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Noisey

Laura Jane Grace se tatúa para olvidar las penas

'Soy consciente de que mi mecanismo para sobrellevar los problemas no es apto para cualquiera', nos dijo Laura Jane Grace, líder de Against Me!

_Este artículo fue publicado originalmente en Noisey. Laura Jane Grace, líder de Against Me!, tiene una nueva sección en Noisey llamada Mandatory Happiness donde responderá a algunas de las preguntas de nuestros lectores. Esta semana, Laura descubrió ciertas coincidencias en dos preguntas distintas y ha decidido responder a ambas con una sola respuesta._

Si tienes alguna pregunta para Laura, envíala a laurajanegrace@noisey.com y podrás leer algunas de sus respuestas en Noisey. Todas las preguntas son confidenciales y, si así lo quieres, tu nombre no aparecerá en ellas.

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Querida Laura,

Me preguntaba si nos podrías contar qué papel juegan los tatuajes en tu vida y por qué decidiste pintarte el brazo de negro hace poco. ¿Era algo que llevabas tiempo planeando?

y

Querida Laura,

Estoy a punto de dejar la universidad por un semestre porque mi depresión me abruma. En los momentos más difíciles —pensamientos suicidas, etcétera—, ¿qué consejo me darías para seguir luchando? Muchas gracias.

Recuerdo muy bien aquel momento, sentada en el sofá de mi casa; había tocado fondo, me estaba recuperando de una crisis nerviosa con tentativa de suicidio y tenía una infección intestinal. Mi matrimonio se había terminado. Había vuelto a fumar. Iba con una sicóloga que se metía en mi cabeza y odiaba eso con todas mis fuerzas.

Me recomendó tomar antidepresivos, esa droga que no puedes dejar de tomar cuando mejoras. Le dije que no. Me propuso una alternativa: ir al gimnasio, entrenar cada día hasta quedar exhausta y "mantener elevados los niveles de dopamina".

Lo intenté, pero gané masa muscular y no me gustó.

Hace años que me tatúo; el primero fue a los 14 años, el logo de una banda que mi mejor amigo me hizo en el tobillo. A lo largo de mi vida varios artistas me han hecho tatuajes, que normalmente marcaban momentos concretos: tatuajes para celebrar mis logros o mis malas decisiones. No eran muy grandes y tampoco les daba mucha importancia.

El caso es que ahí estaba, sentada en el sofá, sin amigos, sin un destino claro y con hemorragias internas. Necesitaba algo que me hiciera olvidarme del suicidio. Busqué "tatuajes Chicago" en Google y empecé a buscar establecimientos y artistas. Encontré una tienda llamada Butterfat, en Logan Square, en la que iba a haber dos invitados cuyo trabajo admiraba, Gakkin y Kenji A-Lucky, ambos japoneses.

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Sus tatuajes no muy coloridos; básicamente predominaba el negro. Me gusta el negro. Les mandé dos emails para hacer cita. El primero en responder fue Kenji, con quien reservé dos días. Quería que me tatuara los pies con mandalas. Había perdido el norte y quería que el universo se abriera bajo mis pies para decirma a dónde ir.

Entre Kenji y yo estaba la barrera del idioma. Él tenía un inglés muy limitado y yo no sabía una palabra de japonés. Mi idea era hacerme unos mandalas muy pequeños en los empeines, pero me enseñó un diseño que me cubría todo el pie. Cada sesión duró diez horas. Acabamos un pie, descansamos un día y luego hicimos el otro. El dolor era horrible, sobre todo cuando me tatuaba el tobillo, pero el subidón de dopamina era genial y salía de ahí sintiéndome mejor, con menos ganas de matarme y queriendo más tatuajes.

Quiero ser realista respecto a mi futuro. La electrólisis duele. También duele que me claven una puta aguja en la pierna cada semana. La cirugía plástica duele. Sé que las intervenciones de reasignación de sexo van a doler. Quiero ser yo quien controle el dolor y no al revés. Tatuarse duele. Tengo que concentrarme durante toda la sesión y, cuando ha acabado, me encuentro mejor, como si toda la mierda que me rodea perdiera importancia. Es una yuxtaposición autoimpuesta. En comparación con el dolor físico, todos los traumas emocionales son absolutamente manejables.

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Cuando se me curaron los pies, pedí una cita con Gakkin, pero esta vez en Kioto, donde tiene su estudio. Estuve ahí dos veces en 2014. Me tatuó el cuello y las sesiones también duraron unas diez horas. Los altos niveles de dopamina y los efectos del jet lag me aportaban una sensación incluso mejor. Reservé para otra sesión, y otra. Soy una ansiosa; haría lo que fuera por un subidón.

Este año, Kenji y Gakkin me empezaron a hacer un tatuaje en la espalda. La última vez estuvieron tatuándome durante cuatro días seguidos, unas 25 horas sin parar. A veces trabajaban al mismo tiempo. Subidón de dopamina. Mucha, mucha dopamina. Aquellos fueron los mejores días y las mejores noches de mi vida y los subidones que experimenté me ayudaron a sobrevivir. Dentro de una semana tengo más sesiones con ellos.

Soy consciente de que mi mecanismo para sobrellevar los problemas no es apto para cualquiera. No quiero lanzar el mensaje: "¿Estás deprimido? ¡Ve a tatuarte la cara, te sentirás mejor!"

Lo único que digo es que cuando ya no tenía ganas ni de vivir, escogí un camino hacia donde dirigirme, un camino que me provoca un shock físico que a su vez genera dopamina. Intenta encontrar algo que te provoque lo mismo.

En mi caso, necesito una marca física que me ayude a recordar la experiencia. La revivo cada vez que me miro y veo los diseños. Quiero cambiar de forma, no quiero ser siempre igual. No quiero morir. Quiero vivir.