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Un recorrido por Cosquín Rock

El festival de rock más grande y federal de la Argentina se celebra en la provincia de Córdoba. Cumplió 18 años y los festejó con 200 artistas entre taquilleros locales, novedades del under y visitas foráneas.

Artículo publicado por VICE Argentina

De todos los festivales que existen en la Argentina, Cosquín Rock es el que más te obliga a ser inteligente con el armado de tu mochila. Las jornadas son siempre muy extendidas, desde la tarde hasta bien entrada la madrugada. Lo que puede comenzar con un sol radiante, termina casi siempre en una noche fresca en la que, muy probablemente, se desate una tormenta. Lo sabe todo aquel que alguna vez pasó por aquí y repite el latiguillo: “Sin lluvia, no es Cosquín Rock”. El sábado 10, cuando se terminaba la primera de las dos noches de este año, un rayo furioso quemó el cielo serrano promediando el show de Las Pastillas del Abuelo. El agua que cayó a baldazos y la tierra y el pasto que se transformaron en barro, obligaron a terminar el set media hora antes de lo previsto. Entonces hubo que pensar no sólo en empacar dinero, tickets de acceso y tal vez estimulantes, sino también en llevar alguna camiseta extra, un abrigo, piloto de lluvia o bien una bolsa de residuos que sirva para impermeabilizar. Un kit de supervivencia básico, especialmente para gran parte de los presentes: cuando suene el último acorde no tendrán regreso a casa posible. Nos espera una bolsa de dormir en una carpa, una cama dura de hostel, una posada internada en los senderos serranos, un hotel en la ciudad más cercana… para regresar al día siguiente y seguir y seguir.

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Los pilotines tan preciados. Foto por Paz Cabañas

La provincia de Córdoba queda en el centro geográfico de la Argentina (a unos 800 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires) y el Cosquín Rock ocurre en el Aeródromo de Santa María de Punilla, un enorme predio de 10 hectáreas rodeado por las sierras del Valle de Punilla y atravesado por la corriente del Río Cosquín. Coincidente con los feriados del carnaval, hasta aquí llegan las tribus rockeras de todo el país, haciendo de éste el encuentro más federal, más grande y más duradero a lo largo de la historia. Desde hace 18 años y habiendo pasado por tres sedes distintas, es un viaje al corazón rockero de Argentina, una experiencia que le toma el pulso al rock del país y determina que sigue vivo, a pesar de las tantas veces que se lo quiso dar por muerto. Acá no hay rankings ni charts que se impongan: al menos en esta parte del mundo, esta música sigue cortando miles de tickets, empuja hacia la ruta a miles de personas (más de 80 mil este año, según cifras oficiales); muchísimos son los que durante el año ahorran peso por peso para llegar y van mostrando ese proceso en redes sociales.

Gentileza Festival Cosquín Rock

¿Qué es lo que tiene el rock que, por ejemplo, motivó a una pintoresca pareja de sexagenarios a unir en motocicleta los casi 900 kilómetros que separan su Salta natal de esta Córdoba electrizada? ¿O a que cincuenta chicas y muchachos de la Patagonia viajaran toda una noche en un ómnibus escolar que uno de ellos tomó prestado, sin avisarle, a su tío? Más allá de la oportunidad de negocio, ¿por qué un vecino al festival no tiene problemas en convivir con jóvenes desconocidos, al convertir su patio en un camping? La capacidad hotelera de la zona y alrededores está siempre a tope y cualquier lugar sirve para apoyar los huesos. Nadie quiere dejar de ser parte de este pueblo gobernado por el rock.

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Gentileza Festival Cosquín Rock

“El Cosquín es fundamental en la historia del rock argentino, porque apareció en un momento en el que habían quedado discontinuados los grandes festivales de rock. No era para nada común que las tribus se mezclaran; pero si desde hace años todos los rockeros convivimos en paz, es gracias a esto”, comentó el cantante Fernando Ruiz Díaz. Tras poner en pausa a Catupecu Machu, activó Vanthra, proyecto en el que baja los decibeles reforzando su gusto por lo acústico y embarcado en un viaje hipnótico guiado por la percusión. En fraterna convivencia, con sus ritos, códigos, consumos y looks característicos, las distintas tribus no se tocan ni se molestan: por donde caminan los rolingas, también pasan los del reggae y se mezclan también con los punks y los metaleros. Y si bien este cruce pacífico de estilos suena como lo más normal y lógico del mundo, hace unos 20 años atrás era impensable que dos o más tribus antagónicas pudieran ser parte del mismo público de un festival sin que volaran trompadas.

Distintas tribus mezcladas. Foto por Paz Cabañas

Hubo que caminar y caminar para acortar las distancias entre los seis escenarios que se prendieron con los conciertos de los 200 artistas que generaron un interesante diálogo entre las novedades y las propuestas más clásicas (asentadas en los dos escenarios más grandes: el principal y el temático, dedicado un día al reggae y otro al heavy metal) y las más renovadas. Taquilleros como Ciro y Los Persas, Las Pastillas del Abuelo, Skay Beilinson, Los Cafres y las visitas de The Offspring, Residente, Don Carlos, Creedence Clearwater Revisited, entre otras, compartieron tiempo y espacio con la carpa que contuvo la curaduría indie del sello editor Geiser; un galpón patrocinado por la cerveza Quilmes que quedó chico para la multitud que se apiñó al oír algunos de los números más originales y pujantes del indie actual, como Louta, Luca Bocci, Perras on the Beach, Humo del Cairo, Usted Señalemelo; La Casita del Blues, un pequeño tablado que simuló el porche de una casa en el delta del Mississippi y en el que participaron artistas nacionales e internacionales del género; y el CBA X, espacio que tuvo tanto a exponentes del underground de Córdoba como performances de deportes extremos (exhibiciones de BMX, palestra, parkour, acrobacia en tela y fútbol freestyle), todo con el respaldo del gobierno provincial.

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Gentileza Festival Cosquín Rock

El titiritero de este circo del rocanrol es José Palazzo, un productor cordobés que se puso este elefante al hombro y lo hace andar a fuerza de sus buenos vínculos con casi todos los rockeros del país (incluyendo al eternamente ingobernable Charly García) y los necesarios acuerdos comerciales. "Esto empezó sin ningún sponsor y ahora hasta tenemos un auto de Fiat en el mangrullo", grafica Palazzo. Pero la expansión no va hasta ahí nomás: el año pasado se hicieron las primeras ediciones internacionales del festival. Guadalajara (México), Bogotá (Colombia), Lima (Perú) y Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) fueron las primeras paradas con grillas que juntaron lo más sonante de cada país con grandes artistas argentinos como Fito Páez, Babasónicos y Los Fabulosos Cadillacs: "La idea es que la gira continúe y se expanda a más países, con la pretensión de formar un gran movimiento continental que le mostrarle al mundo cómo se hace rock en América".

Palazzo, que además es abogado y músico, asoma su cana cresta punk cada vez que recorre el festival entre las multitudes mientras le piden sacarse fotos a cada paso que da. No es común que los empresarios den la cara y se relacionen tan estrechamente con sus consumidores finales, pero así es su estilo. Aunque también está expuesto a críticas, especialmente en las redes sociales, donde le objetan ausencias en la programación y los precios que implican estar aquí.

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“¡Qué salada la birra, culeao!”, le dijo un muchacho sediento a su amigo, que cuenta con esfuerzo los billetes que necesitan para sacar una más. El marco de todo este encuentro es una economía en recesión, con una inflación incontrolable que golpea a los bolsillos más flacos. Y si bien al compararlo con otros festivales argentinos y del mundo, tiene precios más razonables, al rockero le cuesta. Los tickets costaban 1000 pesos por día (U$S 50 al tipo de cambio actual) y 1800 el abono para las dos fechas (U$S 90). Para comer, los clásicos panchos (hot dogs) a 60 pesos (U$S 3) y las hamburguesas finitas a 100 (U$S 5), pero el menú se amplió con Ají, una feria gastronómica local que reunió a los mejores foodtrucks de la provincia. Opciones de comida autóctona como el locro (U$S 10), empanadas (tres por U$S 6) y la humita con queso (U$S 8), pero también sabores de la comida callejera de Medio Oriente (shawarma y falafel a U$S 10 cada uno), helado al estilo sudeste asiático (U$S 6) y focaccias (U$S 10).

La cerveza de litro en cuestión, 150 (U$S 7.5) más 50 pesos adicionales (U$S 2.5) por un vaso “ecológico” que se abona por única vez y, una vez concluído el festival, puede convertirse en el mejor souvenir o bien puede ser devuelto y reembolsado. El agua embotellada también cuesta 50 pesos, aunque hay muchos puestos gratuitos de hidratación dispuestos.

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Pero EL combustible no sólo del festival, sino de la provincia, es el fernet. La combinación entre el herbal y alcohólico Fernet Branca con Coca Cola es un invento cordobés que se extendió hacia todo el país: se consumen unos 50 millones de litros al año y buena parte de eso se bebe aquí. La recarga de litro valía 180 pesos (U$S 9) y a un muchacho de Tucumán no le alcanza. Pide colaboración a las personas que tiene cerca, pero tampoco llega. Como no puede saciar su sed, realiza su pequeño acto de protesta con un cartón del piso y un trazo rabioso de bolígrafo: “Macri Gato”. La frase que resume el descontento de una parte de la sociedad con las decisiones políticas, económicas y sociales del presidente argentino se pronunció repetidas veces en este Cosquín. Incluso fue bandera: el objeto más preciado de muchos rockers, con el cual expresan su lugar de pertenencia, el kilometraje recorrido y el famoso “aguante” que tanto daño nos ha hecho, esta vez también sirvió como catarsis. "Me la traje desde Jujuy y la llevo a todos los recitales a los que voy. Es mi manera de protestar y no son pocos los que la festejan cuando la ven", comentó el dueño de un trapo naranja con la mentada frase escrita en fibra negra.

Boletería. Foto por Paz Cabañas

Detrás del escenario principal, en cambio, la billetera casi que no se toca… salvo la de alguno que otro preocupado por la inminente llegada de su camello con su carga. En el backstage fluyó fernet en canilla libre, interminable cerveza tirada y catering ilimitado. Tiene exclusividad, pero no glamour: los músicos pisan el mismo pasto que el público y los camarines son trailers encandilados por luces de tubo. Casi nadie tiene aires de divo y es normal verlos llegar caminando con sus instrumentos a cuestas, como hicieron los regresados Ratones Paranoicos antes de dar uno de los mejores shows del festival. En la previa a la catarata de hits propios que interpretaron, The Offspring y su staff se concentró en tres trailers y evitaron las excentricidades típicas de rockeros del primer mundo. Apenas pidieron que les regalen “algo autóctono que nos alegre el día”: recibieron yerba mate orgánica realizada por un productor local, además de un termo y el mate.

Gentileza Festival Cosquín Rock

Antes o después de sus shows, los artistas se prestaron al diálogo con la prensa, tanto en entrevistas personales como en conferencias. Uno de los más solicitados fue Santiago Barrionuevo, cantante y bajista de El mató a un policía motorizado, quienes debutaron este año en el festival (nada menos que en el escenario central) luego del sostenido crecimiento, artístico y de convocatoria, que desarrollaron en los últimos años. El final de este consagratorio show épico sin depresión, fue un guiño al público: el guitarrista Niño Elefante dibujó el riff de “Ji-ji-ji”, hit absoluto de los legendarios Redonditos de Ricota (la banda con más apariciones entre las camisetas estampadas del público), para interrumpirlo y despedirse. No hubo bises, pero ese chiste fue la confirmación de que hay bandas que se están haciendo cargo de la antorcha que mantiene este fuego sagrado, son la punta de la lanza del necesario recambio que está transitando esta escena. "Es muy importante haber tocado acá y que también estén Los Espiritus. En una época sentíamos que nuestra propuesta no encajaba en esta movida, pero sin traicionar nuestra esencia llegamos a ser parte. Y ojalá esto también sirva para abrir el juego hacia las bandas más jóvenes que nosotros", resumió Barrionuevo.

Gentileza Festival Cosquín Rock

Eran casi las 4 de la madrugada del lunes 12 de febrero. Todo se terminó con el rocanrol callejero de cepa tanguera de Gardelitos mientras una pequeña multitud friolenta y con los pies embarrados se iba desintegrando, esparciendo, volviéndose individual. El domingo en Cosquín Rock había sido muy frío después de la lluvia que cayó en las primeras horas. Ahora sí: habrá que pensar en la vuelta a casa, con menos piernas y la cabeza algo aturdida, pero ya fantaseando con volver el año próximo.