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san valentín

Mis tres San Valentines de mierda

A ver si después de leer estos tres San Valentines de mierda te sigues quejando de cómo te trata Cupido.
Foto de los regalos más tristes de San Valentín.

Si crees que el 14 de febrero te ha tratado mal, aquí confieso mis tres peores, en una suerte de exorcismo público. A ver si después de leer estos tres San Valentines de mierda te sigues quejando de cómo te trata el Cupido. Están en orden, del más light al más culero, así que si quieres ver el colmo de la chingadera, más vale que te quedes hasta el final.

2015: enfermo, vomitado, plantado.

El final de 2014 fue de los peores en mi perra vida. El 2 de octubre me internaron en el hospital, donde estuve a punto de morir por una neumonía que no me cuidé. Estando ya dentro del pabellón de neumología un paciente me infectó de tuberculosis, porque a todos los tosientos nos iban a aventar al mismo lugar. Después de semanas en terapia intensiva, de estar intubado y de una recuperación que se antojaba imposible, al fin me mandaron a casa, donde tenía que dormir pegado a un generador de oxígeno. Por eso, cuando en enero conocí a "B", la verdad ni pensé que se fuera a fijar en mí. Yo estaba hecho un despojo: perdí 18 kilos en la hospitalización y cuando salía de casa me fatigaba muchísimo. Cualquiera pensaría que en lugar de tener citas debería haberme concentrado en recuperarme, y tal vez tenga razón. Sin embargo, un día que no tenía nada qué hacer (seguía de incapacidad) le dije a mi madre —quien para cuidarme se había mudado conmigo y fungía como mi roomie y enfermera—, que tenía ganas de salir. Pregunté en Facebook que quién estaba disponible y él levantó la mano, uno de esos amigos virtuales que no conocía en persona. Fuimos a comer y aunque me gustó, yo pensé que él más bien estaba haciendo un acto de caridad al salir conmigo, así que no me hice muchas ilusiones. Pero resultó que no, que a pesar de todo, yo también le había movido algo y comenzamos a vernos periódicamente.

Llegó febrero y con ello, la proximidad de San Valentín. Planeamos ir a cenar, al cine, a caminar (poquito, porque pulmones frágiles) y todo iba viento en popa. Pero para mi pinche desgracia el 14 de febrero amanecí con fiebre y tos. Por temor a una recaída le dije que prefería no salir, a lo que él aceptó. "¿Qué te parece si nos vemos en tu depa?", propuso. Así que puse manos a la obra. Le dije a mi madre que saliera con su novio, que no se preocupara por dejarme solo, porque mi chico iba a estar para cuidarme. Aunque me sentía medio débil, como pude cociné para dos. Íbamos a vernos a las seis de la tarde. Ya con todo listo, bañadito y perfumado, sólo quedaba esperarlo. Dieron las siete, las ocho y él no llegaba. "¿Cómo vienes, todo bien?", se me ocurrió mandarle en un Whatsapp. Un minuto después me marcó por teléfono: "híjole, es que como ya no íbamos a salir, mejor me voy a ir con mis amigos a Teques y regreso pasado mañana. No te importa, ¿verdad?". "No, tú diviértete", le respondí.

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Cené solo y llorando. La fiebre se puso peor esa noche y me la pasé vomitando; no sé si por efecto de la enfermedad o por haberme tragado yo solito lo que estaba planeado para dos.

2001: cuando mi morra me dejó por OTRA y terminé en los separos de Chalco.

Corría 2001 y andaba con "S", uno de mis últimos intentos con mujeres. Ambos estudiábamos en el CCH y además los dos practicábamos tae kwon do, por lo que todo parecía indicar que ella era mi complemento, mi media naranja. Como el cursi ridículo que siempre he sido, planeé los detalles que harían de ese San Valentín una fecha memorable: le grabé en un CD nuestras canciones, le compré globos y un peluche grandote. ¿Mencioné que era 2001 y era adolescente? Ok, entonces no me juzguen, chingao.

El plan era el siguiente: esperarla afuera de donde sabía que tendría su clase de 7 de la mañana con toda la parafernalia y después proponerle irnos de pinta a hacer alguna cosa cursi romanticosa cerca del CCH. Estuve apostado como perro guardián afuera de su salón y todos salieron, menos ella. Pregunté a sus amigos: no había llegado a la primera clase. Repetí la operación en la clase de las 9, con exactamente el mismo resultado. "S" no llegó. Ni a esa, ni a las de 11. A la una de la tarde, todavía tenía esperanza de que apareciera por alguna parte. Cabe mencionar que en aquél entonces ella tenía celular pero yo no: en mi mente chaquetoide, el celular era un mecanismo de control al que yo no me sometería nunca. Fui entonces a un teléfono público y le llamé: "la llamada será transferida al buzón", me dijo la grabación.

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Me sentí de la mierda. Le hablé a un amigo y le conté lo que había pasado. "Vámonos al cine güey, vas a ver que al rato aparece y le llevas las cosas a su casa". Accedí. Vimos una peli toda culera en un cine de Chalco, y por un rato al menos me entretuve. Al salir de la sala fui de nuevo a un teléfono público, pero esta vez no le llamé al celular sino a su casa. Me contestó mi cuñada. "¿Pável?" Me preguntó extrañada. "Sí, soy yo, ¿por?".  "Híjole, está bien raro.  Mi hermana acaba de llamar y me dijo que ha estado todo el día contigo, que no nos preocupemos, que va a llegar muy tarde a la casa".

Entonces me prendí. Dejé en el suelo mis flores, el peluche, mi disco y comencé a patearlos hasta dejarlos hechos mierda. Pero no me fue suficiente. Era obvio que mi chava me estaba cuerneando de lo lindo y todavía me estaba usando de coartada para llegar tarde a su casa. Como mi ira no se había terminado, arremetí contra lo más próximo que encontré: la caseta telefónica. Le estaba metiendo sus buenos putazos cuando llegaron unos policías y me agarraron. "Joven, eso que está usted haciendo son daños a las vías federales de comunicación, lo vamos a tener que llevar a la delegación". Y así fue. Me encerraron 48 horas en los separos de Chalco, entre borrachos, drogadictos y raterillos de poca monta. Teníamos que orinar y cagar en un agujero comunal en un patio y cubrirnos con cobijas todas apestosas o arriesgarnos a morir de frío. Ya saben, toda una fantasía de San Valentín.

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Lo peor es que como mi amigo también se puso al brinco, nos encerraron a los dos y nadie sabía que estaba ahí. Después de dos días de cautiverio le llamé a "S" para preguntarle por qué había hecho eso. "Tenemos que hablar; te lo tengo que decir en persona". Y fue así como al día siguiente, en el patio del CCH, mi morra me confesó que tenía novia y que se había pasado el 14 de febrero con ella, mientras yo había pasado un San Valentín de perros encerrado con la crema y nata de la pequeña delincuencia mexiquense.

2011: cuando me dejaron vestido y alborotado en mi boda

Cuando en  2010 entró en vigor la ley que aprobaba los matrimonios del mismo sexo, ya llevaba casi dos años con "J". Nuestra historia era idílica: aunque él vivía en Monterrey y yo en el entonces DF, nos la pasábamos tomando aviones y demostrándole al mundo que las relaciones a distancia eran más que una fantasía.

En uno de esos viajes a regiolandia, "J" se arrodilló mientras veíamos a lo lejos un concierto de Molotov y ellos interpretaban "Puto". "¿Me quieres hacer el puto más feliz del mundo?", me dijo él, mientras me colocaba el anillo de compromiso y yo lloraba como puerco en matadero.

Por supuesto, éramos jóvenes y no teníamos mucho dinero para una gran boda, pero me prometió compensarme unos años más adelante. Casi quebrados como estábamos de tanto viajar entre ciudades, comenzamos a planear un evento sencillo, sólo con algunos amigos muy allegados. Ni a la familia invitamos, porque en la suya tenían issues con que su hijo se casara con otro hombre, y en la mía somos un muégano enorme en la que si invitas a uno invitas a todos y no había con qué financiar la pachanga. Pero eso no era lo importante: ¡por fin me iba a casar con el chico que siempre había soñado! Pianista, romántico, sexy, inteligente, divertido, skater, este güey lo tenía todo. Y es que, no están para saberlo, pero ese siempre ha sido uno de mis sueños, por heteronormado y cursi que suene: casarme, tener una familia, criar a nuestros hijos.

Los planes para la boda avanzaban hasta que un día descubrí algo raro: se estaba empezando a clavar demasiado con la iglesia cristiana a la que pertenecía su familia. "No hay pedo, yo respeto las creencias", pensé. Si él me aceptaba con mis blasfemias y mi agnosticismo, yo podía hacer lo propio con su cristianismo intenso. El día de la boda se acercaba: escogimos un 14 de febrero, en el colmo de la melcocha, conmemorando que fue precisamente un San Valentín cuando nos conocimos en persona y decidimos empezar a andar.

El día de la boda, ya con el juez y los invitados, sonó el teléfono. "Pável, no voy a llegar". Lo primero que pensé es que había perdido el vuelo o que le había pasado algo. "¿Estás bien", alcancé a contestar, presintiendo lo peor. "Sí, todo bien, pero es que ya lo pensé y creo que lo que estamos haciendo ofende profundamente a Dios y no quiero hacer algo de lo que me arrepienta el resto de mi vida. Perdóname por esperar hasta este momento". Con mis últimos gramos de cordura le pregunté que si era en serio y entonces me confesó que se iba a dedicar a ser pastor cristiano. Todavía en shock alcancé a decirle que si esa era su decisión, que lo respetaba y que fuera un chingón.

Colgué el teléfono y le dije a uno de mis amigos que le dijera a los invitados que todo se cancelaba. Lloré muchísimo, como no recuerdo haberlo hecho otra vez en mi vida. Pasé por años de terapia hasta que hoy por hoy puedo decir que ya lo superé. Lo stalkeé el año pasado y pude ver que, en efecto, ahora es pastor y tiene su banda de rock cristiano. Ahora hasta bromeo al respecto, diciendo que nadie puede competir contra las abs perfectas y la cabellera salvaje de Jesucristo. Ese fue, sin duda, el San Valentín más culero que me ha tocado vivir. Hasta ahora, porque como dice la canción "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida", y esto no se acaba hasta que se acaba.

@PaveloRockstar