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Música

Y el ángel vio el asno: A propósito del último disco de Nick Cave

'Skeleton Tree' es de una intensidad asombrosa. Muestra a una persona herida y quebrada. Pero es un disco sin salvación. Quizás porque ésta no existe en el arte. A pesar de ello, es una obra conmovedora que supura, en misma proporción, dolor y amor.

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Los mundos que Nick Cave and the Bad Seeds crea en sus discos no sólo son mundos ficticios, sino también siniestros. Se trata de mundos poblados por psicópatas, por mujeres misteriosas que mueren a manos de hombres violentos. Son mundos en que existe algún dios, unas veces intervencionista, otras no, y en que no hay rastro de bondad. From her to Eternity (1984), The Firstborn is Dead (1985), Kicking Against the Pricks (1986), Your Funeral…My Trial (1986), Tender Prey (1988), The Good Son (1990), Henry's Dream (1992) o Let Love In (1994) describen ese mundos de amor corrompido, del deseo nauseabundo por el asesinato y el sexo, que, en Cave, muchas veces son indistinguibles.

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Durante los años ochenta y los primeros noventa, Nicholas Edward Cave, la persona, no el músico, parecía indisociable de esos mundos devastados. No hacía mucho esfuerzo por separarse de ellos, tratando con agresividad a su propio público – nada comparable, en todo caso, a su época de Birthday Party– y a la prensa; esta última compraba, no sin quejas espurias, al personaje. En una crónica-entrevista de 1987 ("De la misoginia, el asesinato y la melancolía: un encuentro con Nick Cave"), Simon Reynolds decía de Cave que "se alimenta de cierto déficit de humanidad esencial". Cave, al menos a ojos de la prensa, se comportaba, o lo intentaba, como uno de esos seres que habitaba sus propias canciones. Mucha gente interpretaba de forma literal sus canciones, como si Cave, en su vida cotidiana, fuera un psicópata, o como si la ristra de cadáveres que un lunático deja en "O'Malleys Bar" (en Murder Ballads, 1996) fuera un episodio autobiográfico.

Simon Reynolds decía de Cave que "se alimenta de cierto déficit de humanidad esencial".

Pero todo indica que Cave era y siempre fue una persona sensible, aguda e imaginativa con hábitos literalmente tóxicos y un poco pasada de vueltas en su juventud. Nada más que eso. Si él carecía o se nutría de cierto déficit de humanidad esencial entonces no sólo muchos músicos, sino muchas personas también carecen de ella.

Poco a poco su comportamiento y sus hábitos fueron cambiando, pero no así el contenido de sus canciones. Su permanente diálogo con la biblia, su coexistencia ambigua con el pecado o con la redención o la sospecha de que todo amor está destinado a morir por algún tipo de violencia, poética o física, seguían siendo el epicentro a partir del cual creaba esos mundos tenebrosos. Murder Ballads (1996), No More Shall We Part (2001), Nocturama (2003), The Abattoir Blues/The Lyre of Orpheus (2004), Dig!!! Lazarus, Dig!!! (2008) o el penúltimo Push the Sky Away (2013) abundaban en esos mundos creados por Cave y por los que se paseaban diablos, vampiros y otras criaturas igual de saludables. Nick Cave and the Bad Seeds, con una perseverancia y un compromiso creativo notables, fueron creando una obra profunda y arriesgada hasta tocar con la punta de los dedos ese cielo que, como dice mutatis mutandis el verso de San Juan de la Cruz, está prometido sólo a aquellos pocos que adquieren el privilegio de la libertad artística absoluta.

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Hay, sin embargo, dos interrupciones en esa voluntad frenética por crear mundos siniestros. Dos veces en las que esos mundos imaginarios y baldíos no son el resultado del trabajo artístico de Cave, sino su causa. The Boatman's Call (1997) narra, con sobriedad oscura, la herida y el luto subsiguiente a una ruptura amorosa. Si en los otros discos era Cave quien creaba esos mundos baldíos, en este disco el australiano invirtió la fórmula: era un mundo baldío, de desesperación y de desamparo, su mundo real en aquel momento, el que daba a luz ese disco.

La segunda ocasión en que esto ocurre es en Skeleton Tree (2016). En el verano de 2015, el hijo de Cave, Arthur, de quince años, se despeña por un acantilado cerca de Brighton – donde se había establecido la familia unos años atrás – y muere pocas horas después. Por segunda vez, es un mundo baldío el que crea un disco de Nick Cave, y no viceversa.

Skeleton Tree es un disco distinto de los demás de los Bad Seeds también desde un punto de vista musical. Si en los años ochenta y noventa esa manera post-punk y algo barroca de lidiar con lo oscuro se debía, en lo musical, a Blixa Bargeld y, en menor medida, a Mick Harvey, con el abandono de Bargeld (en 2003), y posteriormente de Harvey (en 2009), el mando musical pasa a manos del atolondrado Warren Ellis. Procedente de los Dirty Three, Ellis, que ya colaboraba desde finales de los noventa con los Bad Seeds, cambia su sonido hasta el punto en el que si alguien escuchara en una misma secuencia From Her to Eternity (1984) y Skeleton Tree pensaría que el vocalista ha fundado una nueva banda. Y en realidad, de manera progresiva, así ha sido. Con esto no quiero sugerir que Nick Cave haya construido una banda a su medida. Y es verdad que mientras los Bad Seeds de Mick Harvey y Blixa Bargeld sonaban como el martillo de la fábrica de Twin Peaks, forjando sonidos ásperos para enmarcar paisajes de sequía moral perenne, los Bad Seeds de Warren Ellis tienen un sonido más limpio, casi aséptico, el cual dilata los paseos por esos mundos terribles. Si con Mick Harvey y Blixa Bargeld las visitas a esos mundos baldíos, hijos de la fantasía perturbada y perturbadora de Nick Cave, eran visitas sonoras vertiginosas, los paseos que comanda Warren Ellis son menos invasivos para la voz de Cave y ofrecen más tiempo para contemplar con tranquilidad el paisaje en ruinas. En Skeleton Tree no queda rastro alguno ni de Harvey ni de Bargeld. Para algunos esto último significará que no queda rastro de los Bad Seeds. Para otros, en cambio, sólo significará que los Bad Seeds hacen lo imposible por no caer en la nostalgia.

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"Jesus Alone", la canción que abre Skeleton Tree, fue escrita antes de la muerte de Arthur. Sus primeros versos rezan así: You fell from the sky / crash-landed in a field / near the river Adur.

​No es sólo la carga profética de estas palabras lo que más impresiona – al fin y al cabo hay decenas de canciones de Nick Cave que acumulan desastres parecidos –, sino la decisión de empezar

este

disco con estas palabras. Cave va al encuentro del dolor a dentelladas y Warren Ellis lo acompaña con una susurrante oleada de pájaros nocturnos. En "Rings of Saturn" el ritmo se acelera un poco pero la oscuridad permanece, acompañada, de nuevo, por el sintetizador de Ellis, que suena como el último alarido de una computadora que, habiendo resuelto el dilema de Philip Dick, estaba viva y sentía y padecía como un humano hasta un momento atrás. "Girl in Amber" es una clásica elegía à la Nick Cave, atravesada por los suspiros, la sangre y un teléfono que, después de sonar insistentemente, deja de sonar, anunciando más oscuridad. La voz de Cave en "Magneto" suena frágil, reflejando que su dueño se encuentra sobrepasado:

Oh, the urge to kill somebody / was basically overwhelming.

Y ni las risas ni el amor de su mujer pueden impugnar la devastación: We saw each other in heart / and all the stars have splashed / and splattered 'cross the ceiling.

"Anthrocene" tiene una atmósfera parecida a la "Jesus Alone", a saber, la atmósfera que circunda un decorado tétrico, un decorado que, excepcionalmente, se ve sonoramente iluminado por algunas notas discontinuas de piano, notas que dotan a la canción de la falsa percepción de que puede haber derrumbes dulces. La canción tiene un loop rítmico que, invocando infielmente a William Basinski, narra la desintegración de Cave. "I need you" es lo más parecido a una balada que acoge el disco. Cumple un poco la función de "Into my Arms" en The Boatman's Call, es decir, hacer algo más digerible, para quien escuche, el penúltimo crujido vital de Cave. "Distant Sky" suena como un lamento irlandés, con una voz de soprano que suena tan distante como ese cielo que evoca el título de la canción. "Skeleton Tree" cierra el álbum homónimo con un verso que pugna, con todas las de perder, con el resto de versos del álbum: And it's alright now.

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Cuando Nick Cave era casi un veinteañero, su padre murió en un accidente de coche en Australia, su tierra natal. Ese evento hizo que Cave despegara: "Me marché. Es como si hubiera salido despedido de Australia. No sentí nada durante mucho tiempo, simplemente despegué" (Jessamy Calkin, "Hágase la luz", The Daily Telegraph, 17 de marzo de 2001). La reacción de Cave ante la muerte de su hijo es exactamente la opuesta a la que tuvo con la muerte de su padre. Cuando su padre murió, Cave huyó para no pensar y no sentir. Cuando murió su hijo Arthur, Cave se quedó, en todos los sentidos, para sentir. Y sintió a tumba abierta, grabando Skeleton Tree. 

​Una vez escuché una conversación entre un famoso escritor y un lector suyo. El lector sostenía que hacer una obra de arte – o al menos escribir un libro – significa quitarse el disfraz hasta quedar desnudo. El escritor sostenía, en cambio, que escribir o crear arte es ponerse un disfraz, es imaginarse a sí mismo si uno no fuera uno mismo y viviera en un mundo distinto. Nick Cave siempre, o casi siempre, fue partidario de ponerse el disfraz de demonio, o, en el mejor de los casos, de ángel caído, que vaga por las trincheras de los instintos humanos más bajos, creando con insultante facilidad mundos abyectos. Pero en

Skeleton Tree

– como antes ya había ocurrido en

The Boatman's Call

– Cave se quita el disfraz y, a diferencia de sus otros discos, en este podemos ver que la sangre que corre por sus canciones no es la de los demás, no es la de los asesinos ni de los asesinados de esos mundos retorcidos, no es ni siquiera la de su malogrado hijo – Cave ha evitado siempre con maestría, dada la temática de sus canciones, el morbo– sino su propia sangre en forma de lamento. En la elipsis que va desde la muerte de su padre hasta la de su hijo, Cave se enfunda en el principio el traje de príncipe de la oscuridad para finalmente despojarse de él porque la oscuridad ya no pertenece a ningún mundo imaginario, sino a cualquiera de sus días en Brighton desde el verano maldito de 2015.

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Cave se enfrentó al luto que nació ese verano con lo que siempre se ha enfrentado a todo lo demás, es decir, componiendo música. Quién sabe si en algún momento, antes, durante o después de la grabación del disco, Cave buscó salvación en Skeleton Tree. El disco es de una intensidad asombrosa, muestra a una persona herida y quebrada. Pero no hay salvación en él. Quizás porque no hay salvación en el arte. A pesar de ello, se trata de un disco conmovedor porque supura, en la misma proporción, dolor y amor.

La paradoja quizá sea que aunque Skeleton Tree es uno de los acontecimientos musicales en su género del año, es un álbum demasiado extraño – ¿quizás por minimalista? – en la discografía de Nick Cave and the Bad Seeds como para situarlo entre sus mejores producciones. Para los viejos fans de la banda es, probablemente, un disco irreconocible. Pero también es cierto que este disco hace que, como letrista, Nick Cave suba definitivamente ese peldaño que lo sitúa en el altar de sus idolatrados Bob Dylan o Leonard Cohen.

En 1989 Nick Cave publicó su primera novela, Y el asno vio al ángel. Se trataba de una historia más horripilante que extraña en algún lugar del sur de Estados Unidos. El mundo que trazaba Cave en esa novela era una continuación temática de sus canciones, con las obsesiones de Cave lanzadas y desarrolladas aún de forma más exagerada. Casi treinta años después, la broma de Cave se invierte para hacerse terroríficamente verdad. Ahora es el ángel oscuro el que vio el asno.