N. Hardem: El rapero favorito de tu rapero favorito
Foto: Juan José Ortíz |Noisey en Español

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Música

N. Hardem: El rapero favorito de tu rapero favorito

PERFIL |Un retrato profundo de uno de los raperos más enigmáticos de nuestros días, descifrado en sus códigos y envuelto en las pasiones que además son su hobby y su manera de trascender.

Este artículo forma parte de nuestra Semana del Hip Hop. Reportajes, entrevistas, conteos, tutoriales y más, en un especial sobre el hip hop latinoamericano.


N. Hardem está nervioso. Es la noche de un lunes cualquiera en un apartamento en Galerías. El rapero bogotano de 25 años acaba de darle play a una carpeta de Dropbox que contiene Rhodesia, su nuevo trabajo, en colaboración con Diego Cuéllar, el productor Las Hermanas. En la sala, Gambeta y Fazeta, de Alcolirykoz, escuchan con atención. Como Gambeta es ya una institución del rap de estas tierras y una de las personas que más respeta en la música nacional, y como Rhodesia marca un quiebre experimental con su estilo previo, Hardem —expectante al mostrar su trabajo— sale al balcón a fumar un cigarro mientras el disco suena.

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Gambeta, o El Arkeólogo, su pseudónimo como beatmaker, produjo Lo Que Me Eleva (2017), el trabajo anterior de Hardem. Por eso su opinión pesa. Escucha las canciones pasar con concentración, sin decir mucho, solo asintiendo o arqueando las cejas cuando una línea de bajo precisa o un punchline inesperado lo ameritan. Cuando Hardem entra de nuevo, tanto Gambeta como Fazeta expresan su rotunda aprobación. No se exceden en elogios, no es necesario. Apreciando y discutiendo la música con cervezas de por medio, con la gente que quiere y respeta, Hardem se siente cómodo, se relaja.

Antes de que acabe la noche con todo el parche comiendo lentejas, Hardem mostrará varias canciones de sus proyectos venideros, unos en solitario, otros colaborativos. De algunos, como Tambor 2, ya ha hablado en algunas ocasiones; de otros, como el proyecto de banda que tiene bajo el nombre de United Fruit Company, se verán los resultados en algún momento cercano, aunque ya se han presentado en vivo un par de veces. De algunos otros, finalmente, el público aún no está listo para saber. Todo vive aún en las sombras, sin hacer ruido ni generar mucha expectativa para lo que está cocinando. Lo único cierto es que Hardem no deja de crear.

Foto: Juan José Ortíz |Noisey en Español

Aparte del inminente Rhodesia, N. Hardem ha publicado tres proyectos: Lo Que Me Eleva (2017), con beats de El Arkeólogo; Tambor (2015), con beats propios bajo el nombre de Uai Peq; y Cine Negro (2014), con los beats de Soul AM. Con este repertorio, Nelson Enrique Martínez se ha confirmado como uno de los principales talentos del rap y la música colombiana. Se describe largo, flaco y feo como un demonio; suele ser introspectivo y taciturno, lo que no le quita la capacidad de ser locuaz si la situación así lo dicta. Hace unos meses se graduó de diseño con una tesis laureada sobre la rotulación manual en Bogotá. Practica aikido con regularidad, un arte marcial que lo ha ayudado a explorar su corporalidad, a concentrarse, a crecer. Es papá de Irene. En el colegio tenía una banda de reggae. Es decir, si el rap es su trabajo, no define su vida: aún si le da de comer, hay mucho de N. Hardem que el rap no abarca. No puede hacerlo. Así lo quiere él. Por momentos, su actitud y sus palabras parecen contraponerse al reconocimiento que le otorgan sus pares, sus admiradores, e incluso festivales como el Estéreo Picnic y el Cosquín Rock. Solo a veces, una vez que ha entrado en confianza, deja salir algunas partículas de ego, y expresa que se sabe con el talento para ser de los mejores.

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Para entender por qué Hardem es como es, tan talentoso y enigmático, hay que ir a sus maestros. Él enlista a varios, como Saga Uno y Ecks MDC, ambos del Sello INDIO, pero el principal es su hermano, Pablo ‘Watusi’ Martínez. El ex-vocalista de la agrupación de salsa La 33, y actualmente vocalista de Salsangroove, le regaló una de las columnas de su identidad física en tarima: un collar de conchas cauri que le trajo de África. Antes era un elemento infaltable en sus presentaciones, aunque desde hace unos meses Hardem ya no lo usa tanto, según dice, para no ‘mundanizarlo’ y para protegerlo. Lo que sí lleva siempre con él, en cada show y en cada paso, son sus enseñanzas. Aunque sus historias musicales son distintas, Pablo, desde su paso artístico en la salsa y sus proyectos actuales, dice que su hermano menor ‘Quique’, “pudo observar en mi carrera el ejemplo, la perseverancia, el no perder el rumbo. Ha visto en mí un camino duro, de estudiar mucho, de trabajar por unas ideas muy concretas. Ha visto que se puede”.

El contexto familiar facilitó el acercamiento de N. Hardem a la música desde pequeño. “Mi papá siempre ha sido muy curioso, y se tomaba el tiempo de analizar el arte. Ponía sus discos de jazz, algo de Louis Armstrong. Por el lado de mi madre, es familia negra, migraron del Chocó: en fiestas de fin de año mi mamá y mis tías tocaban chirimías con las ollas de la cocina. La interacción con la música era sinónimo de alegría”, comparte Pablo. Además, cuenta que Saulo Sánchez, personaje fundamental de la salsa colombiana y quien fue el primer vocalista de Grupo Niche, es su tío. Lo que queda de sus palabras es ese sentimiento de que la música nunca los abandonó.

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Foto: Juan José Ortíz |Noisey en Español

Cuando Pablo habla de Hardem, su voz se suaviza aún más, se refiere a él como “mi hermanito”. Mirando hacia sus orígenes raperos, los sitúa más en el arte que en la música. “Él se acercó al rap a través del grafiti. Estaba más enfocado a ser diseñador gráfico, pensando en artes visuales. Unos meses después empezó a escribir cosas, hace unos diez u once años”. El apoyo de su hermano mayor vino primero por el lado de los consejos y luego desde la producción y la grabación.

En su canción “LQME”, Hardem se abre y cuenta cómo su familia lo hizo quién es, como persona y como artista: “Todo lo veía desde el andén, con las gafas y el triciclo que ya no me queda/ Nada se puede llevar, lo que se hereda no se hurta, y yo heredé lo que me eleva”, rapea. Pablo complementa esta idea como quien describe el talento de quien admira, y dice que “él tiene argumentos musicales muy sólidos. Algunas veces los músicos menospreciamos las líricas por no ser melodías, pero yo veo en él una exploración muy importante que ha creado un lenguaje muy propio. Siento en él y otros raperos colombianos una identidad madura. Y todavía tiene mucha tela por cortar”. Y tiene razón, porque lo que dice su hermano es lo que se escucha en la calle en boca de sus fans y lo que admiten sus pares.

En su búsqueda artística, entonces, no se puede omitir el grafiti. Ha sido primordial en la vida de Hardem: fue la primera forma que encontró para relacionarse con la ciudad —cuando marcaba los muros como Arise—, para encontrarse y definirse, y marca las formas en las que registra lo que ve y vive. Aunque ya no lo hace con la intensidad de antes, aún suele cargar un marcador por si una pared lo seduce para pintarla. Asimismo, su identidad grafitera también informa cómo se acerca al rap: siendo genuino, siempre buscando mejorar constantemente. También le enseñó que lo importante es el arte y no el artista. Quizás por eso suele ser parco en sus interacciones con gente que no conoce bien: son sus canciones las que deben hablar, él trabaja fuera de los focos.

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Esa búsqueda de la penumbra encaja con su personalidad, en un escenario o en un andén. Solo después de largas conversaciones, de probar si su interlocutor —en este caso quien escribe este texto— es digno de su confianza, intuye o se refiere a algunas cicatrices que lo han marcado y curtido, que lo han llevado a erigir barreras y protegerse, a parecer tosco y uraño. De esos rayos de luz que traspasan las grietas de la armadura con la que cuida su vida personal, solo algunas cosas pueden quedar plasmadas en este perfil, por lo que Nelson Martínez seguirá siendo un acertijo. Recuerda la pérdida de su perro Tambor como un momento doloroso e inspirador para hacer ese EP homónimo de 2015. Reticentemente habla de un accidente de hace tres años mientras montaba bicicleta, que dejó huellas permanentes en su cuerpo y en su forma de habitar el mundo. A veces admite sus inseguridades o sus bajones de ánimo. Como este párrafo, como su música, lo que comparte de sus vivencias suele ser entrecortado y codificado. Los cercanos a él logran entender referencias a estos momentos oscuros en la música que hace. Para los demás, prefiere mantener los caminos pedregosos y difíciles de transitar. “La capucha no es solo para no verte la cara”, explica en Rhodesia. Por eso en el grafiti encontró un vehículo que lo sedujo, porque se hacía a oscuras mientras nadie veía y, como una estrella que solo vemos alumbrar cuando ya no existe, su impacto tendría lugar cuando la tinta estuviera seca y él lejos.

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Entender mejor a N. Hardem, quien se describe en su página de Facebook como un ‘personaje de ficción’, entonces, necesariamente implica detenerse en las referencias que esconden sus letras, inspiraciones artísticas o cinematográficas que marcan su música. Tambor, por ejemplo, esconde el impacto de distintas obras. Varios documentales y películas aparecen en el EP: When We Were Kings, de Leon Gast, que aborda la mítica pelea de Ali contra Foreman en 1974; Watching My Name Go By, un documental sobre el grafiti del mismo año en Nueva York; Slam, de Marc Levin, una película de 1998 en la que el personaje principal (que inspira el subtítulo de “Landscape Aka Ray”) es un talentoso poeta cuyo entorno social violento termina por complicarlo; y Do The Right Thing (1989), filme de Spike Lee, cuyo personaje Radio Raheem ––que siempre carga un radio y muere al final–– inspira la canción más potente de Tambor, “Raheem aka Tambor”. Es en las canciones de este proyecto donde se hace más evidente la afición de Hardem por el anime: en “Landscape aka Ray” prefiere la obra de Hayao Miyazaki —fundador de Studio Ghibli–– sobre la de Akira Toriyama, el creador de Dragon Ball Z. Así es como cuenta que se inclina más hacia la sugerencia sutil que hacia la demostración explícita, pero sin él mismo decirlo de forma directa. Como dice en “Raheem aka Tambor”, el rap y el grafiti le ayudan a lidiar con las cosas que esconde.

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Tanto en el grafiti como en la música, uno de los maestros que Hardem enuncia ha sido Saga Uno, notable escritor de grafiti de Bogotá. “Nos conocimos cuando él estaba haciendo un blog que se llamaba Pintura y más basura, y me habló para hacerme una nota. También me mostró que hacía rap. Y era una chimba, él era muy joven. Era muy bueno verlo en ese camino”, recuerda Saga. Con nostalgia, recuerda que cuando conoció a Hardem “esa época era una chimba, antes del boom mediático del rap y el grafiti. Éramos una comunidad muy unida, salíamos a pintar en las madrugadas y al otro día en las calles veíamos nuestros resultados y los de otros. Hardem siempre ha sido callado, y eso es bacano porque la vuelta iba más allá del ego. Éramos jóvenes divirtiéndonos. Fuimos una generación que cambió la cara de la ciudad, y ese grafiti tiene mucho que ver con la explosión del rap y de la cultura urbana en general”.

Del parche del grafiti surgió Los Niños Invisibles, un crew de rap compuesta por Hardem, Saga y Skore 999. Sin haber publicado nunca ninguna canción, este momento cumple un papel importante en la historia de Hardem. Desde esa época hasta ahora, solo ha habido ascenso. “Ha sido impresionante verlo surgir en el rap, por el efecto que su música ha tenido en las personas. No tiene un fin comercial, se fue dando voz a voz. Eso ha sido muy bonito. Todos le estamos haciendo barra, sí creemos que él tiene el alcance para ser un artista muy grande. Su carrera va bien pero siempre en progreso. Conociéndolo, sabemos que está en una exploración que no tendrá fin”, cuenta Saga, quien es fundador de INDIO, el colectivo y otro de los tantos proyectos al que pertenece Hardem hoy.

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De esa exploración constante de la que habla Saga se deduce que el estilo de Hardem sea innovador y empuje constantemente sus barreras y las del género en Colombia. Esta innovación surge a partir de raíces fuertes en la escuela del rap clásico y, sobre todo, del jazz, al que están ligadas cuatro de sus principales influencias musicales: John Coltrane y Pharoah Sanders, siendo dos figuras monumentales del género; J Dilla y Robert Glasper, reinterpretando el jazz y poniéndolo en contacto con el rap. De ahí surge gran parte de la propuesta estética, identitaria y ética de N. Hardem. La estética se ve, por ejemplo, en las gafas oscuras que siempre usa en los conciertos: las porta para que oculten sus ojos, que suelen estar cerrados mientras canta, pero también para sentirse más ‘jazzman’, para inscribirse en una tradición de prodigios que tocaban música increíble ocultando su mirada.

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La identidad se siente, por ejemplo, en su definición de su proyecto como underground, una afirmación que no convence al principio —por los logros y el reconocimiento con el que cuenta—pero que cobra fuerza cuando lo explica. Para él es obvio: “Soy underground por mi postura: yo estoy hablando aún de lo que vivo, no de lo que tengo. Para mí, Kendrick Lamar es un rapero underground. Ese término, como yo lo entiendo, viene de los músicos de jazz de la Segunda Guerra Mundial: los venues no podían estar abiertos, y los manes se iban a los garajes a hacer música que uno no se puede imaginar, y que no está grabada. Y era un relato fehaciente de su puta vida. Yo pienso en el underground como algo así: gathering motherfuckers from under the ground”, explica totalmente convencido de que esa palabra, tan manoseada en la industria, tiene un fondo vital.

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Finalmente, su propósito ético también parte del jazz. Para expresarlo, parafrasea a John Coltrane: “Sé que hay fuerzas malignas, hay personas y fuerzas que llevan sufrimiento, pena y dolor a la gente. Quiero ser la fuerza para todo lo contrario, que mi música sea un vehículo contrario a esa mierda mala que sucede en el mundo todo el tiempo”. Y hay una persona con la que se identifica claramente en ese propósito: Gambeta. A la vez par y maestro, Hardem lo mira como ejemplo de lo que le gustaría ser más adelante en su carrera. “Quiero ser institución como Gambeta. Da visaje decírselo, pero es el mejor, y él lo sabe. Puede que haya más virtuosos, pero él va más allá del virtuosismo. Cuando estoy con él, una persona tan luminosa, siento que quiero cuidar de él y su luz, preservarla. Pero eso solo se logra con el ejemplo, nada de discursos. Igual es al revés, él me cuida a mí. O bueno, nos cuidamos mutuamente”, expresa.

Gambeta recuerda que conoció a Hardem por Anyone/Cualkiera, cuando fueron a escuchar beats a su casa en Aranjuez, Medellín, hace varios años. Ya lo había escuchado en el EP Tiempo Libre, de Anyone, y aunque le interesó su verso, lo que verdaderamente llamó su atención fue la personalidad de Hardem. “Él me escribió, se presentó, me pareció muy educado, no era el típico rapero nea, tenía otra forma de hablar. En mi casa vi que se sentía muy identificado con el sonido de ese momento, y me dijo que Anyone le había mostrado el beat que luego iba a ser "Real a mi manera’". Yo al principio no me sentí en la disposición de decirle ‘hágale, parce, de una, utilícelo’. Siempre ha sido todo como una prueba. Esperé y escuché más cosas de él, y ahí fue donde vi que el man era parado y firme en el rap y empezamos a trabajar”.

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De ese escepticismo inicial no queda sino la memoria, la admiración que le tiene Gambeta a Hardem es clara: “Es muy juicioso, es un nerdo del rap. Se preocupa por escuchar otras músicas, por entenderlas, por transmitir lo que siente”. Dice también que no se prostituye, es un man muy sólido en lo que hace. Reconoce el hecho de que viene de una escuela de jazz, de juntarse con músicos y de ir a bares donde hay jams, y eso lo hace muy fuerte musicalmente. “Se ha preocupado por alimentarse de muchos mundos dentro de la música. Es una persona muy leal, musicalmente, y eso vale oro en esta época”, sentencia con un orgullo que no se esconde, sino que brilla.

Gambeta entiende el rap como un camino del que no se reniega nunca, una familia de la que no se sale. Por eso en la dedicación y lealtad de Hardem con el rap bien hecho y con los suyos, encuentra lo que necesita para confiar en él, para poder trabajar juntos: que esté metido en el rap a muerte. Junto a personas como Anyone/Cualkiera, los resalta como leales que se lleva del rap, con los que puede hablar de la vida o del rap como si se conocieran hace décadas, lo que ayuda a la hora de hacer música juntos. “Él es como esa gente, a lo Roc Marciano, que son superhéroes del rap. Gente que está por esto, y así quieran vivir de esto y ganarse los pesos, están más allá de eso. Lo que hacen es arte, y está por encima de la plata y la fama y las groupies y YouTube y reproducciones y todos esos visajes. No es una persona que se deslumbre por eso”, sentencia.

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Foto: Juan José Ortíz |Noisey en Español

Hay un momento claro que Gambeta destaca en su relación con Hardem, pues afianzó lo que intuía de él. Y Hardem también lo recuerda como un momento bello y fuerte, incluso lo mencionó en la mitad de un conversatorio en Matik Matik, un local cultural de Chapinero en el que se le pueda encontrar cualquier fin de semana tocando u organizando sesiones para que otros toquen, con su serie de ‘uno, dos’ o con el conjunto Espiral. Gambeta rememora: “Cuando él tuvo ese accidente, yo, sin ser muy parcero de él, fui y lo visité, sentí la necesidad de darle un respaldo. No podía ser solo ‘¡qué chimba Hardem como rapea!’, y nadie se preocupó por él. Él se sorprendió cuando me vio allá. Caí ese día con Kaztro y Fazeta. Cuando entramos estaba cantando el coro de “Anestesia Local”, el que dice “los que vivimos cumplimos años a diario”, porque ese día era su cumpleaños. Para mí era muy dura esa imagen de ver la torta y las bombitas en el hospital. Nunca se me va a olvidar lo que sentí, de verlo tan fuerte y parado en la raya en una situación tan difícil”. Ese día Gambeta supo que era una persona fuerte como él, rap 24/7, “hasta que estemos en la chanda”, dice.

***

N. Hardem y Diego Cuéllar alias Las Hermanas están tomando tinto y fumando cigarrillo frente a una cafetería en Teusaquillo, el tradicional barrio de Bogotá. Está atardeciendo en un lunes de julio. Ambos despejan su mente, necesitan estar fuera del estudio por unos minutos. Pero no pueden dejar de pensar y discutir el álbum que están creando juntos: Rhodesia. Tiene letras difíciles de seguir y sonidos oscuros, que beben de una amplia gama de influencias, desde Death Grips hasta A$AP Rocky, y que samplean de Black Sabbath a Sandro. Rhodesia los ha retado de forma particular al llevarlos a territorios inexplorados. En el caso de Hardem, los beats lo alejaron de la onda más clásica y boom bap que había caracterizado gran parte de su trabajo hasta el momento; en el de Las Hermanas ––productor ecléctico que se caracteriza por sus samples de "música para planchar", y quien se ha presentado en grandes escenarios a nivel global como el Sónar Barcelona de 2016––, fue la primera vez que tenía que considerar que sobre su música habría voz. Para ambos fue un desafío, uno que agradecen y que abrazaron con la ambición de no estancarse en una sola forma de existir como artistas.

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La idea de hacer un disco juntos surgió hace varios años, pero solo desde mediados de 2017 empezaron a trabajar con fuerza y más concentración. Se conocieron en el cumpleaños de Las Hermanas en 2015, en Matik Matik, una de las calderas de la música emergente y experimental en Bogotá. El respeto mutuo surgió y entre cervezas hablaban de colaborar. Por el lado de Hardem, continúa con su tendencia de solo trabajar con un productor por proyecto: le parece un ejercicio muy valioso trabajar con alguien hasta llegar a un acuerdo y encontrar algo juntos. En el caso de Las Hermanas, el productor cuenta que siempre le llamó la atención “poner esa forma de rapear de este man, que es una chimba, con los beats más raros míos. Hardem es una locomotora de la rima, y en este disco siento que cambió resto la onda. Mis canciones son oscuras al igual que sus letras. Va más allá de las rimas clásicas raperas de ‘yo soy más’. Acá hay cosas como de soledad. Y creo que eso no lo tiene tanto en los otros temas anteriores”.

Esto, admite Hardem, es también por la intención de los beats. Reflexiona que sus álbumes anteriores han sido introspectivos y confesionales, pero dentro de un espectro más convencional. En Rhodesia se mantiene la introspección, pero pasa a un plano más abstracto, con saltos sin anticipación entre los temas que va analizando, mientras explora cómo comunicarse con la instrumental. “Solo sale el sol cuando lo pienso / pensaban que estaba todo mal al final pero apenas era el comienzo / Descompenso al pretencioso, recompenso al indefenso y sale solo como a Salomón trenzando versos / tensando el lienzo y en apariencia venzo, sintonizando con la ciencia de hacer silencio”, rima con dexteridad y un flow difícil de clasificar en una de las canciones, presumiendo a la vez del poder de su mente, explicando su propósito de ser luz donde hay sufrimiento y asociando su victoria con callar. Son canciones dispersas, como él, pero aclara que no son letras gratuitas. Van dirigidas: empiezan desde un tema y avanzan, aunque la línea no sea recta. “Duraznos en regalías, judíos en chimeneas, y máquinas que quieren las manos mías / Y este bálsamo de cardamomo, desplúmame el lomo / echarme la sal y quitarme el salmón de la boca mientras me lo como”, rapea, jugando con la asociación libre de imágenes de judíos ortodoxos en Alemania que viven del trueque y de limpiar chimeneas para tener efectivo con su propia fuerza de trabajo, y la disposición de ceder y compartir los frutos que cosechó. Los beats propician este vaivén semántico, de imágenes que se sobreponen, casi sin conectores lógicos que las hilen: “Son muy originales. Tienen una invitación nueva para camellarlos. Y esto nuevo que estamos haciendo siento que es único en su especie y único acá. En mi concepto, Diego es el beatmaker más original de Colombia”, acota Hardem.

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El proyecto es oscuro y difícil, lo que va en contravía de los trabajos anteriores de Hardem, de una onda más suave con acordes claros, lo que él llama música políticamente correcta. “Es tranquila de digerir, te pone en un mood chill, jazz”, acota. “Yo sí quería hacer algo diferente a esa onda, y surgió esto. Sobre todo después de Lo Que Me Eleva, la vara quedó muy alta. Yo pensaba que tocaba hacer algo totalmente diferente. Competir con los beats de El Arkeólogo es duro, tenía que irme por otro lado”, revela Las Hermanas. Hardem también quería y quiere tener rimas y flows originales, únicos en su especie. Los beats de Rhodesia le dieron la libertad de ser más incisivo y percutivo con la rima, más de lo que podía ser normalmente. “En un beat de El Arke hay un uno y dos marcadísimos, entonces uno fluye con unas fórmulas que ya tiene instaladas. En estos beats de Las Hermanas la percepción de los cuatro compases no es tan evidente, entonces podía marcarlo con silencios, con intenciones de no rimar únicamente con las palabras sino hacer grupos rítmicos de cosas”, dice, como quien dibuja una fórmula matemática sobre un tablero mientras lo explica.

El impulso de salirse de lo convencional responde también a las convicciones de ambos frente a la música. No hacer música fácil y retar las costumbres son pilares fundacionales de INDIO, el colectivo al que ambos pertenecen. Aunque el proyecto es propositivo en sí mismo, también reacciona frente a la situación actual del hip hop en Colombia: mientras unos se aferran al boom bap, lo clásico, y otros exploran nuevas tendencias como el trap, lo nuevo, Hardem busca entregarse a algo que no haya hecho pero sin guiarse por lo que es más popular. Como si estuviera preocupado de que sus palabras y su ánimo de romper moldes lo retrataran como arrogante, aclara constantemente que, en todo caso, no están inventando nada nuevo: todo consiste en su crecimiento como artista.

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Ese crecimiento no se limita a la comunidad hip hop, pues Hardem no es un rapero criado rapero, aunque rapee muy bien. Tampoco podía quedarse en el boom bap, e incluso en el rap, toda la vida. Su búsqueda personal implica vivir en la raya. “Hacer esto ha sido divertido y una chimba y lo he gozado un montón. Pero esto, más allá de ser un ejercicio de estudio y exploración, es una vuelta re sólida, que se me hace que pone la música de ambos en otro nivel”, revela Hardem. En ese sentido, para él es importante conectarse no solo con el auge del rap colombiano, sino sintonizarse con la época de vacas gordas de la música colombiana en general. “No es que yo hago rap y solo hago rap, sino que me comunico con otras cosas. Y Diego (Las Hermanas) y su trabajo es un exponente referencial de eso que está sucediendo, y es que la música colombiana actual está en un nivel muy hijueputa. Y este disco va a ser un testimonio de eso”, plantea. No obstante, sí sería una alegría para él que “quienes se consideran más tradicionales en cuanto al rap puedan fijarse en este proyecto y estudiarlo. Porque sí me parece, sin ser demasiado pretencioso, que es una pieza de estudio”.

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Lo que busca N. Hardem, entonces, es hacer música original. Admite que puede ser un concepto ambiguo, pero resalta que está contento de no haber escuchado rimas o sonidos similares a su alrededor. La exploración viene con sobresaltos y alegrías: “Es un visaje hacerse a la idea de estar en algo distinto a lo que me planteé en un principio, pero a la vez es una alegría lograr algo que se siente por fin de uno”. Ambos saben que el proyecto es complejo y que puede ser difícil de digerir. Y a ninguno le importa: solo pesa que ellos estén contentos y se sientan representados por el resultado, y que este retrate lo que ha sido el proceso para ellos. Un proceso que, así como el disco, ha sido oscuro. “Hubo momentos darks de ambos. Yo creo que eso se refleja en mi sonido, no es mellow. Me parece que también tiene resto de Bogotá: no es fácil, no son palmeras”, explica Las Hermanas. Ambos prefieren guardarse los detalles de esos momentos oscuros, dejando que la música de Rhodesia los sugiera. Responden al mismo tiempo cuando escuchan la pregunta por esas situaciones difíciles; se detienen un momento, respiran y rechazan la invitación a compartir más sobre ellos. Luego, devuelven la conversación al terreno en el que mejor se expresan, al arte que habla abstractamente de lo que ellos no dicen. “El resto sucede solo: que guste o que no guste no depende de uno. El objetivo no es ese, si no estaríamos haciendo otra vuelta. Y bueno, quién quita que esto se vuelva el nuevo reggaetón. Pero creo que la pretensión principal aquí es hacer la música que queremos hacer y ya”, profundiza Hardem.

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***

Es otra vez una noche de lunes septembrino, y mientras come un sándwich de pescado en Quinta Camacho, N. Hardem se toma un momento para pensar sus respuestas. Para descansar, también. El fin de semana que pasó tocó tres veces en dos días. Ese día tuvo la prueba de sonido para el Bogotá Music Market, en el que se presentaría al día siguiente, y grabó una canción para Tambor 2, uno de los varios proyectos en los que trabaja en simultáneo. En una semana viajará un mes a Chile y Argentina, una combinación de viaje de grado y desconexión de todo lo que pasa en Bogotá.

Piensa, entonces, y responde: “Me siento bien con mi carrera en este momento, sí. Harvest time, y luego otra vez plantation”. Elogia la salsa tártara con la que complementa las papas fritas y continúa. “Yo creo que vengo a ser más foundation que otra cosa, ¿sabes? Underdog, de cierta forma. Como Mos Def. Mi búsqueda es distinta, no es la misma de otros colegas. Como dice Coltrane, la música puede generar patrones de comportamiento en la gente. Poniendo a un huevón a pensar, luego a dos, luego a tres. Estimularlos y darles sonidos distintos. Tocar a uno en un millón, como me pasó a mí con Supa, con Violadores, con Mos Def. Me gustaría tener el impacto que ellos tuvieron en mí en otras personas”, confiesa.

A veces Hardem es abstracto, no queda claro lo que quiere decir. Conociéndolo varios años y habiendo hablado con él de este tema antes, se entiende: no quiere las luces momentáneas ni el éxito pasajero. Quiere ser una columna que sostenga el movimiento, aún si no tiene el reconocimiento de otras figuras más visibles. No quiere un camino de rimas y punchlines y ya, aunque sabe que podría destacar mucho más si así lo eligiera. Y bueno, no quiere hacerse rico con el rap. “Como dice mi papá, el trabajo no enriquece. ¿Quién se enriquece con el trabajo? Trabajo es trabajo, cumple con un propósito. Qué huevonada esa mierda de pensar que por hacer mi trabajo tengo que ser rico y famoso. Enriquecerse no es importante. Ser rico no es el que más tiene sino el que menos necesita. Uno está repleto de necesidades ficticias”, dice.

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En este trabajo de ser rapero, el momento que está viviendo Hardem se liga directamente a INDIO, un clan con el que ha podido explorar las fronteras del rap capitalino, haciendo conciertos teatrales, por ejemplo, y retando las convenciones. “El impacto de INDIO en mi carrera ha sido total. Aparente alcance individual, ganancia colectiva. Hardem está logrando algo, pero eso no es para mí solo. A mí me ha funcionado perfectamente. Siento que, a lo bien, el cliché aplica perfectamente: la unión hace la fuerza. He aprendido también a soltar en cosas, no todo tengo que hacerlo yo solo. Estoy asumiendo la colectividad, aunque nunca he estado solo, solo”.

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A su vez, ha empezado a explorar el formato de rap con banda, con United Fruit Company, junto con Andrea Hoyos (piano), Jacobo Álvarez (batería) y Jairo Rodríguez (contrabajo). El proyecto surgió de los jams de Black María, un bar de jazz en el que Hardem explora sus habilidades y alcance cada vez que puede. Salió también de su amor por proyectos como The Roots y The Glasper Experiment. Tras un toque en un hotel con el formato de banda, decidió trabajar con ellos. Los describe como maestros recientes en su aprendizaje musical. “Siento hacia ellos un magnetismo raro, diabólico. Son personas muy bellas, su música es inspiradora. La forma en la que decidieron aceptarme, sin yo saber nada de música, es inspiradora. Me gusta que el lenguaje cambia, se pone todo más incómodo, más orgánico, alguna cosa puede fallar. Sentía que ya estaba cogiendo de parche el formato rap clásico, tenía que experimentar”, dice algo inquieto, contrariado, pero al mismo tiempo satisfecho de alguna manera.

Andrea, la pianista de United Fruit Company, destaca de Hardem que tiene “una magia difícil de describir. Tiene un entendimiento del ritmo muy bueno. Siento que es muy versátil y muy teatral, tiene varios personajes. Tiene una manera de conectarse con el público que hace que lo quieran y respeten. Es una persona muy noble y se nota en su música. Siempre da mensajes de amor. De él he aprendido mucho, sobre todo a no estar afanada”. Y es más la personalidad de Hardem, como ya había destacado Gambeta, lo que la conecta con el proyecto: “Me gustan mucho sus letras. Encontrar músicos buenos es fácil, pero la conexión con él es muy única. Hay una magia e intimidad entre los cuatro que me invita a metérsela toda al proyecto”, dice.

Esa magia de la que hablan los cercanos a él se ve reflejada también en su enfoque, las metas que admite y las que rechaza. No piensa en llenar estadios, y si lo hace, es un medio, no un objetivo. Le frustran lo que nombra como “aproximaciones pseudo hipsters” a la música y sus productos, que glorifican tocar en Estéreo Picnic como metas trascendentes. Quizás por su crianza, o quizás por su terquedad, pero se aleja de esa óptica, pues para él todos son medios, incluído su propósito heredado de Coltrane. “Yo quiero ser una fuerza para y no por. Después de todo lo que me ha pasado, uno deja de preguntarse el porqué de las cosas, qué te va a llenar de dudas y de preguntas, y eso a mí, con mis inseguridades, no me conviene. Y no voy por, que es un fin, sino voy para, que es un medio. Es una meta, pero no es el fin. Bacano si lleno estadios, si no, no azara. Igual seguiré siendo una fuente inagotable de candela, hasta que me muera”, sentencia contundente.

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Mirando hacia la escena del rap colombiano, Hardem la juzga con severidad y optimismo. Falta experiencia, esfuerzo y confianza, dice, pero resalta el ánimo y la productividad juvenil de quienes están haciéndolo, y de quienes lo harán después. Los que de verdad podrán revolucionar el rap colombiano, según su opinión. También resalta la atomización de la escena: que los estilos, los propósitos, las audiencias se diferencien entre sí. “Se está logrando una identidad porque asumimos nuestra localidad como nuestra universalidad, no es necesario hablar en jerga de otro lado. Nos falta asumir nuestra localidad como latinoamericanos y no solo como colombianos, haríamos un gol el hijueputa. Estamos contando con el ángel que hace que la gente nos crea y se emocione. Hay que apuntarle a ganar credibilidad, y eso se gana haciendo y siendo sincero, con uno mismo y con su producto. Eso no se compra”.

Tras morder una papa, vuelve a pensar sobre sus aspiraciones en el rap colombiano. “Quiero ser cornerstone. No quiero el spotlight necesariamente, ni ser un punto de referencia, sino que, como dice Pusha T, if you know, you know. El que sabe, sabe. Es hacer historia de verdad, o hacer parte de la historia de verdad, como esa salsa vieja que uno escucha con No Rules o Gambeta. Quiero ser el rapero favorito de tu rapero favorito”. No quiere convertirse en figura de masas, sino quizás de culto y ojalá en vida, sin endiosarse.

Hacia el futuro, no es claro que el rap sea lo que siga haciendo siempre. “Puede que en un punto deje de rapear un rato, alejarme de Hardem. Tocar más bajo, hacer más música, hacer más proyectos como uno que hice con los niños de un colegio de Ciudad Bolívar. O poner atención simplemente, estar por ahí. No sé…”, confiesa. Y es que, por lo que enfatiza Hardem, él no se identifica como rapero y el rap no lo define. “No soy rapero por definición: Gambeta es un rapero por definición, Jam Block Jr también. Yo no. Es la forma en la que he explorado mi sensibilidad hasta ahora”. En los cálculos de su futuro, su familia también pesa. Ante la pregunta dice que “hay que ver qué está pasando con mi hija, qué quiere la vida. Qué posibilidades puedo brindarle yo en la vida. Me gustaría que conociera el mundo antes que yo. Salir con ella desde chica para que no se quede con esa ansiedad que tengo yo ya grande. Qué fastidio que el mundo sean puras postales y fotos por Internet”.

Foto: Juan José Ortíz |Noisey en Español

N. Hardem golpea la madera de la mesa dos veces con los nudillos huesudos de su mano izquierda. “No quiero hacer una premonición estúpida. Pero yo sé que mi vehículo físico, mi cuerpo, no es el más estable de todos. Puede que no sea así, y ojalá no, porque qué chimba ver crecer a mi hija y a mis nietos y todo eso –si hay vida y mundo––, pero si me voy temprano, qué chimba que puedan coger toda esta vuelta que dejo y ojalá estudiarla y sacarle provecho. A la música, a las rimas”, admite mientras mira al infinito, tal vez tratando de descifrar su “material críptico”. “Música que no se quede en la superficie”, afirma con la certeza de alguien que sabe que la vida es un simple ratico.

Parece consciente del peso de sus palabras y los segundos siguientes pasan sin que ningún fonema llene el silencio. Luego, Nelson Martínez respira, muerde su sándwich y sigue conversando como si acabara de elogiar la salsa tártara, o como si no hubiera dicho nada que ya no hubiera expresado antes. Y tendría razón, pues ya lo había dicho en su música, presente al oído de cualquier seguidor atento. En “Raheem aka Tambor”, la canción que le da sentido a Tambor, el intro y el outro son de Cowboy Bebop (1998), la serie de Shinichiro Watanabe ambientada en el 2071 que explora el existencialismo y la soledad, temas que Hardem ha explorado en su música y que, en sus palabras, eran dinámicas presentes en su vida a la hora de crear su segundo EP. La canción empieza con una voz, del capítulo 26 de la serie: “Así no moriré sin haber visto todo una vez más”. En “Raheem”, Hardem reflexiona sobre su finitud y qué pasará con su música: “Estas letras tendrán más valor post-mortem / ya sea que misión aborte, o el de arriba y el de abajo digan corte”, dice. “Algo en mi cabeza dice ‘vive rápido, muere joven’, y yo ya sé a lo que vengo”. La reflexión sobre su muerte y su arte, pues, ya estaba disponible para ser escuchada hace tres años. Este perfil solo contextualiza las palabras de Hardem y ayudan a entenderlo, pero él siempre ha hablado mejor en sus raps.

El local de sánduches ya cerró, y la noche pronto va a ser madrugada. Al igual que en “Raheem aka Tambor”, las palabras de Cowboy Bebop son precisas para el momento: luego de que Hardem explore su finitud, una voz de la serie da fin a la canción y a este perfil: “Tengo que partir porque es hora de despertar”.

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