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Música

Peregrinaje rockero: Crónica de un viaje en bus al Altavoz

No hay nada mejor que andar por la carretera en medio de una fiesta.

* Los nombres han sido cambiado para no boletear a toda esa gente del putas que formó parte del viaje.

"Tengo la de polen" me dijo mientras miraba alegre su grinder mi compañero de asiento, un skinhead que usaba gafas y todo el tiempo estaba sonriendo. Ya había pasado la media noche y el bus en el que íbamos para el festival Altavoz de Medellín estaba saliendo de Bogotá. Tres horas antes llegué con mi maletica de viaje a la Universidad Nacional, preparado para cumplir una de las tradiciones más viejas del rock: ir por carretera a un concierto. Una especie de peregrinaje fiestero-aventurero impulsado por el amor a la música.

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El anuncio de este tour, uno de los tantos que esa noche salieron de la capital rumbo al festival de tres días, decía que los buses arrancaban a las nueve de la noche. Salí corriendo porque pensé que iba tarde pero, cuando llegué al punto de encuentro, no había ni gente ni buses ni nada. Solo el pesado tráfico de un viernes por la 30 y el organizador del viaje.

"Convoco a las personas temprano porque siempre llegan dos o tres horas tarde", me dice este hombre de estatura media, brazos tatuados, pelo negro y barba a quién llamaré Luis. De haberlo sabido antes hubiera lavado los platos antes de salir. Mientras esperamos a que llegue la gente, me cuenta que lleva varios años organizando conciertos y viajes a todos los festivales del país, pero que este año la cosa está floja pues solo llenó dos buses. En otras ocasiones ha sacado hasta cinco o más carros.

Es rara esa falta de quórum, tal vez sea  por el derrumbe que hubo cerca de Medellín, o que el cartel no llamaba mucho la atención. O quizás porque se acerca fin de año y el bolsillo anda mal herido. No sé, igual siempre hay gente firme y con ganas de pasar la noche entre copas mientras se recorre una de esas curvilíneas carreteras colombianas en un bus viejo. Esa pasión por coger la carretera e ir de ciudad en ciudad es algo que ha hecho latir el corazón de los rockeros desde el principio. Ya sea como fanático o como banda, el camino de alguna forma representa esa libertad y esas ganas de no quedarse estancado. No hay nada más poético y hermoso que ver pasar las luces del camino en estado alterado de consciencia mientras se viaja directo a la incertidumbre sin saber bien a dónde se va a llegar ni qué va a pasar. Grupos como Motörhead han inmortalizado lo pesado y hermoso de esas noches sobre el asfalto con temas como "We Are the Road Crew". O bien lo dice el grupo de heavy metal español Banzai en su tema "Voy a tu ciudad": "Autopistas y carreteras/ Los conciertos, caras nuevas".

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Así lentamente iban llegando un montón de caras nuevas a la 30. La mayoría venían en grupo y con botellas de trago. Parecía que yo era el único pobre diablo que llegó sin compañía y que además estaba sobrio. Decidí comprarme un par polas y sentarme en el piso a esperar mientras veía a mis compañeros de viaje meterse pases de perica y empinar el codo con felicidad. No eran ni las diez y ya habían algunas personas tambaleando por ahí. Mientras tanto pensaba para mis adentros que los bogotonos somos bastente suertudos. Aquí siempre hay conciertos grandes. Esta noble tradición de tomar un tour fiestero es más común en otras ciudades. Treparse en esos buses de pasajes baratos y mucha buena onda, demuestra esa fidelidad del rockero por su género. Esa una peregrinación al templo más sagrado de todos, el cual se forma donde quiere que se pare una banda que de verdad valga la pena ver.

A eso de las once de la noche llegó el bus, una flota normal algo vieja y no muy grande. Luís comenzó a llamar a la gente por lista y les cobró los 75 mil pesos que costaba el viaje ida y vuelta que venía con un shot de whiskey incluido. Me senté en un puesto del medio y a los diez minutos vino el encargado de mantener el orden en el viaje, un tipo enorme que lucía una cresta medio chuta a quien llamaré Gorila. A pesar de su ruda apariencia, Gorila era un tipo la verga. Hablaba de forma amable y siempre estaba preocupado por saber si la gente iba cómoda. Él me presentó a Jorge, el skinhead que me acompañaría durante esas diez horas y pico de viaje. El skin me saludo con un fuerte apretón de manos y de una me di cuenta que el hombre a duras penas podía mantenerse de pie. Se sentó y cayó foqueado. Al tiempo la gente se acomodaba y algunos empezaron a discutir porque faltaba alguien, o querían sentarse juntos. Gorila me pidió que nos pasáramos al primer puesto y básicamente alzó a Jorge. Quién luego de decir algo incomprensible se sentó en la ventana y se volvió a dormir.

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"Bueno parceros bienvenidos, aquí todos vamos en la buena, pueden tomarse su tragitos, fumarse sus cositas pero respeten a los demás. No queremos problemas y recuerden que la botella de whiskey vale 40 Lucas", dijo Gorila antes de arrancar. Después de unos 40 minutos de viaje mi compañero de viaje despertó súbitamente y de una se puso a conversar. Me dijo que estaba volqueteado porque se compró un litro de guaro para el bus, pero saliendo del centro encontró a un amigo y hasta ahí llegó ese tragito. También me dice que ha viajado varias veces en bus al Altavoz. Pero el hombre estaba un poco frustrado porque quería fumarse un porro, pero solo tenía polen. Además, un grupo de unos ocho skaters que iba a ver a Onix, puso una memoria con puro dancehall y EDM. Era muy loco, un bus lleno de metaleros y punkeros en el que sonaba "boom, boom, boom, mami, mami".

Jorge no pudo más con tanta tropicalia y sacó su celular, una flecha blanca, y puso música. El problema es que en ese miniparlante no se escuchaba nada. Molesto y inquieto volvió a sacar su grinder y o sorpresa. Quedaba un poquito de cogollo para armarse un porro. Se puso como niño en navidad e hizo una mezcla mitad hierva mitad polen y así comenzó la fiesta.

Después de que fumamos los primeros plones llegó Gorila con ese esperado shot de whiskey. El único problema era ese maldito EDM que sonaba a todo volumen, pero al buen Jorge se le iluminó el mate y se acordó que tenía un cable USB en la maleta. "Te voy a mostrar una banda que se llama Los Suaves" me dijo todo emocionado. Pero no pudo descifrar cómo poner el grupo en el radio, así que dejó una banda de oi! Llamada Oi! Se Arma. Se sentó nos fumamos otros dos plones y nos pusimos a conversar de la vida. De qué más va a hablar uno en un bus. Charlamos de viajes, amores, música, fútbol y otras banalidades por el estilo. La conversación solo era interrumpida cuando Jorge se emocionaba por alguna canción y se ponía a gritar la letra. La mejor parte fue cuando sonó un tema llamado "Vientos de Venganza", porque más o menos a la mitad suena un fragmento de "A las barricadas", uno de los himnos insurgentes más populares de la Revolución Española. Jorge se puso de pie y comenzó a aplaudir, yo lo acompañé y juntos cantamos a viva voz. No sé si fue por la traba o qué diablos, pero me pareció que más gente coreaba con nosotros.

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La verdad no sé que pasaba en el resto del bus, yo escuchaba risas, latas abrirse y copas brindando. Nadie más parecía notar que el bus paraba a cada rato. A veces el chofer se detenía a comprar café y otras veces solo paraba. También pareció que nadie más se dio cuenta que en un momento los otros dos encargados del viaje entraron apresurados a la cabina del conductor y de repente el denso humo de marihuana que cubría el bus se mezcló con un fétido humo negro que olía a embrague quemado. Quizás no era nada, porque la solución del chofer fue ir el resto del viaje con la puerta abierta.

La fiesta iba bien prendida, incluso en un punto vi a un metalero con cara enojada coger una de las bolsas para vomito que estaban colgadas al lado del baño. Después de un rato se acercó uno de los dos metaleros que ayudaban en la logística a Gorila y nos dijo que era hora del cambió de música. Cuando vas por la carretera con tanta gente hay que ser democráticos con lo que suena. El problema fue que pusieron black metal y música gótica bien densas y de una, más de medio bus cayó dormido.

Esporádicamente me levantaba para ver cómo iba el reventón, pero solo veía gente babeando en el quinto sueño y un par de personas echando trago. Caí profundo y cuando me levanté estaba amaneciendo sobre las montañas llenas de neblina que se teñían de un intenso tono amarillo, mientras en el bus seguía sonando black metal. Una pintura hermosa.

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A eso de las 7:30 de la mañana paramos a desayunar. Me senté a hablar con Gorila y sus compañeros y me dijeron que este es el viaje más suave que les ha tocado: "antes me emborrachaba unas tres veces por viaje. En este solo voy una", me dice mientras toma un trago de Pilsen. También aprovecha para ponernos al tanto de los acontecimientos del viaje. El único percance fue que un man no paró de vomitar. La cosa fue tan grave que lo apodaron "vomitín". Todos comenzamos a reír y vomitín se bajó dle bus. Nos miró y alguien gritó: "buena vomitín". El hombre que tenía los pantalones todos untados  y todavía no recuperaba la consciencia del todo, nos miró y alzó los brazos en señal de victoria.

Esa es la actitud.

Después de ese asqueroso y divertido espectáculo a cargo de vomitín, Jorge me regaló una cerveza y nos subimos al bus listos para el segundo round. Entre todos hicimos baca para comprar dos botellas de wiskey y Gorila lo fue repartiendo puesto a puesto. Era chistoso porque cada que pasaba por mi asiento llegaba más borracho. Las dos primeras rondas se paraba y conversaba con nosotros, pero al final llegaba dando botes y balbuceando.

A eso de las diez de la mañana llegamos a Medellín todos medio prendidos. El bus nos dejó al lado del Aeroparque Juan Pablo Segundo, el lugar del Altavoz, y todos nos bajamos medio mareados y envalentonados a buscar hospedaje. El sol pegaba fuerte sobre la ciudad y después de caminar unas seis cuadras me separé de todos mis compañeros de viaje. Era el fin del camino, se cumplió el objetivo de llegar rascados y contentos al festival. Ahora cada cual cogía por su lado. Así es la carretera, te encuentras gente y después la vez partir. Igual no hay nostalgia, quedaban tres días de festival para seguir de fiesta.

Fin del peregrinaje.