FYI.

This story is over 5 years old.

Música

Pete Doherty me encerró en su tienda

Escuchamos reggae en silencio. Fue tan incómodo como se lee.

La semana pasada fui a una tienda vieja y descuidada que se jactaba de vender pedazos de la vida antigua de Pete Doherty y terminé pasando la tarde entera a solas con Pete y su novia, viéndolo hurgar entre sus cosas y luego echarse a dormir encima de una máquina de escribir.

Fue un día importante para mi porque Doherty fue mi héroe en la niñez. Con los Libertines y luego con los Babyshambles, fue el soundtrack de cada caminata hasta-la-madre-de-cidra por Trafalgar Square, y de cada fajecito borracho y con ropa en la cama de mis papás hasta que cumplí como 16. Pero tengo que ser honesto, mis días de gloria y los de Pete ya quedaron en el pasado. A la tierna edad de 34 ha perdido todo impulso creativo, fama y liquidez. En estos días está más apretado de dinero que un cinturón en el último agujero.

Publicidad

Supongo que por eso es que Pete abrió una tienda en Camden. Se llama Doherty & Martin: The Rag & Bone Collection y vende casi nada de valor por cantidades de dinero extraordinarias. Hay colillas de cigarro a £100 y papel para envolver por el doble de eso. Esencialmente, es un car boot sale (una costumbre británica de vender cosas, en lugar de hacer ventas de garaje, lo hacen en sus coches) atendida por un adicto al crack auto confesado. Me preguntaba con qué salía la gente después de dejar su dinero ahí. Esa fue la razón por la que fui a Camden a echar un ojo. No sabía la dirección exacta entonces llegué a Camden y le llamé a Suzi, quien atiende la tienda, para pedirle indicaciones. Me dijo que estaba cerrado hasta el sábado. Decepcionado, le dije que venia de muy lejos solo para ir a esa tienda pero me dijo que, desafortunadamente, no había nada que ella pudiera hacer. Me fui arrastrando por ahí, sacando muestras gratis de pollo de esas señoras chinas que parecen disfrutar alimentar por la fuerza a los turistas. Veinte minutos después me habló Suzi y me dijo que como había venido desde tan lejos tal vez podía encontrar a alguien que abriera la tienda por un rato. Le agradecí y me pregunté qué colección de colillas iba a comprar primero, si las de Kate Moss o las de Bobby Gillespie. Media hora más tarde, recibí un mensaje de un número desconocido:

Me quedé confundido. ¿Podría ser ESE Peter? Pete ha dicho que prefiere que le digan Peter. Pero es un nombre bastante común, especialmente en un mercado lleno de gente que usa rompe vientos carcomidos y vende postales viejas. Esperé a que llegara Peter. Luego esperé más. Y luego esperé otro rato. Eventualmente, recibí un mensaje en donde me pedía que fuera a la entrada de los Camden Stables. Era EL Peter, y venía con su novia Katya. Nos saludamos y me preguntaron si estuve esperando mucho rato. “¡Para nada!” respondí. Había esperado tres horas y siete minutos.

Publicidad

Antes de que tuviera chance de preguntarle a Pete el significado detrás de “Breck Road Lover” o si alguna vez le ha caído la RSPCA por su infestación de gatitos, la lujuriosa pareja ya se había adelantado. Yo era el mal tercio. Tuve que correr para alcanzarlos y reintegrarme en la conversación. Decidí preguntarles sobre su día. Katya dijo que tenían un poco de prisa porque Pete tenía una tocada en París más tarde. “Siempre hay prisa”, respondió Pete. Se veía exactamente como se imaginan: alto, flaco, con unos cuantos pelos grises en la cabeza a consecuencia de su vida loca, con sus 34 años bien puestos y casi todos mis 21 también.

Pete abriendo su tienda.

Entramos a los Stables y Pete abrió la tienda. Estaba iluminada con una luz baja y tenía cada espacio disponible lleno de posters de giras, latas, viniles, artículos viejos de revistas y millones de colillas de cigarro.

Había memorabilia suficiente de los Libertines, Babyshambles y Doherty como para llenar un salón de fiestas. Le pregunté de dónde había salido todo eso. Encogió los hombros y dijo “lo compré todo de lotes de antigüedades, son justo las cosas que quería vender.” Le pregunté dónde pasa la mayor parte del tiempo, si en Londres o en París. “Sobre todo en París.” Le pregunté que con quien se está quedando en Londres, pero me regresó la pregunta y me dijo “¿dónde te estás quedando tú?” y luego murmuró “con amigos”.

Mientras veía todo lo que hay en la tienda, me pregunté si Pete tenía una cosa favorita que estuviera a la venta. Cuando le pregunté si había algo realmente especial para él, señaló un cofre del tesoro. “¿Hay algún tesoro ahí adentro?” le pregunté. “Ya no…” murmuró. Luego se aventuró a la parte de atrás de la tienda y puso un disco de reggae. Nos sentamos ahí en silencio escuchando reggae.

Publicidad

Después de un rato noté los mensajes en una botella y me pregunté qué declaraciones icónicas les daría Pete a sus fans. Mencioné las botellas y me dijo que adentro habían canciones y poemas. Le pregunté de qué tratan las historias. “Son sobre… eh, no, no, no, termina en… eh, tendrías que comprarlas para averiguarlo” me respondió. Por £100 cada botella mejor me espero a que salga la versión para Kindle.

Estábamos sentados en silencio. Pete levantó una guitarra y se puso a improvisar sobre la canción que estaba sonando. Pude vislumbrar un poco de su talento, ese que siempre pasa desapercibido en los tabloides y que la gente que escribe en blogsitos sarcásticos decide evadir por completo. Después tocó una canción de blues, aullando hasta el tope. Le pregunté si podía contarme la verdad sobre los rumores que cuentan cómo Carl le enseñó a tocar la guitarra. “Nunca he aprendido escalas realmente. Debería, algún día.” respondió. Después, me deleitó con una interpretación de “Big Spender”.

Le pregunté a Pete qué objeto es el que más ha coleccionado a través de los años. Señaló su colección de latas y me dijo que la mayoría de ellas son más viejas que él. Se fijó en una lata en particular, igual de oxidada y vieja como las otras latas de mostaza de 1940, pero Pete parecía espantado por verla ahí. “Nunca vendería ésta” dijo. “Es la que más vale, pero nunca la vendería.” Las otras latas estaban marcadas en £200 cada una. Debería haber buena mostaza ahí dentro en alguna de ellas.

Publicidad

Pete pasó un rato hurgando en una caja llena de recortes viejos de revistas y separó una vieja entrevista de la NME. Se sentó frente a una máquina de escribir, metió la hoja en el carro, y empezó a teclear, el texto cubría el lado de papel que tenía su cara impresa. Cuando me asomé a ver lo que hacía para ver si estaba escribiendo un poema, me lanzó una mirada sucia y me pidió que lo terminara. Me reí, pero me pidió de nuevo que terminara la historia. Las únicas palabras que podía ver eran “two people”, escritas en una tinta borrosa. Escribí algunas palabras al azar. Después, Pete terminó la historia, juntando montones de palabras que aparentemente eran elegidas al azar.

Pete, dormido. IEstaba curioseando por la tienda, esperando encontrar una colección de uñas de los pies de Scarborough Steve, cuando me di cuenta de que Pete se había quedado dormido encima de la máquina de escribir. Su jeta aplastando las teclas. No supe qué hacer. ¿Lo debía despertar? ¿Le debí haber dibujado una verga en la cara con un plumón indeleble? ¿Debí meterle la mano a una cubeta de agua helada? Mientras ponderaba mis opciones, se sacudió y me preguntó quién era. Le recordé que me estaba dando un rol por la tienda. Continuamos con el recorrido y me enseñó su colección invaluable de banderas comunistas. “Valen mucho dinero” dijo. “No las quiero vender, por eso las tengo aquí atrás.”

Aparentemente en un arrebato nostálgico y sintiendo una especie sabia lucidez, Pete me dijo que hacer tus sueños realidad es un proceso lento. Le pregunté sobre los Libertines y me dijo “Sólo tenía diecinueve años entonces. Éramos una banda muy distinta a lo que somos ahora. Puedes lograr lo que sea, bueno, no lo que sea, pero algo cercano a eso, si realmente te concentras en eso y pasas todos los días pensando y haciendo cosas para lograrlo.”

Publicidad

Cuando hablas con gente que no conoces, de pronto la conversación te lleva a lugares inesperados. De alguna manera, Pete y yo nos terminamos hablando de globos aerostáticos y le dije que siempre he querido volar en uno. Pareció emocionarse, y me dijo que tenía un libro que podía gustarme. Escarbó en el librero que tenía detrás de él, prendió su encendedor para usarlo como linterna, sin importarle que podía incendiar cualquiera de los montones de papel que había ahí. No encontró el libro. Finalmente le pregunté sobre su vida diaria esperando una respuesta entre pasar los días sentado en un sillón viendo Breaking Bad o stalkeando viejos miembros de Rough Trade Records en Twitter. “Casi todo el tiempo lo paso con Katya. Solía escribir canciones para conseguir amor, pero ahora que ya lo tengo ya no siento la necesidad de hacerlo”. “¿Son muy parecidos?” Le pregunté. “No, para nada. Tenemos personalidades muy distintas. Ella no se droga. Yo sigo un poco perdido…” dijo.

En algún punto, Katya llegó con una copia nueva de Wind In The Willows de Kenneth Grahame, un vaso fresco de Pimms y una limonada para Pete. Me di cuanta de que había sobregirado mi bienvenida y que, siendo realista, no tenía £500 para pagar un pedazo de cartón con la cara de Pete Doherty tamaño real. Le agradecí el rol, le deseé que le vaya bien en su tocada en París y saqué mi cámara para tomar una última foto. “Creo que ya tienes suficientes fotos, viejo” me dijo. Y con eso, me fui.

Publicidad

No estoy seguro de saber si Pete superó mis expectativas. De lo que sí estoy seguro es que es propenso a momentos de grandeza siempre marcados por largas pausas y miradas al espacio. Es un espíritu libre y, sin alguien que lo esté trayendo de regreso al suelo, siempre va a estar espirografeándo a través de su carrera. Es lindo de esa manera. Y no estoy seguro de que ningún otro icono del rock en el mundo se pueda tomar una tarde para pasarla un rato en su tienda con un fan. Ni aunque estuvieran muriéndose de pobres.

Relacionados:

El terrible legado de los Libertines

PornStar Playlists: Anna Polina

Echamos un vistazo a la exposición de Bowie en Berlín