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Música

¿Por qué a los mexicanos nos gusta tanto el britpop?

Adoramos el rock estirado con piel de porcelana y acento europeo. ¿Por qué?

No sé si es culpa de los Beatles. Probablemente sí. Esos cuatro jipis con peinado de honguito formados con precisión inglesa por el resto de la eternidad sobre un cruce peatonal en Abbey Road, siempre tienen la culpa de todo. Solo ellos y Luismi tienen más peso radiofónico que la Hora Nacional. No me parece descabellado decir que cada bandera británica que se ondea frente a la cara desquiciada de un fanático en un concierto de Oasis trae una carga simbólica que evoca a toda la tradición de rockcito inglés que impera en nuestra sensibilidad chillona. Una agitadita por los Beatles, otra por los Kinks. Una sacudidita por Blur, por los Smiths y por los Stone Roses. Una por Jarvis Cocker, otra más por los Gallagher y… “ey, échense la de ‘Champagne Supernova’, no se la mamen.” Adoramos el rock estirado con piel de porcelana y acento europeo. ¿Por qué?

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Es un hecho. México es una de las catedrales Bitlemaniacas del mundo. No lo dije yo, aquí tengo un documental que lo prueba. Esa herencia febril del submarino amarillo en la sangre Azteca tal vez condena a generaciones posteriores con un poco de predisposición genética al rock inglés. Eso no significa que todo producto importado con etiqueta de supervisión avalada por el ejército de corgis de la Reina Isabel II tenga pase directo a nuestros corazoncitos de destilado de maguey, ¿o sí? Quién sabe. No creo. Debe de haber algo en esa música que le hable directamente a la entraña mexa… algo tan primitivo como el olor de un trompo de pastor a las tres de la mañana.

Los Stone Roses estrenaron una canción nueva, “Beautiful Thing”. Al cabo de poco tiempo ya era Trendig Topic nacional a pesar de la Copa América y el video de TMZ donde se ve cómo le ponen una arrastrada sólida a Justin Bieber. En verdad, la rola no es muy buena; tampoco muy mala. Pero el público mexicano la recibió con el mismo amor con el que la ranura en la jeta anaranjada de Donald Trump recibe una hamburguesa de McDonald’s a medio día. Es cierto, las reuniones de bandas de culto siempre provocan una oleada de vitoreos sobreactuados, pero este no es el caso. Apenas el año pasado surgió Mexrissey, un proyecto conformado por los músicos más importantes de la escena independiente nacional que ligan de manera muy estrecha al cantante de los Smiths con lo más profundo de la sensibilidad mexicana. Que una nueva generación de músicos mexicanos esté haciendo referencia a una banda que tiene una generación completa de distancia con los Beatles dice mucho. O por lo menos apunta a que no se trata de una herencia de los sueños truncados de los estudiantes del 68.

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Camilo Lara atribuye la relación entre los Smiths y la sensibilidad de sus fans en nuestro país a una tendencia oscura en el humor inglés que Morrisey imprime en forma de las canciones más tristes de la historia. Es una buena manera de verlo. ¿Cuánta distancia hay entre la tristeza festiva que encontramos en Juan Gabriel y los lamentos casi bailables de los Smiths? No estoy segura. Tal vez no sea mucha. Aunque cada uno venga de lugares distintos, los dos terminan en el mismo nudo en la garganta.

El fenómeno de Oasis me es difícil de digerir. Me gusta pensar que su éxito radica en la tensión que genera esa violencia apática de padres divorciados que tienen los hermanitos Gallagher y su berrinche fraternal. Pero es probable que, de nuevo, de una manera muy primitiva, nuestro corazoncito de tierra caliente escuche unas voces desoladoras que nuestros ancestros no escucharon nunca, pero que definitivamente entendemos sin necesidad de interpretar nada. Esa tristeza necia que nos fascina hasta el punto de salir de fiesta.

El gran proyecto de Damon Albarn es Gorillaz, no Blur. Dicho eso, podríamos comparar un poco la trampa emocional en el pleitito maricón de los Gallagher con esa larguísima pausa en la que parecía que Blur se había quedado en esa etapa en la que la heroína oscureció la escena del britpop y lo hundió durante algunos años. ¿Adoramos a Blur porque idealizamos su silencio indiferente por más de diez años o porque encontramos un aullido eterno en “No Distance Left To Run”? Quizá haya algo de las dos cosas. Un abandono mudo y un silencio tan insoportable que hay que romper con un viejo himno doliente. ¿Todo el mundo canta para olvidar o para recordar?

A los mexicanos nos gusta poner el dedo en la llaga. Nos da por agarrar a la tristeza de los pelos y arrastrarla hasta la cantina más cercana para emborracharnos con ella y llorarle de cerquita. El britpop tiene algo de eso, pero no tan borracho. La de ellos es una tristeza menos pasional. Un drama contenido con algo de frialdad elegante. Nos gusta el britpop porque nos gusta la idea de que el nudo en la garganta pueda venir envuelto en un papel brillante y colorido desde un lugar exótico.