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Música

La #100: El amanecedero histórico de Barranquilla

Bajo la batuta de Ralphy y su esposa, 'La Mona', este lugar fue el bailadero más fino de ciudad bonita.

Es chévere ser grande
pero más grande es ser chévere.
Héctor Lavoe

Un zapatero del viejo barrio Rebolo de Barranquilla se tomaba diariamente, a manera de ritual, una cerveza Germania en la casa esquinera de la calle 29 con la carrera 25. La tienda-cantina, cuyo propietario era Rafael Figueroa Lindo, mejor conocido como Ralphy, abría de miércoles a domingo. Además de tomarse la cerveza, el zapatero introducía una moneda en el traga-níquel de discos para poner siempre la misma canción: “La número cien”, un bolero del dominicano Alberto Beltrán.

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A Ralphy se le ocurrió la idea del traga-níquel cuando se dio cuenta que el sonido de su radio y tocadiscos Philips se apagaba entre las voces de sus clientes, quienes se estaban multiplicando durante las noches en busca de cerveza y de conversar al pie de los discos que giraban en el tornamesa. Los primeros clientes fueron sus amigos y conocidos del barrio Montes, en el cual se ubicaba el negocio. Montes se separaba del barrio Rebolo por un arroyo que pasaba y se crecía en época de lluvia. De esos arroyos que en Barranquilla siempre han sido famosos porque se llevan todo lo que se encuentran a su paso, como si sus aguas fueran llamadas por el cauce del Magdalena, llamado a su vez por el mar para liberarse de tanto dolor.

Una tarde del año 59, funcionarios de la Cámara de Comercio estaban registrando los negocios de la zona y llegaron a esa casa de la calle 29 con la carrera 25 del barrio Montes. La tienda de Ralphy aún no tenía nombre, por lo que le preguntaron que con cuál la registraría. Ralphy levantó su cabeza, miró a su alrededor… En una mesa, el zapatero se tomaba el último trago de cerveza mientras sonaba La número cien. Así quedó registrada la #100: uno de los lugares más emblemáticos de la cultura musical en Barranquilla, caseta (K-Z) del ritmo, amanecedero salsero, templo del sabor, casa de aproximadamente diez mil discos traídos por Ralphy y sus amigos desde Nueva York.

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El lugar fue testigo de gran parte de la música afroantillana que entró al país por el muelle de Puerto Colombia, donde rugieron por primera vez en Barranquilla las canciones de Los Hermanos Lebron, de Ismael Rivera, Las Estrellas de la Fania, el Gran Combo de Puerto Rico, Rolando Laserie o Daniel Santos. Sonó salsa en español, en inglés y en francés. También son cubano, bolero, montuno, bomba, guaguancó y todos los ritmos posibles que hacen parte del universo musical afrocaribeño en el que Nueva York fue epicentro.

En el año 61 La #100 pasó de ser tienda a ser un estadero, es decir, una tienda-cantina. Eso fue mucho antes de que en Barranquilla abrieran lugares como la Casita’e Paja, el Taboga, la Charanga, la Troja, incluso mucho antes del Coreano —todos, lugares reconocidos de la rumba barranquillera—. Con solo dos años de haber abierto la tiendecita, la #100 se había convertido en uno de los amanecederos más tranquilos de la ciudad, donde gente importante se “mezclaba” con la gente del barrio para bailar la música que no se escuchaba en ninguna otra esquina. Era un escenario alterno a lo que pasaba en la arenosa, fue el patio trasero del Hotel del Prado —gran escenario de alta alcurnia—, casa donde los soneros y salseros se entregaban a la verbena sana, a sentarse en las cajas de cerveza cuando se estaban sacudiendo a punta de clave, bongós, güiros, cencerros y tumbadoras.

Ahora bien, detrás de todo esto estaba Ralphy 100: el dueño de todo este revolú. Todo un personaje del carnaval. Un hombre grande en tamaño y en alegría. Fue el Rey Momo del carnaval de Barranquilla en el año 96, vivió inspirado por Ismael Rivera “el sonero mayor”, de quien adoptó un montón de frases como: “Cógela suave con su avena y su pitillo”, “Nacimos grandes pa’ cosas grandes”, “Camínalo calcetín”, “Saoco” o “Rueda bombero”. Ralphy se autoproclamó el hombre más feliz del mundo y, al parecer, lo era. Fue un amante empedernido de los discos de acetato y melómano de música tropical y afroantillana, que era, por supuesto la música que sonaba en su estadero. Viajó varias veces a Nueva York entre el 60 y 90 para comprar lo último en guaracha, y tanto fue el amor que en uno de esos viajes empeñó sus prendas de oro para cambiarlas por discos. Más adelante, cuando la cantidad coleccionada fue razonable, comenzó a distribuir discos en la #100.

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Ralphy 100 también fue un hombre de una empatía tremenda, que conocía perfectamente el gusto musical de su clientela, entre la que estaba gente influyente en cuanto a tendencia como periodistas, políticos, artistas y grandes músicos como Cheo Feliciano, Rafael Ithier, Héctor Lavoe, Yomo Toro —conocido como el cuatrista más peligroso del mundo—, Celia Cruz y toda su muchachada de las Estrellas de la Fania. Así como la orquesta La Conspiración traída por Ralphy en el año 99, la cual se presentó en una tarima grandiosa sobre el bulevar frente a la casa.

Se dice que en La #100 nunca se le perdió nada a nadie. Recuerda su hija Rochi que una noche un hombre le entregó a Ralphy un maletín lleno de billetes, el hombre quería pegarse una “pea” sin pensar en su dinero. A los dos días regresó el hombre por su maletín, que estaba intacto. Tampoco llegó a haber problemas de violencia o ningún tipo de bololó. La filosofía del negocio era la bacanería. Con su esposa Benilda “la Mona” Cuello o Beni, de quien dicen era un “bollo” —que en costeñol quiere decir: una hembra, una mamacita-, conformaron una pareja de dioses de la rumba, respetados y amados. Su esposa, como cosa rara, fue una heroína en la sombra, siempre silenciosa.

De grandes ojos verdes, la Mona —como me pide que la llame—, recuerda que en una época de lluvia cayó un aguacero de esos bien fuertes y la gente no se podía ir. El lugar se llenó aún más y todo el mundo bailaba desenfrenado. Al lado de la casa pasaba un arroyo, en ese entonces de agua limpia, y de repente un montón de gente se metió a bañarse en plena fiesta en él, “gran noche” me dice.

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La #100 tuvo muchas épocas de oro, pero todo tiene su final y la descomposición social afecta hasta la esquina más feliz del ritmo. En el barrio Rebolo se empezó a gestar una de las ollas más grandes que hay hoy en día en Barranquilla. Y ya nadie quiso seguir bajando hasta la calle 29 con la carrera 25. La #100 se empezó a apagar sin sus soneros, sin sus salseros, sin Changó y Eleggua en la casa. La gente dejó de ir por puro y físico miedo.

Sumado a eso, en el 90 Ralphy comenzó a sufrir de diabetes y las dosis diarias de insulina lo puso malhumorado, tosco. El hombre más feliz del mundo ya no era tan feliz en esa vida de dependencia farmacéutica. Se le fue apagando la chispa al gran Ralphy. Inmortal en todo caso, siempre dijo que quería morir un sábado de carnaval y así fue. Un sábado de febrero de 2010 el Rey Momo se fue junto con la magia de la esquina del ritmo, dejando una herencia cultural y popular que ha atravesado más de 50 años, y unas reliquias musicales que han marcado la construcción de la identidad regional.

Lo más fantástico de esta historia es que la casa esquinera de la calle 29 con la carrera 25 no ha cerrado nunca. Sigue viva y sigue sonando, aunque a decibeles más altos, con un duelo de picós, con menos salsa y más champeta, con una olla al lado. Pero todavía suena y hay que volver a ella. Los domingos la gente se reúne desde temprano y cierran la avenida para jugar bola’e trapo o fútbol. Es tranquilo, ya no están Ralphy ni la Mona Cuello, pero con imaginarse todo lo que pasó debajo de ese techo la vibración del bajo se hace más poderosa. Este lugar inspiró a demasiada gente, entre quienes están muchos de los coleccionistas, DJs y programadores de la verbena salsera. También contribuyó al archivo de música afroantillana que suena hoy en los sistemas de sonido criollos y las emisoras ambulantes que son los picó de este hermoso y desconocido paraíso que es el Caribe colombiano.

¡La #100 vive!

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Pocho 100 nieto de Ralphy, junto con su madre Rochi 100 y su abuela la Mona Cuello quieren que esto siga. Por eso decidieron comenzar el proyecto “La #100 Vive”, el cual busca salvaguardar la memoria y la cultura musical de Barranquilla y rescatar el aporte que hizo La #100 a nivel musical. Conozca más sobre el proyecto aquí, llévese un kit salsero o una entrada al baile de La #100. Las recompensas están tremendas y así es como La #100 va a seguir más viva que nunca.