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Música

Buscando satélites en el Foro Sol: Recordando la vez que David Bowie vino a México

"Su concierto en el Foro Sol fue como presenciar el paso de un satélite efímero y lejano, pero brillante y hermoso".

Todas las fotos pertenecen a Fernando Aceves

El anuncio apareció algún día de septiembre de 1997. En una plana entera del periódico, sobre la portada de Earthling, el disco que había lanzado en febrero, se leía: “David Bowie / Earthling World Tour 1997 / 23 de octubre / Foro Sol”. Y un slogan que no parecía necesario incluir: “Un concierto tan ecléctico como Bowie mismo”.

Yo era un fan de Bowie en ciernes. Conocía poco, pero lo que conocía me encantaba. Me sabía de memoria las canciones que venían en Changesbowie, la recopilación del 90. Había escuchado un poco de Scary Monsters y Black Tie, White Noise. Estaba al tanto de su estatus de leyenda, pero lo que más me llamaba la atención eran sus discos más recientes: Earthling me parecía un disco modernísimo y divertido. Outside fue la banda sonora oscura y decadente con la que acompañé una etapa pesimista de mi adolescencia: me parecía —me sigue pareciendo— un disco magnífico.

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Tengo que suponer que después de ver el anuncio corrí al teléfono, hice planes para comprar los boletos. Los compramos y conseguimos, sin mucho esfuerzo, buenos lugares. Luego fue cosa de esperar a que llegara la fecha.

Bowie aterrizó en México el 20 de octubre. El 21 dio una conferencia de prensa en la que, jugueteando con un alebrije que alguien le regaló, dijo que la cultura mexicana le parecía interesantísima y que la naturaleza de la cultura de consumo de Estados Unidos lo asustaba. El fotógrafo Fernando Aceves lo retrató en las pirámides de Teotihuacán y en la casa de Frida Kahlo. Los expertos y conocedores explicaron la trascendencia de la visita. El crítico Juan Carlos Garda dijo: “Bowie pasará a la historia como un artista visionario del rock”; "siempre ha estado adelantado a su época en cuanto a concepciones y temáticas musicales”. El Abulón, vocalista de Las Víctimas del Doctor Cerebro, lo definió como “un rebelde musical que camina libre, y que aunque ha sido imitado, nunca fue igualado”. Martín Hernández, que era director de WFM, no escatimó comparaciones: “Ver a Bowie es como tener la oportunidad de que en México estuviera El David de Miguel Ángel y no una réplica, por eso tienes que verlo”.

Es difícil saber si el entusiasmo se extendía más allá de un círculo relativamente pequeño de admiradores. Según Spotify, la ciudad de México es, después de Londres, la ciudad con más escuchas de Bowie, antes de Nueva York o Berlín. ¿Era así hace 18 años? No según una nota de Reforma en la que Octavio y Rogelio Espinosa, vendedores, respectivamente, en sucursales de Mixup y Tower Records, coincidían en que Bowie no era un gran vendedor de discos, aunque con su visita las ventas se hubieran incrementado.

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El 23 de octubre fue más bien frío. Era el primer concierto en el recién remodelado Foro Sol: el cemento relucía. Compré una playera en los puestos de afuera y pronto me arrepentí porque las oficiales, las que vendían adentro, eran mucho más bonitas. Bebimos cervezas y esperamos largo rato. El foro no se veía lleno; los diarios dirían que estaba a dos tercios de capacidad. Nadie, que yo recuerde, abucheó las presentaciones de Control Machete y DJ Chrysler, aunque supongo que a muchos nos parecieron interminables. Por si dos abridores fueran pocos, llegó Erasure, que terminó con “A Little Respect”. No estuvo mal. Hubo, de hecho, gente que abandonó el foro después de eso, dándose por bien servida. Hay una vena ochentera que nunca se extingue: la misma que, ya durante la presentación de Bowie, no dejaba de pedir “Modern Love”.

Las luces se apagaron y Bowie entró solo. Con una guitarra acústica empezó a cantar “Quicksand”. El resto de la banda entró luego del coro. (Que dice: “Don’t believe in yourself / don’t decieve with belief / Knowledge comes with death’s release”. Esta canción, que viene en Hunky Dory, del 71, debe estar entre las grandes reflexiones sobre la existencia, la mortalidad y el ego que se han escrito desde el rock. Fue con la que abrió varias de las fechas de la gira de Earthling. En el concierto con el que celebró su cumpleaños 50, el 9 de enero del 98 en el Madison Square Garden, la tocó con Robert Smith). Gail Ann Dorsey, la bajista, llevaba unos cuernos postizos sobre la cabeza rapada. Era guapísima. No recuerdo nada específico del tecladista Mike Garson o del baterista Zachary Alford. Pero Reeves Gabrels, el guitarrista, me impresionó de forma duradera: no solo porque iba vestido con chamarra de piel y kilt, sino, sobre todo, por el modo en que llenaba las canciones de Bowie, las viejas y las nuevas, de electricidad potente y rebuscada.

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La setlist no deja dudas: tuvo que ser un gran concierto. En “I’m Afraid of Americans”, Bowie hacía un gesto con la mano extendida que subrayaba el “ah-ah-ah-ah” del inicio. Canté o grité “Strangers When We Meet”, “Hallo Spaceboy”, “The Hearts Filthy Lesson”, las canciones de Outside. Me emocionó mucho que tocara “Moonage Daydream”, que solo había escuchado un par de veces antes. Lamento en retrospectiva no haber conocido Station to Station; seguro me habría emocionado con “Stay”.

Estábamos cerca del escenario: en la segunda fila. Tan cerca, que a simple vista distinguíamos sus ojos de colores distintos. Hacia la mitad del concierto, tocaron “Looking for satellites”, de Earthling. Bowie, Dorsey y Gabrels cantaban juntos el coro con el que arranca la canción (“Nowhere, Shampoo, TV, Combat, Boyzone Slim tie, Showdown, can't stop”). Cuando decía “…a satellite”, Bowie apuntaba hacia arriba, como si en el cielo de la ciudad de México se pudiera ver un satélite. Pero sí: en el centro del escenario había tres grandes globos blancos, lunares, y sobre ellos estaban proyectados sus rostros. La canción seguía: “There's nothing in our eyes / As lonely as a moon / Misty and far away”.

Terminó con “All the Young Dudes” y aquí debo, nuevamente, suponer lo que hicimos después: caminar entre multitudes rumbo al auto, poner un disco de Bowie a todo volumen, beber algo en casa de alguien, discutir cuáles habían sido las mejores partes, concluir en lo qué había faltado. Coincidir en que había faltado mucho y no había faltado nada.

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***

Dudo de este testimonio. No es que sea falso: no intencionalmente. Pero es una conjetura; una creencia. Y yo, parafraseando a Bowie, no quiero engañar con esa creencia. Me gustaría tener recuerdos más vívidos, como eran justo al terminar el concierto, o al día siguiente. Obviamente, se fueron deslavando. Lo más que puedo intentar ahora es esta reconstrucción a partir de retazos de recuerdos propios y ajenos, filtrada por la tristeza que me produce la pérdida del sujeto de este texto, que es David Bowie, pero también soy yo en aquellos años. En resumen: trato de recordar cómo escuché a Bowie en 1997, pero no dejo de pensar cómo lo habría escuchado desde 2016. Son cosas distintas.

Algo es cierto: no fue, como dijo el locutor, algo parecido a ver una escultura renacentista. En su conferencia de prensa, Bowie había dicho que daría “una transmisión ecléctica de lo que he hecho en los últimos 30 años”. Fue lo que hizo. No tocó “Heroes” o “Changes”, por ejemplo, lo cual habría complacido a sus escuchas más nostálgicos, pero en ese concierto estuvo comprendida su carrera: lo clásico y lo vanguardista: Miguel Ángel, Picasso, Warhol y Koons.

El propio Bowie quiso relacionar su muerte con el ascenso de una estrella (negra) hacia el espacio. Un alienígena, un astronauta que vuelve a casa. Siguiendo con esa metáfora, digamos que su concierto fue como presenciar el paso de un satélite efímero y lejano, pero brillante y hermoso.

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Como sabemos que quieres ver más fotos de Bowie en México, aquí están. Todas fueron tomadas por Fernando Aceves en esa visita de Bowie a México.