Seguimos siendo esclavos de las grandes marcas de ropa
Ilustración: Jimmy Palacio | VICE Colombia

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Independencia de Colombia

Seguimos siendo esclavos de las grandes marcas de ropa

Vestirnos también debería ser un acto de independencia.

Artículo publicado por VICE Colombia.


Cada 20 de julio volvemos a celebrar nuestra independencia. Pero dejar de responderle a España no nos liberó de seguir reproduciendo las formas eurocentristas, y –entrado el siglo xx– no evitó que quisiéramos ser gringos.

José Martí lo puso claro cuando comparó la Latinoamérica que le tocó con un hombre que trataba de vestirse con una chaqueta que le quedaba grande y unos zapatos que le quedaban pequeños (para ilustrar: Uribe en su fracsito). Y si bien Martí hablaba de la influencia de Europa en nuestra política y nuestros productos culturales, no hay que olvidar que la moda también es un producto político y cultural.

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Querer vestirse como el otro es, entonces, muy diciente: es desconocer que nuestro cuerpo nacional es distinto.

Eso en cuanto a las formas. Pero, ¿Qué me dicen de los medios de producción? Darle nuestra plata al gran retailer, esas multinacionales de moda gigantes que nos gusta consumir acá, del estilo de Zara, Forever XXI y H&M, es financiar la violencia medioambiental y la esclavitud moderna.

La industria textil es la segunda más contaminante del planeta, solo superada por el petróleo. Su impacto ambiental es terrorífico: producir una camiseta de algodón cuesta 2.720 litros de agua, menos del 1% de los materiales utilizados en la producción de ropa es reciclado para fines textiles, y menos del 15% de la ropa es reutilizado. Si seguimos así, según Global Fashion Agenda, la producción incrementará un 63% para el 2030.

Por otro lado, la esclavitud comprobada que se da en las maquilas, esos infiernitos en los que miles de mujeres trabajan como hormigas para que tú tengas tu camiseta de 10.000. Esas gangas tienen un costo. Según El Mundo de España, la ropa de Inditex, el conglomerado al que pertenecen tiendas como Zara, Bershka y Stradivarius, es fabricada en España, Marruecos, Portugal, Turquía, India, Bangladesh, Vietnam, Camboya, Argentina y Brasil El 60% de la ropa se hace en los países más cercanos y el 40% restante se hace en zonas más alejadas, donde ni hay tanta supervisión ni se hacen tantas auditorías, como está obligada a hacer la compañía.

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Según un estudio realizado por Microfinance Opportunities, en Bangladesh las mujeres que trabajan en estas fábricas tienen que elegir entre comprar las cosas del día a día, comida y productos de higiene, y pagar el arriendo porque no alcanza para ambas cosas. En la India las condiciones de trabajo incluyen abuso físico y verbal, igual que en otros países.

Las maquilas nacen en los años 60, en el momento en que empieza la relocalización productiva de empresas estadounidenses, textiles y electrónicas en su mayoría, para abaratar costos. La relocalización se dio en países necesitados de la caridad de Estados Unidos, como México y Bangladesh, en donde hace cinco años se incendió una de estas maquilas y murieron más de 300 personas, y desde entonces los gobiernos de los países oprimidos han tratado de favorecer a las maquilas por medio de políticas supuestamente reguladoras con la excusa de que generan empleo.

Y sí lo hacen. Empleo por doquier.

El problema no es solo de Asia. Según Oxfam, una confederación internacional que combate la pobreza, en Centroamérica cerca de 263.000 trabajadoras textiles viven explotadas en las maquilas. Estas mujeres representan un 58% del total de la fuerza laboral en el sector. Oxfam también denuncia “jornadas de 24 horas ininterrumpidas, sueldos míseros y falta de higiene en las fábricas”. Las oportunidades de salir de estos “talleres de la miseria” son pocas. ¿Cómo salir adelante si el promedio del salario en estos lugares es de dos dólares por hora en promedio, en países como México?

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Las prácticas sostenibles se han convertido en la solución a estos problemas. Pero no las prácticas sostenibles que sacan a relucir tiendas como H&M y Zara, con sus líneas de conciencia medioambiental . Si bien las dos marcas se comprometieron con la iniciativa de Global Fashion Agenda, una organización que busca que las grandes compañías de moda tomen acción frente al desperdicio, el uso de la energía y el agua, por ejemplo, hasta ahora han sacado líneas sostenibles que solo representan una fracción mínima del total de su producción.

El tren de la ética laboral y el ambientalismo fueron absorbidos ­ — así como el punk y el feminismo en su momento — por la máquina blanda del capitalismo y se han empezado a reproducir en masa. Los monstruos de la producción terminaron acogiendo el discurso, lograron darle la vuelta, como siempre, y se están lucrando con él, vaciándolo por completo del verdadero significado: procurar condiciones dignas de trabajo y proteger el medio ambiente.

Y es eso lo que compramos acá. Basta recordar cuando llegó H&M, que la la gente se volvió loca, y más de 3.000 personas fueron a hacer fila. O el escándalo de la mujer que tuiteó que Koaj, una marca nacional cuyo rango de precios es parecido al de H&M, era para pobres. Esto no tiene que ver con los precios, sino con el rechazo a lo nacional, a lo aspiracional, que siempre aspira a ser otro. En resumen, seguimos colonizados.

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Pero dado que esa colonización se da desde lo estético, como sujetos activos podemos independizarnos desde nuestras propias prendas, y estamos empezando a hacerlo.

Lo primero que se puede hacer es dar una segunda oportunidad. Y con esta consigna están tiendas como True love and poems, Inmorale, Revancha Revancha o Lakras, que ofrecen ropa de segunda lista para reusar y lucir. Algunas de las personas detrás de estas tiendas se han convertido en unas activistas aguerridas en contra del rechazo a la ropa de segunda que, según muchos dicen, trae malas energías, o que por esos precios mejor se compran algo nuevo. María Jimena Daza, la mente detrás de True Love And Poems, ante estas críticas responde que lo que en verdad trae mala energía es seguir dejando una huella negativa en el medio ambiente.

Little Ramonas, una tienda local que lleva casi una década, hace jeans con PET, una fibra que se logra a través del reciclaje de botellas plásticas y que además ahorra agua a la hora de la producción. Este material empezó una producción nacional con la maestría de María Clara Restrepo, una profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana quien, con el apoyo de Colciencias, la universidad y Expofaro desarrolló un proceso mediante el cual se acondiciona el fique (la segunda fibra más importante de Colombia), para darle acabados de denim e idealmente poder suplir la demanda de algodón, que es la fibra que más se consume en el país y cuya importación (50%) viene de Estados Unidos.

Pero por mucho que compremos toneladas de ropa en True Love and Poems, si no compramos pensando en que la ropa tiene que durar, estamos reproduciendo ese capitalismo salvaje nosotros mismos.

Esto me lleva al siguiente punto: engalle lo que tiene. Según Fashion Revolution, un movimiento que procura una moda sostenible, extender la vida útil de las prendas por nueve meses más, reduciría la huella ambiental de un 20 a un 30%. Una buena opción es modificar las prendas o intercambiarlas, para lo que ya hay iniciativas en Colombia desde hace algunos años.

Fortalecer la industria local no solamente genera empleo en el país, sino que también nos permite, como en el caso de Paloma y Angostura, una tienda de diseño local, generar conciencia sobre los eventos sociales. Lo que busca esta marca con su proyecto “El espíritu del momento” es utilizar la ropa como objeto comunicativo para crear un diálogo alrededor de lo que está pasando en nuestro país a través de colaboraciones con artistas. Se saca un número pequeño de camisetas semanales que iluminan temas como el asesinato a líderes sociales.

Con la moda seremos realmente independientes cuando tengamos una industria fuerte, cuando reconozcamos nuestra identidad nacional diversa, cuando nos despojemos de las bellezas extranjeras e invitemos a la pasarela a las nuestras, las propias. El solo acto de pensar a la hora de comprar, de dejar de fusilar lo que llega y de empezar a establecer un diálogo justo entre la producción creativa y las herramientas que tenemos es ya, por sí mismo, un acto contestatario.