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Música

Un rave para corredores o más bien, una pista de carreras para entachados.

Correr en un túnel de leds no es una celebración de la salud, es el deseo inmediato de un atascado que comió MDMA del piso.

Me gusta cuando la vida se parece demasiado a Mario Kart. La primera vez que manejé por el Eje Central y pasé por Garibaldi tuve –como todos- que esquivar Mariachis y hacerlo sin chocar ni atropellar a nadie. Un José Alfredo suicida es un obstáculo que sólo pondría un cínico en un videojuego. Después de un tiempo, esa experiencia se convirtió en una alucinación constante. Pienso en videojuegos cuando manejo por el segundo piso del periférico –sobretodo en la parte que tiene un techo de estructura metálica- y cuando camino por la ciudad saltando cacas en las banquetas. Pienso en eso también cuando hay que agarrar distraídos a los viene-vienes para encontrar un lugar para estacionarse en la calle y cuando hay que negociar un toque con los limpia-parabrisas de los semáforos cuando no tienes monedas para darles.

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Todo esto era un percepción muy personal que sólo compartía con pachecos y borrachos para caer bien en las fiestas, hasta que me topé con el Electric Run. Un rave para corredores –o más bien, una pista de carreras para entachados. La idea es vestirse con ropa deportiva de colores neón y correr en un espacio lleno de parafernalia raver. Ellos podrán decir lo que quieran en su sección de preguntas frecuentes. Podrán querer zafarse de la relación obvia con los malditos adictos a la felicidad de las pastillitas de colores diciendo que es una carrera que invita a la salud y no a las drogas. Pero la verdad es que es una réplica peatonal en su versión más atascada del Rainbow Road.

Ésta no es una coincidencia inocente. Hay un maldito trabado que inventó este paraíso para él y todos sus amigos del Ajusco con conocimiento de causa. Un recorrido por varios mundos temáticos ambientado con luces neón y musicalizado con “power songs” –esas rolas que usan los maestros de spinning cuando quieren que todas las señoras se pongan a pedalear durísimo- en donde está completamente justificado el disfraz del medio para producir endorfinas. Obviamente, la carrera –que tiene una longitud de 5 kilómetros- termina en una fiestota.

Lo que me gusta de todo esto es la delgada línea que separa a los ravers de los corredores posmo. La gente ya no corre por deporte. Ahora corren porque tiene onda. Publican sus tiempos y sus distancias en redes sociales y comparten playlists para que la gente copie sus rutinas. El deporte se convirtió en una cosa social y los genios que inventaron el Electric Run trasladaron exactamente la misma idea maratónica de los nuevos corredores que quieren hacer del deporte una “experiencia” a un jodido rave. Correr en un túnel de leds no es una celebración de la salud, es el deseo inmediato de un atascado que comió MDMA del piso.

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