Hace diez años, Prince tuvo el momento más épico en la historia del Super Bowl

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Hace diez años, Prince tuvo el momento más épico en la historia del Super Bowl

Fue un bautismo a nivel nacional, y a partir de entonces los espectáculos del medio tiempo no han vuelto a ser los mismos.

Bud Light busca convertir los momentos ordinarios en historias épicas e inolvidables. Ve cómo convertir una fiesta en un momento completamente épico aquí.

El año era 2007. El Super Bowl en esa ocasión, entre los Chicago Bears y los Indianapolis Colts, resultó ser un fiasco, bañado por las lluvias torrenciales del sur de Florida y actuaciones bastante pobres por parte de ambos equipos. Quizá pocos recuerden que la imparable fuerza que tenía la ofensiva de los Potros hizo lo que quiso con la defensa de los Osos, que hasta entonces era considerada una muralla impenetrable, y que gracias a ello Peyton Manning ganó su primer Súper Tazón, tras años de quedarse en las instancias preliminares.

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Pero de nuevo, pocos se acuerdan de esto. Y eso es porque, en el 2007, el Super Bowl giró únicamente alrededor de Prince.

En ese entonces, yo era un fanático de 11 años de los Ravens de Baltimore. Mi papá había conseguido unos asientos en gayola para el juego, para el cual yo no tenía preferencia alguna, dado que los Colts habían vencido a los Ravens tres semanas antes. Ese día, quemé mi playera de Peyton Manning en la chimenea, y decidí apoyar a los Bears. Hoy en día, me sorprende el admitir que no tenía ni idea de la magnitud de la ocasión, no tenía entendimiento alguno de la leyenda de Prince, y una noción bastante vaga del privilegio que era verlo, o incluso ver un partido del Super Bowl, en vivo. Simplemente estaba emocionado por estar allí, bañándome en la lluvia púrpura.

Nuestros dos asientos en la parte superior del Estadio Hard Rock de Miami estaban justo debajo de unas luces de estadio, lo cual provocaba que con cada ráfaga de viento cayera un cubetazo de lluvia sobre nuestras cabezas, empapando los ponchos amarillos de un dólar que habíamos comprado en el estacionamiento para resguardarnos. El Centro Climático Regional del Sureste estimó entonces que, de principio a fin, cayó al menos una pulgada de lluvia ese día, lo suficiente para que mi papá propusiera que viéramos la segunda mitad del juego en casa del amigo de un amigo de un amigo, en Star Island, un archipiélago suntuoso al oeste de South Beach. "No," aparentemente le dije, "quiero ver la segunda mitad. Y a ese tipo, Prince." Admito que entonces la única canción suya que conocía era "Kiss," pero sin embargo insistí.

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Puede ser difícil justificar la existencia del show del medio tiempo del Super Bowl, el cual muchas veces suele ser un viaje decepcionante a través de los añejos éxitos de una banda de rock que le gusta a todo el mundo. Desde su creación, la NFL trató de hacer que el espectáculo del medio tiempo fuera lo menos político y ofensivo posible, contratando a bandas de guerra de universidades, grupos corales, o grupos de baile, que garantizaran que mantuvieran los estándares de la Comisión Federal de Comunicaciones y que entretuvieran por igual al diverso público norteamericano.

En 1993, cuando Michael Jackson apareció sobre el escenario del Rose Bowl y permaneció inmóvil por 90 segundos, mientras 98,000 fanáticos aullaban de emoción, nació el espectáculo del medio tiempo como lo conocemos hoy en día. A partir de entonces todos, desde Diana Ross, U2, los Stones, McCartney, Aerosmith, y NSYNC, han intentado superar esos increíbles 12 minutos, pero fue Prince, en 2007, quien cambió el paradigma, llevando al espectáculo a su verdadera apoteosis.

Dejando a un lado la presentación de Jackson de 1993, el potencial inherente del show como una extraña ocurrencia colectiva de júbilo estadounidense no ha logrado alcanzarse —cientos de millones lo observan, y sin embargo año con año el espectáculo es menos un referente cultural, y más bien es un show increíblemente caro e inmediatamente olvidable. Uno sospecha que Prince, quien buscaba crear un "momento espiritual global," compartía esa visión del potencial.

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Charles Coplin, quien entonces fuera Cabeza de Programación para la NFL, se reunió con Prince en noviembre de 2006, meses antes del show. En el recuento de la reunión que hizo para The Daily Beast, Coplin explicó que la junta se llevó a cabo en el hotel Beverly Wilshire en Los Ángeles, en donde Prince había preparado una grabación track-by-track del show para presentársela a Coplin, su agente, Paul Gongaware, y el director Don Mischer, a través de bocinas tamaño concierto que se encontraban dentro de la suite del artista. Los asistentes escucharon por 12 minutos y Prince los dejó solos para que pudieran apreciar su visión. "Hacia el final —cuando sonaba "Purple Rain"— regresó con una caja de pañuelos, y sin decir o explicar nada, nos dio uno a cada uno," escribió Coplin. "Él mismo se puso un pañuelo a la altura de sus ojos y parecía que iba a empezar a llorar. Justo cuando las cosas no podían ponerse más incómodas, mostró una sonrisa enorme y empezó a reírse. 'Te arranca una lágrima,' dijo.

En papel, Prince y el Super Bowl no eran una unión idónea. La NFL había optado por actos de rock de estadio inofensivos por varios años, especialmente después de esa controversial y muy criticada "falla de vestuario" que tuvo Janet Jackson con Justin Timberlake. Prince—el intérprete camaleónico— representaba exactamente ese riesgo que la liga había estado evitando, con su sexualidad pulsante, sus presentaciones impredecibles, y sus poco ordinarios punteos de guitarra.

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Pero había algo que hacía que el 2007 fuera diferente; Lovie Smith de los Bears y Tony Dungy de los Colts, quienes compartían una longeva amistad, se convirtieron en los primeros entrenadores afroamericanos en dirigir un equipo en el Super Bowl, y durante el Black History Month, ni más ni menos. También se cumplían 60 años de que Jackie Robinson hubiera roto la barrera de color. No había nadie más que Prince, realmente, deslizándose por el escenario en un traje color aqua y una camisa naranja, con un set list tan sorprendente y colorido como lo era él, para llevar a la cumbre ese día de muestra histórica de excelencia negra.

El show, el cual tuvo pirotecnia al por mayor, mostró a Prince atacar un tapiz de éxitos, algunos suyos, otros no. Comenzó con una canción de Queen, quizá para mostrar al show como una especie de pariente espiritual a aquella inolvidable presentación de la banda británica en el Live Aid de 1985. Primero llegaron cuatro explosiones tectónicas en el estadio, y después la introducción a "We Will Rock You," momento en el cual se encendió el jeroglífico morado en el centro del estadio. Después, llegaron sus primeras palabras. "Dearly beloved, we are gathered here today to get through this thing called life," dijo de manera suave, antes de arrancar con explosivas versiones de los clásicos "Let's Go Crazy" y "Baby I'm a Star." De allí, siguió con una avalancha de clásicos aleatorios: de "Proud Mary", a la versión de Jimi Hendrix de "All Along the Watchtower," y "Best of You" de los Foo Fighters.

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Un momento genial y muchas veces ignorado del show llegó momentos después de haber empezado "Purple Rain," cuando Prince preguntó, "¿Puedo tocar esta guitarra?" No estaba claro si estaba pidiendo permiso o lo estaba reafirmando, aunque sabía que no necesitaba ninguno de los dos. Aventó su mascada al público y arrancó con ese conmovedor coro, la lluvia cayendo cada vez más fuerte, el solo de guitarra llegando a la cúspide, mientras se levantaba una silueta fálica gigante detrás de una sábana enorme. Era lo más cercano que había llegado un espectáculo del medio tiempo a realizar su potencial, mientras 74,000 personas cantaban en el estadio, mientras otras 140 millones observaban en televisión.

No fue uno de esos momentos que necesitaron tiempo para realmente apreciarse; de inmediato todos sabían, tanto críticos de música como los aficionados al futbol americano, que Prince había conseguido algo especial y raro, un momento cultural titánico nacido no a partir del shock, como el seno descubierto de Janet Jackson, ni a partir de su extrañeza, como el viral "left shark" de Katy Perry, sino simplemente por su maestría musical, el tipo que es imposible de fingir. "Uno de los espectáculos del medio tiempo más emocionantes; definitivamente el más impredecible, y quizá el mejor," leyó la reseña del New York Times al día siguiente. Y diez años después, Pitchfork continuaba declarando en un postmortem: "el mejor espectáculo del medio tiempo en el Super Bowl que hubo, y que jamás habrá."

Muchas cosas han cambiado a lo largo de esta década, incluyendo la noción misma del espectáculo del medio tiempo, el cual actualmente le debe más a Prince que a cualquiera de sus antecesores. Tony Dungy ya se ha retirado, mientras que Lovie Smith ya no entrena a ningún equipo de la NFL. Peyton Manning ya colgó sus tacos y Prince, por supuesto, se ha marchado, justo cuando más lo necesitábamos. Pero ese día quedará para la historia, no porque hubo un partido de futbol americano, sino porque los estadounidenses, divididos entonces como no lo habían estado en años, miraron de manera colectiva, hipnotizados por Prince, un dios entre los hombres, mientras se bañaba en el diluvio de la Madre Tierra y convertía ese momento en un pedazo de arte. Cuando el confetti cayó y los equipos se marcharon a sus vestidores, quedaron muy pocas dudas de quién había ganado el día.

Jake Nevins es un escritor basado en Nueva York. Síguelo en Twitter