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Familias se reúnen con sus seres queridos deportados en medio del Río Grande

Un evento llamado Hugs Not Walls reunió a 400 familias que habían sido separadas por deportación.

La semana pasada, Denise Gómez, de 22 años de edad, y su madre entraron al Río Grande, bordeando la frontera entre El Paso, Texas y Juárez, México. Sus pies estaban envueltos en bolsas de basura mientras cruzaban el agua fría y poco profunda para abrazarse. La madre de Gómez fue deportada a México hace diez años y Gómez, una inmigrante indocumentada que todavía vive en Estados Unidos, no la ha visto desde entonces.
"No dijimos mucho", me dijo Gómez. "Sólo lloramos y nos abrazamos."

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Gómez fue una de los casi 5.000 individuos que se reunieron brevemente con sus seres queridos como parte del tercer evento de Hugs Not Walls, organizado por la Red Fronteriza por los Derechos Humanos(BNHR), una organización sin fines de lucro con sede en El Paso. El evento requirió una coordinación enorme entre BNHR y sus homólogos de Juárez para registrar y hacer coincidir a las familias que se reunieron en medio en grupos de diez, a cada una se le permitió sólo tres minutos para abrazarse antes de regresar cada quien a sus lados correspondientes de la frontera.

"Este es un acto de humanidad y de amor", dijo el director de BNHR, Fernando García, que habló ante las 400 familias alineadas detrás de las vallas que flanquean ambos lados del río, cada una esperando su turno para bajar por las rampas de concreto y encontrarse con sus seres queridos antes de ser escoltados por la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos y la policía federal de México.

El evento de este año tuvo un sentido añadido de urgencia apenas días después de que el Presidente Trump firmó una serie de órdenes ejecutivas polémicas, incluida la orden "Seguridad Fronteriza e Inmigración", que, si es financiada por el Congreso, ampliaría el muro fronterizo, agregará 5,000 agentes de Patrulla Fronteriza y 10.000 oficiales de inmigración, autorizará a los oficiales estatales y locales a actuar como oficiales de inmigración y abrirá nuevos centros de detención.

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"Esto es un acto de protesta", me dijo García. El propósito de Hugs Not Walls, dijo, es mostrar las consecuencias humanas de la política de inmigración estadounidense que ha deportado a millones de inmigrantes indocumentados y ha separado a innumerables familias durante las últimas dos décadas. "Queremos dirigir la atención al sufrimiento de las familias deportadas y separadas, sufrimiento que probablemente continuará con la nueva administración lanzando una política agresiva de cumplimiento y persecución de inmigrantes".

El año pasado, 240,255 inmigrantes indocumentados fueron deportados, según cifras de la Agencia de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos. Es difícil saber cuántas de estas deportaciones afectaron a las familias, pero según el Centro de Estudios sobre Migración, en 2014 había 3.3 millones de familias cuyos miembros tienen distintas situaciones migratorias en Estados Unidos. Es probable que muchos deportados dejen atrás a sus padres, hijos u otros parientes al salir de Estados Unidos.

"El muro que Trump promete expandir representa la hostilidad, el racismo y el miedo al otro", dijo Arturo Banuelas, un sacerdote de El Paso que dio la oración de apertura en el evento. "Los abrazos son la contraposición obvia a una pared de acero. Esto es un mensaje que necesitamos ahora más que nunca a partir de estas acciones".

García organizó los primeros Hugs No Walls el verano pasado como una forma de unir a las familias que habían estado separadas durante años, a veces décadas. Este año, García dijo que tuvieron que rechazar a cientos de familias, ya que las cinco horas asignadas por la Aduana y la Patrulla Fronteriza sólo alcanzan para reunir máximo a 400 familias.

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"Obama deportó a 2,5 millones de personas", dijo García, cuando platicamos del récord migratorio de la administración pasada. "Trump promete no sólo más, sino mucho, mucho más que eso".

Durante su postulación para presidente, Trump racionalizó su posición de inmigración draconiana como un medio necesario para detener la inmigración ilegal fuera de control con el fin de proteger la economía y a los ciudadanos estadounidenses contra los depredadores violentos. "Cuando México envía a su gente, no están enviando lo mejor", dijo Trump en su discurso de anuncio presidencial en junio de 2015. "Están trayendo drogas, traen delincuencia, son violadores".

"Durante meses, nos han dicho que nosotros somos los villanos", dijo Evan Mendoza, de 23 años de El Paso y uno de los casi 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos que, según el presidente Trump, podrían ser sometidos a la deportación.

Mendoza llegó a Hugs Not Walls para conocer a su padre al que no había visto desde hace 15 años. "Mi familia se encontró con una vida mejor", dijo Mendoza, cuyo padre fue detenido camino a su casa de su trabajo de construcción, durante seis meses, y posteriormente deportado por entrada ilegal. "No es un criminal. Yo no soy un criminal".

"La retórica de la campaña fue muy exagerada", me dijo Robert Warren, el investigador principal del Centro de Estudios sobre Migración y ex director de estadísticas del Servicio de Inmigración y Naturalización. "[Trump] hizo declaraciones indignantes durante la campaña diciendo que la frontera estaba fuera de control y que estaban lloviendo delincuentes. En cuanto a detener la inmigración, la frontera sur es una historia de éxito real".

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Según la investigación de Warren, el número de inmigrantes procedentes del sur ha disminuido en un 80 por ciento desde 2000, y el número total de personas que viven ilegalmente en Estados Unidos ha disminuido a su nivel más bajo en una década, debido en gran parte a la seguridad masiva y a la militarización de la frontera entre Estados Unidos y México desde el 11 de septiembre. En El Paso, en realidad hay más nacionales mexicanos que vienen hacia el sur que hacia el norte.

"Si es que logran hacer un programa de deportación masiva, pondría a todo el país en riesgo", dijo Wallace, coautor del reciente informe titulado "La deportación masiva empobrecería a las familias estadounidenses y crearía inmensos costos sociales".

"Podría poner en peligro el mercado de vivienda, el PIB disminuiría por miles de millones de dólares y siete millones de trabajadores serían sacados del país", me dijo.

"Estos son estadounidenses que trabajan duro, los contribuyentes que apoyan a las familias que han vivido aquí durante décadas", dijo García. "Y les pagan con la detención y deportación".

Para Oscar Aguilar, de 20 años, la deportación fue una parte determinante de su vida, al sepáralo de su hermano y su padre, que fueron deportados hace cinco y 17 años, respectivamente.

"Ver a mi papá, es difícil", dijo Aguilar, quien viajó 14 horas a El Paso desde Salt Lake City, donde todavía viven sus otros hermanos y su madre. "Todo lo que conocemos es Estados Unidos, Trump promete regresarnos a un país que ni siquiera conocemos".

"Ver esto es doloroso y al mismo tiempo me da gusto", dijo Banuelas, mientras el último grupo de familias se reunía en el lodo, llorando, riendo y luego dejándose sin saber hasta cuándo o bajo qué circunstancias se volverían a ver.

"Esto que ves aquí", señaló Banuelas, señalando a las familias a ambos lados del río, "son las consecuencias dramáticas de un sistema de inmigración roto".

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