gigantesco órgano tubular tocó una marcha y el ataúd fue empujado lentamente hacia el altar de mármol.  A los lados cientos de personas miraban en silencio la marcha de metaleros que caminaba lentamente al pulpito. Sin duda una imagen dantesca. Mechudos vestidos de negro, con camisetas llenas de calaveras llorando dentro de una catedral.

La ceremonia fue una típica misa católica. Pararse, sentarse, arrodillarse, rezar el padre nuestro, dar la paz en fin… Eso sí todo acompañado del respeto y el silencio de los presentes. Al final, Andrés Ramírez  acompañado de su primo, se dirigió al público. Con la voz quebrada habló de la fortaleza que le enseñó su padre y concluyó su intervención diciendo: "familia los amo. Familia Kraken, muchas gracias".

Mientras tanto, la formación actual de Kraken, la misma que lo acompañó durante diez años y con la que grabó su último disco Kraken VI: Sobre esta tierra, se preparaba para tocar por última vez junto a su maestro. Con un dolor que los carcomía por dentro, reflejado en sus rostros quebrados y rojos, tocaron "Huella y camino" y "Lenguaje de mi piel". Canciones coreadas por toda la iglesia con suma tristeza. El que no lloró en todo en todo el día, en ese punto se quebró. Era imposible no sentir la emoción de la gente y no pensar en la imagen de Elkin con su melena castaña cantando como nadie más lo hace. Con su registro único, sus agudos épicos y sus conmovedores graves.

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Era imposible no verlo sobre un escenario diciéndole a la gente que no la escucha. Era imposible no verlo caminando por la calles de Medellín, la ciudad que le dio la espalda, pero con la que al final se reconcilió. Era imposible no imaginarlo en Abbot y Costello brindando y hablando con la gente. Era imposible no repetir en la mente una y otra vez: "Se vive una vez para ser eternamente ¡libre!, ¡libre!". Cómo no derramar una lágrima porque ese hombre que ya nunca más caminará sobre esta tierra.

A la salida, a la par que la fresca tarde caía sobre Medellín y el Parque Bolívar se llenaba de prostitutas transexuales. La gente se despidió con los cuernos en alto de la carroza fúnebre que llevó el cuerpo para ser cremado en Campos De Paz.

Al final la vida volvió a su burda rutina. Como en todo funeral que se respete, la gente hizo decenas de promesas, habló bien del finado y se alabó la memoria del muerto. Pero solo los que caminaron junto a él en esa empedrada trocha que recorrió durante toda su vida saben lo que representó y lo que significa su ausencia. En esos días mucha gente aprovechó para hablar del rock, de la escena musical, de Elkin. Palabras que en muchos casos llegaron tarde y se irán pronto. Aún así el legado de Elkin Ramírez seguirá vigente, o por lo menos hasta que a algún sapo se le ocurra hacer una novela. Ahora no queda más que acostumbrarse a que en este mundo ya no canta el último titán.