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Música

Rosalía ha hecho que la gente descubra lo que es un disco

Que un grupo de canciones tenga sentido de principio a fin les parece algo revolucionario.
Rosalía en su concierto de presentación del disco
Fotografía: Davit Ruiz

Este artículo apareció originalmente en VICE España.

Shhhht, tengo una noticia, el secreto mejor guardado del mundo. No se lo digas a nadie, ¿vale? El viernes pasado salió el nuevo disco de Rosalía, se llama El Mal Querer, ya está en Spotify y las demás plataformas habituales. Que no corra mucho la voz, será nuestro secreto. ES BROMA, ESTÁ CLARO QUE TODOS SE HAN ENTERADO DE QUE EXISTE ESTE DISCO. De hecho ha sido imposible no enterarse.

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Después de haber monopolizado desde hace meses la narrativa en la redes sociales —que si los videos de CANADA; que si la apropiación cultural; que si la glorificación de las clases humildes; que si el empoderamiento de la mujer; que si el tra, tra; que si su concierto en el Sónar; que si Spotify ha revelado la ubicación del concierto de Madrid; que si influencers internacionales escuchando "Malamente" en sus Instagram Stories; que si la colaboración con J Balvin; que si Rosalía está trabajando con Pharrell Williams; que si ahora está actuando en una película de Almodóvar; que si… ¡YA POR FAVOR!— su público potencial no ha tenido más remedio que volcarse plenamente en su nuevo disco y obligarse a disfrutarlo de forma exacerbada y pornográficamente emotiva. Durante el fin de semana abrías Instagram y solo veías fotos de la portada de la versión en disco de vinilo de El Mal Querer o capturas de pantalla del disco en Spotify. El mundo rendido a los pies de la gran artista.

Pero bueno, no pasa nada, esto simplemente es el resultado de una campaña muy bien articulada y respaldada por un sello descomunal. En lo que me gustaría centrarme aquí es en la forma en la que cierta parte del público ha recibido el disco, con una sorpresa y novedad ante el formato que se torna tremendamente inocente y entrañable.

Siempre ha habido discos recopilatorios y temáticos, como los de villancicos de Navidad, los 14 cañonazos, los discos Rapza o las compilaciones en cassette de bandas de synth pop de principios de los ochenta. Sentiremos más afinidad por unos que por otros, pero ahí han estado siempre, ayudándonos a descubrir los hits del verano o ese grupo raro de punk de La Habra, California, llamado Spiny Norman's Mind Games.

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Con el avance de la tecnología, y sobre todo con la capacidad de poder reproducir vídeos y canciones en streaming —lo opuesto a comprar discos o incluso a bajar el Soulseek, explorar discos duros ajenos y descargarse rarezas preciosas—, el acceso a la reproducción de música se ha vuelto algo casi insultantemente sencillo y peligrosamente discriminatorio. Este acceso a un supuesto “todo” a través de una aplicación en el móvil hace casi inconcebible imaginar nuestro día a día sin música a su alrededor; cosa que es tremendamente maravillosa, cierto.

Gracias a este nuevo paradigma de la reproducción online en el que el usuario puede sumergirse en casi la totalidad de la música producida por la humanidad, es cuando más falta hacen las listas comisionadas y las compilaciones, funcionando como una guía básica para navegantes.

Pero ese “todo”, al final, es una cuestión de privilegios ya que ciertas músicas, emparentadas con ciertos lobbies de comunicación, resultarán más accesibles que otras. Y no solo es cuestión de grupos concretos sino de géneros musicales y de procedencias, cosa que hará que haya que ir con mucho cuidado a la hora de aceptar estas listas que se nos proponen. Las buenas listas y las buenas compilaciones requieren de un esfuerzo por nuestra parte, cierta indagación e inmersión en géneros o escenas, no nos saltan en las pantallas de inicio de Spotify.

A pesar de esto, la popularización de las listas de Spotify (o de la plataforma que sea) ha ido en aumento y hemos llegado a un punto en el que solo interesa la funcionalidad y practicidad de la música, dejando el interés cultural en un segundo plano. De ahí todas esas listas para correr, para follar, para trabajar; listas para el gimnasio, listas de lo-fi hip-hop para estudiar o leer. Listas que no se escuchan sino que se consumen para una función concreta, la practicidad del sonido. La música como un complemento secundario a una actividad principal mucho más importante.

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Todas estas listas han ayudado a desprestigiar la idea del álbum y por eso mucha gente se ha topado con un trabajo, el de Rosalía, que entienden como nuevo y sorprendente, porque su empaque resulta “completo”, “redondo” o “coherente”. Sorprende no tener que practicar una reproducción aleatoria pues ahí el orden importa y de él emana un discurso y una intencionalidad.

Sacar un disco —en cierto círculos— parece algo extraño, pues el consumo de música por internet se sustenta sobre todo a base de singles y hits. Un grupo que edite discos se entiende como un grupo anticuado que no ha sabido adaptarse a una nueva realidad que glorifica el single distribuido digitalmente (ya sea por plataformas como Spotify, iTunes o YouTube). La canción, el hit por encima del álbum, del concepto, por encima de la coherencia de una banda y, por lo tanto, de la coherencia de un género musical.

Esta práctica la consolidan tanto artistas comerciales como propuestas tremendamente underground, llenando las páginas de Discogs con discografías que consisten en singles digitales listadas con formatos tipo “(File, FLAC, AAC, MP3, WAV, Single)”. Esto, que se nos vende como novedad —“así es como ahora consumen la música los jóvenes”— no es más que la adaptación de esa cultura de los singles de vinilo de 45 RPM de los años 50 o de la radio fórmula, época en la que, precisamente, los adolescentes se convirtieron en sujetos consumidores, en objetivos importantísimos para las agencias de marketing. El single de vinilo era barato, accesible y fácil de consumir.

Por esto ahora, de repente, sorprende la existencia de un disco, con sus 11 temas, con su discurso, con su estética, con sus referentes. Aparece gente que NECESITA compartir que está escuchando un disco entero, de principio a fin, como quien necesita hacerle una foto a un libro para avisar de que “¡hey, estoy leyendo!” en esta época del retuit y el meme. Un disco parece una experiencia reveladora, profunda y trabajada, que es exactamente lo que es, pero también es lo que nunca ha dejado de ser. Como el disco de Rosalía o como el disco de tantos otros que salen cada día.

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