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Música

San Felipe ya ni es punk: el mito fantástico del rock urbano

Ni todo San Felipe es Punk y no todo lo naco es chido versa el dicho popular.

Pal Emma y el Fabo, compañero de ‘refuego’.

Ni todo San Felipe es Punk y no todo lo naco es chido versa el dicho popular.

-“¿Qué se quiere pasar de verga, pinchi morro fresa de la Condesa? Queriendo hablar de rock urbano en un medio fresa”.

- ¿Fresa? Si hasta la Banda Bostik ya toca en el Vive Latino y el Haragán cobra más de cien varos por verlo en el Lunario. Y el Lora hace años que se afresó.

- “¡Voy! No te prendas, ese, que el Vive lo único que tiene de fresqui es el precio y no te confundas, no todo es ‘Barata y descontón’ ni el Valedores Juveniles”.

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Hace algunas semanas, Peter Rehberg, fundador del legendario sello independiente y experimental Mego, radicado en Austria, dijo que "la música indie es tan mala como el mainstream, la única diferencia es que mueve menos dinero". Nada más contundente para los detractores de los grandes sellos, un chingadazo en la cola para todos esos puristas defensores de “lo real” en el rock mexica, aquellos que creen que por hablar de calles, monas y redadas ya se es más genuino que otros.

Nada más alejado de la realidad. En todos lados se cuecen habas y hasta el más chimuelo masca rieles. Ciertamente existen varias cosas que resultan verdades a medias en el rock nacional, y que de a poco se han convertido en clichés y prejuicios que pesan como lápidas: que si la escena moderna y local suele verse a sí mismo, que si osa pensar que por tener una propuesta radiable, un Facebook con hartos followers y muchas presentaciones en El Imperial y el Pasagüero ya la armó, etc. Sí, ya vas.

En contraparte están los eternos urbanos, esos fans que gustan de un rock que les habla de su realidad, la de verdad, la que sucede en la periferia de la ciudad y que se remoja en activo y en pobreza, se peina apache, con un poco de blues y acordes sencillones, directos y macizones. Música pa’ felones, rock de culeros. Sin embargo, el chamuco no sólo está en la rola deLuis Álvarez sino en los matices.

Mucho se argumenta que el rock urbano le toca a la raza, a la moreniza marginada. Sí, es cierto, pero también sería un error pensar que detrás de sellos como Discos y Cintas Denver sólo hay amor al arte. Muchos de los artistas del género ganan bien y se han encargado de hacer del rock urbano una caricatura de sí mismo, una apropiación mala del rock gabacha, como bien puede ser Charly Montana, con todo y que lleva a cuestas discos tan cabrones grabados en sus años de gloria con Mara y Vago.

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El rock urbano viene de una tradición marginada inmediata, esa que sufrió la censura y la persecución en los albores de la década de los setenta. Entre ellos había varios exponentes que cimentaron bases sólidas y generaron una escena con credibilidad. Rockdrigo González y los rupestres, y sobre todo los sobrevivientes de Avándaro, Three Souls in my Mind parecían capitalizar y hacer una escena seria y contundente. El máximo esplendor vino en los ochenta y la primera mitad de los noventa. Varios músicos de jazz mexicano le llegaron a entrar al quite, y artistas como Cecilia Toussaint, Jaime López y Botellita de Jérez entablaron un puente con un público que en principio sólo estaba relegado a los hoyos funky. La historia ya está sobadísima, es de todos conocida y puede leerse en sendos textos de Federico Arana, David Cortés, las cintas de Sergio García en riguroso Súper 8, o algunas líneas de Chava Rock, José Xavier Navar o cualquier pluma promovida por en el puesto del Chelico en el Tiánguis del Chopo.

El rock urbano persiste y sigue hablándole a “la raza” en el Centro Cívico de Ecatepec, en la Adolfo López Mateos o en el Centro de Convenciones de Tlalnepantla. Se cobra barato y se baila aún de a brinquito con jeans ajustados y Converse puteados. Sin embargo, las luminarias viven bien de sus discos emblemáticos, llámense Un toque mágico de Tex Tex (1988), el Valedores Juveniles de El Haragán y Compañía (1992), el Suicida de Vago (1992), María de Liran´Roll (1993) o Del Barrio de Banda Bostik (1992).

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A mí la raza me vale verga

En una ocasión, por ahí de 2001, me topé en una peda en Ecatepec con el baterista en turno de la banda de hardcore Graffiti 3X, quien ya entrado de jale me confesaba que quería dejar la banda para dedicarse a la contaduría, algo que “sí le dejara lana”. Yo le argumentaba que la decisión seguro era complicado dado el arraigo que el grupo tenía con la banda, a lo que el bataco contestó “a mí la raza me vale verga, yo quiero dinero. ¿Has visto al Amaya del Síndrome (del Punk)? Pinche casota y lana que tiene el wey. Pero eso sí, le canta a la raza”. La bonanza financiera y el buen estilo de vida no están peleados con la credibilidad del pueblo. En una entrevista con Rulo en Reactor, Luis Álvarez declaraba su gusto por tocar en el extranjero para la banda migrante porque “allá cobramos en inglés”. Charlie Montanna, con todo y su decadencia y ridículo mediático seguro ha sacado su buena lana. Que se lo birlen y no sepa administrarlo, y haya perdido hasta el patrocinio de Jack Daniel´s como uno de los máximos coleccionistas mundiales de la marca, es otro cantar. La lana es la lana, aquí y en Chiconautla.

El rock urbano parece gozar de la misma salud de siempre, con carteles kilométricos y entradas económicas, sin embargo su fuerza y trascendencia parece vivir aún en las glorias pasadas. Como toda corriente musical, ha sido susceptible de gustos y críticas, opacadas en la mayoría de los casos por la pasión y el arrebato. Grupos punks como Rebel´d Punk, Síndrome o Espécimen nada le piden a agrupaciones como División Minúscula o esa infamia llamada De Nalgas. Pero para otros músicos de la escena hardcore mexicana, esa que mamó de Massacre 68, Sedición o Herejía, bandas como las ya mencionadas o Vómito Nuclear no aportan nada al género. El diablo y la división está en los matices y las apreciaciones. Resulta patético ver que aún hay quienes discuten si el ya fallecido Illy Bleeding de Size o el Aknez de Massacre 68 fueron “el primer punk” en México.

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Dos años previo a su muerte, en una fiesta en Valle de Chalco, me encontré a Illy Bleeding diciendo que el punk mexicano después de él no tenía mucho sentido y que la música más perrona la tenían los ingleses. Del otro lado de la fiesta estaba Charlie Montanna, queriendo acaparar reflector y quejándose de que lo estigmatizaran por “Tu mamá no me quiere”. Del otro lado, al final del Chopo, me topé hace dos años con Baudelio Ayala, líder de la banda metalera Inquisidor, al que la lana nunca le sonrió y en su lugar mete todo el billete de su chamba de oficina en revivir la leyenda que forjó en los ochenta. Para él, la raza del rock urbano tiene más sentido que nunca.

A favor siempre prevalecerá la música y esa es toma y queda, sobrevive descalificaciones raciales y prende morras clasemedieras en espacios seguros, lo mismo que en sudor del arrabal. Todo lo demás, los mitos, las diatribas y los pleitos por protagonismos y regalías queda en el anuario y la comidilla de aquellos que gustan hacerla de pedo siempre.

“Mira, wey, tas bien pendejo. Mejor préndete y ponle play a esa madre del ‘espotifai’”.