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Música

Nos fuimos de after con los Candy Colors

Hablamos sobre Gloria Trevi, ratas gigantes y sus infinitos viajes en carretera.

Fotos por José Loredo (Pix)

Tuve que subir unas escaleras que estaban al punto del colapso y cruzar un pasillo que con olor a miados para llegar al espacio que les habían dado a los Candy Colors en ese basurero. Enfrente de mí había un cuarto lleno de dibujos psicodélicos y alfombra enmohecida. A los muchachos les estaban haciendo una entrevista. Esperé en el marco de la puerta mientras veía hacia ningún lado para pasar desapercibida.

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Se acabó el interrogatorio. Atravesé el marco de la puerta. Daniel, el guitarrista, y Oscar, el de los teclados, se acercaron. Lo primero que me preguntaron fue, “¿cuándo llegas al baile que te dice tu papacito?” No supe qué contestar. Me olvidaron y se pusieron hablar de los pagos por el evento mientras yo iba a saludar a los demás de la banda. Cinco minutos después de que fui bienvenida entendí el chiste de la pregunta. Regresé a catarles “No Bailes de Caballito”. Por fin pude romper el hielo.

Los Candy Colors son un grupo de algo parecido al punk pero suavecito. El sonido de su música te hace bailar sin hacerte llegar al extremo de parecer un epiléptico. Empezaron hace cinco años y han decidido permanecer independientes. No tienen firma, ni manager, ni nada. Su idea es pasarla lo mejor posible echando desmadre mientras tocan. Vienen al DF por lo menos una vez al mes. Necesitan cinco horas de camino y miles de litros de cerveza para llegar a esta ciudad. Una vez que se incorporan al Periférico conectan el GPS, se encomiendan a su patrona de preferencia y ruegan porque todo salga bien en esta ciudad llena de baches y vendedores ambulantes. Nunca llegan de día. No importa con cuánta anticipación se junten para salir de Guanajuato: Pix, el vocalista, siempre llega tarde.

Dicen que nunca vendrían a vivir acá, dicen que “La Roma está chida para un ratito”. No les laten las ratas gigantes y el olor a desecho tóxico. Les gustan las fiestas, la variedad musical, las morras desinhibidas y el aire de valemadrismo que se respira en calles chilangas. En León la escena musical es menor a cero, solo existen las mojigatas y no hay tantas fiestas. Por eso viajan. Bandas como ellos tienen que salir a buscar espacios en otros lados porque no existe tanto apoyo y diversidad en provincia.

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Ese día el bar en el que tocaron estaba repleto. Empezaron a las 12. Para mi sorpresa, todos en el lugar cantaron “Polaroids”. Incluso una niña/señora que estaba a mi lado no dejaba de moverse de un lado a otro mientras me flagelaba con su mochila. Recordé entonces lo que me habían dicho los Candy un hora antes en el cuarto diabólico: “Es raro ver que la gente que en verdad nos apoya está acá en el DF, en León nadie se sabe nuestras canciones”. El evento se terminó a la una y les supliqué a los seis irnos a un after. Mi nariz estaba desecha. Cuando intentamos salir del lugar el cielo se nos estaba cayendo encima. Corrimos a la camioneta. Inevitablemente nos empapamos.

Me apachurré en la esquina del asiento trasero. Oscar tuvo que hacer a un lado con los pies una montaña de latas de chela para que no nos estorbaran. Estuvimos perdidos media hora. Hablamos de durante el trayecto de cuando por equivocación hicieron 10 en vez de 5 horas de regreso a León por haberse metido en la salida a Pachuca y sobre la niña/señora que casualmente no era la primera vez que la veían. En ocasiones anteriores ya los había intentado seducir mientras bailaba canciones de Gloria Trevi. Esa morra siempre busca la manera de colarse a los afters.

Llegamos a un edificio y subimos cinco pisos. Compramos caguamas. A la mitad de la borrachera platicamos sobre la vez que tocaron con las Dum Dum Girls y sobre el desmadre que armaron en un festival con los Beach Fossils. Aguantaron hasta las siete de la mañana. Fui la única que sobrevivió despierta.

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Pix (el vocalista) se la pasa tomando fotos de afters y carretera. Me regaló estas.

Acá un video con más roadtrip.

Para escucharlos vayan a su bandcamp

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