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Música

Weezer: Veinte años de miseria

La gran W: el cobijo de los cachazapes de la secundaria. Ser teto es chido.

Estoy escuchando el nuevo disco de Weezer y por nuevo, me refiero por supuesto, a la antigüedad del lanzamiento, ya que la banda no ha sacado nada “nuevo” en mucho tiempo. Lleva por título un lamento quejica que cansa desde el principio: “todo va a estar bien al final”. Exactamente, al final. La primera canción es prácticamente la misma que las de los últimos cuatro discos. Empieza diciendo que no tiene a nadie que lo ame, que está solo y prácticamente que no ha salido de la recámara en donde se masturbó desde hace veinte años pensando en esa chica de la escuela que se parecía a Mary Tyler Moore, o en algún otro monstruo como de película de John Carpenter.

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Para cuando llego a final del álbum encuentro una suite dividida en tres: “The Waste Land”, “Anonymous” y “Return to Ithaca”. Justamente, al final, todo está bien. Esa tripleta destaca del resto porque tiene un pianito emocionante y unas twin guitars que definitivamente me gustaría escuchar en vivo. Bajo el scroll de Spotify, cruzo rápidamente ese bodrio de álbum que tiene en la portada al gordo eterno de Lost y trato de llegar hasta el disco azul. Weezer. Ese disco compacto que hace veinte años catapultó a Rivers y a su banda a un lugar entrañable, cuando MTV ponía música (todavía) y convertirse en estrella de rock parecía sencillo. Ellos lograban ese efecto. Sólo había que ser introvertidos, tener peinados de subnormales y utilizar los lentes del abuelo. Al menos, eso parecía. La gran W: el cobijo de los cachazapes de la secundaria, los de las canciones irónicamente miserables que provocaban risa y llanto. Todo a la vez.

Aquí es donde le ponen play.

El disco azul de Weezer no está en el catálogo de Spotify. Eso debe ser una buena señal. Es de esos álbumes que ocupan lugares privilegiados en las listas de los mejores debuts de la historia, en los 1001 que cualquier amante de la música debe tener en su colección, en las repisas de millones de adolescentes eternos como yo. Hay que regresar por el CD y subirle al volumen. Hay que celebrar veinte años de miseria, y eso no puede ser instantáneo: en shuffle, no se puede poner en un playlist “para la fiesta”. No. Weezer se tiene que cantar desaforadamente, mientras te tocas el corazón y te conviertes en un air guitar hero.

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Una canción tras otra. Un madrazo, otro. Más air guitar, más coros que se pasan como ácido de batería por la garganta. Una máquina del tiempo. Cada una de las estrofas de ese álbum contiene verdades, recuerdos, momentos que vale la pena recordar, y que justifican que veinte años después Weezer siga tratando de replicarse. La miseria ama la compañía, y esa es la razón por la que se escuchan múltiples capas de voces a lo largo de esos 41 minutos de regodeo en la mierda.

Por eso vale la pena revisitarlo. Porque es rock and roll puro. Es el póster de Ace Freheley en la pared que mira con esos ojos cómplices, nunca de juicio. No es necesario vestirse con ropita ajustada de Urban Outfitters y darse unas tracas para disfrutar “el evento” de la música. No importa lo que digan los críticos del nuevo disco. Vale madres que sus canciones sean iguales y que lleven haciendo lo mismo durante años. Teto es chido. Teto es divertido.

Mírame desentrañarme, pronto estaré desnudo. Tirado en el piso, me deshago.

Esta es la primera entrega de la columna de nuestro amigo Baxter. Un adolecente eterno de manos torpes, guitarras duras y corazón frágil. Puedes seguirlo en Twitter: @elbaxter