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Género

La historia de una reina feminista

Agustina cumplió su sueño y cuestionó los estereotipos de belleza que se arrastran durante décadas en el carnaval más importante de Argentina
Agustina Díaz

Artículo publicado por VICE Argentina

Año 2006. Agustina “Achu” Díaz tenía 18 años y soñaba algo recurrente. Era así: noche de carnaval en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Ella tenía que ir al club de su comparsa, Marí Marí, para retirar su traje. Pero en vez de entregárselo, le indicaban que subiera unas escaleras y que allí podría retirar su atuendo. En el sueño, Achu empezaba a subirlas, pero a medida que avanzaba, la escalera se estiraba y ella no hacía otra cosa que subir, desesperada, porque sin el traje no podía salir en la comparsa. Después despertaba, súbitamente, angustiada.

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Un día Achu decidió contarle el sueño al cura de su parroquia.

—¿Sabés lo que significa esa escalera infinita que sube?—le dijo el cura, un hombre jóven, interpretando su sueño—Que en realidad esa escalera te lleva directo al infierno: el Carnaval.

Achu se quedó angustiada. ¿Sabía el cura que ella fue una única noche, a escondidas de su familia a bailar al carnaval? ¿sabía el cura la felicidad que ella había sentido, la sensación de libertad que le había generado ponerse las plumas y salir radiante? ¿sabía el cura la contradicción que ella tenía entre la religión y el carnaval?

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La ciudad de Gualeguaychú, en la provincia de Entre Ríos, es conocida mundialmente por ser la ciudad del carnaval (es el tercero más importante del mundo después de Brasil y Venecia). Durante los meses de enero y febrero, la ciudad se convierte en la sede de uno de los eventos culturales más importantes y se elige a una reina de entre las cinco comparsas que hay: Marí Marí es una de ellas. El carnaval significa también una de las actividades económicas que más mueve la provincia. Cada fin de semana del verano, asisten 30 mil personas que mueven la industria del turismo y la gastronomía.

La mujer que se convierte en Reina, es entonces, la cara de ese festival.


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Pero pese a que en Gualeguaychú se respira carnaval todo el año, gran parte de sus habitantes, vinculados sobre todo con la iglesia católica, ven al evento como una fiesta chabacana, burda, ligada a la liberación sexual, al colectivo LGTBI donde la gente toma alcohol, hay chicas desnudas y la gente baila.

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La familia de Achu estaba en este sector de la sociedad. Habían mandado a sus hijas a una escuela católica, eran muy conservadores y solo participaban del carnaval como espectadores. Por eso, Achu vivió desde chiquita esta experiencia, más que nada como un evento social. Pero para ella era otra cosa, aunque todavía no sabía bien qué. Siempre le generó mucha fascinación ver a esas mujeres que contrastaban de una manera rotunda a su madre, que era pacata, recatada, introvertida. ¿Será porque para ella estaba en el terreno de lo prohibido?

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Una noche del año 2006, en las vacaciones, después de haber terminado la escuela secundaria se escapó de su casa y se fue al "corsódromo". A escondidas, sin el aval de sus padres, se puso el conchero y las plumas y salió a bailar en una de las comparsas más emblemáticas: "Marí Marí"

—Cuando desfilé por el corsódromo y sentí el fuego de ese escenario dije: de acá a mí no me sacan más—cuenta.

Achu empezó a sentir una tensión insoportable. Porque para la religión católica el deseo es sinónimo de culpa. Y eso tenía Agustina: culpa.

Por eso durante su adolescencia esa represión se traducía por ejemplo, en vestirse muy poco sensual, con pantalones grandes, remeras holgadas, nada que pudiera “provocar”. En ese momento también decidió irse a vivir a Buenos Aires y se anotó en la carrera de Ciencia Política.

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Cada verano, volvía su ciudad natal y todos los fines de semana se sumergía entre los tacos, los brillos, el baile, el canto, la alegría. Achu se sentía, sobre todo, libre. Pero esa libertad duraba un ratito. Después tenía que enfrentarse a sus padres, que no concebían la idea de que ella fuera parte de la comparsa y de sus compañeros de la Iglesia, a la que ella seguía yendo cada domingo aunque con más cuestionamientos, sobre todo, internos. ¿El Dios en el que ella creía era un dios de la prohibición, del castigo, de la culpa? ¿O Dios era alegría, compartir espacios, sentirse libre, ser solidaria con sus compañeros?

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En 2015, también se vio interpelada por otro movimiento, que si bien en Argentina tiene una historia de hace más de 30 años, se visibilizó con la marcha del Ni Una Menos: el feminismo. Ella misma empezó a entender que mucha de esa libertad que sentía dentro del carnaval, en contrapartida con esa opresión religiosa, estaba muy vinculada a ese movimiento que tiene como premisa derrotar al patriarcado. ¿En qué lugar estaban las mujeres en el carnaval? ¿Había una cosificación de ellas mismas?

Diez años después de aquella primera experiencia in fraganti, en 2016, Achu fue electa Reina del Carnaval. Su padre no fue a su asunción.


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“El carnaval fue el primer ámbito en el que me sentí mujer. Cuando estás en el escenario y estás bailando no te importa nada. Es impresionante. Sentís liberación, felicidad, llorás de alegría en el corsódromo, es una alegría colectiva. Son 300 personas con vos en la misma energía. Es uno de los primeros ámbitos en donde me pude pensar como mujer en un modo más libre. Y ahí está el carácter transformador y revolucionario de la cultura popular”, reflexoina Achu, que desde ese momento se convirtió en una figura mediática a nivel nacional. Su cara y su cuerpo estaban estampados en diarios y revistas, en televisión y en radio.

“Siempre se ve con prejuicio a las mujeres en el carnaval. En general se las trata como tontas, se le preguntan estupideces. Hay una mirada lasciva, haciendo foco en el disciplinamiento sobre el cuerpo. Es una mujer vista como un producto neutralizado o comercializado. En cambio, la sociedad no acepta ver a la mujer liberada, libre, feliz, haciendo uso de su cuerpo como quiera, como se le plazca, con las características físicas que tiene. Es una mujer plenamente libre, realizada, siendo protagonista de una fiesta popular”, reflexiona.

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Agustina empezó en sus discursos y en las entrevistas que le hacían a decir todas estas cosas. Lo primero que planteó fue en repensar los atributos monárquicos para la representación de una fiesta en una ciudad Latinoamericana. Es decir, que se deje de llamar “Reina” parea ser “embajadoras o representantes”, y que se le deje de dar una corona. Es decir, repensar iconográficamente lo que simboliza. Por otro lado también empezó a plantear públicamente que los parámetros estéticos que siempre se plantean desde esos concursos son incumplibles y eso lleva a que las mujeres enfermen física y psíquicamente. Planteó la idea de repensar los estereotipos: problematizar sobre si una cuando elige exponer su cuerpo, cualquiera pueda decir lo que quiera. Eso le implicó, por ejemplo, pelearse con fotógrafos que le ponían literalmente la cámara en la cola porque “siempre sucedió así”.

Por supuesto que una reina que lo empezaba a cuestionar todo generó muchísimo apoyo entre un sector y rechazo en otro, diciendo que “politizaba las cosas, que el carnaval no tenía nada que ver con el feminismo”. En redes sociales hicieron campañas en su contra, le decían públicamente que no tenía busto, o que parecía una travesti, suponiendo que eso era un insulto. Pero en vez de serlo, Achu utilizó eso para reivindicar a las mujeres travestis que bailan en el carnaval y también se ganó el cariño de la comunidad LGTBI.

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La semilla que sembró Achu desde su mandato en 2016 empezó a germinar. Dos años después, en las incipientes elecciones para la reina de 2018, otra Agustina de apellido Nozzi fue electa por la misma comparsa Marí Marí, para competir por la corona en el verano. En su asunción, después de bailar y desfilar dijo por el micrófono:

—Quiero contarles que a medida que la gente se iba enterando que iba a cumplir este rol me han dicho cosas como “bueno ahora que vas a ser la reina vas a tener que comportarte como un señorita” o “vas a tener que desfilar muy elegante”. Quiero contarles algo: yo no puedo prometer esas cosas, porque no puedo prometer ser alguien que no soy. O prometer ser algún tipo de ideal que la sociedad espera de este puesto.

El feminismo penetra en los lugares menos pensados, en esos lugares estancos que tenían a las mujeres en vitrinas. Pero ya está. Las mujeres del carnaval están rompiendo las cajas en las que estaban puestas, como objetos que se sacan y se ponen. Son ellas las que se sacan el mote de muñequitas Barby y dicen, gritan, también desde las carrozas: ¡Abajo el patriarcado, se va a caer!

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