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Música

La última masacre de Massacre 68

Massacre 68 ha sido, sin lugar a dudas, el grupo más influyente del punk hardcore mexicano, y el viernes se despidieron por última vez tras un breve reencuentro.

Todas las fotos por David Yussef

Ni siquiera teníamos una idea de hacer un reencuentro con la alineación original y pasó. A veces pienso que las cosas que pasan son las que realmente te dejan marcado, porque no las esperas. Tenía que pasar, eso es un hecho. Pero no sabía cuándo. Imagina, uno de los integrantes vive en Finlandia, otro en San Francisco y otro en Nueva York. Era muy complicado juntarnos, porque traerlos a ellos resulta muy caro (y más para como está subiendo el pinche dólar). Pero se consiguió. Hoy es la última tocada de este último reencuentro con la alineación original y siento una mezcla bien fuerte de adrenalina y nostalgia. Diré esto con mucho respeto a las mujeres, sin ánimos de menospreciar ni mucho menos (no sé si sentirán esto que siento) pero es como “¡ya va a ser el parto!”, porque es algo en lo que estamos trabajando desde hace muchos años, y hoy será la cumbre. Y la despedida. Siento una emoción bien chingona por todos los amigos que están viniendo esta noche… Dice el Aknes en el camerino ubicado en la planta alta de La Libélula. La emoción se le sale por los ojos. Yo también esto igual de emocionado.

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La Libélula Soundsystem es un foro que se encuentra a dos cuadras de la estación Río de los Remedios sobre la Avenida Central, en el corazón de Ecatapec. A eso de las 8 de la noche del 8 de enero de 2016, ya hay una buena banda congregada afuera del portón negro. Hombres y mujeres de muy variadas edades —un mosaico de generaciones que va de los 20 a los 50 años. Abundan los estoperoles en las muñecas de las manos, en las costuras de los pantalones o las minifaldas, en el cinturón e incrustados en múltiples chaquetas de cuero. La mayoría llevan jeans ajustados, botas industriales, chalecos de mezclilla con parches de siluetas protestando sobre frases que dicen “Piensa y actúa. Despierta y resiste”, y portan crestas que van del color maíz tostado al verde y al rojo, y de los 3 hasta los 30 0 40 centímetros de alto. La mayoría morenos, eufóricos. Dispuestos a pasar una noche de catarsis, honor y nostalgia.

Massacre 68 abriéndole como acto sorpresa a Juan Cirerol en El Imperial, hace un par de semanas.

Tengo un par de adorables carnales a los que últimamente les ha dado por señalar cierto colonialismo contemporáneo, relacionado con la imposición de estereotipos de fisionomía blanca como sinónimo de belleza, superación, profesionalismo e incluso munificencia. Algo repugnante y absolutamente cierto. Una discriminación asimilada y ojete que se nos planta en cara todos los días. Pero justo cuando me abría paso entre los punks de Ecatepec, entre los muros de la libélula grafiteados con los nombres de The Clash y grecas y frases anarquistas, pensé que señalar, acusar el colonialismo actual desde confortables mesas de trabajo colectiva instaladas en barrios de moda es igual de burgués. Hasta aburrido. Y maricón. La protesta contra el colonialismo blanco ha existido siempre y unos de sus máximos e iconoclastas exponentes contemporáneos son los Massacre 68, una respuesta violenta a la segregación racial que padece México:

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“Massacre 68 ha sido, sin lugar a dudas, el grupo más influyente del punk hardcore mexicano. Desde mediados de los 80, cuando emergieron de la clase baja citadina, representaron al sector juvenil más desmadrado del Distrito Federal con un rock honesto, inteligente y demoledor. Tuve la oportunidad de verlos en el Tutti Frutti, en el Chopo y en el Teatro Hermanos Flores Magón, y siempre estuvieron en constante ruptura con el movimiento intransigente y estancado —es decir, eran los punks entre los punks. Hoy regresaron como un recordatorio de la conciencia, con algunos años encima pero con la misma actitud: ‘El sistema está contra nosotros, nosotros estamos contra el sistema’, declaró Aknez recientemente” dice Rogelio Garza, autor de los libros Las bicicletas y sus dueños, Zigzag y gran conocedor de la historia del punk chilango.

Minutos antes, mientras hacía el transbordo de la Línea 3 del Metro de la Ciudad de México a la B con dirección a Ciudad Azteca, se me vino a la memoria con desolado lujo de detalle aquella primera vez que me topé con el Aknez. Tenía un local sobre Av. Insurgentes, casi enfrente de lo que hoy es la famosa Pulquería; sobre la acera y en la entrada, había un maniquí envuelto en una composición andrógina de cuero, arneses, unos lentes de aviador y una gorra que me recordaban los momentos más porno de Cruising, la película de 1980 de William Friedkin en la que Al Pacino encarna a un detective al que se le asigna la misión de atrapar a un despiadado asesino de gays adeptos al sexo en cabinas de video, meados y con un puño en el culo, para lo cual debe hacerse pasar por homosexual leather e investigar en lo más profundo de las pistas de baile con olor a popper.

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Xenofobia en el Libélula Soundsystem

La tienda del Aknez, que se llamaba X los viejos tiempos, vendía toda clase de vestuario cyberpunk: chalecos y chaquetas, pulseras con estoperoles, cadenas, jeans ajustados. Siempre se me hizo una boutique mucho más auténtica que cualquier sex shop. Ahí me hice de los primeros accesorios leather que luego presumía en El Taller pero sobretodo en La Estación, un club sólo para hombres de auténtico espíritu sadomaso con uno de los mejores cuartos oscuros y glory holes de la historia de los sex clubs gays de México.

Para ese entonces Massacre 68 ya tenía varios años de haberse desintegrado. De hecho, por mucho tiempo nunca tuve un cassette de puro Massacre —su discografía estaba desperdigada en compilaciones de punk nacional grabadas en un TDK de 60 minutos, entre canciones de Espécimen, Desobediencia Civil y Fallas del Sistema, con algunos colados como Eskorbuto y Dos Minutos más los clásicos Xenofobia y Atoxxxico.

Los escuché en medio de muchos distractores; en aquel entonces mis grandes carnales me explicaban el psicodrama de los Smiths como el Cullen, mientras que el Ábrego me presentaba un universo dark industrial; yo descubría el queer punk gringo y el gangsta rap y creía que los raves eran una puerta supersónica a un futuro a lo William Gibson, y por eso me la pasaba bailando doce horas seguidas los fines de semana.

Pero Massacre siempre estuvo ahí, a modo de leyenda a la que yo había llegado tarde. De algún modo, Massacre 68 era lo que siempre quise que el TRI significara para mí y que nunca consiguió, quizás porque en vez de perjurar, Alex Lora decidió darle reflector a su insoportable mujer que domesticaba la inconformidad, como si de una telenovela vespertina se tratase: “Para mí, Massacre 68 era la banda más chingona de México. No sólo del Punk. Me parecía la única banda que no cantaba sobre problemas pendejos y se enfocaba en problemas reales. Algo así como El Tri pero con los huevos bien plantados,” comenta el artista plástico y cineasta Artemio Narro.

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“Mira, así exactamente no sé, voy a poner que hace 25 años fue que tocamos por última vez con la alineación original. Creo que el toquín sucedió en un foro por el Valle de Guadalupe, muy cerca de por aquí. Estuvo raro. Lo que intentamos esta noche es pacificarnos, dejar un mensaje de que se puede hacer paz con los amigos con los que tuviste desencuentros o dificultades. Si eso puedes hacer con tus amigos, creo que también puedes hacerlo con tus enemigos,” dice el Aknes.

Atoxxxico

Escuché mucho a Massacre en los tiempos que mesereaba para costearme los estudios. Gracias a la banda del Aknes, el Virus (guitarra y voz), el Thrasher (bajo) y Pelón (batería), podía canalizar dos vertientes constantes de violencia: la siempre vigente homofobia (y que nunca me he tragado el cuento que puede combatirse con buena onda, discursos o lloriqueos trasladados en un acta de los Derechos Humanos —creo que tenemos el derecho tanto de jotear como de tumbarle los dientes a un homofóbico, aunque muchos me acusen de violento… Bah, la homofobia es una violencia que hemos utilizado como moneda de cambio para lamernos las heridas entre nosotras) y esa suerte de discriminación internalizada, aquella generada por putos que te menosprecian pues no gastas tu quincena en costosos gimnasios o vodkas en los antros de moda, no escuchas a Mónica Naranjo con devoción o simplemente no adoptas los clichés impuestos por series como Will & Grace o Queer As Folk. Hubo varios pendejos que ligué en los cuartos oscuros más pegajosos y descarapelados y luego me desconocían y hacían desplantes de señora malcogida cuando me tocaba la maldita suerte de atenderlos como comensales. Uno de esos ligues alguna vez me dijo que el punk sólo podía gustarle a los resentidos sociales. El punk me ha ayudado a fortalecer mi homosexualidad en un mundo que te asume buga hasta que se demuestre lo contrario.

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En vez de estrellarles la jeta contra el plato varias veces, terminaba mi turno a las dos de la madrugada y ponía un cassette con rolas de Massacre.

“Nosotros siempre hemos respetado y apoyado todo los que nos convence y a toda la banda, mujeres, chavos, gays, lesbianas, trasvestis. Los apoyamos porque vemos cómo se van ganando su lugar en este pinche sistema. No creo que nos merezcamos un lugar sólo porque sí; hay que ganártelo. Hay que hacer un esfuerzo para abrirte paso en esta sociedad de por sí muy manchada. En estos 25 años en los que Massacre 68 estuvo disperso, sin la alineación original, han pasado muchas cosas: el narco se volvió más terrorífico (no era tan culero cuando los años de Massacre), el control del estado y su sistema se está fortaleciendo y tomando forma de asociaciones delictuosas de porquería con una desfachatez repugnante. Si eso nos preocupaba cuando formamos a la banda, hoy nos tiene neurasténicos. La corrupción y la violencia están llegando a niveles indignantes.

Massacre 68

“Hoy en Massacre queremos generar el mensaje de que no tenemos que pelear entre nosotros, sino resolver muchas cosas que desde arriba nos están jodiendo directamente. Y te voy a decir algo: yo veo a los jóvenes de hoy con una cierta falta de conciencia local. Veo que protestan, pero también noto que incluso las manifestaciones las imitan de todo lo que ven y consiguen en la internet. A pesar de que se puede conseguir mucha información, no todo está en la internet: hay cosas reales que a nosotros nos tocó vivir, a ellos no, y que lamentablemente no pueden percatarse de eso en su dimensión real. Sí nos gustaría, por medio de este concierto, decirles lo que fue Massacre 68 y lo que significa que estemos hoy de regreso. Entiendo que muchos de ellos escuchan lo que les toca —está bien. Pero sí me gustaría que supieran del paso de Massacre 68 en la historia del punk mexicano y decirles que si empezamos a despertar y formar criterios como lo que era la vieja escuela que nos tocó —porque el punk de Massacre no salió para jodernos entre nosotros, sino para responder a lo que realmente nos está jodiendo. Este reencuentro, los conciertos de los últimos días, no fue una moda. No somos títeres. Hace mucho que nos cortamos los hilos y lo de hoy es mandar el mensaje de darle una patada de culo a la historia, esa historia que ya no nos sirve a nadie. Por eso a esta gira le pusimos Conciencia y Re Evolución,” reflexiona el Aknez.

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En el escenario de La Libélula han empezado a tocar los de Xenofobia, otra legendaria banda de hardcore nacional. Una noche histórica ha comenzado. La raza empieza a amontonarse al frente. Poco a poco el slam va dándote cabezazos. El cartel también incluye una presentación de la Atoxxxico, grupo de hardcore fundada por el Trasher de Massacre y que Café Tacuba inmortalizaría en la letra de “La chica banda”.

“Massacre 68 si bien no es la primera banda del punk mexicano, sí está entre las más importantes por la rabia de sus letras, la honestidad genuina e inocente de su actitud, por la personalidad de su cantante y líder, Aknez, por la violencia, la velocidad y el ruido de su guitarra, bajo y batería, porque atravesó varias décadas sin venderse ni convertirse en una pose de la radicalidad punk ni del mamonsísimo y pendejo seudo anarquismo muy de moda hoy en día. Massacre 68 no es la imagen de todo el punk mexicano, pero sí una de las más notables y a la que menos le importa ser, a la vez, ni estereotipo ni modelo de conducta—música a seguir” explica Alfonso Morcillo, escritor, periodista y seguidor de la banda desde sus inicios. Entrevistó al Aknes hace muchos años para un número de la revista Generación.

En este toquín el punk es un asunto de auto-confrontación, hastío, inconformidad y doloroso gozo. E historia. Un momento para no hacerse pendejo con todas las broncas que madrean a este país, pero que al mismo puede disfrutarse y protestar, sin discursos académicos ni consignas proclamadas desde la comodidad de la oficina.

El Aknez me cuenta que sigue con su tienda, diseñando vestuario, y está contento con lo que hace: “Es parte de lo que me permite mantener a mi familia. Lo disfruto. Es una acción que me parece que puedo compartir con los demás. Por eso lo disfruto mucho”.

Aknez baja de su camerino, convive con los fans, se toma selfies, saluda y abraza y besa a viejos amigos, ayuda a los comisionados de la entrada a pasar a los parroquianos, les da la bienvenida y con su presencia abre paso para caminar, cosa que se está volviendo cada vez más difícil, cuándo el vocalista de Xenofobia dice: “Les tengo una noticia, ¿ya se enteraron que agarraron al Chapo? ¿Quién le cree a ese pinche gobierno de mierda?” grita mientras da paso a su última rola. El Aknez empieza a dibujar el círculo del slam, aventándose de aquí para allá contra nosotros y yo no puedo quedarme viendo, me uno al desmadre. Como para cargar fuerzas, administrar la emoción.

Es la primera vez en mi vida que veré a Massacre 68 en vivo.