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Elfos y soldados imperiales en el festival de fantasía más grande de Europa

Aunque me considero una persona un poco nerd y de mente abierta, al cruzar el puente levadizo y entrar al castillo por primera vez, me sentí como si entrara a un mundo completamente distinto.

Si tienes planeado pasar el fin de semana en la zona rural de Holanda con una horda de princesas de Disney, orcos y brujas, te aconsejo que vayas bien preparado. Después de tres horas de sueño, nueve de viaje en un autobús, varias horas de tomar fotografías a los cosplayers y otras dos de caminar en el bosque, por fin llegué a la cabaña en la que me iba a hospedar.

No tenía idea de dónde estaba, mi celular no tenía señal y en la única gasolinera que encontré no vendían cerveza. Me encontraba en Elfia —el festival de fantasía más grande de Europa— y no había planeado detenidamente mi viaje.

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Este año, Elfia se llevó a cabo en los jardines de un castillo histórico cerca del pueblo de Arcen. Este festival es una mezcla entre una convención al aire libre, un festival renacentista, un concierto y un concurso de cosplay que dura un fin de semana completo y al que asisten cerca de 25 mil personas.

He ido a muchos concursos de cosplay y he visitado un gran número de convenciones de juegos de rol. Aunque me considero una persona un poco nerd y de mente abierta, al cruzar el puente levadizo y entrar al castillo por primera vez, me sentí como si entrara a un mundo completamente distinto. Pasó un orco a mi lado y atrás de él iban tres ciudadanos de edad avanzada tomándole fotos.

“Hay muchas personas mayores el día de hoy que sólo vinieron porque querían conocer el castillo y los jardines”, explicó Maike Schober, la vocera del evento. Maike no estaba disfrazada.

Me gustaría haber llevado más cámaras y tener más brazos para poder documentar todo lo que pasaba a mi alrededor. Lo que sí logré capturar en fotografía fue a un grupo de chicas sonrientes que estaban pasando el rato en uno de los muchos puentes que rodeaban el castillo. Todas esperaban su turno para cargar a un perro con un vestido victoriano de colores negro y turquesa. Habían muchas princesas posando frente a la cámara, no estoy segura si se basaron en personajes de anime o en la realeza de algún juego de rol. Esto hizo que me diera cuenta de lo atrasada que estaba en el mundo del cosplay y me sentí muy avergonzada.

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Hubo un momento en que una mujer de edad avanzada vestida con una indumentaria steampunk me miró con ojos de odio porque prendí un cigarro en el jardín de rosas. Tenía la esperanza de que me iba a hacer amiga de algunos elfos y que podríamos drogarnos juntos en las idílicas tierras medievales del castillo. Desafortunadamente, muy pronto me di cuenta de que a las criaturas mágicas —ya sean orcos, hechiceros o elfos— no les gustan las drogas.

Por la tarde, después de haber estado en los jardines del castillo, llegué a un gran espacio abierto donde se encontraba la verdadera celebración.

Había comida, vestidos y personajes de Sailor Moon ligeramente ebrios. Un elfo de los bosques, un soldado imperial y el sombrerero loco se estaban tomando una selfie. También habían familias disfrazadas que empujaban una carriola a través del terreno fangoso. Un hombre que vendía pistolas steampunk le advirtió a los “jóvenes guerreros” que no tocaran las armas en exhibición. Mientras tanto, una tropa de aspirantes a D’artagnan daban vueltas dentro de un taller de lucha con espadas.

Seguí caminando y me topé con el Capitán Jack Sparrow. Después me senté y vi a una mujer con un disfraz de hada con un pony blanco mientras se escuchaba de fondo la banda sonora del Señor de los Anillos. Una multitud la observaba atentamente y sin aliento; yo no estaba segura de qué carajos estaba viendo.

Pasé junto a un puesto donde hacían trenzas y después junto a un grupo de personajes de Los cazafantasmas. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba perdida y me dirigí, con pasos torpes, hacia donde creí que era la salida. Cuando por fin encontré la puerta a lo lejos, se comenzaron a formar nubes negras que indicaban una tormenta.

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Las faldas anchas se hincharon por el viento, las hojas salieron volando por el jardín y de pronto apareció un grupo de furries. Decidí que era el momento de irme. Dos miembros de la Orden de los Caballeros Templarios —señores de mas o menos 50 años— me indicaron vagamente hacia dónde se encontraba mi cabaña y caminé hacia allá.