I
II
—Un Pável tiene que hacer lo que tiene que hacer. Sólo avísame que llegaste bien a casa, ¿sí?
—Está bien, así lo haré.
—Oye… te quiero.
—Yo también te quiero.
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III
IV
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Al fondo del cuarto hay dos columpios para BDSM. Sólo uno está ocupado y también hay otro chico en jockstrap que recibe sin chistar los embates de quien quiera venir a cogérselo. Hasta ahora, todo había sido silencioso: o no se quieren venir porque quieren guardarse para el resto de la noche, o prefieren hacerlo sin mucho escándalo. Eso, hasta que llega un hombre velludo y calvo. Después de unos minutos de “mete y saca”, deja escapar el inequívoco gruñido del orgasmo. El chico del columpio ha sido “preñado”.La verdadera fiesta está en el cuarto más oscuro. No alcanzo a distinguir cuántos somos, porque los ojos no me dan para tanto. Sólo se escucha el golpeteo de pelvis contra nalgas, las bocas que succionan, los gemidos de los que reciben la carne hinchada de sangre. Aquí el pacto de silencio se rompe. No hay palabras, pero sí un lenguaje primitivo y universal, uno que no conoce de reglas gramaticales ni de academias.A tientas alcanzo a sentir piernas al aire, que descansan sobre hombros sudorosos. Percibo también vergas que se frotan contra mi cuerpo y manos que intentan alcanzar mi bulto. Me escurro entre la oscuridad como una serpiente, evitando las trampas del deseo. Rozo pieles, a algunos les acaricio el cabello, a otros los tomo por momentos de las manos. No hay acto sexual más íntimo que prodigarles cariño fraternal a estos completos desconocidos. Sin penetrar o ser penetrado, me retiro del cuarto oscuro, en una especie de éxtasis.“Ya llegué a casa. No hice nada sexual, por si estabas con el pendiente. Seguro ya duermes. Sueña bonito, chamaco”. Me quito la ropa y me acuesto en la cama. Me pongo a pensar qué tan solos estamos como para pasar estas fechas en orgías, en intercambios de saliva y esperma. ¿O será que el instinto animal no conoce de días feriados y que no tiene horario ni fecha en el calendario, como diría la canción de salsa? Me dispongo a descansar. Me obligo a dormir, pues en unas horas toca ir con la familia a arrullar al Niño, a rezar la letanía y a pedir posada. Porque soy puto, puto, pero bien católico.