Así es como Bahidorá transforma tu cagadero en árboles

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medio ambiente

Así es como Bahidorá transforma tu cagadero en árboles

De la cerveza que te tomas a las comunidades chiapanecas que trabajan para reforestar el planeta.

Tlaltizapán de Zapata, Morelos, 19 de febrero. Son las cinco de la mañana y los sobrevivientes parecen zombis en busca de alguna bocina encendida que los mantenga de pie. Van 30 horas de fiesta y todavía faltan como doce más. Los vendedores de cerveza no han dejado de rondar, los cigarros se consumen sin parar, y una espiral de juerguistas abatidos por el agotamiento rodea la fogata mientras otros duermen en casas de acampar para resumir el zapateo unas horas más tarde. Pero incluso a esta hora, es difícil encontrar en el piso algo que no sean personas; ninguna colilla, vaso o envoltura de comida representa un riesgo para las citadinas plantas de mis pies.

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Para los no iniciados, Bahidorá es un festival de música realizado en Las Estacas, un parque acuático natural ubicado en Tlaltizapán de Zapata, un municipio en Morelos con algo más de 45,000 habitantes. En cualquier otro día del año, quien esté interesado puede ir acampar o a pasar un rato en sus instalaciones, que tienen un río, decenas de jardines, cientos de árboles, miles de flores y un borbollón. No es difícil imaginar cómo es que alguien decidió convertir este centro vacacional en el recinto de un bacanal electrónico. La única pregunta restante era, ¿cómo no hacerlo cagada?

A pesar del frío cavernoso de la madrugada —o del calor de 35 grados que se siente al medio día— un pequeño ejército de trabajadores imparables recorre cada metro cuadrado de este balneario millennial en busca de cualquier desecho que rompa con la armonía natural de los asistentes. Qué chinga. Pero aún así, un festival de este tamaño necesita mucho más que personas levantando colillas ajenas para eliminar por completo su impacto ecológico.

Hace cinco años, Bahidorá se presentó como una fiesta novedosa y alternativa: cientos de personas disfrutaron de un día de campo sicodélico en medio de palmeras, inflables, y aguas cristalinas. Con grupos como Cocorosie y Gold Panda, los rumores de esta primera edición tardaron menos que los asistentes en regresar a la capital: mujeres esbeltas y hombres mamados bailaban descalzos en un escenario de pasto mientras otros escuchaban música desde la alberca o se columpiaban en las lianas por el río.

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En su quinta edición, el festival dura dos días, cuenta con cinco escenarios, un área de camping, decenas de activaciones de diferentes marcas, actividades como yoga y clases de salsa, food trucks, instalaciones de arte y una fiesta previa para quienes llegan desde el viernes. Además, los días de picnic sicodélico quedaron atrás para convertir a Bahidorá en el evento para ver a talentos como MALA, Mad Professor, Kali Uchis y Matanza. Aún así, en palabras del festival, "la experiencia de contactar con un ambiente limpio" también va mucho más allá.

MALA en Bahidorá 2017.

"Trabajamos para reducir la generación de residuos, hacer composta y eliminar la huella de carbono", me explicaron Jesús Herrera y Camila López, director y coordinadora de proyectos en Impact0, la empresa que desde hace cuatro años trabaja con Distrito Global y Ache para lograr un festival sostenible.

Entre las acciones que ha realizado el festival para alcanzar su sostenibilidad en la zona se encuentra la implementación en 2016 de una lombricomposta en Las Estacas. En pocas palabras, se reunieron todos los residuos no procesados del festival de ese año para crear una composta que reemplazara el uso de fertilizante en el parque acuático. A pesar de haber comenzado con el festival, la composta continúa funcionando todo el año con los residuos del restaurante del recinto, y ahora con los residuos de esta edición.

Por otro lado, me dijeron Jesús y Camila, se trabaja directamente con las marcas y los asistentes para lograr una sensibilización de residuos. Por un lado, a las marcas que participan en el evento se les pide adoptar ciertas medidas ecológicas: dar vasos biodegradables y envases reutilizables, no dar salsa en bolsas y dar la menor cantidad posible de cubiertos, etcétera. Por el otro, hay una comunicación constante con los asistentes:

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"Desde antes del festival hacemos recomendaciones como usar cosas biodegradables, pinturas a base de agua, llevar bolsa de basura, separar los residuos, buscar los ceniceros gigantes. Tratamos de incentivar los autos compartidos y los camiones, para usar menos combustible. También hay mensajes constantemente en los escenarios principales, en los que se invita a los asistentes a que ayuden a limpiar".

Con un poco de atención, uno puede darse cuenta de todo esto. Cientos de ceniceros de un metro y medio esparcidos cada pocos metros, enormes botes exclusivos para vasos biodegradables se vacían cada ciertos minutos, la mayoría de la comida no necesita cubiertos y te sirven las cubas en un thermo. Además está esa voz que suena cada que alguien termina de tocar, recordando a los "habitantes de Bahidorá" tener un consumo tanto responsable como ecológico. Todo esto parecería algo intrusivo, pero la verdad es fácil acostumbrarse y jugar con las reglas del lugar; uno incluso se siente incómodo siendo la persona que tira su cigarro o vaso en el piso para que alguien más lo recoja. Parece un precio justo por echar fiesta tres días en un jardín a prueba de quemaduras y cortadas en los pies.

Este acercamiento ha permitido al festival conservar limpio el parque así como reducir considerablemente la cantidad de desechos generados en estos días: mientras en 2015 cada asistente produjo en promedio cuatro kilos de basura, en 2016 se produjo menos de un kilogramo por persona; es decir, se redujo en más de la mitad la producción de basura por parte de los asistentes en un año.

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¿Pero qué pasa con el resto de la basura? ¿Qué pasa con aquellas cosas que no pueden convertirse en composta, con la gasolina y turbosina necesaria para transportar asistentes, talento y producción, la electricidad de los escenarios y en general todo aquello que contamina sin posibilidad de ser recogido y puesto en un cenicero gigante?

Bueno, todas estas acciones —desde encender un cigarro, comprarte una camiseta o cruzar el Atlántico en avión— genera una huella de carbono, definida como el total de gases de efecto invernadero producidas por un individuo, producto o evento. Todo esto es medible, e incluso existen infinidad de páginas para cualquiera que quiera conocer sus emisiones. Algo similar hace Impact0 con Bahidorá: utilizan indicadores cuantificables para evaluar la contaminación de un evento y disminuir la contaminación compensando la huella de carbono.

"Medimos todo", me explica Camila. "El combustible que usan los artistas y asistentes. Pero también el diesel para las plantas de electricidad en el evento, y el gas para la comida y las regaderas que se utilizan esos días".

Una vez que tienen el total de emisiones de carbono generadas —en 2015 se produjeron 19.6 kilos por asistente, mientras que en 2016 fueron 8.1— Impact0 compensa su huella a través de Scolel'te, una organización chiapaneca reconocida internacionalmente y con la capacidad legal de emitir y vender bonos de carbono. Se trata de un "esquema de pago por servicios ambientales y manejo forestal sustentable que funciona desde 1994, mediante el cual comunidades campesinas e indígenas han visto diversificados sus ingresos al participar en el mercado internacional de bonos de carbono".

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Camila me explica que una vez que calcularon las emisiones totales, se adquieren bonos de carbono de Scolel'te, quienes utilizan el dinero para enfocarse en tres ejes: social, económico y ambiental. Además de plantar árboles, se da capacitación a las comunidades locales para cuidar y reforestar, además de generar trabajos que impulsan el cuidado del medio ambiente. De 2014 a 2016 Bahidorá —a través de Scolel'te— ha compensado 400 toneladas de carbono, que se traducen en alrededor de 200 árboles.

Los zombis van cayendo mientras aquellos que habían muerto comienzan a revivir. El sol se levanta sobre el cielo de Tlaltizapán para ofrecer el clima ideal para crudear o bajar avión. Bahidorá ya no es el único reventón de su tipo. Eventos similares han surgido en Torreón, Puebla, Acapulco y Valle de Bravo; todos lugares mágicos del territorio mexicano, todos paraísos tropicales para echar la fiesta. De nuevo, lo difícil ya no es pensar cómo convertir territorios poco concurridos en oasis hedonistas; el truco está en pasar un buen rato y no descagar el planeta por la flojera de recoger un par de colillas.

Mad Professor en Bahidorá 2017.