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Drogas

La historia del cornezuelo, la LSD de las abuelas gallegas

Está relacionado con las brujas, los abortos y las alucinaciones.
cornezuelo
Cornezuelo entre el centeno. Imagen víaWikimedia Commons/CC 1.0

Cornello, cornecho, dentón, caruncho, corno, grao de corvo. En Galicia, el cornezuelo que usaban las abuelas tiene múltiples nombres. Se trata de un hongo parásito del centeno que afecta al sistema circulatorio y puede provocar alucinaciones. En la Edad Media fue realmente polémico por su vinculación con la brujería y, de hecho, se cree que este hongo sería el responsable de que acusaran a las brujas de Salem, en el estado de Massachusetts.

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Pero no hace falta pisar los Estados Unidos para encontrarlo. En tierras gallegas fue especialmente conocido. Según Carlos Illana, profesor titular de la Universidad de Alcalá y experto en el tema, las condiciones climáticas, los inviernos fríos y húmedos favorecían el crecimiento del esclerocio.

Galicia no es la única zona donde crecía el cornezuelo: Navarra, La Rioja, Palencia, León, Burgos, Salamanca, Soria, Segovia, Cataluña o Aragón son otras de las localizaciones en las que solía aparecer. Sin embargo en tierras gallegas es donde más se ha documentado sus aparición.


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“Las epidemias de ergotismo, enfermedad que produce la ingestión accidental de cornezuelo del centeno, han coincidido en zonas donde habitualmente se comía pan de centeno”, explica Illana. Según nos cuenta, el grano y los esclerocios molidos pasarían a las harinas utilizadas en la elaboración del pan y la contaminarían con alcaloides tóxicos, por eso también se lo denomina popularmente “mal del pan”. Las epidemias eran más frecuentes en los pueblos que en las ciudades, particularmente en tiempos de privación de alimentos.

Las primeras referencias de epidemias producidas por el consumo accidental del cornezuelo del centeno aparecieron en la Edad Media, período en el que se extendieron por toda Europa cobrándose miles de víctimas. “El ergotismo tenía dos manifestaciones: el ergotismo convulsivo y el gangrenoso. Difícilmente se producían ambos a la vez”, explica Carlos Illana. “El ergotismo gangrenoso comenzaba con escalofríos en los miembros, seguido de sensación de quemazón. Parecía como si las extremidades se consumieran internamente por un fuego interno, se volvían negras y arrugadas y al final se desprendían”, nos dice.

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De hecho, la primera vez que se menciona al ergotismo gangrenoso es en los Annales Xantenses, en Xanten (Alemania), en el año 857: “Muchos se descomponían como roídos por un fuego sagrado que les consumía las entrañas. Los miembros que se iban corroyendo se volvían negros como el carbón. Los enfermos morían pronto entre terribles dolores, o seguían viviendo una vida aún peor sin pies ni manos. Muchos se contorsionaban, presas de convulsiones nerviosas”.

Carlos Illana explica que el ergotismo convulsivo se caracteriza por el desarrollo de delirios, alucinaciones y espasmos musculares. “El ergotismo convulsivo provocado por la ingestión de esclerocios de Claviceps purpurea podría explicar muchos actos de brujería, al provocar alucinaciones. Hay evidencias de que en zonas donde se sufrieron epidemias de ergotismo coincidieron con persecuciones por brujería, como en Lorraine (Francia) en 1589, Exeter (Gran Bretaña) en 1601, Finmark (Noruega), siglo XVII, en Escocia durante los siglos XVI-XVII, o el más conocido, el de Salem”. En España, en los hospitales fundados por la orden de San Antonio se trataba a los enfermos de ergotismo. Estaban dispuestos a lo largo de todas las rutas del Camino de Santiago, tanto en puertos de montaña, como Roncesvalles o Somport, como en cruces de caminos.

“Durante la Edad Media, los enfermos de ergotismo acudían a curarse a los santuarios en los que se exponían reliquias de santos. El lugar más visitado fue el sepulcro de San Antonio Abad, en el que se decía se habían producido curaciones milagrosas. Se extendió la idea de que este santo era el único que podía curar el fuego sacro, y a partir de entonces la enfermedad se denominó fuego de San Antonio”, señala Carlos Illana.

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El cornezuelo del centeno también fue usado tempranamente como arma biológica. Los asirios, en el siglo VI a. C., lo usaban para envenenar los pozos del agua de los enemigos. También está documentado mediante publicaciones en los periódicos que las abuelas gallegas utilizaban las propiedades del cornezuelo con distintas finalidades.

Por un lado se sabe que era abortivo: las contracciones uterinas prolongadas al tomar el cornezuelo podían provocar abortos. Por otro lado, también se sabe que se usaba para ayudar al parto. “Algunas viejas parteras llevaban siempre con ellas en un frasco un polvo gris, que no era otra cosa que cornezuelo del centeno molido”, explica el experto. “En cualquier caso había que estar seguro de que la dosis fuera la adecuada”, nos dice. Según nos cuenta, en España también se empleó, a finales del siglo XIX, para ayudar a las yeguas a parir. No fue hasta más tarde que se empezó a emplear en fármacos. “En la década de los años treinta, distintos grupos empezaron a investigar la estructura química de los alcaloides del cornezuelo”, explica Carlos Illana. “Las investigaciones caracterizaron el ácido lisérgico como el componente común a todos los alcaloides”.

Me cuenta Carlos que hacia 1940 el suizo Albert Hofmann, que trabajaba en los laboratorios Sandoz, sintetizó en laboratorio los derivados del ácido lisérgico. El compuesto número 25 de la serie fue la dietilamida del ácido lisérgico, al que se asignó el nombre de LSD-25. En 1943 Hofmann repitió la síntesis del LSD-25 y descubrió accidentalmente sus propiedades enteógenas, tal y como cuenta él mismo en su libro “Cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el mundo”.

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Ya en los años 50, los laboratorios Sandoz empezaron a distribuir de modo experimental la LSD-25 bajo el nombre comercial de Delysid, para su uso en psiquiatría clínica y en la investigación del cerebro. No fue hasta los años 60 cuando se puso de moda al ser conocido por la “comunidad lisérgica”.

Hubo un momento en la historia, desde comienzos del siglo XX, en la que España empieza a vender cornezuelo y a exportarlo al extranjero. “El cornezuelo español era considerado de muy buena calidad, explica Illana, y en Europa la mayor parte del cornezuelo destinado a la industria farmacéutica procede del noroeste de la península ibérica y del sur de Rusia”. De hecho en 1939 en España se fundó la empresa farmacéutica Zeltia, que sería la primera empresa productora nacional de alcaloides del cornezuelo del centeno.

Se separaba del cereal mediante cribas, y se llegaba a pagar hasta a 500 pesetas el kilo. En anuncios de periódicos de aquella época se puede ver por qué realmente se ha llegado a comparar la recogida de cornezuelo con la fiebre del oro. “La gente de los pueblos se sacaba un dinero extra al recogerlo, dándose casos en que al recolectar el cornezuelo arrasaban el resto de la cosecha al pisotearla”, explica Illana.

Sin embargo, después de la Guerra Civil aquella fiebre cesó. “El cornezuelo fue un artículo intervenido por la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes. Las industrias y laboratorios que lo transformaban en España tenían que pedir permiso a dicha Comisaría, tanto para obtenerlo como para exportarlo”. La situación de España tras la II Guerra Mundial también pudo afectar en el comercio externo del cornezuelo.

Según nos cuenta Carlos Illana, en la actualidad existen varios medicamentos en cuya composición hay alcaloides del cornezuelo del centeno, que se usan para el tratamiento de las migrañas, en ginecología, tratamiento de la enfermedad de Parkinson en los casos de insuficiencia cerebrovascular.

En España sigue habiendo cornezuelo: “Puede aparecer en el campo si las condiciones climatológicas se cumplen, es decir en zonas con inviernos fríos y húmedos, a los que han seguido primaveras calurosas”, explica Carlos Illana. Lo que ocurre es que ahora se usan en el campo fungicidas que impiden su formación. Aún así nos cuenta que hay otras especies de hongos que producen cornezuelo que pueden aparecer en muchas gramíneas de modo natural. Solo hace falta distinguirlas.

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