Captura de pantalla 2020-12-10 a las 9
Imagen "Selena: La serie" / Netflix.
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Nosotras ya éramos fans de Selena antes de que estuviera de moda

"Habrá que ver hacia dónde va la serie de Netflix con los capítulos que faltan, pero por ahora, nos merecíamos algo mejor. Selena se merecía algo mejor". 

Es común que, cuando una mujer lo logra, se le piense como excepción: es la mejor, la más guapa, la única que pudo. Esto sirve para que entonces no haya suficientes ejemplos ni referencias, para que se nos olvide que siempre ha habido mujeres siendo exitosas a pesar de todo un sistema. Para que cada niña vuelva a crecer sola y vuelva a pensar en forjar un camino que muchas veces otras ya han recorrido. Muchas incluso se borran o se van olvidando. Aunque con Selena esto no se ha podido. En un standup, Cristela Alonzo dice que Selena es lo más cercano que lxs latinxs tenemos a un(a) superhéroe. Que murió hace más de 20 años y seguimos pensando en todo lo que pudo haber hecho. Que Trump construiría un muro y Selena lo derribaría con su voz. Y de hecho lo hace, Selena es la posibilidad de franquear el muro, es la imagen de una especie de santa para una cultura que parecía expandirse más allá del borde. 

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¿Cuántas representaciones tenemos de Selena? En la cultura audiovisual, tres. Representaciones iconográficas cientos, quizá miles. Una lotería. Libros, poemas, una línea de cosméticos, trajes, playeras, pines, incluso veladoras y una barbie fake. Selena es una figura que no se agota. Algo en su sonrisa nos cautiva y nos intriga a partes iguales, algo que parece una excepción muy grande, como un american dream materializado y envuelto en una sensibilidad sufriente, dolorosa y enamorada de la música grupera que ella y A.B. Quintanilla III —su hermano y productor— transformaron en otra cosa con el ritmo de cumbia, el bidi bidi bom bom y el ser de distintas sociedades. El sonido de lo que iba a ser el futuro, una mezcla y una lengua pocha no solo en sus entrevistas y en las ciudades fronterizas, sino en el ritmo de los pueblos que para las navidades se llenaban de trocas con placas gringas y hombres con corte de pelo onda El Buki. 

Cuando a Selena la mataron, en 1995, George W. Bush ya era gobernador de Texas y declaró el 16 de abril, fecha en la que ella cumpliría 24 años, como el día de Selena por todo lo que habría influido en la cultura texana. Selena era ya para ese momento una figura política en tanto representaba una identidad hasta cierto punto ausente en la cultura pop estadounidense. El gran boom del tex-mex coincide con la crisis del 94 en México. Meses antes de la muerte de Selena entró en vigor, además, el TLC. Cuando se firmó, la migración no formó parte de las negociaciones. Se pretendía que circulara capital y mercancía y que la movilidad de personas se redujera. Pero  ante un campo mexicano que se iba quedando rezagado y sin oportunidades laborales ni de agricultura de autosustento, el resultado fue que el número de migrantes en Estados Unidos casi se duplicó de 1980 a 1990: de 2.5 a 4.6 millones, y luego a 9. 3 millones ya para los dosmil. Floreció la frontera y creció una identidad binacional que Selena encarnaba, la misma identidad que una vez le ganó a Vicente Fernández y a los Tigres del Norte el Latin Grammy: la de las y los trabajadores ilegales que se escapaban a los bailes y hacían fiestas en sus backyards los fines de semana.

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Selena abrió el paso para que después más mujeres fueran parte de eso que los gringos llaman música regional mexicana, un ritmo que para los noventa habíamos escuchado poco y que combinaba muy bien con todo lo que sucedía en el pop con Madonna, Whitney Houston o Prince, pero añadía una dosis exacta de flavor con sintetizadores: Grupo Límite, Priscila y sus balas de plata, más tarde Jenni Rivera (otra de destino trágico). También es parte de una corriente mucho más grande de latinas rompiéndola en Estados Unidos que quizá empezó con Linda Ronstadt y esos dos discos que fueron las canciones de su padre, como paréntesis de reclamo de su mexicanidad en el medio de una carrera en el country folk y el rock, y que  se sigue con Celia Cruz, Gloria Estefan, la incluye a ella y luego pasa por JLo y Shakira. Por esos años, además, había otras figuras que desplegaban una serie de posibilidades de feminidad que, aunque acotadas de cualquier forma por ciertas proporciones y estándares de belleza, permitían pensar en destellos de rebeldía: los excéntricos trajes de Thalía, los zapatos viejos y la papa sin cátsup de Gloria Trevi, o el cabello bicolor de Mónica Naranjo. Qué humareda que nos viene ahogando, la gente se pregunta y nadie sabe qué es: mujeres que proponían otros modelos de diferencia a fines del milenio que, aunque no se desviaban de la mirada masculina, eran un poco más para ellas mismas y menos para los otros.

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En la película de 1997, Selena se enfrenta a su padre para usar la ropa que le gusta en los shows. Cuando él le recrimina salir a cantar en brassiere, ella responde “No es un brasier, papá, es un bustier”. Y ahí su mamá le ayudó a bordarlo. En la nueva serie de Netflix esas fuerzas masculinas están disminuidas, todos los hombres están deconstruidos, entienden sus labores de crianza, se preocupan por no ser machos. Esa condescendencia no la tiene el personaje de Selena, que aparece más delgada, menos morena y de nariz menos ancha, cada vez más sonriente. Menos confrontativa y más conforme. Sus deseos quedan subsumidos a las decisiones de los otros. Y esas cosas importan mucho en un contexto en el que las mujeres luchamos constantemente contra nosotras mismas, entre querer encajar en los moldes que nos exigen y encontrar esas imágenes de quienes se escapan, aunque sea un poquito, de la regla. Como Selena con sus muslos enormes enfundados en un traje púrpura de glitter en su último concierto saludando how you doing Houston Texas Mexico

La trama de su vida representada tiene pocas variaciones. Nos acostamos en la cama de todo lo que pudo haber sido y escuchamos entonces sobre esa historia que nos parece cómoda de tan conocida. Y, sin embargo, cada una de las veces esperamos otra cosa. La nueva serie de Netflix es decepcionante porque siempre exigimos más. Una vida que se contó en 1997, en 2018 y luego en 2020, aunque esté hecha con el mismo material, no puede ser la misma. Selena no cambia en todas estas representaciones, es esa flor de plástico iluminada por dentro que no se marchita nunca, pero nuestras exigencias como espectadoras se transforman. Es tristísimo que, otra vez, toda la vida de Selena esté incompleta si no tiene amor (romántico, se sabe). Si no piensa que su familia es el centro de todo. Si no es poco más que una hija que sirve para la realización de un padre frustrado. Esta Selena no vive ninguna discriminación en ningún sitio. Apenas decide cosas, no se enfrenta a las fuerzas masculinas, no estorba y su estrategia es siempre la dulzura. Todo es seguir por el camino del esfuerzo y el de “los pobres son pobres porque quieren”, no como ella que dio lo mejor de sí y lo logró. Las condiciones sistémicas son ruido de fondo, una televisión que transmite noticias sin que nadie las escuche porque siempre lo importante, ya nos lo dijeron hasta el cansancio, es el amor y la familia. 

No estoy diciendo, claro, que Selena no estuviera buscando su realización a partir de lo que tradicionalmente se esperaría de una mujer (dándole, eso sí, un pequeño desliz con el hecho de ser cantante y deslumbrar a las multitudes). Sí estoy diciendo que a estas alturas, después de tantos relatos, de tanto luchar colectivamente por visibilidades y derechos, de tantas veces de salir a las calles, frustra mucho que la versión que nos cuentan en 2020 sea exactamente la misma, o todavía más ligera, simplificada. ¿En serio no hay otros matices? ¿En serio nada crítico cabe? 

La leyenda de Selena le sobrevive ya por más años que los que ella misma estuvo viva. Importa que no la pensemos desde los mismos sitios, que en un contexto antinmigrantxs, neoliberal, de las expansiones de fuerzas conservadoras, tengamos otras versiones de su historia. Habrá que ver hacia dónde va la serie con los capítulos que faltan, pero por ahora, nos merecíamos algo mejor. Selena se merecía algo mejor. 

El mito de Selena es un cuento de hadas con final infeliz que fascina: puedes tener todo lo que quieres, incluso si eres mujer, incluso si eres latina, incluso si tu piel no es blanca, incluso si tienes unas caderas más anchas que el Río Bravo. Puedes tenerlo todo pero no por mucho tiempo. Pero un mito es potente en tanto puede actualizarse, decir algo distinto para cada persona, cada vez. ¿Qué techo de cristal es más grueso que el de que tu vida se cuente sin variaciones, siempre como una historia que solo le conviene al mercado y al poder?