Cómo agrandar la mitología del rock en castellano, o sobre el nuevo libro de Fernando Samalea
Foto: Silly Iglesias, vía

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Música

Cómo agrandar la mitología del rock en castellano, o sobre el nuevo libro de Fernando Samalea

Presentamos en exclusiva fragmentos del nuevo libro del baterista-escritor (que ha pasado los últimos 20 años girando con los más grandes músicos latinoamericanos), 'Mientras otros duermen'.

Sentarte a charlar con Fernando Samalea puede terminar en una sesión de horas que puede arrancar con una pregunta inocente y sencilla: ¿En que has estado? Está claro: el bandoneonista, escritor y baterista de Charly García, Cerati, Calamaro y Sabina, siempre va a traer algo interesante para contar. Y cómo…

En su flamante libro, Mientras otros duermen: una larga vigilia en el rock, Fernando nos lleva con una mirada aguda y detallista por el período que va de mediados de los años 90 hasta el 2010. Es decir, por la etapa en que nos convertimos, musical y estéticamente, en quienes somos. Perspectiva privilegiada, historias imposibles de abandonar e incluso un apartado especial con fotografías exclusivas de los muchachotes antes mencionados; esa es la propuesta de Mientras otros duermen. Aquí una plática y algunas anécdotas de la mano del músico, que finalizó hace poco una gira en moto tocando en lejanos parajes andinos de América del Sur junto a la imposible Marina Fages. Aunque eso será otra historia, claro.

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Portada del nuevo libro de Fer Samalea

Noisey: Después de escribir 500 páginas sobre la música que marcó desde mediados de los 90 hasta el 2010…¿hay una imagen o una idea más nítida del porqué de esa música y de sus efectos en nosotros?
Fernando Samalea: Tengo la sensación de que los cambios tecnológicos son claves a la hora de definir algo "contemporáneo", así como el efecto que provoca recordarlos. Este período que abarca mi segundo libro coincide con la transición del loop, la hipnosis del rap y el hip-hop -o el grunge de Nirvana y el funk-rock alternativo de los Red Hot Chili Peppers-, a las nuevas tendencias del siglo XXI como MGMT, The XX, Beach House, Fever Ray, Coco Rosie, Tyler The Creator, James Blake, Katy Perry y el liderazgo femenino. Por supuesto, desde mi visión y orientado desde los proyectos en los cuales fui participando. Busqué mantener el "sentido histórico" y las referencias de cada época. En los noventa, por ejemplo, los diseñadores sonoros de teclados aún intentaban encontrar algo diferente, ímpetu que quizá fueron perdiendo al preocuparse por emular los sonidos antiguos en las nuevas series de instrumentos. Entonces, fue como el "huevo o la gallina": ¿se buscaba emular lo de antes o se lo reflotaba por estar más al alcance?

Como en el libro anterior, intenté describir formas de hablar y costumbres de entonces, de forma novelada, con ironías y cierto aire mitológico, acerca de mis discos de bandoneón y muchas secuencias junto a Gustavo Cerati, Charly García, Andrés Calamaro, Joaquín Sabina, Miguel Bosé, María Gabriela Epumer, A-Tirador Láser, Belmondo, Caetano Veloso, Fabi Cantilo, Daniel Melingo, Calle 13 o Fernando Kabusacki. Fue emocionante volver a pasar por todo eso. Aunque suene cursi, el impulso no fue otro que el de rescatar la vida misma, sentir amor por el paso del tiempo y hacerles un guiño a las sonrisas de los que lamentablemente ya no están.

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¿Qué diferencias encontrás desde adentro entre las estructuras que sostuvieron a la música de los 80 y las de los 2000? ¿Y qué cosas persisten?
La diferencia es la obvia: el mundo digital trajo la chance de que cualquiera pueda crear o promocionarse desde su casa, lo cual cambió por completo el panorama. Aunque los resultados hayan sido ambiguos: por un lado facilitaron la exposición de cada uno pero, a su vez, la enorme proliferación de proyectos hizo que la carretera colapse. No hay lugar para todos, evidentemente. Lo que persiste es que del espíritu de determinados artistas depende que puedan encontrar su espacio de privilegio, sobre todo si la suerte ayuda también. Creo que los más apasionados e insistentes son los que finalmente logran hacer público lo propio.

Es común oír que después de Gustavo o Fito, Argentina y quizás América en general no produjo esas estrellas de rock en habla hispana capaces de llenar estadios en distintos países y establecer y destruir ciertos cánones del quehacer musical. Y esto a veces es visto como algo negativo. ¿Compartís? ¿No compartís? ¿Es incorrecto pedirle esas estrellas a este tiempo?
Me gusta imaginarlo en plan místico, el por qué o no del surgimiento de estrellas que cautivan el inconsciente popular. En algunas épocas argentinas fue impresionante, con Charly y Spinetta y sus discos emblemáticos editándose al mismo tiempo, o lo de Soda, Páez y Calamaro entre otros iconos populares.

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Pero sea como sea, yo siempre estaré atento a los jóvenes y a lo que vaya trayendo cada nueva generación. Me encanta pensar que todo va mutando y renovándose y no necesariamente debería repetirse un tipo de artista. Si siento algo de nostalgia a veces, es tanto acerca del pasado como del futuro. Al frecuentar la Disquería Mercurio en Buenos Aires -dedicada a la nueva escena independiente- pude conocer proyectos algo escondidos como Los Espíritus, Bestia Bebé, lo de Marina Fages en sus diferentes formaciones, los Rusos HDP, Atrás Hay Truenos, El Mató a un Policía Motorizado, Mene Savasta, Jazmín Esquivel, Mi Amigo Invencible, Las Piñas, Perras On The Beach, Lucy Patané, Pedro Bulgakov o Las Ligas Menores y eso es algo inigualable. Veo mucho por ahí: la pianista Candelaria Zamar, Juan Ingaramo o Francisca & Los Exploradores van complementando a quienes vienen desde hace más tiempo como Lucas Martí, Marcelo Ezquiaga, Lucio Mantel, Darío Jalfin, Rosal y tantos que estaré olvidando ahora…

¿Podemos esperar un volumen sobre tu viaje por Sudamérica con Marina Fages? ¿Qué momentos de ese viaje que ahora te vengan a la cabeza podrías mencionar?
Esa aventura musical en motocicleta, durante marzo y abril pasado, fue la más importante de toda mi vida, y no podría haberla compartido con nadie que no fuese Marina, que es una especie de guerrera élfica e impuso su golpe de rayo en cada metro de asfalto o ripio. Ella tiene un imaginario de canciones -de expansión celta y nipona- que va muchísimo más allá de la norma. Y sabe disfrutar con audacia de las locuras planetarias, como yo.

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Lo excitante fue que el "Mototour" dependió de nosotros dos, sin otra infraestructura más que la de quienes nos brindaron la posibilidad de tocar en cada lugar. Surcamos 11.334 kilómetros sobre dos ruedas, con unos cuantos momentos de humor o emoción: un acto poético-mágico a través de Argentina, Bolivia, Perú y Chile, dando 25 conciertos, a veces cada día, instalándonos, probando sonido, tocando con guitarras eléctricas y baterías prestadas y volviendo a partir en la mañana tras acondicionar bolsos, bandoneón y clarinete sobre "La Idílica".

Nada pudo detenernos, por suerte. Atravesamos quebradas, cordilleras, selvas, altiplanos, ríos, desiertos y hasta nieve, disfrutamos de una gastronomía espectacular, de aguas termales y del confort eventual en ciertos hoteles, lo cual se agradece. Conocimos infinidad de personas, desafiamos altitudes, vientos, altas o bajas temperaturas y adversidades climáticas para culminar embriagados en San Telmo, sobre el escenario del Teatro Margarita Xirgu porteño, rodeados de amigos, celebrando las canciones y danzando con nuestros ángeles protectores. Por supuesto, a futuro voy a escribir otro libro contando esas vivencias al detalle y, por qué no, Marina hará un breve documental para YouTube, como buena artista plástica de una especie que no abunda.

Lee a continuación en exlcusiva dos fragmentos de Mientras otros duermen: Una larga vigilia en el rock, el nuevo libro de Fer Samalea.

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Gustavo Cerati gritó "¡Ahí Vamos!" por primera vez en México

El martes 30 de mayo de 2006, bien temprano, la crew se reunió en el centro porteño para salir hacia Ezeiza. Abordaríamos el vuelo 1692 de Mexicana, con destino D.F. Como en cada viaje importante que cruzase hemisferios, hice los trámites aduaneros vestido de traje. En la ocasión, uno color crema con camisa blanca debajo. Era imposible no sentir que algo importante estaba comenzando. Sobrellevamos la travesía en las alturas con la camaradería a tope, diseminados aleatoriamente por los asientos del avión. Las azafatas iban y venían con carros de alimentos y bebidas, a bastante menor velocidad que la de nuestros pensamientos. Con la nave presurizada y el ruido constante del traslado crucero, fuimos palpando lo que se venía, entre chistes y anhelos. Luego de más de ocho horas en el aire, aterrizamos.

Nos alojamos en el Presidente Intercontinental de los Campos Elíseos, para recorrer enseguida sus alrededores de mansiones de aire colonial californiano y regresar por la noche a las camas deluxe, a dormir como gatos domésticos. "¡Qué lindo México! Vinimos con Signos en 1987, la primera vez, y tocamos en el boliche Magic Circus y en televisión", rememoró Gustavo mientras caminábamos. Él había puesto mucha energía ahora, buscando el mejor espectáculo posible. Se lo veía apasionado con su presente.

Al día siguiente, fuimos hacia el Paseo de la Reforma y tuvimos una larga prueba de sonido en el Auditorio Nacional. Con remera publicitaria de Everready 9, chaqueta marrón, gorra y guitarra de sistema inalámbrico, el líder fue y vino hacia la platea de butacas rojas, chequeando la mezcla general y las luces, repartiendo opiniones con Taverna y el iluminador Sandro Pujía. La puesta era impactante: nueve pantallas LED sobre una estructura metálica rectangular, geométrica y espartana detrás nuestro, así como andamios de estilo Blade Runner o Mad Max. El diseño lumínico lo había hecho Sergio Lacroix. Un joven pelirrojo de sonrisa contagiosa, llamado Nico Bernaudo, comandaría las visuales.

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Mientras Gustavo ajustaba su TC Electronics con efectos, pidió que acercasen aún más nuestros instrumentos entre sí. Como idea, debían estar armados al ras del piso y apretujados, sin tarimas, al estilo de una banda under. Dos amplificadores Bogner ocupaban la parte central trasera. Había focos diseminados estratégicamente por el suelo y se usarían contraluces de estroboscópicas para determina- dos momentos del show. El parche delantero del bombo mostraba un plotter blanco y negro con la contratapa del disco: una mano y un cronómetro. Todo estuvo listo al culminar el día.

La llegada del 1 de junio nos mantuvo excitados. Percibíamos el carácter irrepetible del debut. Si hipotéticamente hubiésemos sido un equipo de fútbol, nos habríamos plantado como un 2-3: Leandro y yo en el mediocampo y Gustavo, Richard y Nalé en la delantera. Dentro del camarín, prestos a ocupar el escenario, coloqué mi pequeña cámara portátil con trípode sobre un macetero y propuse eternizar el instante de la banda, cuando estaba "todo por hacerse". Ni bien sonó el click, ingresó el tour manager Diego Sáenz para anunciar:

—Faltan quince.

—Hagamos el Om, muchachos —dijo Gustavo, tras delinearse él mismo los ojos ante el espejo de luces.

Yo no sabía a qué se refería. Él mismo cerró la puerta, apagó la luz y los cinco músicos nos quedamos solos en la penumbra. Formamos un círculo a la manera de la tradición milenaria, tomándonos de las manos. Siguiéndolo a nuestro cantante estelar, entonamos tres Oms profundos, en notas ascendentes. Con la última vocalización, levantamos los brazos lentamente, para soltarlos con fuerza hacia abajo. "¿No sabías, Sama? ¿No te conté? Já. Es una costumbre que tengo desde mis tiempos con Zeta y Charly. Da buenos resultados, de unión, antes de ocupar cada uno su isla en el escenario", me dijo luego. Fue un gran descubrimiento, que aportaría un plus para sentirnos conectados y confiados al tocar.

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Tratándose del primer concierto, tan importante para chequear lo preparado durante meses, todo el mundo estaba especialmente atento a cuestiones musicales y técnicas. Segundos antes de salir, Uriel Dorfman entró con su credencial colgada para repartir a cada uno el sistema de auriculares. De camino al palco, hicimos un alto en la vitrina de santos, credos y juguetes multicolores, la cual yo recordaba de anteriores visitas con García o Sabina. "Vamos, che, hay que persignarse", propuso alguien.

El espectáculo comenzaba con un telón cubriendo el escenario y un contraluz del protagonista, mientras él tocaba el riff de guitarra. La tela plástica, con la estética del disco impresa, caería abruptamente junto al primer estruendo de la banda, sorprendiendo a todos, incluso a nosotros. "Al fin sucede" rodó ante una ovación ensordecedora, que nos colocó en un trance surreal digno de esas tierras mexicanas de alto vuelo. Sobre el acorde y golpe final de la canción, Gustavo dio un salto con su Telecaster roja y giró hacia nosotros. Sonrió como pocas veces lo había visto, cruzando una fugaz mirada cómplice con cada uno de los cuatro, en medio del griterío infernal y la incandescencia lumínica, que daba una sensación de caos y locura. A nadie le hubiese tomado esfuerzo imaginarlo en su infancia, sonriendo ante algo que lo maravillase. Nos contagió su dicha y supimos que tendríamos rienda suelta para disfrutar y dar lo mejor. Se puso al hombro sus melodías, como estrellas fugaces, mostrando el ímpetu que esgrimen los que saben construir su propia Abadía.

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—¡Che, los mexicanos están al repalo! —le grité a Lean en una pausa, quien estaba a unos metros a mi derecha.

—¡Sí, increíble, qué bueno!

Con las pulsaciones más altas que de costumbre, conté cuatro con mis palillos y arrancó "La excepción". Le pegué al hi-hat entreabierto como nunca, a punto de hacer tambalear el soporte, mientras Gustavo y Richard marcaban el riff, presionando con sus púas y moviendo el cuerpo a ritmo, entre golpes de bombos irregulares y mucha felicidad en la atmósfera. La canción exigía que tocásemos bien "agarrados" en las estrofas, dando lugar a la voz y a samples de campaneos, para explotar en los estribillos. Gustavo decía "tanto hambre sin satisfacción" o adoptaba falsetes en su voz. También había momentos sin bajo o huecos rítmicos, precedidos por breaks de batería, para matizar el desarrollo.

La energía se movía entre cabeceos, sonrisas y miradas de milisegundos, mientras los guitarristas cantaban "mecanismos de ilusión" con todo el poder de sus gargantas. Yo veía la espalda de Gustavo, con su correa de guitarra atravesándole en diagonal, y la multitud levantando brazos o pidiendo canciones a gritos detrás de él. Cada tanto, entra- ban Barakus o Miguel Lara para cada cambio de guitarras.

"Es el debut… pasan cosas", aclaró el líder por el micrófono, como si hiciese falta, mientras sorbía tequila Don Julio, o quizá Tres Generaciones, y apoyaba nuevamente el vaso en el piso, al lado del soporte de su micrófono. Para el resto era una novedad todo lo que él pudiese decirle al público durante la actuación. Continuamos con "Bomba de tiempo", "Uno entre mil", "Adiós" y "Caravana", con su ritmo frenético en plan The Police. Las cuerdas de las guitarras se mantenían asordinadas por momentos, y hasta había rítmicas de reggae. Cuando Gustavo decía "la carava-na de miradas", yo hacía golpes sincopados entre octobans, roto-toms y las chapas. Era un momento de trance, con las luces refractando en parches, platillos y metales de los instrumentos. Luego era el turno de la frase enigmática: "Hay que cerrar los ojos para poder ver,/ el diablo no es más que un ángel/ con ansias de poder…", donde sobresalían los co- ros de Leandro. Era la canción más adrenalínica del show y podía jugar con el aro en el tambor, haciéndole un humilde guiño a Stewart Copeland, además de sumar breaks veloces hasta el golpe final en uno de los gongs detrás de mi cabeza.

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Antes de presentar "Ecos", continuó: "Con Richard y Fernando formamos Fricción a fines de 1984 y hacíamos este tema que vamos a tocar ahora, aunque ustedes lo conocieron por otro grupo". Devino otra serie con "Tu medicina", "Toma la ruta", "Médium", "Me quedo aquí", "Engaña", "Té para tres", "Avenida Alcorta", "Dios nos libre", "Cosas imposibles", "Vivo" y "Lago en el cielo". A medida que avanzaba la lista nos sentíamos más a merced de la adrenalina. "Crimen", "Jugo de luna", "Prófugos", "Planta", "Paseo inmoral" y "Puente", sucedieron sin tibiezas ni alardes. Tras más de dos horas y media de concierto, Ahí vamos había dado su primer paso. No pudimos más que abrazarnos, entre toallas, transpirados como al final de una maratón, emulando el mito del soldado griego Filípides, pero con final feliz. El nerviosismo, si lo hubo, había desaparecido. "Qué lindo tocar para los más fans, los de la primera función, los que primero sacaron entradas", comentó Cerati, reponiendo fuerzas echado en un sillón negro.

Al despertar, la estadía mutó a vacacional. Se tradujo en salidas grupales. Sobre combis o pequeños buses, atravesábamos avenidas y barrios coloniales, observando miradores de iglesias, monumentos gigantescos o sulkys paseando turistas. Consumamos el "morphi tour" paralelo, basado en placeres gastronómicos como enchiladas, fajitas, tacos, quesadillas y guacamoles. Comimos chicharrones y alam- bres en El Fogoncito, por el barrio de Polanco, y tacos en El Charco de las Ranas, del Boulevard Adolfo López Mateos.

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—Le estoy dando a todo, incluida la lasaña —bromeaba Nalé, tocándose la panza ante el espejo del camarín de turno.

—Sí, vamos a volver rodando —comentaba Adrián, con su remera de Motorhead.

Una de esas tardes libres fuimos a ver El cuerpo humano, real + fascinante en el Foro Polanco de la calle Molière. Era una polémica exposición de cadáveres y órganos disecados. "Rajemos al patio a fumar", dijo al unísono parte de la co- mitiva, tras observar los supuestos daños del cigarrillo en algunos de los cuerpos exhibidos.

Luego de la clase de Biología extrema, junto a mi parte- naire Uriel, hicimos una incursión a las ruinas de Teotihuacán. Apreciaba mucho al pequeño Dorfman. Bromeábamos con que él era hijo mío —aunque no reconocido—, cuyo nacimiento aconteció producto de un "desliz" durante la gira de Parte de la religión. Recorrimos la Calzada de los Muertos, la Pirámide de Quetzalcoátl y la de la Luna, para luego trepar los doscientos cincuenta escalones de la del Sol y embebernos de ciudadelas y leyendas de serpientes emplumadas. Al regreso a la urbe, ocupamos la barra del bar La Blanca, en la calle Cinco de Mayo, y caminamos por la Plaza del Zócalo y sus alrededores.

Unos chicos del Club de Fans mexicano se acercaron al hotel e hicieron guardia en busca de fotografías o autógrafos. Como era habitual, la presencia de Gustavo generaba gran expectativa. "Ay, guey, no queremos echar carrilla, pero tomen esto", dijeron al obsequiarnos camisetas de fútbol con el nombre de cada uno en la espalda. Fue movilizador sentir de lleno la buena intención de esos jóvenes.

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Al día siguiente, salimos por carretera hacia Aguascalientes…

***

Teléfono. Es Charly García: "¿Te gustaría tocar conmigo en la playa hoy?"

…Un domingo caluroso del verano de 2008, desayunaba en el bar Mania's de Constitución, mirando hacia la avenida Caseros por el ventanal ante medialunas de grasa y cafés con leche, cuando sonó mi celular.

—Fernandito, ¿cómo estás? Soy Charly —dijo con la voz más aguda de lo habitual, la que usaba cuando estaba por pedir un favor.

De inmediato, agregó:

—¿Te gustaría tocar conmigo en San Bernardo?

—Pero, por favor, claro que sí. ¿Cuándo sería?

—¡Guau, man, hoy mismo! Vamos en dúo, vos y yo, ¿entendés? O sea, la rompemos, ¿you know?, ¡somos lo más!

—¡Y somos los más modestos! —agregué.

—Ahora te pasa a buscar mi manager para llevarte en su auto a la Costa. Yo ya salí en una combi, paso por lo de Carlitos Blue's a buscar unas cuerdas y te espero a mitad de camino en la ruta, así seguimos juntos, ¿OK?

Escuché el clic del corte telefónico y no pude emitir respuesta. Pagué la cuenta y caminé las cuatro cuadras hasta el altillo a buscar algo de ropa. Un automóvil marrón esperaba estacionado frente al portal de la calle San José. Su aspecto evidenciaba no cumplir con ninguna de las reglas establecidas, en especial las relacionadas con la seguridad. Quien oficiaba de asistente iba al volante y el manager, como acompañante. Su altivez de "productor" hacía sospechar a simple vista que al compositor de turno solo le diría el diez por ciento de la verdad sobre sus negociaciones. Atrás estaba sentada una rubia, con varios bolsos. La secretaria de la "agencia", según dijeron. Me apreté como pude y el chofer aceleró a toda velocidad en dirección a la Plaza España, para doblar hacia la izquierda hasta la calle Salta, luego por Brasil a la derecha y tomar la autopista en la 9 de Julio. No tardé en corroborar que la imprudencia era su fuerte. Para colmo, los "organizadores" iban tomando cocaína de un frasco, con una cucharita plástica blanca o directamente desde la parte superior de la mano, haciendo un hueco con el pulgar y el índice, a la manera de la sal y limón de un tequila. Constaté que el promedio de ingesta de "chofla" —ese era el apelativo gracioso que usaba Charly— sucedía cada seiscientos o setecientos metros.

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Nuestro productor, voluminoso y transpirado, hablaba por celular de manera ininterrumpida. Teléfono en la oreja, exponía hacia el asiento de atrás, sin darse cuenta, su mano blanquecina por la sustancia. Advertir por el espejo retrovisor la forma en que el conductor miraba la carretera, parpadeando nerviosamente y nublando su vista por largos segundos, tampoco generaba demasiada confianza. ¡No podíamos creerlo!

—Charly nos espera en algún lugar de la ruta, ¿no? —dije, como si lo que estaba ocurriendo fuese de lo más rutinario.

—Sí, sí, quedate tranquilo, ya está todo arreglado —contestó el manager secamente.

Mientras tanto, para aportar surrealismo, la rubia hablaba del grupo La Mancha de Rolando. Fuimos surcando el asfalto de la carretera y sus verdes, bajo el sol, leyendo publicidades al paso.

De improviso, una patrulla policial hizo señas para que nos detuviésemos. El hecho se asemejó a recibir un baldazo de cemento portland. "Buenas tardes, por favor, bajen todos del automóvil con papeles y documentos", esbozó monocorde uno de los agentes. "Tranquila, no pasa nada", le dije a la secretaria, seguramente no muy convencido. Al lado de la palanca de cambios habían quedado, bien visibles, dos frascos llenos del conocido clorhidrato blanco, que nadie se ocupó de esconder. Calculé que unos treinta gramos estarían a disposición de algún juez de turno, para bajar el martillo y dictar una frondosa condena para todos. Aunque la peor evidencia eran los rostros desencajados de nuestros choferes. Nuestro Bill Graham vernáculo gesticulaba ante los uniformados con aire de superioridad, dándole palmadas al techo del patrullero para agregar énfasis a algunos de sus reproches. Su asistente observaba en silencio, con el mentón hacia abajo, apoyado sobre el capot y de brazos cruzados, con aspecto de asesino serial. No entendí cómo aún no habíamos sido esposados y conducidos a una cárcel de extrema seguridad. Pero, los ángeles protectores fueron fieles una vez más y, a los pocos minutos, nos dejaron seguir. ¡Incluso pidiéndonos disculpas! Bill estrechó su mano con restos de cocaína con el oficial y continuamos por la Ruta 2, hasta alcanzar la parrilla del kilómetro 140 donde transbordaríamos a la combi de García.

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—¡Alzaga! ¡La vanguardia es así! —gritó al vernos, ajeno a los acontecimientos.

—No sabés, casi nos meten en cana —le comenté subiendo a la camioneta blanca, dudando si él me había prestado atención.

Multimedia, Charly cargaba blocs de dibujos, cuadernos y libros intervenidos, desparramados entre los asientos vacíos y el piso del vehículo. El desorden era total y un disco de Todd Rundgren sonaba a alto volumen. Se tomó unos cuantos kilómetros para describir cómo iba a ser el concierto y prometer brindar una maravilla artística sin precedentes a sus seguidores. Luego, acompañándose con un teclado portátil pintarrajeado al que le faltaban algunas piezas, cantamos sus canciones a modo de "ensayo", mirando árboles, vacas y caballos a velocidad crucero. Luego de entonar la frase "Y cuando estés masturbando a la nena en un hotel de Pinamar", tuvo un exabrupto de autovaloración: "O sea, OK, loco, o sea, soy el mejor, lo demás no existe". Recordó también lo que supuestamente había dicho el terapeuta inglés Ken Lawton sobre él: "Virtudes: memoria excelente y buena persona. Defectos: a veces se olvida el cepillo de dientes".

Al fin llegamos al complejo Zum, sobre la avenida San Bernardo. "Seis cosas hay en la vida: salud, dinero, amor, sexo, droga y rocanrol", gritó el Artista al bajar a la vereda. El boliche se llamaba Club Sol. Una batería Tama negra, con el logo del grupo Aturdidos pintado en el parche delantero del bombo —tal vez como advertencia a lo que vendría—, estaba montada sobre el escenario. Chequeamos los instrumentos con el telón cerrado, y poco después comenzó el "show". Una secta de Aliados no paró de alentar: "Borón bombón, Borón bombón, esta es la banda de Say No More".

García salió al ruedo empuñando su guitarra Gibson SG bordó, cubierto con una burka islámica. Para no quedar atrás, me hice un turbante rojo con un largo pañuelo que traía en mi mochila. Arrancamos con "This Time", un tema nunca editado que habíamos grabado en los ochenta con Los Enfermeros, interrumpido por él mismo para dar un breve discurso inconexo en inglés y advertir por el micrófono que "en Irak te decapitarían por pedir una canción". Proseguimos con "Money" y "Vampiro", incluidos en el Black Album de 1992, un CD de circulación privada que habíamos compaginado con Mario Breuer, con demos e inéditos. La joven audiencia, habituada a los espectáculos impredecibles del bicolor, profirió una ovación.

—Bueno, les explico un poco por qué estamos acá… ¡no me acuerdo! —dijo el líder detrás de sus velos negros.

—¡Te queremos ver la cara, Charly! —vociferó una chica.

De forma aleatoria y caótica, sonaron músicas de Kill Gil como "Pastillas", y clásicos como "De mí", pero en tiempo de rock, "Hablando a tu corazón", "No toquen" y "Adela en el carroussel". Desperfectos, roturas de equipos, teclados cayendo al suelo desde mesitas de televisores y epítetos subidos de tono fueron lo corriente a partir de un momento. Su asistente trabajaba al límite de la esclavitud, mientras nuestro Héroe quedó con un slip como único atuendo. Tomando la guitarra o arrojándola a un costado, caminando de una punta a otra del escenario, sentándose ante teclados o lo que quedaba de ellos, amenazó esporádicamente a quienes intentaban fotografiarlo. "¿Por qué no complacer al público?", dijo luego ante un pedido, quizá solo para confundir.

García continuaba mostrando el encanto de lo incorrecto, transgrediendo leyes sociales como ningún otro ciudadano libre. ¡Si hasta los policías o jueces, antes que detenerlo, preferían su autógrafo o una foto con él! "Muchas gracias, las vacaciones siguen", dijo por el micrófono al despedirse.

Luego, le advirtió a su manager, que estaba parado al costado del palco: "Escuchame, yo soy el que da las órdenes acá, y no puede haber contraórdenes. Yo no tengo la culpa de que no hayan estudiado. ¡Ustedes son mis súbditos!".

Cuando volví al camarín, ya no había rastros de él. O mejor dicho, había demasiados: la habitación aparentaba haber sido bombardeada, o al menos invadida por una cuadrilla de vikingos expertos en guerras cuerpo a cuerpo. decenas de sandwiches de miga, galletitas, botellas y vidrios rotos, incluyendo mis auriculares Sony, cubrían el piso. En una de las paredes se veía claramente, pintado con aerosol, el símbolo Say No More de la S, N y M entrelazadas.

Más tarde, fuentes fidedignas comentaron que el Líder Carismático había salido como una tromba del lugar, vociferando "¡Aunque no tenga razón, tengo razón!", para hacerle autostop al primer automóvil que cruzó por azar y desaparecer con rumbo desconocido.

Regresé a Buenos Aires en un bus de línea, mezclado entre familias y jóvenes de vacaciones, sin noticias del Artista…

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