crimen

Me robaron en casa por vender algo en internet

Pillaron al ladrón ¿pero realmente tiene la culpa de lo que pasó?
robo en casa
Ilustración de Elzeline Kooy

Marktplaats es la plataforma online de compraventa más grande de los Países Bajos. Es como Wallapop o Milanuncios, pero mucho menos turbio. O eso pensaba. Resulta que hay robos constantemente a través de esta plataforma.

El año pasado, hubo al menos cuatro denuncias de robo al mes vinculadas a la plataforma. Pero 2019 no se queda atrás: En Enero, a dos personas en Rotterdam les robaron sus teléfonos y sus carteras después de publicar un anuncio en Marktplaats. Poco después, una madre con tres hijos intentaba vender un Rolex cuando fue asaltada por un ladrón con una pistola en una localidad al sur del país.

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A finales de febrero, me tocó a mí. Quería vender un MacBook Pro a través de la plataforma. Conocía los riesgos porque yo ya había escrito sobre fraudes en internet, así que tomé algunas precauciones: eliminé a compradores potenciales que no tuvieran una cuenta real o buenas críticas e ignoré a un par de personas sospechosas en WhatsApp.

Después de un tiempo, me contactó una persona que quería hacerse llamar “John”. Su cuenta llevaba abierta doce años y tenía comentarios muy positivos. Todo parecía normal hablando con él, así que le di el beneficio de la duda. Decidí encontrarme con él en mi casa, un martes a las once de la mañana. El edificio donde vivo tiene cámaras de seguridad, mis vecinos estaban en casa y la calle estaba llena de gente. “Hay que tener mucho valor para robar a alguien en estas circunstancias”, me dije.



Cuando sonó el telefonillo, abrí la puerta y John ya estaba allí. Inmediatamente, empecé a sospechar: no tenía más de dieciocho años, lo cual no correspondía con la edad de su cuenta. Llevaba una sudadera, la cara cubierta con una gorra y parecía muy tenso. Debía medir unos dos metros y tenía las manos y los pies más grandes que he visto nunca.

En ese momento, pensé que saldría corriendo a por el ordenador, así que lo cogí de la mesa y me lo llevé al pecho, agarrándolo con fuerza. John me pidió que lo pusiera en la bolsa y yo le pregunté si tenía el dinero. En un segundo, sacó una navaja que medía al menos 25 centímetros.

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Estaba bloqueada. Me imaginé mi cuerpo desangrándose en la alfombra del salón. Me imaginé cómo tendría que arrastrarme para llegar hasta el balcón y poder gritar hasta que alguien me escuchara. Me preguntaba cuánto tardaría en morirme después de ser apuñalada y si la gente de la calle realmente podría hacer algo por mí. Pensé en el cajón de la cocina y en lo que pasaría si yo conseguía coger un cuchillo. Mientras que mi cerebro recreaba todas las posibilidades, decidí que, si quería tener un final feliz, la mejor opción sería entregar el ordenador sin resistirme.

“Dame el ordenador o te apuñalo. Si llamas a la policía cuando me vaya, vengo con mis amigos y te mato. Sabemos dónde vives”

A pesar de que todo esto ocurrió en una fracción de segundo, John comenzó a impacientarse. “Dame el ordenador o te apuñalo. Si llamas a la policía cuando me vaya, vengo con mis amigos y te mato. Sabemos dónde vives”, gritaba.

Mientras tanto, comenzó a hacer amagos con la navaja y casi la clava en mi estómago. Le di el ordenador y mi teléfono y le prometí que no llamaría a la policía. Me obligo a quedarme en una esquina y comenzó a gritarme que no me moviera o gritara, o me acuchillaba. Después, se marchó dando un portazo.

El golpe de la puerta me sacó del estado de pánico en el que me encontraba. Me di cuenta de que John no llevaba guantes, así que probablemente dejó huellas dactilares en la puerta. Cinco minutos después de llamar a la policía, un equipo forense se presentó en mi casa. En seguida, encontraron huellas enormes al lado de las mías. Las cotejaron con su base de datos y encontraron una coincidencia. En poco tiempo, arrestaron a Max, de 18 años, en casa de su madre y lo llevaron a un centro de detención juvenil.

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Un par de semanas después, recibí una llamada de una organización que ayuda a las víctimas de un crimen a superarlo. Querían que me pusiera en contacto con Max para hablar de lo que había ocurrido. La organización creía que el proceso de comunicación beneficiaba tanto a la víctima como al perpetuador del crimen. Yo todavía temblaba de miedo pensando que sus amigos vendrían a por mí, pero me armé de coraje y me subí al tren camino al centro de detención.

“He robado muchas veces a través de internet y siempre acaba bien. No debería costarte mucho esfuerzo"

Tras pasar los controles de seguridad, me sentaron en una habitación pequeña. Max entró sin esposas, pero con la supervisión de un guarda. “Hola”, dijo. “Hola”, le respondí. Max me contó que tenía una gran deuda y que necesitaba el dinero. Un hombre de su barrio se puso en contacto con él y le contó cómo podía ganarse un dinero extra. “Solo tienes que recoger una cosa en una dirección que te voy a dar”, recuerda que le dijo. “He robado muchas veces a través de Marktplaats y siempre acaba bien. No debería costarte mucho esfuerzo y te pagaré 150 euros”.

A Max le pareció un buen trato y esperó a que le llegara la dirección. Todo el trabajo intermedio (piratear la cuenta de Marktplaats y ponerse en contacto conmigo), lo hizo el contacto de Max. Max nunca llegó a saber su nombre o dónde vivía. “Siempre quedábamos en sitios públicos. Pero aunque supiera su nombre, no te lo diría”, explica Max. “Es una de esas personas que te mataría a sangre fría”.

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Max recibió mi dirección y el arma justo el día anterior al robo. “Primero, me dio una pistola, pero yo me negué a usarla, así que me dio la navaja para robarte”.

Max me cuenta la culpa que sintió después. “No te conocía. Pensé que serías una anciana pero resultó que eras de mi misma edad. Fue un golpe de realidad muy duro. Los días siguientes, tenía dolores en el pecho constantes. Al final, fui al doctor y me dijo que estaba demasiado estresado.

Mientras escucho la historia de Max, pienso en el tipo que buscó a un chico de 18 años a propósito para llevar a cabo el robo. Se exponen a un riesgo tremendo involucrándose en robos a mano armada y todo por tan solo 150 euros. Mientras tanto, el hombre que reclutó a Max sigue en la calle.

Max y yo estuvimos hablando más de dos horas sobre nuestras vidas y cómo se habían entrelazado. Parece ser que vivimos cerca el uno del otro. Max me aseguró que nunca hubiera tenido intenciones de matarme.

Antes de irme, decidí preguntarle qué pie tenía. “Un 48”, dijo. Caminamos hasta su celda. Me sentía mal por él. Nos dimos la mano y me prometió que me llamaría si alguna vez necesitaba hablar. En el tren de vuelta, comencé a preguntarme si realmente soy yo la víctima. Quizás Max también lo es.

El nombre real de Max fue cambiado por razones de privacidad. La editorial conoce su nombre real.