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Este exdealer convertido en artista documenta el narcotráfico en México

Alfonso Zárate, que trabajó en el bajo mundo criminal de la Ciudad de México, ahora se inspira en esa vida para crear arte.
Todas las fotos por Alfonso Zárate

Tepito, en el corazón de la Ciudad de México, es conocido como uno de los barrios más peligrosos de la urbe. Durante siglos ha sido el centro comercial de la clase baja, y en la antigüedad prosperó gracias al comercio de alimentos y ropa en los mercados abiertos tradicionales. Más recientemente, la venta de ropa deportiva, música y DVDs falsificados, así como el tráfico de armas y drogas —especialmente cocaína— ha sido el sustento de la colonia.

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El artista Alfonso Zárate ha pasado la mayor parte de su vida adulta en las calles de Tepito. Como estudiante de arte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se ganaba la vida vendiendo productos de imitación en el tianguis. Pero pronto se dedicó a tatuar y consiguió a varios narcomenudistas locales como clientes. Era cuestión de tiempo antes de que empezara a dedicarse al oficio, así que comenzó a vender drogas para mantenerse. Los narcos lo habían acogido como uno de los suyos y lo admitieron en el bajo mundo de la Ciudad de México.

Aunque ha dejado atrás sus días de vender drogas, la obra de Zárate todavía se basa en su vida actual en Tepito y las relaciones que mantiene allí. Su más reciente exposición "Homo Sacer, derecho a la supervivencia en las calles", ubicada en la Galería Traeger y Pinto en la Colonia Roma de la Ciudad de México, es el resultado de diez años de documentación y observación de los barrios de la periferia del centro de la capital.

Los escuetos y gráficos collages de Zárate presentan arreglos ordenados de objetos desechados: encendedores, pipas para fumar crack y bolsitas que una vez contenían cocaína, cuidadosamente recogidas en las calles y vecindades de Tepito, así como en las colonias aledañas de Guerrero y Peralvillo.

De la última exposición de Zárate.

Muchos de los artefactos que exhibe en sus obras están relacionados con el narcotráfico, pero otros son tótems de la vida interior y religiosa de la gente, como amuletos, estatuillas de santos, e incluso ropa, que sostienen a la gente y juegan un papel central en la cultura espiritual de México. El resultado es un arte que se siente fantasmal, piezas que parecen revelar el espíritu de las personas, y lugares que son usualmente subterráneos, invisibles para cualquier persona fuera del bajo mundo de Tepito.

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Zárate piensa en las personas que alguna vez poseyeron estos objetos como sus colaboradores. "Mi trabajo es una conversación con la gente al final de una cadena social complicada: parias, indigentes, bandidos, sicarios, narcomenudistas, adictos, alcohólicos y trabajadoras sexuales", dice. "Me cuentan la historia de las calles y del barrio".

Cuando le pregunto acerca de su proceso, me dice que "todo comienza con visitas y observación. Memorizo las rutas de acceso, lo que hay alrededor, la arquitectura, el tipo de gente que vive en la zona, lo que está tirado en el suelo, a veces incluso los olores. En ocasiones tomo notas", dice, "pero es imposible tomar fotografías", en vista del peligro de transgredir a las organizaciones locales.

Zárate es muy consciente de los riesgos. Durante nuestra correspondencia, nunca ha revelado dónde vive o la identidad de la gente con la que trabaja, ya que violar la confianza de sus colaboradores podría significar una represalia violenta.

"Lo que me ha abierto la puerta a estos lugares es el hecho de que no cuestiono, juzgo o divulgo lo que comparten conmigo, a menos que me hayan dado permiso explícito para hacerlo. Gracias a esto me gané su confianza: una de las reglas que rigen la supervivencia en estos barrios es la Ley de Talión, ojo por ojo".

Zárate es parte de una tradición reciente de artistas mexicanos que utilizan materiales que ellos mismos encuentran para criticar los males sociales y económicos del país. Quizá la artista más reconocida en este rubro es Teresa Margolles, una artista conceptual y ex patóloga forense que incorpora los productos derivados de los crímenes violentos —el agua utilizada para lavar los cadáveres de las víctimas de asesinato, bloques de hormigón repletos de balas— para resaltar la devastación causada por la guerra contra las drogas de México. Desde el 2006, casi 200,000 personas han sido asesinadas, y al menos otras 28,000 desaparecieron como resultado directo de la guerra abierta del país contra los cárteles.

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Tanto Margolles como Zárate yuxtaponen la brutalidad que se ha convertido en un hecho cotidiano con la belleza, lo que abre un espacio para contemplar la horrenda violencia provocada por la guerra contra las drogas. Aunque el trabajo de Zárate se centra en las calles donde se consumen y venden drogas (a diferencia de Margolles, cuyo trabajo hasta ahora se ha centrado en las secuelas de la violencia estructural), él cree que ambos pretenden hacer un tipo de arte que, en sus propias palabras, ayuda "a conceptualizar las situaciones políticas, económicas y sociales que afectan a los individuos, y su distanciamiento de la sociedad".


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Dice Zárate que desde 2006 ha "observado, analizado y documentado el rotundo fracaso de la guerra contra las drogas iniciada por el ex presidente mexicano Felipe Calderón". En los últimos diez años, cuenta, "aumentaron drásticamente los asesinatos, los operativos y especialmente los consumidores". Ese aumento drástico de los asesinatos hace que ver su arte —que rastrea el progreso de las drogas y la devastación en un barrio— se convierta en un acto de contemplación de cómo la violencia masiva en todo el país se desarrolla a nivel local.

Como dijo Margolles, "ya no es posible describir lo que está ocurriendo afuera desde dentro de la morgue. El dolor, la pérdida y el vacío se encuentran ahora en las calles". Zárate, tal vez como una respuesta a esta situación, ha intentado retratar vívidamente esas calles.