Ser joven en Santiago de Compostela, donde lo extraño es ser de la ciudad
Fotografía modificada por VICE

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Ser joven en Santiago de Compostela, donde lo extraño es ser de la ciudad

Por turismo, por estudios o por trabajo, la capital gallega atrae a personas de todos los rincones.

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Cada septiembre, las maletas de 22.000 jóvenes universitarios aterrizan sobre la piel, pedregosa y húmeda, de Santiago de Compostela. Decimos que aterrizan porque, de todos ellos, solo unos 3.000 son “picheleiros”, ese nombre con el que se conoce a las personas oriundas de Compostela.

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Los demás proceden de otros puntos del mapa, de dentro y fuera de Galicia. Se instalan en la ciudad para empezar sus estudios universitarios o retomarlos después del verano. El ajetreo de su equipaje anuncia, así, el comienzo del año universitario.

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Las casas blancas y las calles empedradas dibujan el plano de las zonas antiguas de Compostela

Pero además de estudiantil, Santiago es también la capital cultural y administrativa de Galicia y, su catedral, la línea de meta para la mayoría de turistas y peregrinos que llegan a tierras gallegas. El pasado verano el número de visitantes superó en los meses de mayor afluencia las 100.000 personas, según los últimos datos del IGE (Instituto Galego de Estatística).

Todo este entramado de cifras pasaría más desapercibido si no fuese porque la población total de Compostela apenas sobrepasa los 96.450 habitantes (como indican los últimos datos del INE).

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¿Cómo es vivir en una ciudad en la que la mayoría de las huellas no pertenecen a sus vecinos? Nos lo cuentan seis jóvenes que han querido compartir su día a día y la visión que tienen de la ciudad en la que viven, Santiago; un lugar en el que, por momentos, ser oriundo los convierte en una minoría.

“La gente que llega a la ciudad se sorprende de que seas de Santiago. Somos los raros”, afirma Clara, compostelana “de toda la vida”. Esta paradoja la acompaña desde que entró en la Universidad para estudiar Filología: “en el primer año de carrera había 100 personas en clase. De Santiago éramos tres”.

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Clara tiene 25 años y vive en la parte moderna de la ciudad

Esta joven opositora, compagina las horas de biblioteca con el baile tradicional, un pasatiempo que sus ojos, cansados de parpadear sobre hojas de apuntes, también agradecen. La curiosidad por el mundo “folkie” le picó a través de su pareja, que además de ser gaitero se dedica a hacer instrumentos de viento.

Cada semana, Clara asiste a clases de baile en la Central Folque, escuela de referencia en la música gallega. Pero su pasión por el baile va más allá del local de ensayo. En Santiago es muy frecuente encontrarse con “foliadas”, espacios abiertos en los que gente de todas las edades decide juntarse y, de manera improvisada, tocar y bailar música tradicional. “Es una fiesta, no una actuación” puntualiza Clara, que recuerda cómo en las noches de verano incluso los turistas se apuntan a danzar.

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El gusto de Clara por el baile se deja ver en sus pendientes, una réplica de los tradicionales tallada en madera

Tras haber trabajado como lectora de español en Bélgica, Clara ha querido volverse a Santiago. “Echaba de menos —explica— a mis padres, mis hermanos, mis amigos… Pero también Santiago y el ambiente de la “zona vella” (el casco antiguo de la ciudad). Le gusta por sus bares y por la gente que en ella encuentra.

“Tiene enganche, no sé si son las piedras o qué”, bromea. Sin embargo, esto no siempre ha sido así. Clara recuerda que cuando ella era pequeña, la zona de “la movida” estaba precisamente en su barrio, en la zona moderna, donde ríos de estudiantes se amontonaban en plena calle para salir de fiesta, como lo muestra esta fotografía.

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Elena tiene 22 años y ha estado de Erasmus en Lituania

Igual que a Clara, a Elena le encanta el casco histórico, donde cada callejuela es un vivo fotograma de su infancia. Su abuela tenía una tienda de souvenirs y los días de verano de Elena transcurrían alrededor de la catedral. “Yo me crié en esa zona. Cada mañana iba con mi abuelo a desayunar a un bar de la Rúa da Senra y después me pasaba toda la tarde en la zona vieja, jugando hasta que se hacía de noche. Todos mis recuerdos son ahí; para mí, es casa”, confiesa nostálgica.

“La diversidad cultural que tiene Santiago no me la puede ofertar otra ciudad” – Elena, 22

Aunque se declara una enamorada de Compostela, a esta estudiante de Publicidad de 22 años le encanta conocer otros lugares. Eso sí, “no conozco ninguna ciudad tan bonita como esta”, apostilla. La define como un lugar en constante movimiento y, declara convencida, que ahora mismo, Galicia es el sitio que más cosas le puede aportar.

“La diversidad cultural que tiene Santiago no me la puede ofertar otra ciudad”, añade. Ese cordón emocional que la mantiene unida a la urbe se nutre en la actualidad de clases de percusión de música afrobrasileña. “Es mi nuevo vicio”, dice bajo una mueca pícara.

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A Elena le encanta la música afrobrasileña

Lo único que la aleja de su ciudad natal es pensar en el futuro laboral. A pesar de que Santiago remató el tercer trimestre de 2017 siendo la ciudad gallega con el porcentaje de ocupación más alto (55,3%) y la segunda con menor tasa de paro (un 15%), el tipo de trabajo y las condiciones laborales que se esconden detrás de estas cifras no son siempre las más deseables.

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Asegura Elena que en su campo, la comunicación, la cosa está complicada. “No hay toda la oferta que me gustaría o, si la hay, está adjudicada”, lamenta, y añade: “está todo el pescado vendido”. Probablemente, en los próximos 5 años su vida caminará entre andenes y aeropuertos: “me gustaría irme fuera, hacer currículum y hacerme a mí misma como profesional, para después volver aquí y aplicar todo lo aprendido”.

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Nico, de 18 años, vive en una de las calles más turísticas de Santiago

Más esperanzado se muestra Nico, de 18 años. “De lo mío, de socorrista, hay demanda”, afirma. No obstante, reconoce que el mercado laboral está protagonizado por mano de obra barata y escasez de trabajo.

En el caso de Santiago, hablar de economía local pasa por tocar uno de los palos más controvertidos, el turismo: no todo lo palpable que podría ser para los bolsillos del sector, pero sí muy visible en las calles.

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Nico encontró esta canica mientras hacía exploración urbana

Y esto Nico lo sabe bien: vive en una de las zonas más turísticas de la ciudad, la Rúa do Vilar. Sin embargo, nos cuenta que ese maremágnum no suele molestarle. Esto se debe en parte a que, pese a vivir en pleno casco histórico, su rutina fluye por los alrededores de la ciudad, a donde acude para hacer exploración urbana —una de sus aficiones— y por un tren que lo lleva y trae todos los días a A Coruña, donde se forma como socorrista.

Santiago es la ciudad gallega con el porcentaje de tasa de ocupación más alto (55,3%) y la segunda con menor tasa de paro (un 15%), pero las condiciones laborales que se esconden detrás de estas cifras no son las más deseables

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A Clara, sin embargo, le ocurre lo contrario. Sus días amanecen en uno de los barrios periféricos de Compostela, O Castiñeiriño, y se cuelan por las entrañas estudiantiles de la urbe. Su vida es así desde que empezó la carrera de Ciencias Políticas.

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Clara tiene 22 años y desde que empezó la carrera, forma parte del movimiento estudiantil

Al principio, su mirada se posaba en las paredes de la facultad “donde se podía encontrar el cartel de cualquier acto que hubiese”. Y ahí empezó todo. “Comencé a ir a millones de charlas, a participar en el coloquio más friki que te puedas imaginar, en el lugar más recóndito de la ciudad”.

Recuerda que fue en el instituto dónde experimentó el despertar de la conciencia política que hoy en día alimenta a través del sindicato de estudiantes ANEGA. Se trata de un espacio de carácter nacionalista, feminista y de izquierdas, que tuvo su germen en asambleas celebradas en rincones de la Universidad y que, hoy en día, está presente en la mayoría de facultades de esta y de otras ciudades gallegas.

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Clara lleva un prendedor que su madre trajo de París

Para Clara actuar a escala local es importante. “Siempre me pareció interesante participar y participar desde lo más abajo, porque lo contrario, te aleja de la realidad”, y esa realidad pasa también por llevar la mirada más allá de la burbuja universitaria. Por eso, esta joven intenta estar en contacto también con otras organizaciones compostelanas cuyo campo de acción contempla más espacios sociales.

“En verano no verás a nadie de Santiago” – Clara, 22

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Su actividad en el movimiento estudiantil reduce su ritmo en verano, cuando la ciudad se vacía de estudiantes y compostelanos y se llena de turistas. “En verano no verás a nadie de Santiago”. La joven habla de dos realidades: por un lado, aquellas personas que, pese a llevar años viviendo en la ciudad, vuelven cada verano a su lugar de origen y, por otro, las que siendo santiaguesas veranean en la costa, en donde adquirieron un apartamento cuando “la situación económica era más boyante”, reflexiona.

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Miguel ha crecido en el barrio de Sar, pero hace unos meses se ha mudado a otra zona de la ciudad

Miguel tiene 23 años y también estudia en Santiago. Antes de empezar la carrera quería irse, pero al final decidió quedarse. A pesar de que muchos de sus amigos viven en pisos de estudiantes, él asegura que ser universitario y vivir con sus padres “no ha sido raro”, y siempre le han dado “libertad para hacer lo que quisiera”. Este año, sin embargo, se ha independizado.

“Poca gente conozco de mi edad que tenga un trabajo decente, supongo que en ciudades grandes será más fácil" – Miguel, 23

Durante la carrera ha compatibilizado sus estudios con el trabajo de entrenador de fútbol sala y, aunque ahora mismo no piensa en ello, augura una búsqueda de empleo complicada: “poca gente conozco de mi edad que tenga un trabajo decente, supongo que en ciudades grandes será más fácil”. Pero lo cierto es que no piensa en marcharse. “El año pasado estuve de Convenio Bilateral en Chile. Al volver, tenía asumido que me iría a Madrid a hacer un máster y después a otro sitio. Ahora mismo, ya no quiero ni irme a Madrid, ni hacer ese máster”, dice riendo.

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Le gusta el tamaño de la ciudad, lo cómoda que es para desplazarse y la zona vieja, en especial, por la noche. “Es preciosa pero aunque el nivel de vida en la ciudad no es alto, salir de bares es una pasta, porque no hay mucho dinero”.

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Miguel se ha tatuado el escudo de Castelao, emblemático político, escritor y dibujante gallego

Es imposible hablar de la noche compostelana sin mencionar los jueves universitarios, aunque muchos aseguran que ahora los miércoles son los nuevos jueves. “A mí me gusta salir más los sábados y los miércoles, porque cuando hay mucha gente me agobio”. En medio de este clima universitario, es común oír hablar de la figura del “eterno estudiante”. Gente que llegó a la ciudad hace años y “no sabes muy bien en qué está” o gente que se queda eternamente en la carrera. “Espero no acabar siendo yo uno”, dice entre risas.

Es imposible hablar de la noche compostelana sin mencionar los jueves universitarios, aunque muchos aseguran que ahora los miércoles son los nuevos jueves

Quien ha dicho adiós a esa etapa es Sara, una trabajadora social de 23 años. Tras acabar la carrera, empezó a trabajar como captadora de socios, o “molestadora” como lo llama ella. “Pero duré una semana”, dice. No le iba mal, pero era duro: “nunca llegaba a casa antes de las 10 u 11 de la noche”, lamenta.

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Sara se debate entre el Trabajo Social y la música

Cuando se le pregunta por la idea de irse fuera, menciona una “crisis existencial” que vivió hace un tiempo: “vivía con mi familia y me dedicaba a hacerle la comida, planchar, limpiar… Entonces me dije: 'esto no es lo que quiero en mi vida’”.

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Un día su madre le propuso irse a Londres, a donde su hermana emigró hace 5 años. “Si quieres, ve a airearte y vuelve; y si quieres quedarte, quédate”. Se fue y al cabo de unos días regresó. ¿El porqué? “Quiero quedarme en mi tierra. Y si me voy quiero que sea porque me apetece, no porque no pueda trabajar aquí”, defiende.

Al volver “tuvo la suerte” de encontrar un trabajo de lo suyo. “Lo que no aprendí en 4 años de carrera, lo he aprendido, corriendo, en un año de trabajo”.

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La abuela de Sara le ha hecho una bufanda de calceta

Ahora lleva 35 días en paro. Cree que no es difícil encontrar trabajo, el problema son las condiciones: “o te contratan por pocas horas, o trabajas 40 pero cotizas por 20”.

Hablar de emancipación es, para ella, soñar; y replantearse su futuro, una tónica habitual. Su truco para evadirse se llama Soulwide y suena a blues, rock y funky. Un grupo de música que empezó como una diversión, pero que poco a poco va quitándose el disfraz de un simple hobby.

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Desde el parque de Bonaval se divisan los tejados de la ciudad

“Nos enseñaron que hay que estudiar para tener un futuro laboral estable”, dice. Pero ahora, viendo cómo está el panorama, ya no sabe qué es más locura. “Incluso me planteo vivir de la música”, concluye.