Oropéndola, el dolor a través del arte

​La oropéndola, Psarocolius decumanus o mochilero, es un ave de color negro y amarillo que vive en las regiones bajas de Sudamérica al este de los Andes, desde Colombia hasta el norte de Argentina, además de Panamá y Trinidad y Tobago. El tejido de sus nidos, en forma de lágrima o mochila, y su vuelo alto, que la confunde con los rayos del sol, inspiraron el nombre de este portal para pensar en las víctimas como sujetos que se han levantado a pesar de sus historias llenas de ausencias, muerte y dolor.

Manuela Ochoa y Camilo Leyva son las cabezas al frente de este proyecto que surgió en una conversación con María Teresa Ronderos en el 2013. Siempre tuvieron la inquietud de vincular el arte y la memoria de una manera en la que no solo artistas pudieran mostrar su trabajo, sino que también incluyera a personas que desde sus comunidades hubieran creado espacios de encuentro entre el pasado y la imaginación.

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"Nos parece muy interesante poner en un mismo lugar ambas interpretaciones en un diálogo horizontal donde no hay diferencias para entender la complejidad de la violencia y donde todas las reflexiones son válidas", dice Manuela Ochoa, artista e historiadora del arte.

Inicialmente escogieron piezas que dataran desde 1990 hasta el día de hoy, pero la idea es que ese espectro se pueda ampliar poco a poco, pues, no es de sabios entender que la sangre en Colombia ha corrido desde su propio nacimiento. El criterio principal que tuvieron en cuenta para la curaduría de esta muestra es que las obras tuvieran un valor simbólico y estético, resonancia y un impacto en su comunidad.

A propósito de los diálogos de paz que se están llevando a cabo en La Habana, Oropéndola es una de varias propuestas que están integrando la cultura y el arte al discurso político y mediático. "Creemos que este es un momento importante por el proceso que se está llevando ya que hay una mentalidad en torno a la paz que es relativamente nueva", afirma Manuela. Se suma a esto que hace pocas semanas la Unesco firmó la Declaración Florencia, en la que pide que la cultura se sitúe en el centro de las políticas de desarrollo sostenible por su capacidad no solo de crear riqueza sino también de lograr cohesión social.

A propósito, Manuela y Camilo nos contaron cuáles fueron las tres obras que más los impactaron:

La Casa de la Memoria, una iniciativa del padre Nelson Cruz, está ubicada en la casa cural de la vereda El Placer, en el Putumayo. Es un espacio que contiene la colección de objetos que el clérigo ha recogido por los caminos del pueblo, y que van desde zapatos o vestidos hasta balas y pipetas que además son dispuestas a manera de cuadro con una descripción pequeña del lugar y la fecha de su hallazgo.

Treno, de Clemencia Echeverri, es una instalación que muestra el caudaloso río Cauca con la potencia de quien lo rodea y lo vive. Con dos pantallas, Clemencia usa el sonido y las texturas turbias de la corriente que, a medida que aumentan su tamaño, revelan prendas de ropa que son recogidas una a una, para dejar en el aire preguntas sin respuesta.

Siguiendo con la misma afluente, Gabriel Posada y Yorladys Ruiz crearon Magdalenas por el Cauca, una obra que se realizó en conjunto con la comunidad de Trujillo donde, a través de talleres, recogieron las historias de los desaparecidos y se crearon dibujos y relatos en gran formato de los rostros de estas personas e incluso dibujos de las madres. Todo el material producido se instaló sobre unas balsas que seguían el caudal del río Cauca acompañadas por performances e intervenciones como una alegoría a la desaparición.

Si no pueden asistir a museos o galerías desde el lugar en el que se encuentran, Oropéndola es una gran alternativa para aprovechar las nuevas tecnologías en un diálogo directo con la memoria de nuestro país.

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