Farmacias Trap 24/7

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Farmacias Trap 24/7

La adicción a las benzodiacepinas, la muerte de Lil Peep y glamurizar la depresión, todo en un cuento escalofriante.

Descansa en paz, Lil Peep

Pasa de la medianoche. Aarón de 19 años mira contenido basura en Internet: entrevistas breves con sus traperos favoritos. En ocasiones pausa el video para emular movimientos o gesticulaciones de Lil Pump, Famous Dex, SmokePurpp, etc. Ríe luego de hacerlo, con ironía. Otras, revisa las historias de Instagram, repite gestos faciales, adlibs y ríe de nuevo. A las 12:30 debe tomar 1 mg de alprazolam (nombre comercial en EEUU: Xanax). Es una benzodiacepina, un ansiolítico. Aarón lo toma desde hace algunos meses debido a su trastorno de ansiedad generalizada y su trastorno de pánico. En México la marca más conocida es Tafil. Pero él no le dice Tafil, sino Xanax. Porque las pastillas son idénticas a las que toman sus personas favoritas de Internet. Entonces, Xanax. Toma la pastilla en forma de barra, aproximadamente centímetro y medio de largo, la lleva a su boca y, antes de tragarla, sube una foto a su perfil de IG con la pastilla húmeda sobre su lengua expuesta a sus apenas cientos de seguidores. Óscar, su mejor amigo, le escribe un mensaje: "¿te enteraste de lo de Lil Peep?" Aarón había oído hablar de Peep hace un tiempo, cuando salió su mixtape HELLBOY. Inmediatamente piensa lo peor. Hace unas horas miró un video de Peep intentando, algunas veces sin éxito, otras con él, insertar pastillas de Xanax completas en su boca. Aarón es una persona ansiosa, pero no es tan depresivo como Óscar. Por eso lo que sabía de Peep lo sabía más por Óscar que por el rapero/cantante en sí. Peep mezcló la visceralidad adolescente del emo con el universo del trap. Peep documentaba su autodestrucción en tiempo real. Real trap shit, piensa. ¿Qué significa real trap shit? Una vez me lo aclararon: “Trap es la trampa. Real trap shit es el fumadero de crack, la vida del narcomenudista pandillero de los barrios marginados en Atlanta”. ¿Qué tiene que ver eso con Peep, Aarón y su squad? La glamurización del consumo de fármacos y de la depresión, eso vino luego. Fue una añadidura a una estética en pleno florecimiento. Aarón nunca fue emo. Cuando atravesó la pubertad, ya había pasado de moda. A él le tocó ser s a d b o y : ( . Un niño triste como Yung Lean, igual de pasado de moda.

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“¿Qué pasó con Peep?”, pregunta de regreso. “Están diciendo en Twitter e Instagram que tuvo una sobredosis y tuvieron que cancelar su show en Tucson”, responde Óscar. Aarón se queda en silencio. Repasa en su mente: había visto actualizaciones antes, ese mismo día, en las que Peep tragaba unas pastillas, primero insertándolas en su boca sin más, otras intentando dejarlas caer sobre su mandíbula abierta y fallando, hasta lograrlo. Peep, nodding his brains out, subiría después una actualización en la que admitía haber tomado 6 comprimidos de Xanax antes de un show. Aarón nunca ha tomado más de cuatro mg en una sola toma, un tercio de la dosis que Peep había admitido ingerir. “¿Qué pasó?”, preguntó a Óscar. “Están diciendo que está muerto”.

Dos

Óscar golpea con sus dedos la pantalla de su celular, golpes que se convierten en texto sobre una pantalla. Está pálido y al borde del llanto. Habla con Aarón, su amigo, que vive al otro lado de la ciudad. Está acompañado de H, D, T y M. Amigxs con los que mantiene una micro netlabel de trap oscuro. Intentan mantenerse, viviendo todos salvo Aarón, apretujados en un microdepartamento en un edificio de la capital. Un edificio en una zona de clase media alta, si es que eso existe todavía. Lo poco que ganan lo obtienen vendiendo discos, playeras con el logo de su colectivo escrito en una tipografía de banda de death metal, haciendo presentaciones en pequeños clubes y cobrando la miseria que pagan los servicios de streaming por Internet cuando eres tan irrelevante en la industria como ellos; a veces alguno vende mota (pero sólo a sus amigos; además: él la siembra).

Comparten el gesto de ansiedad en el rostro. Todos saben lo de Peep. Su manager y muchos artistas ya lo confirmaron. Pero no es eso lo que los tiene desencajados. Todos sin excepción son adictos al Xanax desde hace un año y medio, cuando comenzaron a escuchar el trap triste, oscuro y emocional que tanto les gustó, y luego intentaron producir su versión en español. Era la época de buscar por todas partes la hoodie de Black Out Boyz (con cuatro barras de Xanax simulando el logo de Black Flag), era la época de #RIPYAMS, la de Yung Lean y de Future. Era la época de la glamurización del uso de benzodiacepinas en el pop. Porque el trap es el pop, al menos para ellos y muchos más. Aprendieron a armar beats y montarlos al mismo tiempo que aprendieron a hacer merch al mismo tiempo que aprendieron a drogarse a través de una pantalla. Ellos, igual y sin querer, les enseñaron.

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Y hoy tiemblan esperando a que N, un amigo que roba pastillas del hospital en el que trabaja como camillero, termine su turno y aparezca con un frasco de 30 pastillas de alprazolam. Sienten nudos en el pecho, agitación, sudor frío, no pueden concentrarse. Algunos, los que llevan más tiempo sin ver a N, experimentan boca seca, dolor en el pecho y síntomas de gripe. Aunque no tienen gripe. Y taquicardia. La idea obsesiva de “me voy a morir a la verga”. “Me quiero morir a la verga”. Y pesa sobre ellos, y sobre sus síndromes de abstinencia, saber que Lil Peep ha muerto. Las imágenes del muchacho blanco de 21 años con ojos como rendijas, sonrisa narcótica y la cara llena de tatuajes. Con la cabeza colgando del respaldo de un sillón en su tour bus. El rictus.

Si alguien en el departamento hubiera dicho algo, sería como esto: ¿qué nos trajo hasta aquí? ¿por qué?

Tres

Llega Aarón al departamento. Todos se sobresaltan, pensando que se trataba de N. Es el único que no vive ahí, que toma Xanax porque se lo manda el psiquiatra. Que tiene una receta. Pero a Aarón también le gusta abusar. De eso se tratan las drogas, al final. Nos dan algo que no tenemos. Aaron piensa que no es un adicto porque nunca ha dejado de consumir. Nunca se ha visto en el estado en el que encuentra a sus amigxs. Todos se abalanzan sobre él, pidiéndole aunque sea un cuartito para la eriza. Un cuarto de la barra de 2 MG: .5 mg. Lo suficiente para calmar el síndrome de abstinencia. No lo suficiente para sentirse fuera de aquí. Alguien va por cervezas y comienzan a armar un joint. Índica. En ese departamento sólo se fuma índica. La sativa les provoca ansiedad, habían leído. No tenían plena certeza de que lo que fumaban era índica o sativa o una híbrida, lo que sea, aunque tal vez H sí lo sabía. H siempre buscaba todo en Internet. H les había avisado meses antes sobre la posibilidad de que esto, la malilla, sucediera. Pero H tampoco era muy de hacer oír su voz. Ahora todo tenía sentido. Se habían metido en un problema de dimensiones astronómicas. Se habían metido en un pedísimo con sus cuerpos. En un pedísimo con sus cuerpos y ahora uno de sus ídolos acababa de morir.

—No sabía que tenía que traerles xans. Yo venía a verlos porque Óscar estaba como pinche loco porque se murió este wey, dice por fin Aarón. ¿Entonces qué chingados pasó?

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—Nunca te pedimos de tus xans, Aarón, no mames. Esto es una situación inesperada.

—Nos quedamos sin pastillas y se murió Peep. Pasaron las dos cosas. Y creo que alguien trajo a la casa una mota que no era índica y H se la fumó y ya tuvo como tres ataques de pánico. Está en el sillón tomando whisky. No te le acerques mucho porque trae lágrimas en los ojos y le da pena que lo vean así.

Entonces H, desde el fondo de la salita del departamento:

—Fentanyl. Están diciendo en Internet que uno de los Xans de los que Peep se tragó antes de morir estaba rebajado con fenti.

—No mames.

—Pastillas adulteradas. Fuck.

—¿De los amarillos y los verdes que luego trae la banda de la #nodsquad?

—Wey yo había visto que en Florida se había muerto un chingo de gente por esas barras falsas.
Dicen que fue una morra la que se lo dio, la están culpando de la muerte de Peep. Se llama María.

Silencio total.

Corren todos a la computadora.

Cuatro

Óscar tiembla, a pesar de haber tomado el Xanax hace un rato, y mira la pantalla. Todos leen al mismo tiempo.

—Es como cuando DJ Screw y el drank. Es culpa de los fármacos.

—No es su culpa, cabrón.

—Es culpa de las farmacéuticas.

—La culpa es de las pastillas que salieron de las farmacias y llegaron a tu dealer.

—La culpa es de los dealers que adulteran las drogas con fentanyl.

—Es culpa del Xanax.

—Es culpa del fentanyl. Cien veces más poderoso y mortal que la heroína, eso ya lo había dicho H.

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—Es culpa de Peep.

—Es culpa de María.

—Wey, estás siendo machista. Ella cómo iba a saber que Peep andaba en otras cosas. No sé, no estuvimos ahí. Ni siquiera tenemos el informe farmacológico todavía. Sólo sabemos que pudo haber sido una sobredosis, ¿ok?

—Es culpa del lean, DJ Screw, es culpa del tramadol y O.D Bastard.

—Es culpa de los artistas que glamurizan el uso de una determinada sustancia, la vuelven chic. Todo es culpa de Atlanta y del trap, porque ahí nació todo. Gucci Mane, 2Chainz, en fin…

—No, a ver. Aguanta.

—Sí topas que todas las generaciones han tenido su droga de predilección, ¿no? Cada grupo social. Las sociedades se conforman en torno a una droga en específico.

—Ora, sociólogo.

—¿Cómo Alcohólicos Anónimos?

—Como los hippies en los 70s. El LSD y eso. Las tachas y los raves. El gangsta rap y la mota y la coca.

—¿Y las pastillas son la droga de nuestra generación?

—Y hay otra cosa: toda generación necesita de un Ian Curtis, de un Kurt Cobain, de un Jim Morrison. A las personas les atraen los personajes así. Y los niños se dejan llevar.

—Dijo el adulto.

—Entonces ábrete a la verga, ni siquiera cooperaste para pagarle a N al rato, culerx.

—A ver. Me callo, pues.

—¿Qué tal que la “glamurización” de la que hablamos es una consecuencia de la penetración del big pharma en el subconsciente colectivo? O sea, mira. Yo tengo una personalidad adictiva, ¿va? Me clavo cabrón con las cosas, yo tampoco sé por qué. Pero, wey, topa que los gringos tienen comerciales de Xanax, de Vicodin, de Percocet, de Valium, de todas esas madres. Y luego nosotros consumimos la cultura y la música de los gringos porque estamos conectados todos al mismo Internet. Yo no sé dónde se consigue la oxicodona pero casi siento que la necesito. No sé si me explico.

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—Igual lo haría por la cultura.

—¿Qué cultura? ¿La muerte?

—Jajajaja.

—No mames.

—Neta, ¿o qué me vas a decir? ¿No tienes ganas de morirte?

Las manos de Óscar sudan profusamente y los nudos en su pecho se apretan cada vez más, y de manera más incontrolable. Un pensamiento de “no por favor”, crece en su cabeza como un globo que nunca se acaba de tronar. No funciona el cuarto de pastilla. Necesita más.

Mira a su interlocutor callado, desencajado otra vez. Con esa mirada que tienen los yonquis cuando el efecto comienza a bajar. Como una pérdida muy grande. Se vive un duelo. Se viven dos: Peep y la pastilla.

Aarón tiembla también. Olvidó tomarse la pastilla antes de salir. Más bien: olvidó que la pastilla que traía consigo no era un extra, sino la que debió haber tomado antes de salir. Comienzan los nudos en el pecho.

De pronto alguien toca a la puerta muy fuerte.

Todos con los ojos sobre la puerta, hasta que D se levanta de inmediato y se asoma por el ojo.

Abre la puerta despacio.

N entra corriendo, sudando.

—Creo que me vieron.

—Puta madre.

—Y ahora qué vamos a hacer.

—No sé, cabrón.

—¿Traes las pastillas?

—Sí.

El frasco se abre y caen las 30 barras, una a una, sobre la pantalla del iPad de M. Cada uno toma una o dos, y, algunos con whisky, otros con cerveza y alguno sin lubricación, las depositan al interior de su cuerpo.

—Luego hacemos cuentas, ¿va?

—Va.

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