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Operan sin regular muchos centros de rehabilitación en México

Aunque muchos centros nacen de una forma comunitaria como labor social, no cumplen con los requisitos legales y aún así continúan operando y recibiendo a personas con fuertes adicciones.

Con un cuchillo mantequillero, Gina Gutiérrez y una amiga, están a punto de salir del abismo al que las confiscaron. Agobiada, intenta abrir el cerrojo de la puerta con el utensilio, que aunque carece de credibilidad de ser de mucha ayuda, ahora es la única esperanza que les dará la libertad. Aquel 10 de mayo de 2006 pasa por la mente de Gina, cuando su mamá, con el peso de quien es la máxima autoridad, la encerró en este “centro de rehabilitación”.

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Su madre ya no podía más con la noticia de que su hija, quien se había ido a Nuevo León a estudiar artes visuales, se estaba metiendo LSD. Por supuesto, la mamá se imaginó lo peor: que vivía en las calles, que andaba mendigando para conseguir droga y ve tú a saber qué más. Telefoneó a Gina para que regresara a Chihuahua, al tradicional festejo del día de las madres. La fiesta, sin embargo, incluía unos invitados desconocidos que se la llevaron en contra de su voluntad y la trajeron a este lugar.

A Gina, como muchos chavos de su edad, le gusta la fiesta, el rock y sí, tomarse unas caguamas, fumarse un toque y en efecto, algunas ocasiones, se ponía con algo más fuerte como uso recreativo. Su vida no era como su mamá pensaba. Hasta antes de que la encerraran, Gina residía en la colonia residencial Roma, compartía con amigas una casa grande y con alberca, se dedicaba a estudiar, tenía 23 años y era feliz.

Su nuevo hogar era un estacionamiento techado gris, con literas hechizas acomodadas donde dormían 11 chavas más, todas bien locotas y malandras. Una de ellas, incluso le robó unos calzones a Gina, y supo que fue ella porque ni se inmutaba en traerlos puestos. Pero, ¿qué podía hacer? Todos los días vivía con temor de que le pasara algo. Otra de sus compañeras le contó de un centro, que era para hombres y mujeres, donde a las chavas hasta las violaban. De buenas, nunca le pasó algo así, pero varias veces se enfermó. La mayoría de la comida que les daban eran sobras de fonditas o de los mercados. Ahí lo mejor era cuando tocaba comer frijoles con tortillas.

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No sabía cuánto tiempo más tendría que estar ahí y aguantar todo eso, por lo que ella y su amiga planearon la huída. A pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, Gina no puede abrir la puerta. De pronto, escuchan ruidos y corren despavoridas a acostarse de nuevo, tendrán que esperarse una hora más para lograr salir.

Cuando se levantan, la amiga es quien agarra el cuchillo ahora. Ella es lesbiana, su mamá la encerró en el centro que disque para que se curara, porque claro, el mejor remedio para la homosexualidad, según su criterio, es encerrarla en un lugar con otras 11 mujeres. Finalmente, abren el cerrojo y parten a través del terreno, como si las siguiera el diablo.

En la oscuridad se separan. Gina está asustada, lo primero que piensa es irse a la casa más cercana de uno de sus amigos. Él ni siquiera sabía que Gina anduviera en Chihuahua y menos que fue enclaustrada a la fuerza. Luego de cuatro días de escondite, Gina finalmente decidió ir a su casa. Su mamá la había estado buscando en todas partes. Cuando regresó, le contó a su familia lo que había sufrido y decidió denunciar al albergue llamado Doxa, que formaba parte de otro centro nombrado Amar. Este último, en noviembre del 2006, se incendió y murieron dos mujeres adentro. En la ministerial, Gina se enteró que no era la primera queja que recibían. Unos días después lo clausuraron.

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Al escuchar el relato de Gina, ocurrido en Chihuahua, me imaginé que en Nuevo León —uno de los estados del norte que fueron azotados por la violencia a causa del narcotráfico a partir de 2009— el asunto de los centros de rehabilitación podría ser similar. Algunas historias de terror rondan en torno a ellos.

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Entre los años más pesados, de 2010 a 2012, hubo atentados en centros de Chihuahua, Durango y Jalisco. Además en el DF hubo seis ataques que dejaron un saldo de 15 muchachos muertos. En Nuevo León, de acuerdo con el doctor Juan José Roque Segovia, director de Salud Mental y Adicciones de la Secretaría de Salud del estado, ha habido quejas de maltrato físico en algunas ocasiones, sin embargo, no ha llegado a tal grado porque hay un programa emitido por un comité de evaluación permanente que incluye a la policía. En esos años se cerraron dos centros de rehabilitación en el estado porque recibieron amenazas. Cabe señalar que muchos de los involucrados con algún cártel del crimen organizado utilizan estos recintos como escondite.

De acuerdo con Roque Segovia, tanto el índice de consumo de drogas como el número de centros de tratamiento contra las adicciones han aumentado en Nuevo León, porque señala, también ha crecido la ciudad. En la actualidad hay 49 centros de tratamiento registrados, un número bajo comparado con otros estados como Guanajuato donde hay más de 170, Baja California con casi 300 y Jalisco con 700.

No obstante, muchos centros, que regularmente nacen de una forma comunitaria como labor social, no cumplen con los requisitos bajo la norma mexicana 028, que se encarga de regular estos lugares.

Cualquiera puede poner un centro de rehabilitación, pero si no cumple con las reglas se clausura, siempre y cuando haya una queja en la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS).

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Existen tres tipos de centros de rehabilitación regulados: el profesional (con médicos, psiquiatras y trabajadores sociales), el de autoayuda (donde no hay ningún profesional pero hay un representante médico) y el mixto (dirigido por profesionales pero el tratamiento es comunitario). En ninguno es obligatorio tener una estructura espiritual. Además, los internos siempre deberán llegar por decisión propia. Excepto en algunos casos donde un juez lo dictamine.

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Uno de los centros con mayor presencia en Nuevo León es Cristo Vive, antes llamado Clamor del Barrio. Se distinguen por portar unas camisetas blancas con la leyenda “Adictos a Cristo” cuando salen a las calles a vender burritos de frijoles, que siempre van acompañados de un volante con la información de la casa de rescate, ubicada en el municipio de Escobedo. La iniciativa comenzó en Saltillo, Coahuila, donde se encuentra la primera casa de Cristo Vive, fundada hace 15 años por el pastor Carlos Pacheco, quien vive con su esposa Rosy (la iniciadora de los burritos) dentro de la casa que alberga 600 adictos actualmente. En la de Nuevo León, fundada en 2007, de acuerdo con el pastor Luis Ángel Oregón Molina, de 30 años de edad, hay espacio para 200 personas.

Según las cifras que arroja el departamento de Salud Mental y Adicciones de la Secretaría de Salud, hay aproximadamente 25 mil adictos en Nuevo León. De los cuales se recuperan sólo del 12 al 20%.

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Luis Ángel tenía 10 años cuando comenzó a fumar mariguana e ingerir alcohol. A los 13 ya consumía cocaína. A los 15 se convirtió en un mendigo que pedía limosnas para comprar más sustancias que lo tuvieran ido todo el tiempo, ya no tenía deseos de vivir. Poco tiempo después conoció a la que hoy es su esposa, quien también se volvió una adicta. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse limpio, no podía, recaía, robaba y hería a quien pudiera con tal de conseguir la salida fácil. Él pensaba que lo único que podía salvarlo era un milagro, pero nunca creyó que Dios lo amara con la vida que llevaba. Un día a su mamá le dieron un folleto en un crucero de la casa de rescate. Cuando Luis Ángel llegó al lugar vio en la pared lo que siempre quiso escuchar: “Espera un milagro. Jesucristo es la respuesta”. En su primera sesión le pidió perdón a Dios y lloró como nunca lo había hecho. Se quedó en el programa de internamiento. Luego de seis años, el joven pastor dice haber recibido un mensaje divino cuando vio en las noticias a una mujer que jaloneaba a su hija de unos 20 años. La chica quería ingresar por cuenta propia al penal de Monterrey para ya no drogarse y su mamá no lo permitía. Así, Luis Ángel supo que debía ir a esta ciudad a ayudar a la gente como él. Con la ayuda de Carlos Pacheco y otras personas que fueron restauradas, abrieron la primera casa en el municipio de San Nicolás de los Garza. El recinto fue donado por el padre de un chavito que había sido rehabilitado. No obstante, por las quejas de los vecinos se fueron y comenzaron a fincar en un terreno que también les fue donado en Escobedo, donde permanecen hasta ahora.

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El lugar es una gran casa con auditorio donde se dan las reuniones espirituales, comedor, cocina, recámaras con literas, peluquería, patio y está adornado con los colores celeste y azul. Además tienen otro edificio, donde habitan las mujeres y los niños.

Aquí todos los que llegan tienen un pasado doloroso y oscuro, pero entre ellos se dicen “hermanos”, incluso aunque hayan pertenecido a cárteles contrarios. En el tratamiento la persona se interna durante tres meses por voluntad propia, cuando terminan regresan ciertos días de la semana para las reuniones y muchos hacen trabajo de voluntarios. De acuerdo con Luis Ángel, todos los que salen a las calles a vender burritos son chavos que ya han cumplido con el tratamiento y tienen tiempo sin usar drogas. La ganancia de los burritos la destinan para pagar los servicios y productos de higiene, entre otros. Venden solamente los que se ocupan para solventar los gastos. Al momento de su entrada a la casa, no se les cobra nada.

Aquí las historias son numerosas. De los 42 años de edad de Gines Soro, 28 los pasó preso. Antes de que lo encarcelaran vendía droga e incluso llegó a prostituirse con hombres para conseguir más dinero y comprar más. También comenzó a violar animales. Lleva un año y medio en la casa de rescate.

Francisco Alejandro Vega de 19 años, tenía bajo su control a todo el Tutelar de menores. Cayó por robar y por posesión de drogas. Durante ese tiempo estuvo asociado con uno de los cárteles. Luego de salir, y con 18 años cumplidos, continuó con su vida en el crimen. Llegó a la casa de Cristo Vive para esconderse, no sin antes, meterse varias pastillas. Ahora lleva poco más de un año limpio.

Servio Tulio de 28 años, originario de Morelia, dice que ya se estaba volviendo loco. Su fascinación eran los libros de brujería y satanismo y los juegos de rol. Comenzó a escuchar voces, era muy paranoico. Además, tenía un amigo imaginario a quien le llamaba “El arquitecto”. Lo único que consumía era mariguana y latas de aire comprimido. Desde que llegó a Cristo Vive, afirma que nunca ha vuelto a alucinar, de hecho, quiere poner una casa de rescate en su lugar natal.

Arturo de 15 años siempre sufrió maltratos por parte de su papá y su hermano mayor, por lo que sólo podía desquitarse con su mamá a quien golpeó en diversas ocasiones. Nunca consumió drogas, sin embargo, veía a su mamá como su enemiga. Él, su papá y su hermano se han rehabilitado.

Cristo Vive señala que a lo largo de 15 años de existencia, en las seis casas de rescate que tienen en Coahuila, más las 12 que se encuentran en el resto del país y en San Salvador, se han rehabilitado alrededor de 17 mil 800 personas en total, bajo su programa llamado “Transformando vidas”.

Luis Ángel dice que a pesar de que muchos han sido rescatados, otros tantos han recaído y vuelven varias veces. A la tercera ya no se les da entrada. Al preguntarle si está registrado ante la Secretaría de Salud, dice que tienen todos los documentos en regla. Por el contrario, al preguntarle al doctor Juan José, dice no conocer dicho centro de rehabilitación. Tampoco se encuentra en la lista que emite el gobierno del estado.