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#dosacero

Así comenzó la leyenda del #DosACero

Aquella madrugada fue una pesadilla... aquella maldita madrugada. El #DosACero nació de la forma más triste.
Foto: Andreas Rentz /Getty Images

El Mundial de Corea-Japón ha sido desde mi perspectiva, la mejor Copa del Mundo que México ha disputado desde que he podido seguir conscientemente un torneo de esta magnitud.

Nunca será reconocido como tal. El desenlace fue demasiado duro para nuestros ojos y nuestros corazones.

El Tri llegó a Asia con una eliminatoria deprimente que se sufrió hasta el último momento. Tras conocerse el grupo que nos había tocado (Italia, Croacia y Ecuador), no habían muchas esperanzas de ver algo verdaderamente trascendente. Pero ese equipo, al menos en su fase de grupos, mostró garra, vida, sangre y sobre todo, futbol. Javier Aguirre había creado algo mágico en el ambiente.

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Fue una Copa sui géneris. Extraña. Fea. Los horarios eran simplemente terribles. Si bien te iba, un partido arrancaba a las 7 de la mañana, pero en el peor de los casos, los encuentros arrancaban entre las 12:00 y las 2:00 am. Aguantar despierto era una lucha agobiante en contra del cansancio.

Aun así, la afición ahí estuvo. Era común escuchar gritos de gol a altas horas de la madrugada entre tus vecinos. Era el Mundial carajo, y bien valía desvelarse un mes completo para ver lo que solo tienes cada cuatro años.

El Tri del 'Vasco' pasó por Croacia y Ecuador en dos partidos sufridos pero bien jugados. Pero el clímax de esa selección llegó en el encuentro contra Italia donde se vio la mejor cara de un equipo que un año antes salía de terapia intensiva para ingresar a octavos de final como líder de grupo.

Hace muchos años que CONCACAF se ha vuelto un terror para México. Una pesadilla que nunca hemos querido aceptar, pero que en aquel 2002, nos hizo irnos a dormir con lágrimas en los ojos, con impotencia y rabia, y con la lección que nuestro mundito de soberbia había cambiado.

Nunca he visto tanto triunfalismo en el entorno de una selección mexicana dentro de un Mundial. Jamás. El rival en octavos eran los Estados Unidos, y si la lógica imperaba, los cuartos de final ante Alemania. ¿Alemania? Había que vengarnos de la eliminación que nos habían dado en Francia 1998 y en la Copa del Mundo de México 86. Todo, absolutamente todo, giraba en cómo vencer a Oliver Kahn, cómo detener a Michael Ballack y cómo bloquear a Miroslval Klose. Pero, nos olvidamos que para llegar a cuartos de final, teníamos que jugar los malditos octavos de final.

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Fue el 17 de junio en Jeonju. Pinche fecha, no la voy a olvidar jamás. El futbol nunca me había dado una lección como esa. Y lo peor, fue la primera de varias que tuve que me hicieron comprender que con la camiseta no se gana y que antes de hablar, hay que jugar.

El juego fue el concierto de juego que Estados Unidos nos regala hasta nuestros días. Dale el balón a México, que él lo tenga, que lo distribuya, que suenen los oles, que se sientan mejores. Desespéralos, que circulen tu área y que se estrellen una y otra y otra vez con el orden de nuestro defensa. Que sus líneas se adelanten, déjalos que sigan teniendo la pelota y que se sientan mejores. Tarde o temprano la presión y la desesperación los va a consumar. Cuando menos lo esperes, quítales la pelota y contragolpéalos, usa su estilo para favorecerte, apóyate en sus falencias en el juego aéreo y mátalos. Lentamente con el primero golpe, y cuando estén más endebles y desesperados, con el segundo. Ese que destruye, ese que elimina.

DosACero. Hoy con las redes sociales, así es el grito de batalla de los Estados Unidos. Mientras nosotros les gritamos 'Putos', un simple insulto que se resbala en el calor del campo, ellos nos responden con tres palabras que justifican que son y que han sido mejores que nosotros en nuestro deporte, el que hemos creído que nos pertenece y en el que supuestamente siempre hemos sido mejores.

Aquella madrugada, el juego contra Alemania del que tanto hablamos, se quedó guardado y muy olvidado. Aún recuerdo las lágrimas en mi rostro de niño puberto. La amargura que hacía arañar la almohada y los recuerdos del partido que sonaban en las ventanas abiertas de mis vecinos. No hubo gritos más que de dolor.

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El futbol era nuestro argumento de sabernos mejores que los Estados Unidos. Ese simple e insignificante deporte el cual es nuestra pasión, pero que es diminuto a lado de los problemas culturales, sociales y políticos que nos ha hecho tenerles cierto rencor. Ese deporte, de balones y porterías que se juega 11 vs. 11, el cual a la mayor parte de la gente de la Unión Americana ni les interesaba, era el sitio donde podíamos esconder y maquillar nuestro derrotismo que las noticias y los periódicos nos han enseñado.

El futbol dejó de ser sencillo en CONCACAF. Estados Unidos nos empezó a ganar, y ganar y ganar. Hasta el punto que ya no recordábamos cómo vencerlos, y que cuando lo hacíamos, lo festejábamos como si lo hubiéramos hecho en aquella madrugada de Jeonju.

Ese día, les dimos más que un pase a cuartos de final. Les enseñamos la puerta de un sitio que no conocíamos dónde nos podían lastimar. Fue una lección que hemos comprendido a medias y que solo en un examen de Copa del Mundo sabremos si aprendimos la lección.

Ese fue el #DosACero más doloroso. El inicio del mismo. Bastantes ocasiones nos lo han repetido, siempre con el mismo significado en la pizarra, y siempre con la misma forma de conseguirlo. Es su grito de batalla y el que justificadamente nos echarán al rostro cada que pueden. Mientras nosotros les gritamos 'Putos', ellos nos enseñan ese #DosACero.