​Todas las fotografías por @aromadepaloma​.
Todas las fotografías por @aromadepaloma

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Cultură

Visité una colección de pieles tatuadas, fetos deformes y momias

Entre otras cosas...

Este artículo fue publicado por VICE México en colaboración con Mórbido Fest .

Puedo decir con absoluta certeza que nunca creí —ni esperé— ver lo que se aloja en la sala de la casa de Pablo Guisa, director del festival de cine de terror Mórbido, en una colonia céntrica de la Ciudad de México. Una colección que, propiamente, habla sobre vidas terminadas, no vividas o recordadas, por los breves gestos que se imprimieron en seres orgánicos que terminaron por convertirse en momias, especímenes de estudio o cadáveres atractivos.

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Pablo lleva alrededor de quince años nutriendo su colección con especímenes encerrados en grandes frascos de formol, pero una vida entera persiguiendo una pasión clavada en la antropología de las formaciones naturales. Fueran humanos completos, pedazos o animales, el gesto de una preocupación genuina por evitar la destrucción de estos objetos, brinda una luz diferente, contrastante con la intuitiva, sobre ciertos arquetipos sociales que, al menos en mi caso, aún quedan por derrumbar. Cuestiones de belleza estética, afrentas sobre las producciones naturales —incluidas las deformidades humanas—, el inicio o final de la materialidad del cuerpo. Todo tiene una cabida punzocortante en el pecho, imposible de ignorar, en el momento que ves a un cíclope humano en un frasco.


VICE: ¿Por qué coleccionar este tipo de objetos?

Pablo Guisa: Mi papá era un coleccionista absoluto de todo lo que se te ocurra: radios, planchas, máquinas, fotos, carteles de cine, televisiones, etc. Yo, por mi parte, colecciono las cosas que me interesan, pero definitivamente vengo de un lugar de coleccionistas. Mi afición por las colecciones comienza ahí, pero después estudié historia y antropología. Ahí me envolví por completo con los objetos y, en particular, con las historias de éstos.

Siendo antropólogo, de un hueso sacas una historia: era hombre o mujer, a qué se dedicaba, qué comía, de qué murió: todo eso salió de un hueso. Para mí todos estos objetos cuentan una historia y eso se relaciona a lo que precisamente me dedico: hacer cine, contar historias, generar contenidos, es el universo en el que me muevo.

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Cráneo de simio.

Tener una piraña, un pejelagarto, el cráneo de un simio, es exactamente igual que las señoras que coleccionan conchitas de la playa. Pero hablando de historias, por ejemplo, el cráneo de simio lo conseguí en el templo de los simios en Nepal, en Katmandú, y se puede ver que tiene, además de la ornamentación externa, una detallada representación de su cerebro. Uniendo así el hueso con las ideas sobre la vida, la muerte y todo lo que se envuelve en este universo para las personas de ahí.

Todo lo que estuvo vivo me parece mucho más interesante que cualquier otra cosa. Yo veo aquí una representación de ideas, de otro mundo, de personas, culturas y eso es lo que más me gusta. Esta colección a final de cuentas tiene que ver con esas historias y con esas huellas que vamos dejando sobre nuestros cuerpos, nuestro entorno y las de los animales. Colecciono de todo, pero nada de lo que está aquí es comprado, solamente llega.

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¿Cómo comenzaste a coleccionar tatuajes?

La parte de los tatuajes comenzó para uno de los festivales de Mórbido donde yo quería hacer una exhibición de tatuajes. Me parece que el arte en piel humana es increíble, además de que se ha practicado por miles de años en distintas culturas y estilos. Debido a esto fue natural que hubiera un tatuador, todos los años, en cada edición del festival. Él tatúa de manera gratuita el logo de Mórbido o variaciones del mismo a cualquier visitante que quiera, con una sola condición: que sepan que el tatuaje es “prestado”. Cuando se mueran alguien de Mórbido va a llegar por el tatuaje, de hecho, los hago firmar una carta de donación de órganos. El único órgano que pedimos es la piel y solamente el fragmento de piel donde está el logo.

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¿Cómo es el proceso de conservación?

Tres partes de formol, una de agua y una de glicerina. Se tiene que cambiar el líquido una vez al año si está sucio porque, además, el formol se evapora después de un tiempo. Estudié un año de medicina, quería ser médico forense, por lo que la manipulación de la piel de órganos, químicos, inyectar y demás me vino siempre de forma natural con mi formación e historia de vida. Me llaman mucho la atención los cráneos, las vísceras, los cadáveres, porque he tenido las manos metidas en los cadáveres.

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Momia humana.

¿Sabes hacer autopsias?

Puedo hacer una autopsia sin problema alguno, a ti te vacío, te quito la piel y pongo tus órganos en un frasco dentro de una hora.

¿Has recogido un tatuaje personalmente?

Sí, en realidad es muy fácil. Nada más hay que sacar el bisturí con precisión y en menos de tres minutos tengo tu tatuaje en un frasco al lado de los demás.

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El logo de Mórbido Film Fest.

Me interesa lo que comentabas de las historias… ¿Cuál es la historia favorita de tu colección?

Mira, yo no creo en fantasmas, ni en el más allá. Creo en el “on-ofismo”, es decir que creo en el “encendido” y en el “apagado”. Ahorita estamos “on” y llegará el punto en el que estemos “off”, así de simple. Sin embargo, hay un objeto que se mueve solito de lugar. Cada vez que lo busco no está en el lugar en el que lo había dejado. Es un objeto de una historia muy fuerte. Hace tiempo me contactó un médico psiquiatra y me contó que quería platicar sobre una historia y cuestiones que solamente podría ver conmigo. Era un médico que trabajó durante 20 años en la Clínica San Rafael, misma que cerraron hace no mucho y convirtieron en un centro comercial. Durante muchos años esta clínica fue un centro muy raro por el tipo de casos que cubrían, trataban rehabilitación de adicciones, pacientes psicóticos y también pacientes violentos o peligrosos. La manejaba la Iglesia Católica, había monjas de cierto orden y curas, al mismo tiempo que médicos para cuidar la salud de los pacientes.

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Me contaba este médico que también hacían exorcismos, es decir, que también se aprovechaba de la situación para llevar a cabo expiaciones espirituales de cierto tipo. Los exorcizados también se alojaban ahí, pero eran zonas de acceso muy restringido. Claro está, en este lugar todos estaban dopados de una manera u otra, ya fueran recetas o contrabandos, todos estaban alterados.

Resulta que el pasillo principal donde estaban todos los enfermos, sobretodo los más agresivos y violentos, tenía dos accesos. Todos estaban encerrados, pero había unas puertas que de pronto se abrían y salían todos estos personajes violentos, así que tú, como médico, lo único que tenías para defenderte era la llave de las cerraduras de este pasillo. Era la misma llave para ambas puertas. Tal cual, tenían que correr para alcanzar la puerta, abrirla y cerrarla. El médico me dijo que en sus veinte años ahí tuvo dos pacientes que se suicidaron; una con el envoltorio metálico de la pasta de dientes, lo abrió y se cortó las venas —antes los tubos eran de metal— y él fue quien la encontró; y la segunda se colgó en uno de los jardines traseros de la clínica, se supone que nadie la encontraba y cuando salieron con linternas a buscarla, de pronto él sintió, como en las películas, que algo le tocó el hombro. Eran los pies colgando de la paciente.

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Me cuenta que estaba muy enojado cuando iban a cerrar la clínica sin más explicación. Se dice que fue cuando se permitió la adopción de parejas del mismo sexo en México que la Iglesia Católica, por berrinche, decidió cerrarla. El Vaticano, tal cual, tomó la decisión de darle todos los enfermos y loquitos al gobierno mexicano. Como este doctor estaba tan enojado, quería que me metiera a la clínica a documentar todo lo que sucedía ahí. Acepté encantado de la vida, pero por mala suerte, fue poco antes de una edición de un festival y simplemente no era rentable que me agarraran en propiedad privada. No podía arriesgar que no se hiciera el festival. Ahí fue cuando me confesó que tenía un objeto con el que no quería cargar más: “Ya no quiero tener esto conmigo”, me dijo. “Estoy buscando dejar toda esa parte de mi vida atrás con el cierre de la clínica, pero es un objeto que no puedo dejar de manera fácil con cualquiera porque, además, lo tienen que aceptar”. Inmediatamente supe que lo quería, lo tenía en el puño cerrado. Lo que me dio fue un llavero, con una argolla de metal, con la llave de estas puertas del pasillo que le salvaban la vida, y en la argolla los dos anillos de las pacientes que se le suicidaron. Además, la argolla venía soldada porque absolutamente nadie podía sacar copias de esas llaves. Me dio el llavero que cuidaba su vida y los anillos de muerte de las otras.

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Obviamente es un objeto que tiene una carga simbólica y emocional muy fuerte y, evidentemente, para las personas que creen en energías y estas cosas tiene una vibra muy pesada.

Cuéntame sobre las momias

México es un país de momias. Toda Latinoamérica. Podrías pensar en los incas, por ejemplo, ellos cuando morían no perdían ningún estatus ni bien material y se les momificaba. De hecho, de ahí viene su expansionismo territorial con cada nuevo señor inca que subía al poder, tenían que encontrar nuevos lugares para ponerlos.

Una práctica común era que cuando había un problema grande, todos llevaban a sus momias a un centro y los ponían a “deliberar” juntos. En México hay momias desde épocas prehispánicas, aunque propiamente ninguna de las culturas momificaba como tal. Sin embargo, debido a las propiedades de los suelos, éstas se hicieron de manera natural. Las de Guanajuato son momias completamente naturales. Después se enterraba a las personas en las iglesias y los cadáveres no tenían contacto con el mundo exterior, estaban metidas entre piedras o cantera, por lo que no se permitía bien la putrefacción del cuerpo.

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La colección de momias que tengo vienen de un laboratorio que cerró hace muchísimos años. Como llevaban 30 años metidas en una bodega, el líquido que las conservaba como especímenes se evaporó por completo, y como ya estaba curtida la piel por los químicos, éstas se momificaron. Después de que llegaron a mí se las llevaron al Museo Nacional de Antropología e Historia porque estaban haciendo una exhibición muy grande de momias, se iba a llamar “Momias de México”, de hecho. Ellos, ya con todo su equipo, las curaron, fumigaron, prepararon y me las devolvieron, lo cual está padre porque están certificadas por el museo. Todos son humanos que llegaron o nunca llegaron con, como puedes ver, deformaciones mortales.

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¿Y los especímenes en formol?

Los demás objetos y especímenes que no están momificados que tengo aquí tienen como cincuenta años de antigüedad. Viéndolos en orden, el primero es un sireno que nació sin brazo, era imposible que sobreviviera como tal. Como te decía antes, me gustan tal cual como las conchitas: son formaciones naturales, orgánicas que a mí me parecen hermosas. La diferencia misma de toda su especie es lo que los hace hermosos, son piezas únicas en el mundo.

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Es posible comercializar con este tipo de cosas, en Estados Unidos se puede comprar lo que sea. Pero yo no conozco personalmente a nadie que lo haga. Yo lo veo como una labor de rescate, éstas son cosas que se tienden a destruir. Cierra el laboratorio que los tenía guardados y los tienen que incinerar, destruir.

Para mí, destruir estas piezas únicas no tiene ningún sentido. Inclusive en Argentina y aquí en México hay museos dedicadas a ellos, en el Hospital General tienen una muestra de malformaciones y enfermedades, por ejemplo. Hay preservación para cuestiones de estudio en muchos casos, pero yo he tenido la fortuna de rescatar estas piezas que estaban por ser destruidas. De una manera u otra llegan a mí por mi perfil público y gente de todos lados me hace peticiones o invitaciones, sumamente extrañas, desde insinuaciones sexuales de cualquier tipo, hasta médicos que no quieren ver la destrucción de los especímenes. Todo lo que tengo ha llegado solito, justo como la historia del llavero.

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¿Qué te encantaría tener?

La mano de Obregón. Recuerdo que de niño me llevaron a ver todo un monumento dedicado a una mano y me quedé encantado. Lástima que ya se la devolvieron a la familia y no hay nada que se pueda hacer. Pero en realidad, algo que me gusta muchísimo son las reliquias, como esta mano o los huesos de los héroes patrios —que se comprobó ser mentira que fueran los del Ángel de la Independencia—, precisamente mi tesis de universidad la hice sobre las reliquias. Me sorprende cómo hay cosas como el diente de Buda que pasean los budistas, los huesos de un mártir, alguna reliquia de Jesús o lo que sea. En realidad, si lo piensas, no es algo atípico. Seguido madres hacen pequeñas pulseras o anillos de los dientes de sus hijos o mucha gente guarda las cenizas de un ser querido para quedárselas en la casa.

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La evolución de eso es muy interesante. Como las polémicas que se han levantado sobre hacer diamantes con las cenizas de un ser querido. Esta cuestión de conservar los restos es una tradición que tiene que ver con conservar nuestra historia. Los arqueólogos trabajan principalmente en dos lugares: basureros y cementerios. Ambos son una fuente inagotable de información sobre el ser humano y me preocupa que es una de las cosas que se están borrando con las nuevas generaciones. Si no dejan ningún rastro, como es muy de moda actualmente en cuanto a lo que se harían con sus restos después de la muerte, en realidad no hay nada que pueda registrar su paso por el mundo. Creo que están huyendo de su pasado, destruyéndolo en el proceso, incluyendo su propia cultura. Es una cuestión que no se ve en nuestro tiempo histórico, pero dentro de 400, 500 o 600 años no habrá información de mucha de la población y de las cosas que se hicieron en nuestra época. Por eso se necesita gente como yo que, cuando sea viejo lleno de bodegas de cosas, después se convertirán en museos.

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¿Qué te motiva para seguir coleccionando y cuidando estas cosas?

Todo esto, para mí, es una misión de conservación que a mí me ha llegado. Hay muchos objetos que me llegaron por un pintor, ya fallecido, todo un personaje, José Manuel Schmill, que solía pintar monstruos y muchos de sus modelos, por supuesto, eran monstruos. Me las regaló simplemente diciéndome que eran para mí pues a él se las había donado el Dr. Tachi Kin cuando él era un joven pintor estudiante de anatomía.

Me contó que este doctor le había dicho esto: “Jose Manuel, tienes que llevarte estas cosas porque mis hijos las van a tirar y nada más les voy a dar un problema, yo sé que a ti te gustan, llévatelas”. Cincuenta años después Jose Manuel me dice lo mismo y añade que es mi turno. Entonces yo ya soy la tercera generación de cuidar monstruos y, en algún momento, yo voy a tener que llegar con alguien a decirle exactamente lo mismo.

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Pablo con su colección.

No puedo dejar de coleccionar. Precisamente por esta cuestión orientada a la conservación. Si a mí alguien me dice que tiene “el hígado de su abuelito en un frasco”, no puedo no añadirlo a la colección. Es parte de la misión que te decía antes. Todo lo que viste aquí no lo veo como un objeto con relación afectiva, sino como lo que son: formaciones naturales que quiero conservar.


La colección de Pablo, seguido con la palabra que da nombre a su festival, hace un trazo reflexivo sobre las delicadas líneas con las que describimos a los gustos que no compartimos como “morbo”. Conocerla, ver las fotografías, escuchar su razón y aproximación antropológica, histórica y narrativa, a fin de cuentas logra comprender algo que tampoco creía posible: me da gusto que alguien lo esté haciendo, ojalá pronto encuentre un nuevo heredero.

Pablo Guisa es director de cine y está presentando actualmente la onceava edición del festival de cine de terror Mórbido Film Fest. El festival tomará lugar del 31 de octubre al 11 de noviembre en la Feria de Chapultepec y contará con 35 invitados internacionales de 8 países bajo la temática de “La Guerra”. Si quieres conocer los cortometrajes, largometrajes y demás eventos, visita su sitio.

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