Dilan Cruz
Foto: Andrés Tovar.
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¿Quién mató a Dilan Cruz?

OPINIÓN // Para distintas facciones del debate político, la responsabilidad de la muerte del estudiante colombiano durante las protestas no es del Esmad ni del Estado. Examinemos sus argumentos y los problemas que estos arrastran.

El paro nacional en el centro de Bogotá avanzaba en paz en la tarde del sábado 23 de noviembre, entonces su tercer día, cuando el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) intentó dispersar la marcha con gases lacrimógenos. Así lo confirman varios recuentos, como el de la politóloga Sandra Borda o el de Carmen Teresa Castañeda, Personera de Bogotá, quien también resaltó que, en contra de los protocolos, no se le notificó a la Personería que el Esmad iba a intervenir. Desde la 28 con 7, recuenta Borda, la movilización persistió a pesar de la intimidación del Esmad, y llegó a la Plaza de Bolívar; ahí también llegó el Esmad y dispersó a la multitud con gases lacrimógenos. De ahí los manifestantes tomaron distintos rumbos y el Esmad los persiguió. En la calle 19 con carrera 4, un agente del Esmad disparó contra Dilan Cruz, uno de los manifestantes. El lunes por la noche se anunció que Dilan Cruz, que había sido trasladado al Hospital San Ignacio, había muerto.

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Según el artículo 56 del Código de Policía, el Esmad solo es enviado “cuando no sea posible por otro medio controlar graves e inminentes amenazas a los derechos”. Es claro, entonces, que la acción del Esmad fue irregular desde el inicio, y vulneraba el derecho a la protesta. Además, como reporta Carlos Hernández Osorio en La Silla Vacía, el disparo del agente del Esmad contra Dilan Cruz no solo probablemente no respetó la distancia y la trayectoria reglamentarias, sino que además el proyectil disparado parece haber sido una “recalcada”, tela que envuelve balines prohibida por el Derecho Internacional Humanitario, y no una granada lacrimógena, como se reportó inicialmente. Así también lo confirmó el brigadista Dilan Gutiérrez, que atendió a Cruz cuando cayó.

En una manifestación pacífica, con uso desproporcionado de la fuerza y con un proyectil diseñado para hacer más daño, Dilan Cruz fue asesinado por el Esmad y el Estado. Su muerte es un crimen, uno que debería sacudir e indignar profundamente a cualquier humano con un mínimo de empatía y que prueba la necesidad de desmontar el Esmad, para que morir en manos de la fuerza pública no sea una posibilidad cuando se protesta pacíficamente. Sin embargo, distintas reacciones han defendido al Esmad y narrado la muerte de Dilan Cruz como un accidente, distribuido la culpa o buscado domesticar las emociones que un asesinato tan cruel y vil como este puede suscitar. Todas estas reacciones, pienso, maquillan o niegan directamente que Dilan Cruz fue asesinado por el Estado, o buscan encauzar los sentimientos para que se alejen de la crítica y la confrontación democrática, de la dignidad. Por eso mismo vale la pena detenerse en ellas y analizarlas con más detenimiento.

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“Fue un accidente, no culpen al Esmad”

Desde el Gobierno, la Policía y las instituciones implicadas han intentado convencer al país de que el asesinato de Dilan Cruz fue, en realidad, un accidente; a la vez, han defendido la labor del Esmad y han resaltado su necesidad. “Hasta aquí me llegó mi vida, hasta aquí mi familia, hasta aquí mi profesión”, dijo el comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, Hoover Penilla, que le había dicho el agente que mató a Dilan Cruz. Hizo un llamado a la empatía cuando dijo que tenía que ponerse en los zapatos del agente, pero ese llamado se reveló como una cortina de humo cuando afirmó que a los que había que cuestionar era a los “del otro lado, de los que están creando el caos, de los que quieren perturbar, de los que quieren que exista el malestar”. No es claro quiénes son los del otro lado, pero sí es claro que Pinilla, con esa declaración, estigmatizó de nuevo a los que protestan por sus derechos. Curiosa y arrodillada decisión plantear el orden público como ideal máximo de una sociedad, y a los que lo hacen tambalear buscando garantizar sus derechos como los culpables de la represión estatal.

Por ese mismo camino discursivo avanzó la Vicepresidenta Martha Lucía Ramírez: primero llamó a la calma y afirmó que era necesario tener en cuenta todo el contexto antes de emitir juicios sobre la muerte de Dilan; luego señaló que el problema no era el Esmad, sino “cuando se incita a la agresividad y a la violencia”, por lo que la fuerza pública tenía que reaccionar. A Penilla y Ramírez se les sumó en la senda del cinismo la Ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, que calificó la muerte de Dilan Cruz como un accidente “derivado de un enfrentamiento entre personas que estaban protestando de manera violenta y la reacción de las autoridades que están constituidas para eso”. La mezquindad de las declaraciones de Ramírez y Gutiérrez es evidente: implícitamente culpan a Dilan Cruz de su muerte. Sus palabras son una extensión de la lógica perversa que expresó el expresidente Álvaro Uribe Vélez frente a los casos de ejecuciones extrajudiciales: no estarían recogiendo café. No importa que todas las pruebas demostraran que la protesta estaba siendo pacífica, ninguna de las dos es capaz de abrir espacio para la duda frente a una institución con amplio historial de abusos como el Esmad.

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Las condolencias del Presidente Iván Duque, por su parte, se sienten vacías, tanto como las del Alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa. “Reitero mi solidaridad con esta familia”, afirmó el Presidente vía Twitter. Lo cínico de su afirmación está en que su “solidaridad” y condolencias no serían necesarias si no hubiera criminalizado y estigmatizado la protesta ni, con la orden del toque de queda de la noche del viernes, tratado la situación como si fuera más una guerra que el ejercicio legítimo de un derecho. Sus lamentos no son más que lágrimas de cocodrilo, pues él tenía el poder para evitar que el Esmad atacara a los manifestantes sin razón. Y cualquier asomo de solidaridad por parte del Presidente se esfumó horas después. El martes, en entrevista en la FM, afirmó que “lo que ha ocurrido dolorosamente en el caso de Dilan no será una excepción. Eso ha ocurrido en muchos lugares del mundo también que se pueden presentar situaciones accidentales, dolorosas”. Vaya consuelo y vaya declaración de un Jefe de Estado. En todo caso, para él fue más importante argumentar la urgencia de “que no se lleve a una afirmación como decir que la Policía de Colombia es una Policía asesina”. Las prioridades por parte del Gobierno estaban claras: antes que la vida de Dilan Cruz, lo importante era defender al Esmad y a la Policía Nacional.

El Gobierno ha intentado narrar el asesinato de Dilan Cruz como un accidente, una tragedia. Como si fuera una avalancha, una inundación o un fenómeno natural sin culpables. Este no es el caso, y el lenguaje es importante para que quede claro: el asesinato de Dilan Cruz no debe ser confundido como algo menor que eso. Probablemente el agente del Esmad que le disparó no deseaba matarlo, pero eso es irrelevante: incumplió todos los protocolos, violó las normas, lo mató. Y, más allá de los lamentos, es notable que en las palabras del Presidente, la Vicepresidenta, la Ministra del Interior y el Comandante de la Policía de Bogotá no se encuentra una promesa de encontrar la verdad, de garantizar justicia, de trabajar para que nadie más vuelva a morir así. No, simplemente se narra como un accidente imprevisible, y así, la próxima vez que pase, nadie tampoco va a tener la culpa.

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“A Dilan lo matamos todos”

Mientras el Gobierno y sus instituciones niegan que la muerte de Dilan Cruz fue un asesinato de Estado, otros buscan distribuir la responsabilidad. No es que el Esmad haya matado a Dilan, dicen, sino que todos “nos estamos matando. El activista liberal Luis Ernesto Gómez afirmó que “nos estamos matando por la incapacidad de dialogar. ¡No más! La muerte de Dilan no puede ser en vano. ¡Solo con inteligencia y acción colectiva podemos sacar este país adelante!”. Por su parte, el Alcalde de Cali, Maurice Armitage, lamentó la muerte de Dilan Cruz. ¿Cuál fue la causa de la muerte del estudiante según él? “La falta de entendimiento de los colombianos”. Añadió que “solo con tolerancia es que lograremos salir de este momento tan convulsionado que estamos viviendo”.

Por otro lado, Juan Pablo Echeverry, edil de Chapinero, tras manifestar su dolor por la muerte de Dilan Cruz, argumentó que le dolía aún más decirnos que “a Dylan no lo mató un bando ni el otro, lo matamos todos sin darnos cuenta. (…) A Dylan lo mató cada corrupto del país, no solo los politiqueros, sino los que sobornan policías, cobran y dan coimas para otorgar y ganar contratos; todo el que se roba los servicios públicos; lo mató la violencia, incentivada por los extremos irresponsables que lo convocaron”. Para estos tres políticos, entonces, no fue el agente del Esmad el responsable de la muerte de Dilan Cruz, sino todos nosotros. Este enfoque, aunque puede que parta de buenas intenciones, es particularmente nocivo: la distribución de la culpa evita que los que sí son responsables directos tengan que asumir su responsabilidad, y distrae el debate hacia cuestiones que no son pertinentes.

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Y claro que es importante que aprendamos a dialogar, como plantea Gómez; claro que es necesario que, como colombianos, sepamos entendernos y convivir, como dice Armitage, para que sepamos solucionar los conflictos sin matarnos; y claro que la corrupción es un gran mal que azota a Colombia, como infiere Echeverry, pues afecta lo público y deteriora nuestra relación con ello. Pero plantear el debate del asesinato de Dilan Cruz en esos términos es miope. Es vital pensar también en la estructura, en lo macro, y no solo en los sucesos particulares: es decir, ver el bosque y no solo los árboles. Pero Gómez, Armitage y Echeverry, así como el resto de los colombianos que llevan sus argumentos por ese lado, no están viendo el bosque que es. No se preguntan sobre la historia de violencia del Esmad ni sobre la criminalización de la protesta en las semanas previas al paro por parte del Gobierno. Como ellos lo plantean, es por no poder entendernos que Dilan Cruz está muerto. Y dejan totalmente de lado al agente que apretó el gatillo, a la institución que avala su accionar o impulsa esas prácticas y al Presidente o Alcalde (o ambos) que dieron la orden de dispersar lo que era una marcha pacífica.

Estos argumentos, pienso, revictimizan a Dilan Cruz. Esconden las decisiones tomadas que llevaron a su muerte, y (aunque por otro camino) también la explican, de cierta forma, como un accidente, uno que se deriva de nuestros males sociales. Más aún, estos enfoques evitan cuestionar al Estado y al Esmad, que en ningún momento de sus reflexiones son mencionados. Repito, probablemente estas palabras surjan de un afán de entendernos como sociedad, de preguntas sobre nuestra historia manchada de sangre. Pero en un caso tan concreto, diluir la responsabilidad permite que el Gobierno y el Esmad queden impunes de un crimen del que son responsables.

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“Lo mató el odio”

Para varios opinadores, la culpa de la muerte de Dilan Cruz es del supuesto odio que líderes políticos que han convocado al Paro Nacional han difundido. Sergio Rodríguez (que, según su Twitter, es del Partido Conservador Colombiano), declaró que “el responsable de la muerte de Dilan Cruz ni es él, ni es el ESMAD, es ese grupo de políticos y sindicatos que adoctrinaron a la juventud diciéndole que el odio de clases y las vías de hecho son la solución para el país, estos los enseñaron a delinquir, robar y violentar”. Por su parte, Gabriel Vallejo, Representante a la Cámara por Risaralda del Centro Democrático, manifestó que “instrumentalizar la muerte de Dilan para fines políticos, para sembrar odio hacia nuestros policías, no es otra demostración más de que nuestra sociedad está enferma. Dejemos descansar en paz el alma de Dilan y no aumentemos el dolor de su familia!”.

Los dueños de estas declaraciones toman el ejercicio legítimo de la protesta y la convocatoria al Paro Nacional, así como como los señalamientos de la sociedad civil al Gobierno como responsable del asesinato de Dilan Cruz, como afrentas. También entienden la crítica como necesariamente dañina, y, seguro, su peor pesadilla es “la polarización”. A ver, ¿cómo esperan que se haga oposición? ¿Mandando cartas privadas? ¿Esperando a que el Presidente se de cuenta de que algo molestó a la oposición y decida arreglarlo? La democracia también tiene espacio para el antagonismo; es más, es inevitable. Estos comentarios son políticamente inmaduros y, en lo que respecta al asesinato de Dilan Cruz, terminan culpando al ejercicio de la protesta además de negar la agencia que tenía el propio Dilan Cruz al haber elegido salir a marchar sin ser manipulado por nadie. Describir a los estudiantes que luchan por sus derechos como “adoctrinados” es irrespetuoso, desconoce su capacidad de pensamiento crítico, su dignidad. Y asociar, como lo hace Rodríguez, la protesta con el delito es revictimizar a Dilan Cruz. Para Vallejo, probablemente, este artículo también contribuya a “sembrar odio hacia nuestros policías”; pero no vamos a callar ante las violaciones a los derechos humanos, vamos a denunciarlos y a pedir justicia para las víctimas y los culpables.

La teoría del odio tiene otra cara, más hacia el “centro”. Cuando Gustavo Petro opinó que, en memoria de Dilan, nadie debía hablar con el Presidente al día siguiente de su muerte, Daniel Samper Ospina le respondió que ese liderazgo era incendiario y que el fin debía ser el diálogo: “En memoria de Dylan hay que dialogar y buscar las reivindicaciones de forma pacífica: el diálogo impide que tragedias como las de Dylan se repitan”. El problema con la reacción de Samper Ospina es que no hay nada que dialogar sobre el asesinato de Dilan Cruz si el Gobierno sigue entendiéndolo como un accidente.

Hay un fetiche del diálogo por parte de Samper Ospina y otros opinadores de “centro” que equiparan todas las opiniones y posturas como válidas: según ellos, debería poderse dialogar con un Gobierno que asesina, lesiona los derechos humanos y tiene un historial de ocultar la verdad al respecto y también se entiende como odio negar la posibilidad de diálogo con una postura violenta que revictimiza a Dilan Cruz. Pero los “extremos” no son lo mismo, al contrario de lo que han argumentado estos opinadores, y aunque rechazar la violencia es importante, también importan los “bandos”, al contrario de lo que sugiere Samper: no podemos unirnos en oración con el Centro Democrático para que el discurso de odio no nos separe si ese partido ha sido en gran parte responsable de que los acuerdos de paz no se implementen, por ejemplo. No se puede, ni se debe, dialogar con cualquiera, y el diálogo en sí no debe ser el fin último si no se tiene claro para qué se quiere dialogar.

Los que rechazan el “odio” seguro querrían que todas las opiniones y los argumentos fueran igual de insustanciales que el reciente “pronunciamiento” de J Balvin sobre el paro, en el que se jactó de no ser de izquierda ni de derecha, sino de ir derecho. Un mensaje así que no dice nada, pero que tampoco ofende a nadie. En democracia las posiciones chocan, hay que aprender a vivir con eso. Y señalar la responsabilidad del Gobierno y el Esmad en el asesinato de Dilan Cruz no es difundir el odio: es, precisamente, actuar en contra del odio hacia la protesta que llevó a su muerte, y actuar para que algo así no vuelva a suceder.

En una manifestación pacífica, con uso desproporcionado de la fuerza y con un proyectil diseñado para hacer más daño, Dilan Cruz fue asesinado por el Esmad y el Estado. Su muerte es un crimen de Estado. Hay que decirlo así, con todas las letras. Decir otra cosa es irrespetar su memoria y su valentía por luchar por sus derechos en un país en el que te matan por hacerlo.