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Le dije al antidisturbios que era periodista. Me tiró al suelo y otro me roció con gas pimienta

“Soy de la prensa”, dije. No le importó.
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Un antidisturbios de Minneapolis me apunta con el rifle mientras avanza a pesar de que grito repetidas veces “¡prensa!” (Foto: Michael Anthony Adams/VICE News)

Minneapolis — Un policía me apuntó con el arma cuando me vio.

En ese momento, yo ya había levantado las manos, con mi identificación de prensa, y gritaba “¡PRENSA!” una y otra vez.

Daba igual. No le importó. Eso me dijo antes de empujarme al suelo cerca del surtidor de gasolina donde me había puesto a cubierto. Un segundo después, llegó otro poli mientras yo seguía tumbado con el documento de identidad en la cabeza.

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“Soy de la prensa”, dije.

El agente respondió rociándome la cara con gas pimienta.

Nuestro equipo había ido a una gasolinera de Minneapolis por la tarde para hablar con los dueños del negocio, que ya había sido saqueado dos veces durante las protestas del 25 de mayo por el asesinato de George Floyd a manos de la policía. Se preparaban para otra noche caótica.

Assad y Cindy Awaijane habían decidido que, a pesar de haber perdido todo lo que tenían dentro de la tienda, no iban a permitir que quemaran el edificio. La gente del barrio tampoco iba a permitir que eso ocurriera. Poco antes del toque de queda, los Awaijane desplegaron varias sillas, prendieron fuego al carbón de una barbacoa portátil, y se unieron a un grupo de amigos del barrio para proteger el establecimiento y evitar que los disturbios accedieran al parking.

Apenas pasadas las diez de la noche, los manifestantes se reunieron en la calle enfrente. Los antidisturbios, que iban armados hasta los dientes y seguidos por una horda de vehículos policiales blindados, comenzaron a avanzar lentamente hacia los asistentes en ambas direcciones, mientras lanzaban gas lacrimógeno y aporreaban a todo lo que se movía. Uno de nuestros productores, Roberto Daza, recibió un golpe en la parte baja de la espalda, mientras intentaba grabar a la gente que lanzaba una especie de bote lleno de humo a la policía.

La escaramuza duró unos 30 minutos, hasta que la policía empujó a los manifestantes a los barrios vecinos, guiándolos hacia un convoy de Humvees del ejército. Aparte de un grupo de personas que trataron de acceder al parking de la gasolinera, el establecimiento no recibió ningún daño. El silencio reinaba de nuevo en Lake Street. Solo se escuchaba en la distancia el sonido de las explosiones.

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Cuando por fin parecía que la situación se calmaba, varias furgonetas policiales dieron la vuelta y aparcaron en la gasolinera. Una docena de agentes bajaron y comenzaron a acosar a los Awaijane y a sus amigos, que habían venido a ayudarles.

Yo me escondí detrás de un surtidor de gasolina. Daza y otro de nuestros productores, Amel Guettatfi, usaron las puertas del coche que habíamos alquilado para cubrirse, mientras que nuestro director de fotografía, Daniel Vergara, se cobijó detrás de una pick-up.

Mientras que la policía avanzaba, sacaba las armas y nos apuntaban con ellas, nosotros gritamos “¡PRENSA!” para identificarnos. A pesar de habernos identificado claramente como periodistas, nos dijeron que nos echásemos al suelo y prosiguieron dando porrazos a diestro y siniestro.

Uno de los agentes, me apuntó con el rifle. Le mostré mi identificación y repetí varias veces que era periodista. Me dijo que no le importaba, me tiró al suelo y me dijo que me quedará ahí. Hice lo que me ordenó con la identificación en la cabeza. En ese momento, el otro agente se acercó y me roció la cara con gas pimienta.

Mientras tanto, los otros polis rociaban con gas pimienta al resto del equipo, que se había refugiado en el coche y habían seguido las órdenes correctamente. El hijo de los Awaijane, Bobby, de 23 años, también recibió una buena dosis del aerosol en la cara mientras estaba de rodilla con las manos en el suelo, según cuenta su madre, siguiendo las órdenes de los agentes.

Una vez que habían acorralado al equipo en el coche y los Awaijane y sus amigos se habían refugiado dentro de la gasolinera, los polis se marcharon. El ataque duró menos de 10 minutos, pero dejó a los dueños conmocionados. Y a nosotros, también.