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Música

El mito es real: la temporada de idilio de Iggy Pop en Colombia

La ex novia colombiana del padrino del punk confirma una de tus leyendas urbanas favoritas.
Cortesía de Liliana Mora

Todas las ilustraciones por Sara Pachón.  Cuando pasó la camioneta, Liliana Mora no reconoció al tipo que la observaba desde adentro. Era el verano de 1998 y corría el tercer día del Festival de La Vaca, organizado por la productora Doctor Music en los Pirineos, la frontera entre España y Francia, en una edición en la que también tocaron Portishead, Pulp, Bob Dylan y Garbage. Ella simplemente lo miró por unos segundos y siguió su camino, tenía pases VIP y la fiesta continuaba. Pero el tipo quedó tan fascinado con esta mujer de pelo negro y ojos cafés, que luego mandó a uno de sus amigos a buscarla. Unas horas después, mientras pensaba con su amiga en un plan para pasar la fría noche, Liliana fue abordada por el guitarrista Whitey Kirst, quién le preguntó si quería conocer a Iggy Pop.

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Actualmente Liliana tiene 44 años, desde hace cinco da clases de yoga y vive en Bogotá, cerca al Parque Nacional. Usa unos jeans azul oscuro y un saco negro. Su pelo está mojado y lleva las uñas pintadas de verde aguamarina. Es una mujer amable y muy bonita, es fácil notar por qué bastaron solo unos segundos para que Iggy Pop quedará cautivado por esta bogotana que ríe constantemente y que curiosamente afirma ser una persona tímida y antisocial. A pesar de esto, viajó por el mundo junto a un tipo provocador e irreverente. El abuelo del punk. Un sobreviviente de las mil batallas y de torso desnudo, cuyo sonido crudo, su actitud espontánea y su honestidad, para algunos brutal, para otros simplemente sensata, lo convirtieron en una de las deidades más influyentes del olimpo del rock.

Sentada en la sala de su casa, mientras escucha un concierto para violín de Bach, Liliana, muerta de la risa, cuenta por primera vez esta historia que durante años ha mantenido en la intimidad de sus círculos más cercanos, a sabiendas de que, gracias al boca a boca, este cuento se ha convertido en un mito urbano clásico de la ciudad de Bogotá. No son pocos los que afirman haber visto a Iggy Pop caminando sin camiseta y en sus jeans deshilachados por las calles de La Candelaria y hasta los hay quienes afirman que se lo encontraron comprando empandas en una cigarrería del centro de la capital.

Pero… ¿al fin Iggy Pop vivió en Bogotá?

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Liliana narra esta historia con la misma naturalidad con la que uno le cuenta a los amigos lo que hizo el fin de semana. Ríe constantemente e insiste en que este fue un episodio de su vida personal que ya pasó. Que fue chévere, divertido y enriquecedor, pero que también forma parte del pasado. “Fue una experiencia rarísima, pero yo crecí mucho con ella porque me di cuenta que todo el mundo es igual a todo el mundo. Estuve en el curubito de los rockstars y no dejé de ser quién era. Vi que no eran de otro planeta sino personas normales con muchos defectos pero con muchas cualidades, igual que nosotros”.

Las circunstancias que llevaron al encuentro de estos dos personajes en la frontera entre España y Francia parecen sacadas del guión de una comedia romántica. Ese verano, Liliana tenía 28 años y acababa de mudarse a España para buscar nuevos horizontes. Vivía en un barrio residencial de Barcelona con una amiga colombiana y su novio catalán, quienes la convencieron de ir al Festival de La Vaca. Iggy Pop llegó a los Pirineos en el marco de una gira europea realizada entre los lanzamientos de Naughty Little Dog (1996) y Avenue B (1999). Tenía 51 años, se había mudado a Miami y se estaba divorciando de su segunda esposa, la actriz japonesa Suchi Asano. También, un año antes, había terminado una relación con Alejandra Carrizo, una ex-Señorita Argentina con la que aprendió algo de español y a quien le dedicó la canción “Miss Argentina”, publicada en Avenue B.

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La primera vez que Liliana vio al líder de los Stooges, aquella banda mitológica y protopunk de Detroit, el mismo al que alguna vez, quizás en deuda por haberle inspirado uno que otro personaje, Bowie salvaría del abismo para llevárselo a Berlín y convertirlo en estrella, fue cuando entró acompañada de su amiga y de Kirst a la carpa de los músicos del festival. James Newel Ostrberg Jr. estaba sentado solo en una mesa, sin camiseta, con una chaqueta de jean y una copa de vino en su mano. Ella estaba muerta del susto. Para agarrar alguito de valor se tomó un vasado de whiskey y se acercó al músico sin saber bien qué carajos decir. “Nos sentamos a hablar con él un rato. Estaba muy lindo, muy serio, muy señor, muy amable, y quería hablar español con nosotras. Eso fue muy chévere, fue muy cálido de su parte entrar hablando español. Empezamos a conversar y a conocernos. Él estaba muy interesado en Latinoamérica y tenía ganas de vivir otras cosas distintas a lo que había vivido”, cuenta Liliana. Esa noche ambos conversaron durante horas y ella se emborrachó. La velada terminó cuando Liliana tuvo que marcharse para tomar el último bus que salía hacia Barcelona. Iggy le pidió su teléfono y ella se despidió pensando que ese era el fin de la historia.

Al regreso del festival, mientras Liliana hablaba con sus amigos acerca de su experiencia tras tres días de fiesta, sonó el teléfono de su casa. En el grupo había un fotógrafo francés que se paró a contestar y luego de hacerlo, medio incrédulo, le dijo: “Lily, al teléfono… es Iggy”. Ella, aún más incrédula, tomó la bocina: “Yo le dije ‘Hola, ¿cómo estás?’, y él me respondió muy chistoso: ‘Pensándote’. Todo era como una cosa absurda”. Esa noche, Iggy le dijo que iba a estar de gira, pero que quería seguir en contacto con ella. Liliana respondió: “Sí, claro Iggy, todo bien”. Y mientras tanto, todos los que estaban en la casa reían sin entender bien qué pasaba.

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Durante esa gira, Iggy Pop la llamó casi todos los días, lo que significaba que el teléfono a veces sonaba a la tres de la mañana. Ambos empezaron a hacerse amiguitos y, finalmente, como al mes y medio de mantener el cuento a larga distancia, Pop le dijo a Liliana que iba a ir a Barcelona para verla. “Cuando timbró, nosotras estábamos arreglando el apartamento. Abrí la puerta y estaba muy elegante, muy guapo y muy conquistador”, cuenta Liliana. “Estuvo una semana y conoció a los amigos, obviamente todos estaban alucinando. Él era muy tranquilo, lindo, humilde y sencillo, y empezamos a tener como una historia”.

Antes de mudarse a España, Liliana trabajaba en Colombia detrás de cámaras, en televisión, haciendo producción y script, pero estaba aburrida en su país y quería probar suerte en otro lado. En esa época, su hija Valeria tenía ocho años y su plan era llevársela para Barcelona. Después de su semana de idilio con Iggy Pop, ella tenía que regresar a Bogotá para hacer los trámites que necesitaba para comenzar su nueva vida. Pero el viejo Iggy estaba obsesionado con la idea de seguir viendo a esta bogotana hermosa y sencilla, así que le compró un boleto en primera clase a Miami y la convenció de darse una vueltica antes de viajar a Colombia. Cuando ella llegó al aeropuerto, el hombre de movimientos reptilianos cuyo stage persona lo ha convertido en uno de los frontman más memorables de la historia del rock, la recibió con un ramo de flores y una sonrisa. Y así comenzó el capítulo más idílico de esta comedia romántica.

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“Fue como una experiencia de vida increíble que estaba viviendo con toda”, dice Liliana, que a partir de ahí pospuso su viaje a Barcelona. Desde ahí, comenzó a viajar por todo el mundo, a ir de concierto en concierto y a asistir a los eventos más extravagantes. Alguna vez, en Italia, fue a una cena que terminó en reventón con Donatella Versace. Conoció el círculo social de Iggy, a Lou Reed, a Ewan McGregor, a Kate Moss. Alguna vez, cuenta ella que en un hotel en Francia golpearon la puerta de su cuarto. Cuando abrió estaba Jhonny Depp ahí parado. Ella lo recibió con la misma naturalidad con la que se recibe al vecino y se sentó a hablar de paternidad con el actor quien, por esa época, tuvo a su hija Lily-Rose.

Durante su noviazgo, Liliana conoció al Iggy juicioso. Esos tiempos de drogas, descontrol y mantequilla de maní (o vidrios rotos) en el pecho durante sus conciertos ya estaban en el pasado. La velocidad había dejado ser parte de la rutina del artista que lo único que consumía era vino. “Terminábamos los conciertos y salíamos a comer y a dormir, nuca rumbeamos mucho. Él buscaba estar relajado porque pierde mucha energía en las presentaciones. Prefería levantarse temprano, tomarse un tecito verde y hacer chi kung o ir a nadar. No era de locuras. Para nada, era muy sanito”.

Y por eso, quizás, Bogotá se convirtió para él en un destino deseable.

Un mes después del primer encuentro de la pareja en Miami, Iggy Pop vino por primera vez a Colombia. Las empinadas, estrechas y apestosas calles del centro de Bogotá lo recibieron y su hogar fue el pequeño apartamento de su novia, ubicado en la calle 12 con tercera. “La mayor parte del tiempo estábamos en La Candelaria y nos la pasábamos encerraditos”, cuenta Liliana. Cuando estaban juntos se dedicaban a ver películas y a escuchar mucha música. Alguna vez ella recuerda que le pasó el Vagabundo de Robi Draco Rosa, que dejó fascinado al “Iguana”, al punto de despertarle las ganas de hacer algo parecido a “Penélope”. Iggy disfrutaba más quedándose en su casa viendo Ed Wood (su peli favorita) y escuchando a James Brown que yéndose de fiesta. Yendo a ver La máscara del zorro con ella y con su hija al Cine Embajador o comiendo pollo frito en cualquier asadero del centro. Esos eran los típicos planes de esta pareja en Bogotá, y por eso las tres o cuatro veces que Pop estuvo en la ciudad pasó casi desapercibido. El mismo hombre frenético que popularizó el stage dive en el escenario, aquí era un tipo simple y relajado que andaba descalzo y sin camiseta, lejos de los ambientes pomposos y los vicios. Otra de las razones por las cuales la presencia de Iggy en Colombia fue casi imperceptible fue porque a Liliana jamás le interesó presumir de su novio rockstar. Lo único que hacían “en sociedad” era de vez en cuando armar un pequeño parche para comer ajiaco, mientras lo más movido que hicieron en Colombia fue viajar juntos a Cartagena y a Barichara, de donde es la familia de ella. Una de las cosas más curiosas que Iggy Pop hizo en Bogotá fue operarse los ojos. En esa época, con 51 años encima, él no veía nada, por lo que usaba unos lentes ‘culo de botella’ que quedaron por ahí botados en la casa de Liliana.

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Al igual que todo hombre que se mete con una mujer con hijos, Iggy tenía la obligación de conquistar a la pequeña Valeria. Actualmente ella tiene 25 años y es profesora de literatura en un colegio de educación alternativa de Bogotá. Es delgada, tiene el pelo rizado y los mismos ojos cafés de su madre. Recuerda a Pop como un tipo tranquilo y buena onda que le caía bien, hablaba un español paupérrimo y le regalaba cosas, entre un disco que dice: “Para Valeria de yo, besos (sic.)”. Pero en ese momento no dimensionaba lo famoso que era ese cucho desgarbado pero extrañamente musculoso que salía con su madre, hasta que una vez, cuando llegó del colegio, él estaba esperándola en la parada del bus junto a su mamá y entraron en una cigarrería para comprar mecato. Ahí se encontraron con dos tipos que se quedaron anonadados al ver al mismísimo Iggy Pop parado en una tienda del centro de Bogotá.

Durante el año y medio que duró su relación, Liliana pasaba un mes en Bogotá y dos viajando por el mundo, de aeropuerto en aeropuerto y de hotel en hotel, una rutina que la dejaba rendida, sin ganas de hacer nada (hoy se arrepiente de no haber aceptado una invitación a un concierto de The Chemical Brothers en Nueva York por pereza, por ejemplo). Pero además del cansancio, Liliana empezó a cuestionarse: “Vivir a la sombra de un personaje como él es chévere, pero luego te cansas y te preguntas dónde estoy yo y qué voy a hacer conmigo”, confiesa. “Además, yo tenía una hija”.

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El estar constantemente de viaje complicaba la relación que Liliana tenía con su hija. “Yo sentía que mi mamá me estaba abandonando para irse de viaje por ahí con un señor”, cuenta Valeria, quien vivía con su papá durante las ausencias de su madre. Para recibir el año 2000, Iggy las invitó a ambas a su casa en Miami. Valeria recuerda que les cocinó salmón, su especialidad, y después fueron a la playa a ver la pólvora de año nuevo. Él le regaló una bicicleta, pero aún así, Liliana sintió que la cosa no iba funcionar. “Él fue lindo al querer conocerla, pero yo no me sentía muy cómoda viviendo los tres en su casa”, cuenta Liliana.

En febrero del 2000, Iggy y Liliana se separaron. “Después de recibir el Año Nuevo, Valeria tenía que retomar su cole y sus cosas en Bogotá y yo tenía que definir qué hacer con mi vida. Y ya no quería seguir más con esta historia, él se dio cuenta y nos separamos como en febrero”. Además Liliana cuenta que Pop era un tipo celoso e intenso al que siempre había que pararle bolas. “Me estaba agobiando. Él es muy consentido y celoso. Todo el tiempo estaba llamando y en esa época no había celulares ni Skype, si tenías que hablar con alguien en el extranjero había que estar en la casa juiciosita esperando que sonara el teléfono… y yo sentía que estaba dejando mi vida a un lado”.

Después de terminar, Iggy la llamó un par de veces para que lo acompañara a Los Ángeles, pero Liliana siguió su camino. Ella retomó su plan de vivir en Barcelona donde estuvo un par de años, se volvió a casar y ahora tiene otra hija de diez años. Debido a que Iggy Pop cambia constantemente de número perdieron el contacto y nunca más volvieron a hablar. Para Liliana, esta es una historia más de su vida, una anécdota bonita y divertida de su pasado. Durante más de 15 años, a modo de juego, ella quiso dejar el cuento de los días de Iggy Pop en el país como un mito urbano e incluso por eso no estaba muy segura de concederme esta entrevista, pero durante nuestra conversación, ella se abrió y comenzó a hablar de los caminos que la vida nos pone a las personas. A Iggy y a Liliana les tocó caminar juntos por un tiempo y parte de ese tiempo fue en Colombia. Así es que, sí. El mito de Iggy en Bogotá es real. Y en todo caso resulta curioso imaginárselo como uno de los muchos fantasmas que rondan por La Candelaria por ahí, sin camiseta y descalzo, comiendo empanada o ajiaco.

Valeria con Iggy, Cartagena, 1999.  ***