Identidad

Para algunas personas negras el término 'latinx' borra su identidad

Personas que son parte de la diáspora negra discuten las formas en que esta etiqueta puede ser demasiado amplia y omite una parte importante de sus identidades.
Personas afro-latinas
De izquierda a derecha: Foto de Jessica Simmonds; foto cortesía de Dash Harris Machado; Javier Wallace por Sarmia Osbourne

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Para muchas personas negras, su identificación con la identidad latinx es complicada: el término, que pretende ser inclusivo, tiene el efecto exactamente opuesto. Aunque los latinoamericanos negros e indígenas han contribuido significativamente a la cultura latinx (piensen en géneros musicales como la rumba, el tango y el reggaetón, por nombrar algunos, o las creaciones culinarias magistrales hechas con tubérculos que se remontan a África), los latinxs negros con frecuencia son borrados del tejido de la latinidad.

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Existe una creciente frustración entre las personas negras implicadas en las identidades latinxs que va más allá del uso del término de género neutro. Este análisis lidia con la historia latinoamericana de más de 500 años de brutalidad hacia los grupos marginados que aún se filtra en el pensamiento estadounidense en torno a la terminología basada en la identidad.

Un hashtag que está cambiando la conversación #LatinidadIsCancelled (la latinidad está cancelada), iniciado por el escritor afro-indígena zapoteca Alan Pelaez López, describe cuán mestiza, blanco-centrista, anti-negra, anti-indígena y anti-queer sigue siendo la cultura. (Este fue el primero de algunos análisis sobre la anti-negritud y la latinidad a medida que surgieron en la cultura popular y el que lo resumió de manera más coherente). Esto ha llevado a académicos, activistas y personas afro-latinx comunes a reconsiderar su uso de la palabra latinx, así como la etiqueta “afro” o “negro” que pueden acompañarla, y si la etnicidad en sí es suficiente para identificarse con la latinidad (un término utilizado para describir la “cultura compartida” de los latinxs).

“Para quienes adoptan la latinidad, es un arma de doble filo”, dijo Zaire Dinzey-Flores, miembro del colectivo Black Latinas Know y profesora asociada de Estudios Latinos y del Caribe y Sociología en la Universidad de Rutgers. “Para aquellos que no encajan en la imagen que ha sido impulsada por este término [latinx] y este concepto [de la latinidad], casi funciona como un término violento… hacia aquellos de nosotros —y digo nosotros porque me incluyo en esto— que no podemos existir fuera de la violencia de la producción de latinoamérica”.

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Aunque algunos todavía consideran a los latinoamericanos un grupo sin raza, la posición social y económica de una persona siempre ha estado determinada por su composición racial. Las castas, un sistema de 16 niveles exhibido a través de pinturas en el siglo XVIII por los españoles, determinaba las posiciones sociales de acuerdo con la raza/mezcla racial. Cuanto más europeo eras —o en términos actuales, cuanto más cerca estabas de la blancura— más alto llegabas en la clasificación social, dejando a los afrodescendientes en la parte inferior. El sistema de castas de Latinoamérica afectó todos los aspectos de la vida, incluida la compatibilidad matrimonial, el acceso a la educación e incluso el tipo de ropa que uno podía usar; y sus efectos todavía se perciben hoy en día en el acceso a puestos políticos, oportunidades laborales, cobertura en los medios e incluso en la salud de las comunidades.

Esta historia profundamente arraigada de anti-negritud hace que Maika Moulite, coautora de Dear Haiti, Love Alaine, dude en asumirse como latinx. “Cuando pensamos en latinx, se convierte en sinónimo de blancura”, dijo Moulite, de 31 años, quien se identifica como caribeña negra y haitiana específicamente. Debido a que se enorgullece enormemente de su negritud, optar por identificarse como latinx puede sentirse como si estuviera invirtiendo en una cultura que no la valora. Para Moulite, su educación en Miami y su comprensión de la historia de Haití como la primera República Negra influyeron en gran medida en su manera de identificarse a sí misma.

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Dash Harris Machado, de 34 años, se identifica como una mujer negra y se niega a mantener conversaciones repetitivas sobre la raza en Latinoamérica. Como la cineasta detrás de NEGRO: A Docu-Series About Latinx Identity, que comenzó a producir hace 10 años, ha centrado su trabajo en los latinoamericanos negros, al mismo tiempo que se desempeña como cofundadora de la agencia de viajes y cultura AfroLatino Travel y es una tercera parte de Caña Negra, una asociación cultural conformada por personas negras centroamericanas. Ella cree que cuando los latinxs estadounidenses —muchos de los cuales son identificados racialmente como blancos, mestizxs (personas de ascendencia europea e indígena) o mulatxs (individuos de ascendencia europea y africana)— tienen la epifanía de que existen los latinoamericanos de ascendencia africana, es regresivo cuando menos y violento en el peor de los casos.

“Veo una brecha enorme [entre lo que está sucediendo en Latinoamérica y la conversación sobre relaciones raciales en Estados Unidos]”, dijo Harris Machado, quien nació en Brooklyn y reside en Panamá. Ya sea que esté creando conciencia sobre “la anti-negritud en la comunidad latina” o participando en conversaciones diarias, ha visto que algunos latinxs radicados en Estados Unidos son despectivos cuando se habla del racismo sistémico en Latinoamérica.

Estar alineado con términos como “latinx”, o la creencia de que la negritud está separada del identificador, ha hecho que algunos latinxs que no son negros lo apliquen a sus conversaciones sobre la identidad latinoamericana. El grito de protesta “Latinxs que apoyan las Vidas Negras” es un ejemplo: “Hay tanta gente que dice: ‘Oh, bueno, el racismo es diferente en Latinoamérica en comparación con Estados Unidos’. Al mismo tiempo que la gente de Estados Unidos dice: ‘Black Lives Matter’, nosotros decimos, ‘Las Vidas Negras Importan’”, dijo Harris Machado. “Al mismo tiempo que exigimos justicia para las personas negras norteamericanas, en la misma oración estamos diciendo los nombres de las personas negras que han sido asesinadas por la violencia sancionada por el estado en Latinoamérica. ¿Qué parte es distinta?”.

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Javier Wallace, de 32 años, dijo que los latinxs estadounidenses le asignaron el significante “afro-latinx” cuando regresó a Estados Unidos para comenzar su programa de doctorado después de pasar seis años en Panamá. Mientras estaba allí, todos compartían la misma nacionalidad; por lo tanto, ni su nacionalidad ni su etnia importaban en ese espacio, su raza, identidad cisgénero y tamaño definieron cómo era tratado por los panameños que no eran negros. Wallace, un nativo de Austin, Texas de madre afroamericana y padre panameño negro de ascendencia antillana, usa el término afro-latinx para exigir que su negritud se centre en su humanidad.

“La única razón por la que uso ese lenguaje es porque la latinidad ha sido violenta durante demasiado tiempo; no solo de manera ideológica, sino que se manifiesta físicamente en nuestras vidas con violencia”, dijo el cofundador de AfroLatino Travel, a quien la policía le ha apuntado con armas varias veces en Panamá, lo que, dada la criminalización de los hombres negros, cree que está fuertemente vinculado a su raza. “Simplemente no puedo permitir que esa violencia siga perpetuándose, así que exijo que la gente hable de nosotros” —los negros— “cuando hablan de la identidad latina”.

El eterno debate sobre cómo figura la raza en la terminología relacionada con las etnias es anterior a la introducción del término “latinx” en el léxico. “Hispano”, que se utiliza para describir a los descendientes de un país de habla hispana, se estableció con fines políticos en la década de 1970 cuando organizaciones latinas como ASPIRA y el Fondo de Educación y Defensa Legal México-Americano presionaron a la Oficina del Censo de Estados Unidos después de que el censo de 1970 no hiciera un reconocimiento adecuado de los latinxs. El término surgió como una categorización en el censo de 1980 y de inmediato hizo que algunos latinxs se preocuparan de que este término general se usara para clasificar un grupo demográfico multiétnico, multirracial y multinacional. Algunos prefirieron identificarse a través de su nacionalidad, o una versión mestiza de ésta, gravitando hacia identificadores más específicos como chicano, (afro) taíno o (afro) boricua, por nombrar algunos. No todos favorecieron un término general para el cual no fueron consultados.

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Un intento de una solución más amplia fue “latino/a”, que se usa comúnmente para representar a personas de 33 países de Latinoamérica y el Caribe, incluidas naciones que no hablan español como Belice, Brasil y Haití, entre otras. Hacer un seguimiento del primer uso del término “latino/a” es complicado, pero, dado que es un término más expansivo que el de “hispano”, su popularidad ha aumentado a lo largo de las décadas: treinta años después de que se acuñara el término “hispano”, “latino” se incluyó en el censo de 2000. Aunque surgieron términos neutrales al género como “latine” o “latin@”, latinx, que comenzó a circular en internet desde 2004, se ha convertido en una alternativa popular (a pesar de una encuesta reciente del Pew Research Center que señala que menos del 25 por ciento de los latinxs han escuchado el término).

En un artículo del New York Times de 2003, Mireya Navarro escribió que solo el dos por ciento de los latinxs contabilizados en el censo de 2000 se identificaron como negros. Sin embargo, de esos latinxs estadounidenses, el 28 por ciento (más de 200.000 personas) vivía en la ciudad de Nueva York. Navarro atribuye esta gran concentración a la migración de latinos caribeños —muchos descendientes de la esclavitud— a Nueva York.

De los supuestos 10,7 millones de africanos que fueron esclavizados y sobrevivieron al Pasaje del Medio, 388.000 llegaron a lo que ahora es Estados Unidos. Pero Brasil, que tiene la mayor población negra fuera del continente africano, acogió a 4,86 ​​millones de africanos esclavizados y los demás se dispersaron en todo el Caribe y el resto de Norteamérica, Centroamérica y Sudamérica. Hoy en día, aproximadamente 130 millones de afrodescendientes viven en Latinoamérica, lo que representa cerca de una cuarta parte de la población total, según estimaciones del Proyecto sobre Etnicidad y Raza en América Latina (PERLA). Una encuesta del Pew Research Center de 2014 mostró que uno de cada cuatro latinxs estadounidenses se identificó como afrolatino, afrocaribeño o de ascendencia africana con raíces en Latinoamérica.

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Desde los movimientos por los Derechos Civiles y el Poder Negro hasta épocas más recientes, los afrolatinos han reinventado sus identidades para concentrarse en los matices de sus experiencias. En el texto pionero The Afro-Latin@ Reader: History and Culture in the United States, publicado en 2010, los ahora fallecidos Miriam Jiménez Román y Juan Flores escribieron: “Al igual que en Latinoamérica, donde el prefijo ‘afro-’ ha sido crítico al desafiar los efectos homogeneizadores de las construcciones nacionales y regionales, en Estados Unidos el término ‘afro-latin@’ ha surgido como una forma de señalar contradicciones raciales, culturales y socioeconómicas dentro de la idea demasiado ambigua de ser ‘latin@’”.

Nacida en la isla La Española, en República Dominicana, Danyeli Rodríguez Del Orbe, de 25 años, prefiere el término afro-dominicana. La artista de spoken word y organizadora comunitaria también se refiere a sí misma como una mujer negra de República Dominicana. Como ocurre con la mayoría de los latinxs negros, pueden aplicarse otros identificadores, como mujer negra birracial, pero ella se ha distanciado del término afro-latina, ya que no se enfoca del todo en las mujeres negras de piel oscura. Rodríguez Del Orbe dijo que, en vista de que es consciente del privilegio que conlleva su tez menos oscura y su posición, se niega a formar parte de la discriminación causada por la estratificación de acuerdo con el tono de piel.

Debido a que Rodríguez Del Orbe cree que la identidad es fluida y cambiante, la joven de 25 años no está atada a la terminología. Aunque encuentra que el término “latinx” es frustrante, comprende su lugar. “Existe una necesidad de realmente cuestionar qué significa ese término, y cómo ha borrado a los pueblos indígenas y negros de la conversación”, dijo, “mientras que al mismo tiempo debemos entender que en este momento es un término que —en vista de cómo ha sido utilizado en Estados Unidos para distribuir recursos que 'dan prioridad a nuestras comunidades’— también se necesita políticamente, hasta que esos sistemas de recursos o de representación comiencen a cambiar”.

Harris Machado se ríe de la idea de invertir personalmente en el término “latinx”. “No culpo a nadie, porque cuando te das cuenta de lo opresivos que son muchos elementos de tu identidad, es difícil”, dijo. “Pero una vez que lo sabes, no hay forma de que puedas salvarlo”.

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