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Música

La improbable resurrección del saxofón fuera del infierno de los memes

Después de haber sido exiliado de la música popular durante décadas, el instrumento está renaciendo gracias a artistas como Kamasi Washington.
Sergio Ávila
traducido por Sergio Ávila
Frank Hoensch/Redferns

Este artículo se publicó originalmente en Noisey US. Léelo aquí.

En los tres años que han transcurrido desde que lanzara su deslumbrante álbum debut de tres horas, The Epic, el saxofonista de jazz Kamasi Washington ha alcanzado niveles de interés por parte de la escena mainstream que artistas del jazz puro de la generación anterior jamás hubieran soñado.

Mientras que los escenarios más grandes a los que pueden llegar otros artistas de jazz son tipo el Newport Festival o el Festival de Jazz de Montreux, Washington comparte escenario con los actos más grandes del mundo en festivales como Coachella y Bonnaroo. En sus giras no va a pequeños clubes de jazz llenos de baby boomers. En vez de eso, Kamasi toca en los mismos lugares que reciben a artistas de pop, bandas de metal y raperos.

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Tras obtener comentarios y reseñas entusiastas por su segundo álbum Heaven and Earth, Kamasi pasó de ser un completo desconocido a ser el rostro del jazz, que además está en medio de un pequeño renacimiento gracias las vibrantes escenas musicales de Chicago y Los Ángeles. Kamasi merece parte de ese crédito, pero el giro más inesperado y dramático que ha orquestado este músico increíble, no está en lo que toca, sino en su instrumento: el saxofón.

El saxofón ha quedado en el olvido estos últimos 30 años, después de los desastrosos años 80, cuando los saxofones en el pop podían reducirse al video viral de Sexy Sax Man y el jazz fue dominado por Kenny G, un personaje que otros saxofonistas de jazz desearían que las personas olvidaran. Varios cambios en la música hicieron posible que estos dos elementos derribaran al saxo por knock-out.

En ese entonces, los jóvenes afroamericanos que inyectaban creatividad al jazz desde sus inicios, se mudaron al hip hop. La institucionalización del jazz estaba en marcha desde antes de los 80, pero el nacimiento del rap significó que el jazz fuera una cosa exclusiva de directores de orquesta en colegios, de profesores universitarios, y de instituciones culturales como el Lincoln Center de Nueva York.

En manos de estas instituciones, el jazz comenzó a hacer mayor énfasis en el pasado que en el futuro. En los 80, un joven Wynton Marsalis se autoproclamó el embajador plenipotenciario del jazz y tomó la decisión unilateral de embalsamar el jazz en el museo, para preservar la santidad de su preciado pasado. Todos los músicos de jazz de ese momento en adelante, según Wynton, tendrían que hacer un homenaje directo a ese linaje.

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Pero tomando en cuenta que el jazz se enseña en las bandas de los high schools gringos, es extraño que Marsalis incluso creyera necesario embarcarse en semejante cruzada. Charlie “Bird” Parker —el Dios de los saxofonistas— perfeccionó su oficio en los años 40 experimentando con nuevas ideas en los pequeños clubes que poblaban la calle 52 de Nueva York, e incorporando la retroalimentación que recibía de estas pequeñas audiencias.

Pero los jóvenes saxofonistas de hoy literalmente aprenden jazz haciendo transcripciones de los solos de Parker y de los otros grandes del pasado. Sus principales audiencias son jueces de competencias, que los califican por precisión y destreza técnica, más que por creatividad. Su prioridad no está en complacer a las audiencias y en tener discos exitosos, sino en ganar competencias con interpretaciones prístinas y en conseguir un asiento en las bandas estatales de jazz. En muchos estados de Estados Unidos, las competencias de bandas son tan intensas como las de deportes.

Este ataque aparentemente intencional a las nuevas ideas, así como el énfasis en la maestría técnica, proporcionaron las condiciones perfectas para que un paria como Kenny G, cuyo trabajo repele a cualquiera que en verdad se interese por la música, haya dominado el género por completo. Pero bueno, al menos estaba tocando algo nuevo.

En el pop y rock de los 70 y 80, los saxofonistas tenían dos opciones: podían adoptar el estilo smooth de Kenny G como en “Careless Whisper”, de George Michaels (o en la canción de Alf); o podían tocar el saxofón con una crudeza que podría confundirse con el balido de una cabra, como en el solo de "It’s Still Rock and Roll to Me" de Billy Joel.

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El saxofón y el jazz están intrínsecamente unidos. La música clásica de saxofón todavía existe pero es muy probable que si no la tocas tú mismo, jamás la hayas escuchado. Y aunque compositores románticos como Hector Berlioz y Richard Wagner incursionaron con él tras ser inventado, el saxo nunca echó a andar como instrumento de orquesta. No encontró su lugar, hasta que las orquestas de jazz big band se desarrollaron en los años 20.

Así que cuando Kenny G, David Sanborn, y otros evangelistas de smooth jazz tomaron las riendas del género en los 80, el saxofón se hundió con ellos. Teniendo en cuenta el uso que se le había dado al instrumento en el pop y el rock, era entendible que las audiencias populares su cansaran del saxo. Cuando llegó el grunge a comienzos de los 90, cualquier cosa relacionada con los 80 era una sentencia de muerte, de todas formas. El saxofón había desaparecido virtualmente para los fans casuales de la música. Afortunadamente.

No es que no hayan existido buenos saxofonistas desde los 80; es solo que nadie por fuera de los Baby Boomers, de los fanáticos acérrimos del jazz (los tres que existen en el mundo), y de los otros músicos de jazz, estaban interesados en escuchar su música. Tal vez lo más asombroso del ascenso de Kamasi es que él no está trazando nuevos territorios para el saxofón o el jazz, sino mezclando estilos existentes en nuevas formas que se sientan accesibles y atractivas para personas que en realidad no son fanáticas del jazz. Le arrebató el jazz a las instituciones y lo devolvió al linaje de John Coltrane.

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Kamasi es el nombre más importante de este renacimiento del saxofón, pero no está solo. El saxofonista tenor Donny McCaslin y su banda suministraron las texturas de fondo en Blackstar de David Bowie, en 2016. El intérprete del alto, Terrace Martin, es una voz esencial en To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar, en el cual Kamasi también contribuyó.

Aunque es menos conocido, Ben Wendel y su grupo Kneebody también dan de qué hablar en los círculos del saxofón, con un jazz fusión atractivo propio del siglo XXI, y reconocido por colaborar con el productor de Brainfeeder, Daedelus. La intérprete chilena Melissa Aldana maneja su inigualable virtuosismo en servicio de una visión artística emotiva, en vez de ser ostentosa y exhibicionista, como suele pasar con muchas jóvenes intérpretes con un instrumento dominado por hombres.

Colin Stetson convierte a su saxo bajo —el más inmanejable y temperamental de los saxofones— en un show de hombre orquesta que tiene que verse para creerse, y él podría ser el instrumentista de viento más innovador de nuestra era. Recientemente fue aclamado por su banda sonora para la película de terror Hereditary, y aunque su música como solista varía de estilos desde el techno hasta el metal, su formación formal en música le dan las herramientas de composición necesarias para que Philip Glass o John Cage sean una mejor comparación que cualquier otra influencia directa en su música.

El volumen de representación del saxo en la música pop no es ni la mitad de lo que era en los 80, pero lo que se ha sacrificado en cantidad, se ha ganado en calidad. El álbum de 2013, Cupid Deluxe de Blood Orange, nos mostró el uso más sofisticado que ha tenido el saxo en el pop en décadas, y el instrumento se ha escuchado en canciones populares como “Run Away With Me” de Carly Rae Jepsen, “Midnight City” de M83, y hasta en “Dope”, de la agrupación de k-pop BTS (aunque siendo justos, BTS tiene prácticamente todo). Existe incluso una nueva banda conformada por una pareja, llamada simplemente The Saxophones.

En 2016, The Outline publicó una historia en la que se detalla el fallecimiento del saxofón, concluyendo así que era un instrumento muerto. La historia no se equivocaba; simplemente fue escrita cinco años tarde. Para 2016, el renacimiento del saxofón estaba en marcha, y ahora con el nuevo álbum de Kamasi, el lanzamiento más anticipado por un saxofonista en generaciones, es tiempo de hacer oficial la resurrección del instrumento.

El saxofón ha vuelto.

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