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'La hija de Drácula' de 1936 en realidad trata sobre amor y lesbianismo

El diálogo contiene muchos dobles sentidos sobre la sangre y la menstruación que dan a entender que a esta condesa le encanta su perversión.

Imagen vía Wikimedia Commons.

Si eres un fanático del terror, es muy probable que hayas visto Drácula de 1931, la famosa película protagonizada por Bela Lugosi que, junto con Frankenstein del mismo año, fueron el momento alfa incipiente de un género cinematográfico que sigue estando muy lejos del territorio omega.

Todos sabemos que las cosas de vampiros son un éxito en la cultura pop hoy en día pero lo que quizá no sabes es que Drácula se estrenó el 14 de febrero de 1931. Las películas de temas sobrenaturales eran un área peligrosa en Hollywood durante esa época. Era posible grabar historias macabras con fantasmas, grifos y duendecillos pero al final siempre tenía que ser obra de un humano, así como en Scooby Doo, donde siempre había un tipo disfrazado.

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Pero Drácula no. Como se enfocaba de lleno en los monstruos, el ángulo publicitario fue básicamente "Es una historia romántica porque trata de un amor que lucha contra la muerte. Perfecto para San Valentín, ¿no?". En realidad no lo era pero por eso se estrenó ese día. Lo irónico es que Drácula tuvo una secuela, o algo así, que no solo fue romántica sino que fue románticamente progresista. Esa sí era perfecta para San Valentín.

La película en cuestión es La hija de Drácula de 1936, dirigida por Lambert Hillyer. No sale Lugosi y si te preguntas cómo es que un no muerto engendró una hija, haz una broma de necrofilia y supéralo. Tomamos momentos antes del final de la película de 1931. Hay un lunático muerto que comía arañas del piso y el profesor Van Helsing, que acaba de clavar una estaca en el corazón de Drácula, tiene un nuevo problema: la policía acaba de encontrarlo en las entrañas de la abadía y se le acusa de homicidio. Qué desastre, ¿no?

Van Helsing debe tratar de limpiarse pero eso al final no es más que una parafernalia para presentarnos la nueva epidemia: la hija de Drácula, llamada Condesa Marya Zaleska e interpretada por Gloria Holden, recorre las calles igual que su padre en busca de mujeres hermosas para alimentarse.

Imagen vía Wikimedia Commons.

O al menos esa es la premisa. Holden no quería tener nada que ver con ese papel después de ver el daño que hizo la película original a la trayectoria de Lugosi. Esa reticencia de su parte crea una mezcla de desdén y escalofríos en su actuación. El desdén se ve en la resignación de saber qué te aguarda si eres vampiro y los escalofríos se manifiestan en algunos de los momentos más eróticos en la historia del cine. La condesa quiere poner su boca en estas mujeres con una voracidad que debió impactar al público de la década de los 30 y confundir a muchos otros.

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El diálogo contiene muchos dobles sentidos sobre la sangre y la menstruación que dan a entender que a esta condesa le encanta su perversión y que, mientras más abundante es el flujo, más abundante es la diversión.


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Pero como era 1936, el estudio Universal solicitó cambios en el guión para "evitar hacer alusión a deseos sexuales perversos", como dijo Harry Zehner. Incluso vemos cómo busca una "cura" para su vampirismo a través de la siquiatría, una referencia nada sutil al hecho de que homosexualidad se consideraba una enfermedad mental en esa época. Como sea, la parte de la sicología ofrece un cierto terror verdadero y hace crecer el interés del público. El espectador se inclina por la condesa sin importar que siga aumentando el número de víctimas. Además, como es pintora, hace que su sirviente le lleve chicas para que posen desnudas. Qué conveniente.

Hay una escena en particular que es muy intensa, cuando la condesa es incapaz de contener su deseo y se aproxima hacia la chica al mismo tiempo que avanza la cámara. La modelo dice con voz entrecortada unas frases que son muy similares al juego de fingir que no quieres tener sexo. Y por si acaso no entendiste qué pasa, la cámara panea hacia arriba y muestra una máscara en la pared que es en parte una sonrisa torcida y un rictus de placer.

La chica sobrevive y escapa de la guarida de la condesa y después muere cuando la interroga el doctor Garth, el mismo doctor al que acudió la condesa para curar su vampirismo/lesbianismo. El punto es muy importante: se trata de la "ciencia antigua", que acaba con la vida del paciente, como si sus rigores de cuestionamiento hubieran sido demasiado agobiantes —de nuevo, es muy probable que se refiera a cómo la medicina profesional estigmatizaba la homosexualidad en esa época—.

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Después, hay una escena donde la condesa seduce a Janet, la amada del doctor Garth, que abre paso a una secuencia aún más erótica que a los cinéfilos les gusta describir como uno de los besos más largos que nunca llegó a ser. Los labios no se tocan pero hay una tensión, una mirada, una unión de lujuria que un beso real no habría podido lograr. La única comparación cinematográfica que se me ocurre que es la sesión multiorgásmica en Persona, de Ingmar Bergman. Después de ver esa escena, o la de la condesa y Janet, es lógico creer que Cupido, el dios del amor, y Onán, el padre de la masturbación, son amigos cercanos.

También hay un detalle interesante en los créditos del principio, donde se insinúa que la película está inspirada en "El invitado de Drácula" de Bram Stoker, un fragmento fascinante que, según algunas teorías, fue eliminada de la versión final de la novela. En este fragmento, un hombre se pierde en el bosque y se encuentra a una vampiresa. El terror se produce por el entorno, lo implacable de la naturaleza y el frío, no tanto por la criatura que se encuentra. Si alguna vez has escalado, sabes que lo más feo es encontrarse a una persona perdida en medio del bosque. Pero con el fragmento de Stoker en miniatura y La hija de Drácula en la pantalla grande, la aparición trae consigo una sensación de euforia. Y un poco de confusión al principio, tal vez, pero al fin y al cabo euforia.

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