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Identidad

“Jesucristo ama a las mujeres, pero no al feminismo”: Samuel, el indigente cristiano de la CDMX

Este personaje recorre manifestaciones y espectáculos masivos de la ciudad con sus letreros cristianos.
Fotos de Soraya Villanueva.

Tiene nombre bíblico. Samuel, de 52 años, se ha convertido en un pintoresco personaje de la CDMX. Vive en la calle y a menudo se le puede encontrar afuera de espectáculos masivos: conciertos, peleas de box y marchas por causas diversas, sosteniendo letreros construidos con letras intercambiables sujetas por un imperdible a un fieltro, que con ortografía impecable e intachable sintaxis, se pronuncian a favor de Jesucristo.

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Algunos transeúntes lo agreden. Otros lo ignoran. Muchos le toman fotografías para compartirlas en redes sociales. Lo que la mayoría no sabe es que este sujeto alguna vez estuvo preso por daño a propiedad ajena, tuvo la intención de suicidarse y fue la fe, cuenta, quien lo salvó. Platicamos cerca del Tianguis Cultural del Chopo.

VICE: ¿Cuándo empezaste a hacer tus carteles?
Samuel: En 2011. Estaba en Monterrey y el narco empezaba a sentirse con fuerza. En un bar asesinaron a 25 personas a balazos. Yo quería ir a la calle donde estaba el bar a comunicar la palabra de Dios. Antes yo repartía volantes, pero ese día no tenía dinero para imprimirlos. Entonces me dije: Ay, Jesucristo, ¿qué haré? Y la Biblia me dio la respuesta: ¡haz un solo folleto para todos! Nunca se me olvidará el primer letrero: "Dios no quiere la muerte del que muere. ¡Arrepiéntanse y vivirán!" Lo dice el profeta Ezequiel en su libro. Fui y me planté afuera del bar, donde aún estaban las manchas de sangre, y todo mundo me vio porque somos morbosos por naturaleza. Cualquier cartulina que traiga alguien, aunque le mientes la madre después, la vas a leer.

¿Cómo se te ocurre lo que escribes?
No creas que me habla un ángel o algo así… Todo viene de leer la Biblia. Aquí en el Chopo (en la CDMX), suelo traerle mensajes a los darketos. Pero ahora hice uno para Ricky Martin, que estuvo en México. Al rato me voy para el Auditorio. "Que seas gay Jesucristo lo entiende, pero que sientas orgullo de ello, no".

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¿Lees el periódico? ¿Cómo estás tan informado de los eventos que hay?
En esta ciudad es facilísimo encontrártelo tirado. Hoy me encuentro el de ayer y mañana veré el de hoy. Tengo una agenda detallada.

¿Te han agredido?
¡Por supuesto! El Día de la Mujer me fue como en feria. Es que me volé la barda. Mi letrero decía: "Jesucristo ama a las mujeres, pero no al feminismo". ¡N'ombre! ¡Había unas chavas topless, bien bravas, feministas recalcitrantes! Me subí a un poste para que lo viera todo el contingente, pero que se me dejan venir las que venían en topless. Dije, oh, my god, no merezco tanta belleza. ¡Pero ellas me querían arrebatar el letrero a patadas! Acabaron correteándome y yo subiéndome a una escultura de las que hay en Reforma, para salvarme.

¿De qué vives? ¿Pides dinero?
A veces la gente me da, pero yo nunca pido. ¡Jesucristo nunca pidió dinero! ¡Allá ustedes si le quieren engordar la cartera a esos pederastas católicos y a los pastores cristianos pide-dinero! No todos los días me dan, pero una vez hasta de a 200 me tocó.

¿Dónde duermes?
En la calle. Hasta hace poco estaba en el albergue Coruña, pero ya no. Ahora duermo en el Parque México, porque las banquitas tienen techito. Me mojo un poquitín cuando llueve, pero no tanto.

¿Te cansas de sostener tu letrero?
¿Te digo algo? Puedo estar hasta seis horas y no siento el cansancio, pero cuando bajo los brazos, ahí sí me quiebro. Jesucristo me da la fuerza.

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¿Desde niño fuiste tan cristiano?
Nadie lo es desde niño. Yo conocí a Jesucristo en 1997. Tenía 32 años. Estaba en la cárcel. ¿Viste las noticias hace poco? Que mataron a veintitantos, pues ahí estuve, en el Cereso de Acapulco. Cuatro años y medio.

¿Qué delito cometiste?
Daños en propiedad ajena. Destruí un negocio de obras de arte del artista Sergio Bustamante. Los daños ascendieron a 110,000 pesos.

¿Por qué lo hiciste?
Estaba muy deprimido. Viajé a Acapulco exclusivamente para suicidarme.

¿Por qué en Acapulco?
Nací en San Luis Potosí. Pero a los cinco años me llevaron a Monterrey y a mis 32 no había conocido el mar. Nunca tuve la necesidad de salir de Monterrey porque ahí había galerías, universidades y museos. Siempre me gustó el arte. Era cinéfilo e iba al cineclub. Todavía veo un poquito de cine. Antes de querer suicidarme fui al psiquiatra. Entonces trabajaba como guardia de seguridad: dos meses de aguinaldo, 21 días de vacaciones. Trabajaba sólo medio día, ¡era un trabajo soñado y para toda la vida! Pero eso no me hacía feliz. Así decidí que no me suicidaría en Monterrey porque no quería que mi familia viera mi cadáver. Me fui a Acapulco. Luego de ver el mar me fui a comprar el picahielos más grande que encontré en una Comercial Mexicana. Me encerré en mi hotel, me acosté en la cama y sucedió algo sobrenatural, ¡por más que intenté no conseguí encajármelo en el pecho! Fui por la tapa de cerámica del excusado y ni así, apoyándola con todas mis fuerzas, logré atravesarme con el pico.

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¿Pensaste que era un milagro?
Yo ni siquiera creía en Dios. Era ateo. La cosa es que me volví loco. Comencé a golpearme yo solo, a llorar quedito para que nadie viniera a mi cuarto. Cuando me tranquilicé, era como la una de la mañana y pensé: "no pude matarme porque soy una basura, debería estar en un basurero humano… sí, en una cárcel". Salí del hotel y pedí un taxi hacia la Costera, donde está la zona de bares. Yo no bebo porque no me gusta perder el control. Drogas, menos. Siempre le dije a mis amigos, "¡yo estoy loco natural! ¡No necesito meterme nada". Pero yo quería ir a la cárcel, porque como cinéfilo, yo sabía que en la cárcel matan, violan y desaparecen a las personas. Total que le di un trago a una cerveza. Sólo uno. Vi la tienda de arte y me acerqué. Tiré mis credenciales a una alcantarilla y rompí a patadas la puerta. Entré y di rienda suelta a toda mi rabia. Rompí como 10 obras hasta que me calmé y me acosté en el piso a esperar a que llegara la policía.

¿Cómo te trataron?
Todo el cine que había visto antes, lo viví en carne propia. Me dijeron que saliera con las manos en alto, pero como no les hice caso entraron por mí. Uno me puso el pie en el pecho y por primera vez percibí el miedo en otra persona. Le temblaba el pie a ese pobre hombre. Me llevaron, me quitaron como 8,000 pesos que traía encima y me encerraron, que era lo que yo quería.

¿Qué tal te fue en la cárcel?
Desde que entré hasta que salí, nadie me tocó. Por más que busqué bronca, nadie me puso una mano encima. Hasta me enfrenté al director y me mandó a la cárcel de la cárcel. Había otros cuatro castigados; los provoqué y nada. Parecía una obra de teatro del absurdo. Nunca encontré bronca, pero encontré a Dios.

¿Quién te lo presentó?
El 14 de noviembre de 1997, no se me olvida, un viernes a medio día, salí del hoyo. Buscaba con qué quitarme la vida porque nadie me mataba. Entonces iba caminando por el patio de visitas cuando vi a los cristianos que les daban chance de ir a regalarnos ropa y comida. Mis pies no me respondieron. De pronto mi cuerpo actuó solo. Caminó hasta ellos. Yo crecí en una familia cristiana y los odiaba, pensaba que eran unos hipócritas. Pero ese día no supe qué pasó. Empecé a llorar sin voluntad propia. Mis piernas no me respondían. Entonces uno de ellos me extendió un volante que traía escrito el salmo 23, el que más odiaba yo, porque era el que mi mamá me pedía leerle cuando era niño porque ella no sabe leer: "Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará". Aquellas palabras penetraron tan profundamente en mi alma que fue como si las leyera por primera vez, aunque las había visto muchas veces.

¿Traes contigo una Biblia?
Ahorita no. Para no cargar, se la encargo a un conocido. Y no es por presumir, pero la traigo aquí, en la cabeza.