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Música

David Bowie me robó mi disco de Suicide, así que yo arranqué los tapones de su limosina

Oye, David, si estás leyendo esto, por favor, devuélveme mi disco de Suicide antes de que estires la pata. ¡Me encanta ese disco!

Legs y Joey Ramone en la época en la que sucedió la historia que aquí se narra. Foto de Tom Hearn.

[Nota del editor: ¡Hola, seres del milenio! Nos gustaría interrumpir lo que sea en lo que estén trabajando para presentarles a nuestro amigo Legs. Puede que hayan oído hablar de él: es responsable de un librito llamado Por favor, mátame. El mejor libro sobre el punk rock que jamás se haya escrito. Noisey estuvo grabando con él hace unos meses y lo convencimos de que nos escribiera algunas cositas. ¡Que se diviertan!] No hace mucho, en mi extensa campaña para reconstruir mi colección de viniles, estaba rebuscando en una tienda de discos modernilla de Brooklyn y me topé con el nuevo álbum de David Bowie, The Next Day. Últimamente he estado disfrutando de unas cuantas canciones de Bowie, de las menos conocidas, así que decidí mandar a la mierda la precaución y dejarme ir como gorda en tobogán. Compré el disco. Esto supone para mí una verdadera proeza, ya que nunca había comprado un disco guiado sólo por la fe. Había estado oyendo cosas buenas sobre el disco y sentía curiosidad por escuchar lo que Bowie tenía que decir al final de su carrera o, de ser ciertos los rumores, sobre su presunto cáncer, y de su vida.

Mientras pagaba el disco me acordé de una famosa cita de Mick Jagger sobre Bowie: “Nunca lleves un nuevo par de zapatos cuando él esté presente”. Lo que Jagger implicaba era que Bowie era un notorio ladrón (de ideas, tendencias o de las últimas modas), ya que saldría disparado a comprarse unos para reclamar su estatus de mamón marcatendencias. "¡Yeah, sé el primero en tu colegio en tener los nuevos y flamantes zapatos unisex con plataforma brillante de 25 centímetros!” Así ha sido siempre la carrera de Bowie, pero para mí esto no aumenta ni disminuye su talla artística. Él creó el futuro delante de nuestros ojos, aunque pareciera sacado de una película de ciencia ficción cutre de los años 50. Los mejores siempre roban de las grandes fuentes de inspiración, y lo único divertido de Bowie es que él estaba desesperado por hacerlo. En 1976 o principios de 1977, en la Factory de Andy Warhol, pude comprobar personalmente la certeza del sarcasmo de Jagger. La Factory era alucinante. Yo nunca había estado en un ningún lugar en el que el término "arte" fuera tan furiosamente puesto en cuestión, examinado, debatido y bellamente creado con semejante regularidad. Hice amistad con Warhol después de entrevistarlo para la revista PUNK. Le llevaba cada nuevo número para someterlo a sus “críticas expertas”. Andy solía apoyarse en un escritorio, hojeando con furia nuestro último ejemplar, quejándose, "¡Ah, ustedes tienen tantas ideas brillantes! ¡Yo no tengo ninguna idea! ¡Esto es maravilloso, ojalá tuviera ideas como las suyas!” He olvidado quién me dijo que Bowie iba a estar en la Factory, pero cuando John Holmstrom, el redactor jefe de PUNK, oyó las noticias, me endosó una barata grabadora de cassette y me dijo que no volviera al “La Cloaca PUNK” (nuestras oficinas, parecidas a una cueva, en la décima avenida esquina con la calle 30) sin haberle hecho una entrevista a Bowie. Lo que yo no sabía era que aquel era el segundo encuentro en la cumbre entre Bowie y Warhol, después de su desastroso primer encuentro en 1971 cuando Bowie todavía estaba empezando. Le había puesto a Warhol su nueva canción, “Andy Warhol”, y Andy no dijo absolutamente nada. Se limitó a sacar su cámara Polaroid y decirle a Bowie, “¡Me gustan mucho tus zapatos!” David se quedó helado. Pero ese día de mediados de los 70 en la Factory, Bowie ya era una auténtica estrella del rock'n'roll. Había demostrado ser una entidad comercial viable de estatura comparable a la de Warhol, un igual. Como ya he dicho, yo entonces no sabía nada de esto. Había un grupo de gente rodeando a Bowie cuando atravesó la Factory hacia la habitación en la parte trasera donde Andy lo estaba esperando, rodeado de su propia cohorte de admiradores. Aquello era más una guerra entre pandillas que un encuentro privado. Todos los ociosos se dedicaban frases y réplicas ingeniosas, ansiosos por hacerse notar y pasar a los libros de historia. Estoy seguro de que Andy sentía alivio por tener tanta gente alrededor, porque él no tenía nunca mucho que decir. Esperé justo delante de la mesa de recepción entre 45 minutos y una hora a que saliera Bowie para poder pedirle una entrevista y terminar con el asunto. Fue exasperantemente aburrido. Todos los maricas que trabajaban para Warhol se creían demasiado importantes como para hablar conmigo. Unos esnobs de mierda. Intenté hacer plática con la única chica que había en el lugar, Catherine Guinness, la heredera de la fortuna de la cervecera Guinness, pero aunque le divirtieron un poco mis intentos de acercarme, no estaba interesada. Aburrido, dije. Ese mismo día, Marty Thau me había pasado el nuevo disco de Suicide, que él había producido. Yo no veía el momento de meterme en el departamento de alguna chica o en el loft de los Ramones en la calle 2 para escucharlo, porque yo no tenía depa propio y Holmstrom monopolizaba el estéreo de La Cloaca con el mierdoso Metal Machine Music de Lou Reed, el peor disco de la historia del ruido. El caso es que Bowie salió por fin de la habitación de atrás rodeado de sus sicarios, que parecían haber aumentado el doble de tamaño tras la puerta cerrada. Mientras le dedicaba a Warhol una afectuosa despedida, yo me escurrí hasta llegar a él y le dije, “Sr. Bowie, me preguntaba si podría hacer una entrevista para PUNK…” Sin decir nada, Bowie agarró el disco de Suicide de mis manos y su séquito lo arrastró hasta el otro lado de la habitación, dentro del ascensor y luego al exterior hasta una limusina que lo estaba esperando y que, presumiblemente, lo llevaría hasta el siguiente fabuloso evento. No tuve tiempo ni de decir, “¡EH, TÚ, MARICÓN, DEVUÉLVEME MI PUTO DISCO DE SUICIDE!” Pero me volví a encontrar a Bowie. Unas pocas semanas más tarde vino al CBGB con Bianca Jagger, lo cual no es tan extraño. Lo extraño fue que era una de esas noches muertas entre semana, había un grupejo de mierda tocando y los únicos que estábamos allí éramos yo, Cheetah Chrome, Joey Ramone, Robin Rothman y algunos borrachos recalcitrantes. Ja, ahora no estás en Studio 54, pendejo, pensé mientras observaba a David y Bianca sortear las montañas de mierda que el saluki de Hilly Kristal había depositado en el suelo. Entonces salí a la calle y me robé los tapones de su limusina. Aunque me parece que la cagué, porque al día siguiente leí en el New York Post que a su limo se le ponchó una llanta de camino a casa. Lo que me lleva a la reseña tardía del nuevo disco de Bowie, The Next Day. Está bien. Es un álbum doble, y hay una cara que es terriblemente aburrida y otra que es realmente buena. Como no tiene los títulos impresos no puedo decir cuál es cuál. En la cara buena hay no sé qué canción sobre no sé qué chica de un pueblo pequeño que él no puede creer “que sea mi jefe”. También hay otra canción buena de verdad cuya letra dice “blah, bla, blah” y que probablemente le robó a Iggy. Es agradable ver que algunas cosas nunca cambian. Oye, David, si estás leyendo esto, por favor, devuélveme mi disco de Suicide antes de que estires la pata. ¡Me encanta ese disco!