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Especial moda 2014

Moda y/o sexo

El sexo no es moda. La moda no es sexo. Si la moda fuera sexo, las modelos desfilarían por la pasarela contoneándose en la cara de los editores o haciendo acrobacias con una barra para los fotógrafos.

Fotos de Weegee—International Center of Photography/Getty Images

Wearing her wig hat and shades to match
She’s got high-heel shoes and an alligator hat
Wearing her pearls and her diamond rings
She’s got bracelets on her fingers and everything
She’s the devil with the blue dress, blue dress
Devil with the blue dress on.1

1 Lleva puesta una peluca y gafas a juego / Tiene zapatos de tacón y un sombrero de cocodrilo/ Lleva sus perlas y sus anillos de diamantes/ Tiene anillos en los dedos y todo/ Ese el Diablo con vestido azul, vestido azul/ El Diablo con vestido azul”.

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—“Devil with the Blue Dress On”, Shorty Long, 1964

La mayoría de las mujeres niegan indignamente que el placer que les da su ropa tiene que ver con la idea de atraer al sexo opuesto. Ellas se visten, dicen, para sentirse bien consigo mismas o (de una manera más profunda) para competir con otras mujeres. Pero competir con otras mujeres, ¿para qué?

—Clothes, James Laver, 1952

El sexo no es moda. La moda no es sexo. Si la moda fuera sexo, las modelos desfilarían por la pasarela contoneándose en la cara de los editores o haciendo acrobacias con una barra para los fotógrafos. Les harían un lap dance a los editores de Vogue. Y las modelos no parecerían prepúberes. El escote volvería a estar de moda, y no lo que ves por la Séptima Avenida de Nueva York. Las strippers se pondrían la ropa en lugar de quitársela y Sasha Grey anunciaría perfumes de lujo. Victoria’s Secret pretende ser una firma que participa en el mundo de la moda, pero el secreto de la pasarela Secret es que no es un desfile de moda, es puro burlesque para conservadores. Tiene tanto que ver con la moda como el “Número de trajes de baño” de Sports Illustrated tiene que ver con el deporte. ¡Así es! La moda es un mundo y el sexo, otro. Puede que ambos, de vez en cuando, se crucen, y aunque disfrutemos estos encuentros, se trata de iconografías y sistemas diferentes. Sin embargo, sí hay moda sexy y prácticas sexuales que influyen en la moda. Si eres afortunado, puedes disfrutar de ambos mundos al mismo tiempo. El sexo y la moda están relacionados íntimamente en su origen, y de vez en cuando son inseparables.
Pero si la moda no es solo atracción sexual, entonces ¿qué es?

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Tradicionalmente, la moda es un diferenciador de clases. Si estás a la moda, entonces perteneces a cierta clase y lo que usas te identifica como uno de sus integrantes. Puede diferenciar tu estatus. Al principio, la moda era exclusiva de la élite: aristócratas y burgueses. Los propietarios estaban a la moda y luego los barones mercantiles les siguieron; el resto de la gente simplemente usaba ropa. Cualquier episodio de Downton Abbey demuestra la clara distinción. Ambas clases tenían un código para vestir: los de la clase baja vestían igual, del mismo modo que los puestos más bajos de la jerarquía militar usan determinado atuendo, para distinguirlos a primera vista. Por otro lado, las prendas de los ciudadanos de la clase alta representaban toda una narrativa o historia, así como creatividad, arte y buen gusto. Tanto para los hombres como para las mujeres de la clase dominante, la moda promovía la individualidad y alentaba a cuidar el físico, un aspecto muy descuidado, aunque en ciertos deportes, en especial la equitación y la cacería, la cosa se ponía muy sexual a veces. “Tienes clase, ¿sabes?” Esa es una frase muy de clase media, pero la moda siempre ha estado relacionada con las aspiraciones. En Clothes, James Laver escribió: “En los viejos tiempos, antes de que las mujeres empezaran a participar, el principio de jerarquía era lo único que importaba. Todo lo que elevara a un hombre por encima de sus semejantes era bienvenido, a menudo de manera literal. Por ende se usaron las plumas en la cabeza, y se crearon reglas estrictas para prevenir que personas insignificantes usaran tantas o tan llamativas plumas como las personas importantes”. El texto de referencia que explica la lucha de clases detrás de la moda es Theory of the Leisure Class [Teoría de la clase ociosa] de Thorstein Veblen, en que ofrece dos motivaciones claves sobre el sistema de códigos y competencias que representa nuestra forma de vestir: ocio conspicuo y consumo conspicuo. En una sociedad de clases, los miembros de la clase alta buscan resaltar el hecho de que no trabajan, y si lo hacen, no sudan ni se ensucian las manos. El trabajo de la clase alta, según Veblen, es “explotar” mientras el trabajo de la clase baje es “trabajar arduamente”. La idea de que la sociedad está dividida en clases sociales significa que la gente superior no trabaja. Hoy es aceptable trabajar siempre y cuando solo lo hagas con un iPhone y fuera de la oficina. La historia de la moda está llena de ejemplos extremos de la demostración de ociosidad e indolencia, desde el vendado chino de pies, pulido de uñas largas, enaguas, polisón y crinolinas, hasta zapatos de plataforma y de tacón que a veces hacen que el simple hecho de caminar sin ayuda se convierta en un problema. Las mujeres cojeando es una de las estratagemas de la moda más persistentes, desde los zapatos de plataforma de la antigua Atenas, hasta las botas elevadas tipo Gaga que confieren a la mujer promedio la estatura de un jugador de baloncesto. Durante décadas, el calzado femenino de lujo fue diseñado solo para ir sentada en un palanquín (o en la actualidad, una limusina). Si para ir a algún sitio tuvieras que caminar, no serías tan importante. Los chulos nunca fueron grandes partidarios de caminar, así que adoptaron calzado de plataforma en los setenta para enfatizar su “inclinación de gangsta”, y se dejaron crecer la uña del meñique, no solo para coger polvos mágicos, sino para mostrar que no necesitan trabajar con las manos o hacer tareas en casa. La ropa de trabajo no es moda. La moda es ropa que dice “Yo no trabajo”. Por su parte, el consumo conspicuo ha variado. La ropa de vestir ya no es lo que solía ser. Hermès ofrece una camiseta de 91 mil dólares y los pantalones APO de cuatro mil dólares y que tienen botones de oro incrustados. Y ahora todo esto se concentra en una matriz de marcas, en la que los ricos pueden reconocerse entre ellos, pero la gente de poca monta no.

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Hoy observamos los atuendos exagerados de hace uno o dos siglos con una perspectiva diferente a la que se le dio en el momento en que fueron diseñados. Los podemos encontrar muy poco sexys, aunque con un poco de investigación nos damos cuenta de que lo sexy está sujeto a los cambios de la moda. En el Renacimiento, una mujer podía mostrar su escote en la corte y ser admirada, pero enseñar una pierna o un tobillo era motivo de escándalo. Los pechos de moda, claro, no eran utilizados para amamantar a bebés, pero si una mujer llegara a tener hijos, le pagaría a una nodriza, quien, por cierto, no usaba escote.

Solo hay que ver cómo se vestía María Antonieta y cómo se peinaba para entender que la revolución contra la moda —como antes se conocía— era inevitable. Después de cortarle la cabeza a María Antonieta, se eliminaron corsés, tacones, faldas con enaguas y pelucas exageradas. De repente, la mujer ya podía moverse. Incluso podían correr. Fue la primera prueba de libertad que eventualmente derribaría el sistema de ocio femenino. Luego, en 1851, una mujer casada involucrada en el Movimiento por la Templanza llamada Amelia Jenks Bloomer, en su diario, The Lily [La azucena], promovió el uso de pantalones por mujeres. Gracias a la coalición singular de sufragistas, fabricantes (particularmente fabricantes de telas) que empleaban mujeres, y defensoras de la salud, el uso de bloomers (bombachos) se extendió como la pólvora, y una vez que las mujeres empezaron a ir en bicicleta con ellos, nada pudo detenerlas. La primera moda moderna que podríamos reconocer hoy como sexy fue creada por Madeleine Vionnet, que fundó la casa del Templo Parisino de la Moda en 1912. Inspirada por bailarinas, especialmente Isadora Duncan, y cautivada por la sensibilidad neoclásica de bohemios que admiraban a los paganos griegos y romanos que bailaban en togas, ella liberó el cuerpo femenino de corsés y corpiños. Lo que hizo fue simplemente adornar el cuerpo natural como una escultura clásica e introdujo el corte al bies, que ocultaba ciertas partes, pero también mostraba muchas otras. Este renacimiento coincidió con los cambios sociales y políticos que liberaban a la mujer de roles simbolizados por crinolinas y corsés ajustados. Irónicamente, lo que vemos hoy como el inicio de lo sexy en la moda en realidad está más relacionado con las mujeres que iban a trabajar que que con la liberación sexual. Las flappers de la era del jazz, con sus faldas cortas, medias de seda, melena y labios rojos, fumaban cigarrillos, tomaban copas y bailaban atrevidamente la “música de negros”. Se acostaban con quien querían, pero también estaban detrás de los teléfonos, las máquinas de escribir y los mostradores del nuevo mundo. El sobrino de Freud, Edward Bernays, quien inventó el concepto de relaciones públicas, envió un mensaje a las flappers, en el que decía que los cigarrillos Lucky Strike eran “antorchas de libertad”, y fumar se convirtió en una moda para las sufragistas. Perdón por ponerlo de esta manera, pero la era del jazz fue girls gone wild. Y a algunos hombres les gustaba. Las mujeres encontraron nuevas formas de demostrar su cómodo desempleo, y la moda se desarrolló en una gran industria que tuvo altos y bajos, creando estilos y marcas que mostraban el estatus social de forma más marcada que antes. La revolución continuó hasta el siglo XX. Fue proclamada como la era de la democracia, y las viejas clases se mezclaron hasta que la clase no pertenecía a un espectro con variables de segmentación, sino a uno infinito y variado, con los másters del universo en un extremo de la moda de alta costura y el fabuloso lumpen en el otro. De hecho, la moda se convirtió en una nueva guerra de clases sociales, mucho menos arriesgada que librarla en las barricadas. Hoy la moda es un complejo motor. Consiste de muchas capas, cada una corresponde a la sensibilidad de una clase específica, algunas más invisibles que otras. Hay público para la moda de alta costura tradicional, que favorece las creaciones originales hechas para proclamar el poder de un consumismo supremo y una comodidad incomparable. Luego está el avant-garde, siempre ampliando los horizontes de la moda y considerando obsoletos los avances del año anterior. Y luego están los diversos niveles de la moda, desde la Donna Tartt intelectual, hasta mujeres independientes y urbanas. Todas funcionan de la misma manera, pero cada una parece diferente. Las chicas sexuales tienen su propia moda: ropa de diosas de la calle. Pero cada nivel opera en cierta manera como la moda.
Obviamente, la moda a cualquier nivel tiene que cambiar; si no, no es moda y solo se trata de un estilo continuo. La moda cambia nuestro enfoque, manifestando de improviso epifanías de una belleza nueva. Una vez centrados en las nuevas convenciones, nos preguntamos cómo nuestros padres, o incluso nosotros en el pasado, pudimos llegar a considerar esos looks como atractivos. ¿O lo eran? Quizá los pantalones usados por Barbara Stanwyck o las hombreras de Rita Hayworth nunca se utilizaron con intención de atraer a Fred MacMurray o Glen Ford, sino para embrujar a otras mujeres con su actitud dominante y autoritaria. Después de la Segunda Guerra Mundial llegó el “baby boom”, con el regreso de los soldados estadounidenses, afanados en librar batallas muy distintas con sus mujeres en la intimidad; no fue ninguna coincidencia que de repente la moda resaltara el escote, con Marilyn Monroe, Jayne Mansfield, Sophia Loren y Diana Dors como Venus. Sí, el cuerpo humano tiene sus propias tendencias de moda. ¿Recuerdas a las supermodelos con curvas? Si tienes menos de 30 puede que no recuerdes la época antes de que las modelos de moda fueran intercambiables. Ahora parece que son los diseñadores quienes quieren todos los aplausos al final de la pasarela. Aun así, el sexo siempre parece estar a la moda, pero a menudo bajo nuevos esquemas. Como Mary Eliza Joy Haweis escribió en su libro en 1879, The Art of Dress [El arte de vestir]: “Los atuendos perduran entre la necesidad de ser vistos y la necesidad de ser cubiertos. Ahora se descubre una pequeña parte del cuerpo y el resto es sacrificado y cubierto… Una parte del brazo u hombro se descubre, mientras el pie, la cintura o algo más queda cubierto.” Cualquier hombre que desea una mujer sabe el grado de admiración que le provocan ciertas prendas que causan furor en el mundo de la moda. Recuerdo tener la sensación de que había una conspiración en el trabajo cuando se intentó lanzar la maxifalda al público en general, precisamente cuando la minifalda mostraba más pierna (y algo más) que antes. También nos sentimos traicionados cuando nos dimos cuenta de que ella no se viste para nosotros, sino para sus amigas. No se trata de dinero, clase o sexo. Se trata de estar a la vanguardia. Se trata de tener la visión antes de que llegue al mercado, y así estar al frente de quienes llevarán al resto hacia el futuro. Todas quieren ser imitadas por las mujeres que las ven, y ser las primeras en impactar y poner lo nuevo. Incluso aunque sea reciclaje, la moda es la religión del modernismo. La mayoría de las mujeres que participan en la moda se visten para otras mujeres. Algunas mujeres se visten para los hombres. Pero las que visten para la mujer parecen pertenecer a una clase superior que la de sus amigas sexualmente atractivas. Leandra Medine, una blogger de moda adorable y adorada y que se hace llamar Man Repeller (repelente de hombres), explica que seguir verdaderamente la moda a menudo conlleva ser “repelente de hombres”. Leandra define el concepto como “una mujer que se viste de forma ofensiva y que puede resultar repelente a los miembros del sexo opuesto. Dichas prendas incluyen (no están limitadas a) pantalones harén, pantalones de hombre, pantalones de peto, hombreras, monos, joyas que se asemejan a armas y zuecos”. No es que a la mujer que viste a la moda le motive conscientemente la idea de espantar a los hombres, sino tal vez que el hetero estándar no ha roto el código de la moda hasta el punto de que pueda apreciar lo que una chica lleva puesto y entender por qué eso es atractivo y poderoso. La moda siempre está un paso por delante, y el macho alfa está un paso por detrás. Pero a veces tenemos suerte.
Siempre hay, aunque esté oculta, una moda que merece tal nombre pero es visible y agrada al ojo del hombre hetero. Algunos de nosotros pueden entender la moda pese a sus trabas, y en ocasiones incluso nos excita algo que surge de la moda. Vemos lo primordial en la sofisticación de Azzedine Alaia. Él hace que las mujeres se vean guapas. Podemos decir lo mismo de maestros italianos como Antonio Berardi, Dolce & Gabbana, Gianni y Donatella Versace, y el nuevo chico siciliano, Fausto Puglisi, que me dijo: “Me gusta la idea de la mujer que puede detener el tráfico. Para eso soy muy siciliano”. “La verdad parece ser… que el ser humano, por naturaleza, no es un animal con ropa sino un animal desnudo, que poco a poco regresa a su forma original. Nunca lo puede lograr, ya sea en áreas moderadas, bajo cualquier tipo de revolución de sentimientos, salud o valores. Tendrá que vestir, y aun así sentirá el leve impulso de mostrarse vestido y desvestido a la vez.”
—Mary Eliza Joy Haweis, El arte de vestir, 1879

En nuestro enrevesado sistema de lucha de clases, nosotros quizá mandamos las señales a través de nuestra ropa, para lograr un equilibrio entre atracción y repulsión. Como Lady Gaga con tetas bonitas y cuernos que le salen de los hombros. Born this way? (¿Así nací?) No exactamente. Es una aislada voluntaria. Con la ropa adecuada, la mujer puede hacer y deshacer a su antojo. Es un mundo pequeño y nuevo, y no tenemos tiempo para atraer a todo mundo. No es seguro. Los multimillonarios no usan chaqué, llevan vaqueros. Una persona verdaderamente rica no se atrevería a usar eso. Hoy, la moda y el sexo están entrelazados. En el Antiguo Testamento, se nos dice que antes de comer el fruto prohibido que concedía el conocimiento del bien y del mal, Adán y Eva estuvieron desnudos sin sentir vergüenza. La ropa, aparentemente, fue una improvisación después del suceso satánico. Pero quizá fue al revés. En On Human Finery, Quentin Bell bromeó: “Si ciertas razas van desnudas no significa que no sean modestas; las primeras prendas que se usaron fueron quizá en bailes eróticos como una forma de excitación”. Especialmente, quizá, en la actualidad parece claro que el propósito de la ropa no es para evitar la excitación, sino para provocarla. Todo consiste en saber cómo unir armónicamente la moda y sexo. Cuando te pongas a ello, empieza con una tanga o, como se dice en inglés, un G-string. Si te gusta lo que ves, te llevará directo al punto G.