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Comida

Los aviones son mis restaurantes favoritos

La comida de avión tiene una mala reputación, pero me cuesta mucho trabajo ver cuál es el problema de que te sirvan durante siete u ocho horas en un vuelo transatlántico mientras no haces nada más que ver comedias románticas y estirar los dedos de los...

En los últimos tres años he pasado mucho tiempo en el aire. Vivir en Los Ángeles y en Nueva York, además de visitar a mi familia en Londres tanto como fuera posible, significó que me convirtiera en miembro del club de millas. Y la verdad, disfruté cada una de las comidas que tuve ahí arriba, en las nubes.

La comida de avión tiene una mala reputación, pero me cuesta mucho trabajo ver cuál es el problema de que te sirvan durante siete u ocho horas en un vuelo transatlántico mientras no haces nada más que ver comedias románticas y estirar los dedos de los pies de vez en cuando, solo para evitar los calambres. Un artículo reciente se quejaba sobre la calidad de la comida en los vuelos modernos, señalando que el aire acondicionado seca la comida de avión y para evitar la sequedad se necesitan muchas salsas muy condimentadas. Esto, combinado con el adormecimiento de los sentidos y de las glándulas del gusto—consecuencia de las cabinas presurizadas—tiene como resultado una experiencia culinaria poco inspiradora.

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No estoy para nada de acuerdo.

Para empezar, ¿a qué persona normal no le gustan las comidas salseadas? Las salsas hacen de la comida algo sexy. Una salsa cremosa y seductora es la lencería de la comida —no enteramente necesaria, pero sí una agradable sorpresa de vez en vez.

La carne de las aerolíneas está usualmente empapada en algo y los platos de pasta vienen con por lo menos el doble de salsa que te servirían en la tierra. El mes pasado, cuando volaba hacia Londres, comí lo que considero han sido los mejores macarrones con queso de mi vida (en un vuelo de Bristish Airways). Eran pedazos grandes y pesados de pasta perfectamente cocinada y envuelta en capas de queso cremoso, con poro picado encima. Sino fuera una persona que considera que a 35 mil pies de altura es difícil conseguir porciones extra de comida, hubiera pedido un segundo plato sin pensarlo.

Verás, la comida de avión siempre se sirve en cantidades justas: un plato fuerte del tamaño de una mano, un pequeño círculo de ensalada, un pedazo robusto de pan—para mojar en el jugo sobrante del pato fuerte—, un pastelito pequeño y húmedo—algo que, por cierto, no pedería en la tierra, pero que me encanta comer cuando me lo llevan al asiento 23A mientras por la ventana veo una parte de los cielos de Canadá—.

Me atreveré, incluso, a decir que la comida de avión es como el lonch perfecto preparado por tu madre; a diferencia de que aquí nadie te va a robar tu comida deliciosa.

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Desafortunadamente, la comida en los aviones no es algo igual de divertido para las personas que la sirven. «La comida es la pesadilla de las azafatas», me cuenta mi amiga azafata en un mail enviado desde el lugar exótico donde se encontraba por el momento. «Es lo que causa más problemas a bordo de un avión, porque siempre hay comidas especiales que no llegaron y siempre hay alguien que quiere algo especial. Y cuando un pasajero lúcido y normal no obtiene lo que quiere, puede convertirse rápidamente en un idiota insoportable con actitud infantil».

Ella me explica que las comidas son preparadas con un mes de anticipación, lo que puede ocasionar quejas sobre la frescura. «Las comidas tienen un límite respecto a cómo deben lucir y saber cuando se recalientan», dice la azafata secreta. «Además, todo es cubierto con una capa de grasa, porque cuando se calienta la grasa se derretirá y mejorará el sabor incluso de las verduras al vapor».

Mmmm… capa de grasa.

Tal vez te sorprenda que el personal de las aerolíneas come lo mismo que los pasajeros. Aunque, obviamente, toman la comida de las cabinas premium y no de las económicas. Si buscas la comida más fresca que tu restaurante con alas pueda ofrecerte, la azafata secreta te aconseja ordenar un plato de frutas o una comida baja en calorías antes de viajar. «La mejor comida es en realidad la comida infantil», dice. «Generalmente es comida confortable, como nuggets de pollo o croquetas de pescado con puré de papas».

La comida reconfortante es la especialidad de los aviones, especialmente cuando se trata de aperitivos: un poco de helado de vainilla, un paquete de pretzels salados, los sándwiches pequeños, el tubo de plástico con jugo de naranja. Luego está mi santo grial de la comida de aerolínea: la pizza en caja que te dan a mitad de camino en los vuelos transatlánticos de Delta. Más blanda que la pizza de Chicago y de masa más fina que la de Bushwick, es un rectángulo pegajoso del placer. Con su salsa jugosa y queso potente encima, es un carbohidrato adormecedor que tal vez sea mejor tranquilizante que la melatonina. Tal vez ese sea el punto: llenar a todo el mundo con almohadas de carbohidratos para que se duerman y no den lata a las azafatas.

Si la comida no logra ese resultado, siempre puedes confiar en el alcohol.

No solo el avión es el mejor lugar para tomarse un Bloody Mary, también es el mejor lugar para pasar la cruda. No dejes que nadie te convenza de que no puedes beber la noche anterior a un vuelo–¿en que otro lugar, además de la casa de tus padres, te sirven como a un pequeño bebé, te sirven comida frente a ti mientras miras televisión y después de media hora te retiran los platos sucios para que puedas dormir y eliminar el dolor de cabeza que te provocó el exceso de vino tinto? Exacto—.

El día en que no me entusiasme más viajar en avión va a ser un día muy triste en verdad. Brindo por la experiencia culinaria más cómoda y reconfortante que existe en el mundo.