En defensa del pan

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En defensa del pan

Prefiero comer pan y hacer tres horas de ejercicio a no comer pan nunca más.

Ilustración por Tallulah Fontaine para VICE.

Hay una canción country clásica llamada "Please Pass the Biscuits", de Jimmy Dean, en la que un joven que está sentado en el comedor con su familia se lamenta por lo difícil que es agarrar un pan de la canasta que está rolando por toda la mesa. Deja claro al escucha que tiene la cena servida en su plato y que está listo para comer pero no puede empezar a comer hasta que tenga su pan. Casi grita de desesperación cada que las personas sentadas a la mesa toman uno o dos trozos de pan y él no ha podido tomar ni uno. Casi al final de la canción lo dice tal cual: "Simplemente no puedo comer sin pan". Los coristas se unen para volver a exponer su dilema en la conclusión de la canción: "Hay un problema / No hay pan en el plato / Y él no puede comer si pan".

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Desde que tengo memoria, siempre he amado el pan. Es una parte —o rebanada— fundamental de la vida cotidiana. Comer pan cuando tengo hambre está en mi naturaleza. Es obvio, como tomar agua cuando tienes sed o dormir cuando estás cansado.

Como pan en muchas formas diferentes. Antes comía toda la pizza posible, con todo y orilla, a veces hasta las guardaba para el final y así poder saborear el pan en su glorioso estado natural. La salsa y el queso eran como el glaseado en el pastel, una decoración para rendir tributo a la majestuosa base de pan que hacía que toda la cena valiera la pena.


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El pan fue uno de los primeros alimentos preparados de la humanidad. En un sentido muy real, fue una de las primeras formas de alquimia: tomar materiales crudos de una planta y transformarlos en algo valioso y nutritivo. En los primeros días de nuestra civilización, el pan era como el oro pero mejor. La humanidad podía sobrevivir sin oro pero no sin alimento. No es coincidencia que a veces usemos el la palabra "pan" en lugar de "dinero". Es la moneda de la vida. Es símbolo de sustento, del cuerpo y el espíritu, el pan de cada día.

Y es una tragedia de proporciones bíblicas que ahora pongamos en duda el valor y la bondad del pan. En occidente declaramos una guerra metafórica contra nuestro antiguo compañero alimentario (en otras partes del mundo, la guerra contra el pan es algo real). Hemos desarrollado un escepticismo agresivo acerca de lo mucho que necesitamos el pan y una sospecha repentina de que todo este tiempo nos ha estado haciendo daño, que nos hace engordar y que altera la presión sanguínea. Parece que nuestra sabiduría en aumento nos enseña que algunas de las cosas que creíamos que nos ayudaban a avanzar en realidad nos estaban deteniendo.

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El deseo de mejorar, aun cuando no es necesario, es una parte integral de la naturaleza humana. Nunca estamos satisfechos. Creemos que sabemos más y que las cosas que antes considerábamos verdaderas en realidad no lo son. Igual que el café, ahora el pan dejó de ser algo vital y se convirtió en el enemigo, en algo que debemos evitar.

¡Es muy raro! ¡A todos los que conozco les gusta el pan! Pareciera como si quisieran castigarnos por guardar los placeres simples e inocentes como el pan para uno mismo. Cualquiera que sea el daño que según nos está haciendo el pan, si comerlo es tan delicioso, tan satisfactorio y tan placentero, ¿por qué nos apresuramos a dudar más de nuestros impulsos que de el supuesto "progreso" que insiste en decirnos los dañino que es? En especial si consideramos que no existe un consenso acerca de sus efectos negativos.

Las chaquetas mentales que muchos de nosotros nos hacemos a diario con la comida—como sentirnos culpables por las veces que comemos "chatarra" o construir estructuras enteras de actividad en torno a nuestra abstinencia de ciertos comportamientos— son comprensibles. Tenemos capacidades tan limitadas para controlar el mundo que desarrollamos técnicas superficiales para presionar y ordenar partes de la vida —como el pan— y pensamos que al participar en este patético intento de edición, de alguna forma estamos tomando control sobre el caos de estar vivo. Yo mismo caigo en la trampa hace un año cuando traté de eliminar el pan de mi dieta después de escuchar que esto que ha existido durante años y que me ha dado tanto placer durante toda mi vida probablemente me estaba haciendo daño. Durante mi abstinencia de pan, no sentí ninguna mejoría física pero sicológicamente me sentí mucho peor.

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Nos dedicamos en cuerpo y alma a las reglas y a los rituales sobre qué comer y qué no comer. Los alimentos predilectos cambian con frecuencia, desde el pan y el maíz hasta la carne y las almendras. Dan estructura y propósito a nuestros intentos de encontrarle claridad y significado a un universo que parece inhóspito e indiferente. Tenemos la impresión de que estamos eliminando sistemáticamente los riesgos y reduciendo los daños. Y que con investigación y estudios minuciosos, podemos cortar partes la vida hasta ajustarla a nuestros deseos. En el fondo, nos damos cuenta de que nada de esto tiene sentido. Al final, entendemos que es sólo otra distracción inútil para mantener alejados nuestros temores existenciales.


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Cuando traté de sacar al pan de mi vida, adquirió un atributo especial que está presente en todo lo que tratas de ignorar: se convirtió en un tabú. De pronto era más sagrado y preciado que nunca. Mi abstinencia de pan terminó poniéndolo en un pedestal invertido. Al tratar de eliminarlo, le di más poder. Nuestros antepasados en la época victoriana lograron algo muy similar con el sexo.

Hoy en día, el pan me gusta más que nunca y no siento culpa. Tratar de eliminarlo sólo hizo que creciera mi amor por él. No hay pan que no me guste: galletas saladas, pasteles, galletas dulces, bisquets, pan de caja blanco, integral, tostado, etcétera. Uno de mis bocadillos favoritos para cuando tengo prisa es comer pan de caja directo de la bolsa, una rebanada a la vez. Sin mayonesa, sin mantequilla, nada de nada. Ni siquiera me tomo la molestia de tostarlo.

Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para poder comer los alimentos que me hacen feliz. Prefiero comer pan y hacer tres horas de ejercicio a no comer pan nunca más. El pan es un acertijo que no necesita ser resuelto. Hay algunas cosas en la vida que vale la pena vivir, aun si (supuestamente) te están matando. Larga vida al pan. Larga vida a la felicidad.

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