Qué pasa cuando donas tu cuerpo a la ciencia en España
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Qué pasa cuando donas tu cuerpo a la ciencia en España

Fuimos a una clase de disección humana para averiguarlo.

Advertencia: las fotos de este artículo son extremadamente explícitas. Si te impresionan las imágenes de cadáveres y órganos humanos, te recomendamos que leas este artículo con precaución.

Son las once de la mañana. En la sala hay unas cuarenta sillas desocupadas alrededor de unas camillas metálicas. La mayoría están cubiertas de una gasa azul que no para de ondear, mecida por una brisa cargada y asfixiante. Huele a lata de gato recién abierta. Y a formol. De fondo, se escucha el constante bombear de la ventilación del techo.

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“¿De verdad que huele a algo?”, dice, riendo, el doctor Alfonso Rodríguez Baeza, catedrático de Anatomía y Embriología Humana de la Facultad de Medicina de la UAB. Él es el coordinador de la sala de disección de la UAB (Universidad Autónoma de Barcelona) y también quien ha organizado unas clases optativas para todos aquellos estudiantes que quieran diseccionar con sus manos los cadáveres.

Durante la mañana los interesados entran y piden al técnico la cabeza y el brazo que les corresponde. Los alumnos guardan las piezas a su nombre para seguir trabajando con ellas durante semanas: “Para hacer una buena disección de una mano, un profesional podría tardar hasta 4 días”, explica el doctor Rodríguez.

Para conocer el cuerpo humano, generalmente, se utilizan modelos anatómicos o programas. “Estos ejercicios deberían ser complementarios a la experimentación con piezas humanas, porque en las simulaciones suelen identificarse por colorines los tendones, las venas o la grasa”, lamenta el doctor. El trabajo con cuerpos reales es lento y se hace en grupos reducidos.

Cada semestre la universidad recibe más de mil alumnos entre medicina, fisioterapia, enfermería, logopedia y ciencias biomédicas. Para asegurar que todos tengan contacto con los cuerpos, en la UAB se estableció que se impartirían clases de prosección.

Es decir, se trabaja con piezas que previamente han sido diseccionadas por un anatomista. Por eso, el doctor Rodríguez organiza grupos de disección con aquellos que quieren invertir su tiempo libre en profundizar en la técnica de exploración del cuerpo humano: “Las primeras prácticas se hacen con brazos o rodillas porque es más fácil separar la piel de la grasa, la grasa de las venas… sin hacer una masacre”.

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Una chica, con unos cascos de diadema, se mueve al ritmo de la música. Escucha una lista titulada Canciones para cantar en la ducha mientras disecciona la cara de un hombre. Ella es Amber Bakker, de 21 años, cursa segundo de medicina y quiere especializarse en cirugía clínica.

Está muy agradecida de poder trabajar con cuerpos y recuerda que se sumergió en el mundo de la disección con miedo: “Solo había visto a mi abuelo muerto y pensaba que sería muy impactante. Pero esto es muy distinto, las personas son una herramienta para nuestra formación”.

Considera que es fundamental trabajar con cuerpos reales, aunque ella nunca sería donante: “Prefiero ser enterrada y que mis familiares puedan despedirse de mí”, explica. En otra mesa hay un grupito de estudiantes abriendo unos brazos de tono amarillento. Uno de ellos limpia con un papel la grasa del brazo y les comenta que le apetecería comer nachos. Los otros siguen la conversación con naturalidad. “Los primeros días siempre pensaba: estas personas han sido hijos de alguien”, dice Clàudia Ferrero, de 18 años.

¿Donar el cuerpo a la ciencia es la manera de ser útil una vez muerto?

En España cualquier persona es un donante potencial de órganos. Pero dar el cuerpo a la ciencia es una decisión que se tiene que tomar en vida y que requiere seguir un protocolo. Por ejemplo, en la UAB debes apuntarte al programa de donantes y rellenar un formulario de consentimiento. En nuestro país no parece existir una barrera respecto a la donación de órganos como la hay en el mundo árabe, aunque aún se nota cierto desconocimiento sobre cómo hacerlo.

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Históricamente la anatomía se ha vinculado a los cirujanos. Estos usaban a los muertos para mejorar sus técnicas de operación. Actualmente, el interés por el estudio de los cuerpos se ha extendido a todas las ramas vinculadas con el conocimiento del ser humano. La donación a la ciencia hace posible poner en práctica intervenciones experimentales, limitar errores quirúrgicos y, sobretodo, sirve para que los alumnos practiquen con cuerpos reales antes de trabajar con el bisturí en personas vivas.

¿Pero todos los cuerpos sirven para la ciencia? Los que han sufrido autopsias previas, amputaciones, cirugías extensas, que tienen enfermedades conocidas o que llevan más de 48 horas muertos son desestimados.

En el caso de la UAB tampoco se aceptan cuerpos de fuera del área metropolitana ni con sobrepeso mórbido: “Son un tipo de cadáveres que pueden romperte la camilla”, explica el doctor Rodríguez.

Hoy, esta universidad recibe una media de 80 a 90 cuerpos al año que “son más que suficientes” para trabajar con los estudiantes. Hace seis años solían llegar unos 50 muertos, pero el mayor conocimiento de la sociedad o la crisis han hecho aumentar el promedio. Donar el cuerpo a la ciencia es una manera de colaborar con la investigación científica y, a la vez, ahorrarse los costes de un entierro.

Cuando las universidades reciben los cadáveres, primero les hacen unos análisis para asegurarse que no son portadores de ninguna enfermedad. Si se detecta alguna, se avisa a la familia de que dispone de un mes para recuperar el cuerpo. Una vez comprobado que el cuerpo está sano, se empieza el proceso de embalsamamiento.

Consiste en inyectarles unos 15 litros de una solución compuesta por glicerina, ácido acético y formol. El último es el mejor conservante que se conoce pero es altamente cancerígeno. Por eso, en la actualidad, la disolución solo contiene un 2% de este componente, y es obligatorio que en las salas haya un sistema de renovación de aire muy potente.

A continuación se deja descansar el cuerpo durante un año en una cámara frigorífica a seis grados centígrados. Según el doctor Rodríguez, la vida útil de un cuerpo es de 2 a 5 años, aunque hay casos en que tan solo dos semanas después entra en proceso de putrefacción: “Para poder almacenar y hacer un mejor uso de los cuerpos, éstos se trocean”, explica. Los muertos quedan clasificados por partes: pies, cabezas, rodillas, manos… Por eso, cuando acaba su función no son retornados a los familiares.