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Música

Pipe Bueno es un paquete: Así es un partido de fútbol organizado por Tropicana

Pica más un arequipe.

Cuando me paré frente al pequeño coliseo del barrio El SENA de Cali, encontré un paisaje atípico para lo que es una tarde de miércoles en un tranquilo barrio residencial del norte de la ciudad. La paz del lugar era interrumpía constantemente por los eufóricos gritos que salían del edificio. Afuera, un puñado de personas intentaba ingresar al lugar con desespero. Al ver todo el alboroto pensé: “carajo debí llegar más temprano”. Nunca imagine que el Partido de Las Estrellas VS Tropicana, un evento benéfico organizado por la radio en el que participaron varios cantantes de música popular y los DJs de la emisora, iba a despertar tanta pasión y desenfreno en la gente.

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Llegué al evento con varias latas de atún y un par de bolsas de arroz metidas en una chuspa blanca. El anuncio decía que para entrar se necesita llevar productos no perecederos para los hambrientos y yo, ingenuamente, pensé que ese pequeño aporte era lo único que se necesitaba para ingresar a ese caluroso monstro de concreto que emanaba felicidad. En las dos puertas del coliseo, varios guardias vestidos de negro le decían de forma agresiva a la gente que el lugar estaba lleno y que las manillas se habían agotado hace tres días. Junto a varios de los colegas que llegamos tarde a la cita, intentámos negociar con el hombre obseso y vestido de negro que se interponía entre nosotros y el reino de la euforia. Pero el hombre enervado repetía, una y otra vez, que nadie más podía entrar simplemente porque no había espacio.

En un principio no podía creer la cantidad de gente emocionada que había, pero claro, nadie en el barrio quería perder la oportunidad de ver a Pipe Bueno, Jhonny Rivera, Jhon Alex Castaño, Willian Benavides, Los Hermanos Medina y a Cali Flow Latino en chingue y jugando fútbol. Para los que no están familiarizados con el género popular, todos estos artistas– menos Cali Flow, que son los responsables del “Ras tas tas”– cantan música estilo cantina y de despecho. Tonadas hechas para beber mientras nos cuentan historias de infidelidades, amores frustrados, malas mujeres, ponen la vara para ser el más macho y tomador de licor. Estos temas rockoleros son extremadamente famosos y miles de personas los corean en todas las tabernas de país. Solo el video de “Dos razones” de Jhon Alex Castaño tienen más de 35 millones de reproducciones en YouTube. Claro, hasta yo me emocioné.

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Los contrincantes de estos ídolos del pueblo eran Snoopy, Jhon Alex, El Brayan, Kliford, Bryan (El gato), Tito Varela y varios otros de los animadores de los programas que suenan en Tropicana. La terna la completaban el Mono Sánchez, humorista de Sábados Felices, y la Tía Inés, un tipo vestido de viejita que hace chistes malos y forma parte de Tropicana Cali.

Como no pude pasar al hombre obseso, me fui a probar suerte en la puerta de atrás, la de los artistas. Esta vez el guardia era un tipo alto y fornido que decía una y otra vez: “sin autorización no los puedo dejar pasar”. Mientras intentaba convencerlo echándole el cuento de que era un reportero que venía de la capital para cubrir el evento y toda esa carreta, el animador de la fiesta presentó al arbitro. A través de la reja pude ver a un enano vestido completamente de negro que entró saludando con una sonrisa, mientras un coro de carcajadas resonaba en todo el lugar. Tenía que entrar cómo fuera.

Afortunadamente tenía el contacto de una de las organizadoras del evento. Después de llamarla unas 20 veces, me contestó: “te salvaste porque me queda solo el 2% de batería, ya te hago entrar”, dijo por el auricular. De mala gana el guardia me dejó pasar a mí y a dos amigas de las organizadora que llevaban puesto el uniforme de alguna empresa. Apenas entré, el maestro de ceremonia gritó: “¿Cómo está Pipe?”, inmediatamente el desenfrenado público contestó “¡BUENO!”. Mientras tanto Pipe, un tipo escuálido, delgado como una escoba, que parecía estar lleno de granos y que no aparentaba tener más de 16 años (a pesar de que tiene 24), reía tímidamente y jugaba con el balón.

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Ese coliseo era un templo a la felicidad. Frente mío estaba la tribuna que tenía atravesada una gigantesca bandera de Colombia. Y como dijo el gordo de la puerta, se encontraba repleta. El público estaba compuesto en su mayoría por mujeres de todas las edades, muchas de ellas, yo diría que demasiadas, tenía culos de silicona y todas bailaban, cantaban y gritaban histéricamente cada que el maestro de ceremonia mencionaba a alguno de los artistas. En un momento de la noche, el hombre del micrófono gritó sin descaro ni pena: “Quién quiere que Pipe Bueno le de un hijo está noche”. Obviamente el 80% de las presentes alzaron la mano.

Maldito seas Pipe.

Yo estaba parado contra la reja que separaba la cancha de la gente. Era un espacio pequeño, donde había varias publicidades inflables de Tropicana y las personas se paraban unas al lado de las otras en fila. Como llegué tarde, todos los buenos puestos estaban ocupados y al principio me tocó acomodarme frente al amplificador, mal ecualizado, que sonaba durísimo. Cada que el DJ ponía una canción o el locutor gritaba alguna pendejada, sentía como si me estuvieran golpeando detrás de la cabeza. No aguanté la tortura, así que tuve que moverme a una de las esquinas que si bien no tenía tan buena vista, por lo menos me dejaba oír mis pensamientos y conservar mis tímpanos intactos.

El partido formaba parte de una campaña llamada “Hoy por ti mañana por mí” encabezada por Tropicana, que en 2015 fue la segunda emisora más escuchada del país después de Olímpica Estéreo. Con su slogan, “la más bacana”, tiene presencia en Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla y organiza varios eventos como el Tropiconcierto del año y actos benéficos como este. Estos, más allá de publicitar a la radio como un medio sensible que se preocupa, son una forma de promocionar a los artistas fuera de los escenarios. Esto logra que los fanáticos tengan una mayor cercanía con sus ídolos, para que de alguna forma sientan que esa gente que admiran son seres de carne y hueso como ellos ¿Acaso no es lo que todos queremos? Sentir que tenemos cosas en común con la gente que admiramos y que jugamos fútbol igual de mal que los tipos que interpretan la música que amamos. Por unos minutos los podemos ver ahí cerquita, sin luces, sin show, sin poses.

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Debo admitir que era bastante gracioso ver a todos estos tipos, que con su sola presencia mojan miles de calzones, que tocan en todos los rincones del país y que salen en sus videos rodeados de modelos despampanantes y manejando carros lujosos, ahí parados como si nada. Vestidos con camiseta roja, pantaloneta y medias negras y zapatos de fútbol relucientes, que parecían recién comprados, esperando que el locutor deje de hablar tanta mierda para poder jugar un rato. Se les veía como gente muy simple, tranquila y buena onda. Como cualquier gato que te puedes encontrar por ahí en la calle. La diferencia es que estos flacos cobran millones por concierto y más de medio país los ama, pero ninguno tenía problema en ir a ese barrio popular de Cali para mostrar lo mal que juegan.

El partido era puros pelotazos, puntazos, faltas agresivas y ningún equipo podía dar más de tres pases seguidos. Los únicos buenos eran los arqueros que se arrastraban por el piso y tapaban cada balón como si su vida dependiera de ello. Bien por esa entrega. En un punto del juego, Jhon Alex, el director de Tropicana, se lesionó (quién sabe cómo) y tuvo que ser sacado en camilla por la Guardia Civil. A la mitad del primer tiempo se hizo una pausa porque los jugadores estaban que se vomitaban del cansancio. Menos mal que todos viven de su voz.

El juez enano intentaba controlar la cosa, pero los locutores se la pasaban burlándose de él, insultándolo y diciendo que no servía para nada. En un momento se tropezó y le dijeron que una hormiga le hizo zancadilla. A veces el hombre anulaba goles sin razón aparente, pitaba faltas y sacó un par de tarjetas amarrillas, frente a las cuales los jugadores se arrodillaban para recibirlas. Pero en general nadie le hacía caso. La cosa era como un partido típico de barrio: las reglas se respetan dependiendo de la buena voluntad de los jugadores.

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La escena entre divertida y absurda era complementada por la Tía Inés, que siempre que cogía el micrófono hacía chistes de doble sentido pero que, por alguna razón incomprensible, el locutor no la dejaba entrar a jugar. Igual entró a la cancha, se unió al equipo de las Estrellas, cogió el balón, se sacó a todo el equipo contrario (que en verdad la dejó pasar) y cuando remató frente al arco la botó. Qué paquete.

La gente no apoyaba a un equipo en particular. Gritaban cada vez que alguien se acercaba al arco y siempre que había gol todos lo coreaban. Mientras tanto los locutores narraban el cotejo y hacían comentarios machistas, homofóbicos y anti-enanos, que los complementaban con la música de las estrellas y con la publicidad que le hacían al outlet Único y a una bebida energizante. En el medio tiempo los artistas se acercaron al micrófono para cantar y decir los felices que estaban y el buen nivel del partido. Muchas personas aprovecharon el momento para saltar la reja y tomarse una fotíco con los jugadores. Lo cuál era muy sencillo porque no había mucha seguridad que se diga, solo esos guardias vestidos de negro, que en su mayoría tenían sobrepeso, y que se notaba que estaban extremadamente aburridos.

El equipo de Tropicana le dio una muenda al de las estrellas, pero cómo los famosos nunca pierden, se dijo que empataron. Nadie en verdad llevaba la cuenta del partido, los locutores cambiaban constantemente el marcador y al final la cosa supuestamente quedó 12 a 12, o 14 a 14, la verdad no lo sé, el punto es que se fueron a penales.

Después de que cada equipo cobró como 15 penales, llegó el momento de la reflexión. La Tía Inés cogió el micrófono, el DJ puso una música suave y cursi, y el hombre travestido empezó a dar un discurso emotivo que cada cierto tiempo era interrumpido por los aplausos del público. De la forma más melosa que existe, agradeció la participación de la gente, la importancia de dejar de quejarse y ayudar al prójimo y dijo que la única estrella de la noche era Dios. Después con lágrimas en los ojos, y con la voz quebrada, pidió un minuto de silencio para orar.

De la nada, un jolgorio lleno de música, chistes y felicidad, se convirtió en una oración colectiva. Al todo poderoso fútbol lo reemplazó la única cosa que lo iguala en este país, Dios. Algo medio incómodo porque la fiesta se acabó a la fuerza y todo el desmadre fue interrumpido por un golpe de realidad por cortesía de Tropicana. Afuera del coliseo está la pobreza, la calle, la marginalidad, la angustia. Algo que gran parte de los presentes conocen muy bien. Muchos de los artistas vienen de lugares muy humildes y marginales donde hay pocas opciones de vida y altos índices de criminalidad. Por ejemplo Cali Flow Latino salió del distrito de Agua Blanca, uno de los lugares más abandonados y peligrosos del país, y Jhon Alex Castaño vivió en un hogar de paso y fue conductor de camionetas antes de convertirse en el Rey del chupe. Por eso había que darle las gracias al todo poderoso.

Después de las lágrimas regresó la fiesta. Esa noche fue como una montaña rusa de emociones. Felicidad, amor, desespero, euforia, empatía, tristeza, todo entregado al público en grajeas repartidas de forma estratégica. Al final se retomaron los penales y, como todos esperábamos, o queríamos, ganaron las estrellas. Pero creo que el verdadero ganador de la noche fue Tropicana.