Au revoir, Rusia: el Mundial no podría existir sin ficción
Ilustración: Mauricio Santos

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Mundial 2018

Au revoir, Rusia: el Mundial no podría existir sin ficción

Creer en imposibles. Piedras angulares y obligadas de lo que nos deja vivir día a día.

Artículo publicado por VICE México

Nos dicen que es el evento deportivo más importante del mundo. Nos repiten que no hay honor más deslumbrante que ponerte la casaca de tu país en el Mundial. Incluso, (con un ligero tono amenazante), nos advierten que cantar el himno antes de cada partido de nuestra selección es lo más cercano a ese cielo inventado que dibujaron hace algún tiempo los autores de La biblia. En tiempos como los que corren, celebrar un Mundial en la Rusia de Putin, con casi todos los 32 equipos del evento con inmigrantes —la mayoría africanos—, en donde estamos viviendo una especie de resurgimiento del nacionalismo barato, todas estas circunstancias al menos nos aseguraban un buen pedazo de televisión.

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Fue el Mundial de la pelota parada. De los ochocientos mil entrenamientos para poder sacar ventaja en el único lugar del campo donde no importa si sabes hacer rondos made in Barcelona o no. Donde ser ordenaditos y seguir repeticiones es mejor que tener una cantidad grosera de talento y contar con dos o tres velocidades más en la cabeza. Fue el Mundial donde Rusia estuvo a un penal de meterse en una semifinal de Copa del Mundo, donde vimos a Vladimir Putin sonreír. Donde Inglaterra sedujo a todo el planeta y nos hizo pensar que Guardiola y Pochettino habían logrado que por fin los apellidos Henderson y Delph dejaran de tener dos pies izquierdos y supieran tocar la pelota en el piso. Como mandan los cánones, dirían adeptos a la iglesia de Cruyff.

Fue el Mundial que se vistió de cementerio de elefantes, donde vimos al mito español del tiki taka, a los 12 años de trabajo alemán (periodo Klinsmann y Löw) caer como si estuviesen debutando en Mundiales. Fue el Mundial más ilógico que muchos ojos recuerdan. Quizás en Rusia se respiraba un aire distinto a todos los demás países del planeta. Quizás Putin, en las botellas de agua potable, colocó alguna especie de polvo que logró que cualquier escuadra de 23 hombres jugara sin conocer el palmarés de la selección que tuviesen de frente. Y por eso Marruecos casi saca del Mundial a la España de multimillonarios y Shakira de Piqué. O que la Irán (sí, Irán), de Carlos Queiroz lograra irse del Mundial con más puntos que Alemania. Pero, sobre todo, fue el Mundial del desarrollo. Y acá hablamos de desarrollo como si estuviésemos en clases de literatura. Como si entregas la versión final de un cuento a tu editor, y si jamás tuviste conocimiento de todo lo que sucedió en el desarrollo de la historia, te quedarás con el final feliz en el que el príncipe azul besa a la doncella en apuros, y esta se levanta del eterno sueño; te parecería un cuento más y sin una gota de estilo. Si no viste a Japón ir ganándole 2-0 a Bélgica, no entenderías por qué los belgas tuvieron la mejor actuación de su historia futbolística. Fue el Mundial más ilógico, pero que tuvo su campeón lógico. Y me disculpan por este recurso literario bien barato, pero a veces éstas cosas son necesarias.

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Fue el Mundial en el que los de traje y corbata quisieron buscar la justicia a como dé lugar. Sin importar si mientras se buscaba a esta perdida causa, se rompía la mística que hace al futbol lo que es. Y en esa insoportable búsqueda, el VAR fue el poster boy de lo que es "correcto". Y no existe tal cosa. La justicia dejémosla a las Estatuas de Libertad y juicios millonarios. Dejemos al futbol ser futbol y permitamos que dos flacos en Palermo puedan seguir rompiéndose la madre gastando toda su quincena en cervezas por un penal que no existió. O por la mano de Dios. Y por último, este Mundial, fue la mejor propaganda que ninguna agencia creativa de Buenos Aires pudo regalar a la inmigración y a la globalización. En el que un Fernandes anotaba para Rusia en cuartos de final y les daba una vida extra. En el que Dele Alli, de padres nigerianos, metía a Inglaterra en una semifinal luego de 28 años. Y en el que el campeón del mundo, Francia, se colgaba su segunda estrella en el pecho con 16 de 23 seleccionados siendo hijos de inmigrantes. Y todo esto bajo la mirada de Marine Le Pen: la poster girl anti inmigración.

El futbol no podría existir sin la ficción. El Mundial no podría existir sin ficción. Creer en imposibles. Piedras angulares y obligadas de lo que nos deja vivir día a día. Pensar que en una cancha de futbol con 22 hombres corriendo detrás de una pelota puedan suceder absurdos que en la vida real jamás pensaríamos posibles, es quizás la razón más importante por la que miles de millones de humanos ven el Mundial de futbol. El zig zag de Lozano contra Alemania, el primer gol de Radamel en un Mundial luego de romperse la rodilla doscientas veces; Panamá gritando el 1-6 contra Inglaterra más que Griezmann el 1-0 en la final del mundo; Marcos Rojo metiendo a Messi en octavos de final; un arquero inglés tapando un penal. Acciones que soñamos. Que pensamos mientras seguimos nuestra ruta al transporte público. Y que se cuelan justo antes de meterle una moneda más a nuestra tarjeta para pagar la tarifa subsidiada y así llegar a trabajar ocho horas más. Pero que internalizamos, negociamos y llegamos a un acuerdo con nuestro inconsciente de que no pueden ser reales. Que una selección como Croacia jamás va a llegar a una final de Mundial. Que sí, que tienen a Luka, a Luka Modrić y que nadie cachetea la pelota como él, pero que esto no es suficiente para llegar ahí. Y quizás en el futbol es el único escenario de la existencia humana donde la realidad, de a ratos, quiebra las aristas del cuadrado de la ficción y se acomoda como una especie de estrella en el pecho de algún seleccionado nacional. Esta es la razón por la cual nos comportamos como seres sub normales cuando vemos a la pelota rodar. Podemos permitirnos ciertas libertades.

Un Mundial romántico. En donde defendimos colores, bien sumergidos en una especie de trance del cual ya salimos desafortunadamente. Un producto muy vendible, un mes en el que cualquier problema era resuelto por un Arabia Saudita vs Uruguay. Que terminó coronando a Mbappé como el niño más veloz de la TV abierta, y logrando que el mundo del futbol hablara de otros apellidos que no fuesen Messi y Ronaldo. Un Mundial que terminó por inaugurar un nuevo lema para toda Francia: Liberté, égalité, Mbappé.

Au revoir, Rusia.

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